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'El faro': Robert Pattinson y Willem Dafoe, en un duelo de locura
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'El faro': Robert Pattinson y Willem Dafoe, en un duelo de locura

El segundo largometraje del director de 'La bruja' nos sumerge en los delirios que genera el aislamiento compartido a través de un alarde de estética expresionista

Foto: Willem Dafoe y Robert Pattinson echan un pulso interpretativo en 'El faro'. (Universal)
Willem Dafoe y Robert Pattinson echan un pulso interpretativo en 'El faro'. (Universal)

Los sueños en soledad producen monstruos. En su segunda película tras el éxito de 'La bruja' (2015), Robert Eggers vuelve a adentrarnos en una historia de terror psicológico a través de un viaje al pasado de un rincón de su tierra natal, Nueva Inglaterra. Si en su ópera prima partía de los parajes de Massachusetts habitados por los puritanos en el siglo XVII para trasladarnos poco a poco hacia un cuento de horror pagano y brujería, en este caso nos sitúa en la localización poco idílica de un faro en el siglo XIX para arrastrarnos en la progresiva caída en la locura de sus dos vigilantes. Y si en la primera película el grupo reducido y aislado de protagonistas ve cómo sus miedos se encarnan en los habitantes de las profundidades del bosque, en 'El faro' es el imaginario marino el que funciona como caja de resonancia de la enajenación de los protagonistas.

El joven Ephraim Winslow (Robert Pattinson) desembarca en una isla de Nueva Inglaterra para trabajar durante cuatro semanas como ayudante del veterano guardián del faro, Thomas Wake (Willem Dafoe), un viejo lobo de mar varado en tierra firme a causa de su pata de palo que encuentra en la vigilancia de esta fuente de luz su manera de mantenerse ligado al océano. Nadie más habita el lugar. Wake ejerce de patrón autoritario que encomienda las tareas más duras a Ephraim y no le deja acercarse a la cúpula donde se encuentra la linterna. Ephraim encuentra consuelo en la pequeña talla de sirena que descubre escondida en su catre. Mientras, descarga su rabia en una gaviota que parece acecharle. Como en 'La bruja', el animal parece ser literalmente un pájaro de mal agüero, o al menos así lo entiendo Wake. Porque el maltrato al que le somete el joven desencadena una tormenta que aísla a los protagonistas y los condena a mantenerse a base de alcohol. La frontera entre la realidad y el delirio se vuelve cada vez más difusa...

placeholder Otro fotograma de la última película de Robert Eggers. (Universal)
Otro fotograma de la última película de Robert Eggers. (Universal)

Robert Eggers forma parte de esa generación de jóvenes cineastas que, lejos de entregarse a las comodidades de la producción digital y a las convenciones de la ficción 'mainstream', se reivindican a través de un retorno a las prácticas más tradicionales del cine analógico y de autor. El director muestra por un lado un extremo afán realista en la recreación de la época, que se hace notar sobre todo en el esmero con que se reproduce el habla de los dos protagonistas, especialmente en el caso de Wake, que se expresa a través de un léxico específicamente ligado al universo marino. Por el otro, Eggers recurre a una extrema estilización a la hora de desplegar esta historia de locura: ha rodado en 35 mm, blanco y negro, y un formato de pantalla parejo al que utilizaron algunas obras maestras en la época de la transición del mudo al sonoro, como 'Amanecer', de F.W. Murnau, o 'M', de Fritz Lang.

Eggers ha rodado en 35 mm, blanco y negro, y un formato de pantalla parejo al de 'Amanecer', de Murnau, o 'M', de Fritz Lang

Porque el expresionismo alemán es la principal influencia estética de la película. Está presente en esa fotografía que privilegia los claroscuros y los juegos de iluminación para conformar una atmósfera inquietante y arisca en que las lentes de un faro no sirven de guía para los perdidos en la oscuridad sino que deslumbran y distorsionan la percepción de los protagonistas. La concepción expresionista también se traslada al montaje, que no se utiliza para armar una narrativa lineal, lúcida y transparente sino, por el contrario, para difuminar la línea que separa la experiencia real de la locura a través de esos insertos que introducen imágenes más propias de una fantasía (sirenas seductoras, tentáculos lovecraftianos, restos de cadáveres...) en la cotidianidad de Ephraim. Como también es expresionista el envolvente diseño de sonido: el bramido de la sirena de niebla acompañado del azote de las olas y del viento cobra una presencia que va más allá del mero trazado realista del espacio sonoro, para devenir fuente de tormento y al mismo tiempo manifestación de la progresiva locura que embarga a los personajes.

placeholder Otro momento de 'El faro'. (Universal)
Otro momento de 'El faro'. (Universal)

La hiperestilización audiovisual viene acompañada de una clara conciencia literaria a la hora de dibujar los perfiles psicológicos de los personajes y el conflicto que los atrapa. Más allá de referencias evidentes como la obra de Herman Melville, el duelo entre dos hombres de diferentes generaciones que arrastran sus respectivas cargas de culpa del pasado y se enzarzan en una dinámica reversible de dominación podría haberse extraído de un drama de Harold Pinter. Y una no puede evitar pensar en 'El faro' como la versión autoral de 'La piel fría', el novelón de Albert Sánchez Piñol que ya planteaba una situación similar, aunque con una mayor presencia del fantástico, y cuya adaptación cinematográfica a cargo de Xavier Gens resultó harto frustrante.

placeholder Cartel de 'El faro'.
Cartel de 'El faro'.

Pero 'El faro' acaba lastrada precisamente por este alarde continuo de vocación autoral, de artesanía cinematográfica y de expresionismo estético. El segundo largometraje de Eggers es una de aquellas películas que subrayan su valía en cada uno de sus encuadres y movimientos de cámara. Incluso el indiscutible buen trabajo de sus dos intérpretes, sobre todo del siempre elogiable Willem Dafoe, recuerda a una demostración de talento de cara a una entrega de premios. En 'El faro', la calidad de cada una de sus partes sobrecarga el resultado final, de manera que nos encontramos ante una película más pensada para ser admirada que para ser disfrutada.

Foto: Carmen Arrufat, Laura Fernández, Lidia Moreno y Estelle Orient, en 'La inocencia'. (Filmax)
Foto: Benedict Cumberbacht, en este epopeya bélica de Sam Mendes. (Universal)

Los sueños en soledad producen monstruos. En su segunda película tras el éxito de 'La bruja' (2015), Robert Eggers vuelve a adentrarnos en una historia de terror psicológico a través de un viaje al pasado de un rincón de su tierra natal, Nueva Inglaterra. Si en su ópera prima partía de los parajes de Massachusetts habitados por los puritanos en el siglo XVII para trasladarnos poco a poco hacia un cuento de horror pagano y brujería, en este caso nos sitúa en la localización poco idílica de un faro en el siglo XIX para arrastrarnos en la progresiva caída en la locura de sus dos vigilantes. Y si en la primera película el grupo reducido y aislado de protagonistas ve cómo sus miedos se encarnan en los habitantes de las profundidades del bosque, en 'El faro' es el imaginario marino el que funciona como caja de resonancia de la enajenación de los protagonistas.

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