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'El teléfono del viento': la cabina que permite hablar con los muertos
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'El teléfono del viento': la cabina que permite hablar con los muertos

Nobuhiro Suwa presenta una road-movie sobre el duelo como tránsito común en un Japón marcado por los traumas recientes e históricos

Foto: Serena Motola es la protagonista de la última película de Nobuhiro Suwa. (Noucinemarts)
Serena Motola es la protagonista de la última película de Nobuhiro Suwa. (Noucinemarts)

En 2010, el paisajista Itaru Sasaki no conseguía superar el duelo ante la muerte prematura de su primo. Para sentir que de alguna forma seguía conectado con él, restauró una vieja cabina telefónica y la instaló en el jardín de su casa, en Ōtsuchi. Así tenía la sensación de que en cualquier momento podía hablar con su pariente fallecido, como si el aparato obsoleto mantuviera una conexión con el más allá. Pocos meses después, en marzo de 2011, un terremoto, el más terrible de la historia de Japón, seguido de un tsunami, arrasó la costa oriental del país causando decenas de miles de víctimas. Solo en Ōtsuchi, perecieron centenares de personas. Sasaki decidió entonces poner su "teléfono del viento" a disposición de todo el mundo, de modo que cualquier persona pudiera acercarse a esta particular cabina pintada de blanco y resguardada bajo las ramas de un cerezo para hablar con sus seres queridos que ya no estaban allí. Desde entonces, miles de persones han peregrinado hasta este rincón del noreste de Japón para sobrellevar mejor su pérdida. Algunos utilizan este teléfono sin conexión para decir su último adiós a aquellos de quienes no pudieron despedirse. O les dejan mensajes en el cuaderno dispuesto para tal fin. Otros ponen al día a los fallecidos de las últimas novedades en la familia... En estos tiempos de pandemia, el "teléfono del viento" ha afianzado su función de dispositivo de catarsis emocional.

Nobuhiro Suwa descubrió la historia esta cabina que permite "hablar" con los muertos a través de un documental televisivo. En el panorama del cine japonés contemporáneo, Suwa representa el cineasta con mayor influencia de la tradición del cine de autor europeo. En su título anterior, la deliciosa 'El león duerme de noche' (2017), recurría a Jean-Pierre Léaud, el actor fetiche de François Truffaut, para urdir una película poblada de fantasmas pero también de goce estival que conectaba el legado de la Nouvelle Vague con el impulso cinéfilo de las nuevas generaciones. Las películas de Suwa se mueven a menudo entre su país de origen y, sobre todo, Francia. Incluso ha trazado conexiones fantásticas e invisibles entre ambos territorios como en esa otra maravilla que es 'Yuki y Nina' (2009), codirigida con Hippolyte Girardot. Con 'El teléfono del viento' regresa a Japón para llevara a cabo una película que recoge la insondable congoja colectiva que pesa sobre la población nipona desde las catástrofes de 2011. Y toma como punto de partida o, para ser más exactos, meta final, el "teléfono del viento".

placeholder Serena Motola en un momento de 'El teléfono del viento'. (Noucinemarts)
Serena Motola en un momento de 'El teléfono del viento'. (Noucinemarts)

Haru (Serena Motola) es la joven protagonista del film, una adolescente que perdió a toda su familia en los terremotos de hace una década y ahora vive con su tía. La muchacha acarrea todavía el peso del trauma hasta el punto de que parece más arrastrarse que no moverse por su vida cotidiana. Su obsesión es volver a su pueblo natal. Cuando su tía colapsa y tiene que ser ingresada, Haru decide emprender por su cuenta un viaje a los orígenes de su dolor. Así arranca una road-movie que Suwa convierte en un recorrido sanador por un país, Japón, que convive con diferentes estratos de traumas históricos.

Haru viaja para reparar su herida interior. 'El teléfono del viento', como la anécdota que la inspira, parte de un proceso de aflicción individual para acabar resiguiendo a través de la muchacha el duelo colectivo de todo un país. De hecho, la película tiene mucha más fuerza cuando se conjuga en plural que cuando se centra solamente en el personaje de Haru. La obra de Nobuhiro Suwa se caracteriza por distanciarse de los dramas convencionales y por incorporar recursos como el de la improvisación con los intérpretes. Como es habitual en su cine, aquí la ficción también respira libre de ciertas ataduras para acercarse por momentos al documental.

placeholder Tomokazu Miura y Serena Motola en otro momento de la película. (Noucinemarts)
Tomokazu Miura y Serena Motola en otro momento de la película. (Noucinemarts)

En su camino, Haru va encontrando una serie de personas y familias que la acogen momentáneamente. Lejos de reducirlos a meros adyuvantes de la protagonista, el director se detiene a escuchar todas y cada una de sus historias. Para ello, repite en cada caso un mismo tipo de planificación que encuadra a Haru de espaldas a la cámara en medio del grupo, resaltando que en esos momentos ella ejerce de oyente entre una serie de personajes que cobran el protagonismo momentáneo. Y así contemplamos a esa anciana con demencia que sin embargo mantiene frescos sus recuerdos de infancia sobre Hiroshima. O la experiencia de uno de los trabajadores de Fukushima y de otras familias que siguen viviendo en ese entorno ahora casi despoblado. Y asistimos a la situación de una familia de refugiados kurdos uno de cuyos miembros se arriesgó a salvar la vida de otras personas en pleno cataclismo y sin embargo ahora se encuentra detenido por el estado por no tener papeles.

'El teléfono del viento' está atravesada por el sentimiento de pérdida y orfandad. Pero se sitúa en las antípodas de otros films japoneses que también han plasmado la situación de desamparo de protagonistas menores en un país sacudido por la tragedia colectiva, como por ejemplo 'La tumba de las luciérnagas' (1988) de Isao Takahata. Desde la secuencia inicial, vemos a la protagonista siendo cuidada por personas que no son sus progenitores desaparecidos. Suwa convierte la estructura típica de una road-movie en la metáfora perfecta de una cadena de solidaridades. En su largo recorrido por Japón, casi todas las personas con que se cruza Haru (a excepción de un trío de imbéciles que la asaltan) se preocupan de una forma u otra por ella: le dan cobijo en su coche o en su casa (la vemos más de una vez acurrucada como en un nido), la alimentan y la protegen. Suwa retrata en 'El teléfono del viento' a un pueblo marcado por el duelo que sin embargo no se encierra en su dolor de manera individual sino que, desde la conciencia de pena compartida, encuentra mecanismos para acompañar al resto en su dolor.

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En 2010, el paisajista Itaru Sasaki no conseguía superar el duelo ante la muerte prematura de su primo. Para sentir que de alguna forma seguía conectado con él, restauró una vieja cabina telefónica y la instaló en el jardín de su casa, en Ōtsuchi. Así tenía la sensación de que en cualquier momento podía hablar con su pariente fallecido, como si el aparato obsoleto mantuviera una conexión con el más allá. Pocos meses después, en marzo de 2011, un terremoto, el más terrible de la historia de Japón, seguido de un tsunami, arrasó la costa oriental del país causando decenas de miles de víctimas. Solo en Ōtsuchi, perecieron centenares de personas. Sasaki decidió entonces poner su "teléfono del viento" a disposición de todo el mundo, de modo que cualquier persona pudiera acercarse a esta particular cabina pintada de blanco y resguardada bajo las ramas de un cerezo para hablar con sus seres queridos que ya no estaban allí. Desde entonces, miles de persones han peregrinado hasta este rincón del noreste de Japón para sobrellevar mejor su pérdida. Algunos utilizan este teléfono sin conexión para decir su último adiós a aquellos de quienes no pudieron despedirse. O les dejan mensajes en el cuaderno dispuesto para tal fin. Otros ponen al día a los fallecidos de las últimas novedades en la familia... En estos tiempos de pandemia, el "teléfono del viento" ha afianzado su función de dispositivo de catarsis emocional.

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