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'Hit Man. Asesino por casualidad': ¿puede un criminal ser buena persona? (Y muy sexy)
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'Hit Man. Asesino por casualidad': ¿puede un criminal ser buena persona? (Y muy sexy)

Richard Linklater cuenta la historia real (con licencias) de Gary Johnson, un colaborador de la Policía de Texas que se hacía pasar por asesino a sueldo, a quien da vida el actor Glen Powell, la gran revelación de esta comedia con mucha filosofía

Foto: Adriá Arjona y Glen Powell se seducen mientras disparan en 'Hit Man'. (Diamond)
Adriá Arjona y Glen Powell se seducen mientras disparan en 'Hit Man'. (Diamond)

Esta no es otra estúpida comedia americana (parafraseando el título de la película de Joel Gallen de 2001). Tampoco es exactamente una comedia romántica al uso, porque la protagoniza un asesino por encargo. Que tampoco es exactamente un asesino por encargo, porque en realidad es un profesor de Filosofía y Psicología en un instituto que acaba colaborando con la Policía como infiltrado. Aunque tampoco es el infiltrado perfecto. También está basada en hechos reales, aunque con ciertas (muchas) licencias. Hit Man. Asesino por casualidad -la traducción del título da ganas de perforarse las retinas con una broca- utiliza el subterfugio de los códigos de la romcom más populachera, del noir estadounidense, del humor de disfraces -el protagonista es una versión erudita, maciza y yanqui de nuestro Mortadelo- para darles la vuelta, retorcerlos, cuestionarlos y fusionarlos en una película profundamente humanista, en un estudio antiacademicista sobre la identidad que parte de los preceptos del psicoanálisis freudiano. Es decir, la teoría del ello, el yo y el superego como base para reflexionar, con bastante gracia, sobre la mutabilidad de las identidades. Política candente entre risas.

Está muy extendida la idea equivocada de que un film que no se toma demasiado en serio a sí mismo, o un director que no se toma demasiado en serio a sí mismo, no pueden serlo. El paradigma de la intelectualidad es Bergman, pero no Roy Andersson, es Dreyer, pero no, pongamos, Woody Allen. Cuando Dios ha muerto solo queda el nihilismo. El humor es de idiotas. El grunge no ha muerto, la humanidad sí. Y blablablá. Pero gracias a Dios o, más bien, al acervo genético, una vez al año reaparece Richard Linklater para demostrar una mirada comprometida, certera, independiente y muy luminosa, a pesar de los pesares. Linklater es un director cercano, abierto, poco amigo de las turras crípticas y del misterio. Es, como el protagonista de Hit Man, un docente al que le gusta explicar su punto de vista sobre la realidad de una manera cercana, integradora. Un tipo aparentemente sin personaje público, que no viste sombreros extravagantes ni alardea de fetichismos extraños, lo que se traduce en un cine hogareño sin demasiado artificio formal, en el que priman las personas.

Casi a la par del estreno de su serie Dios salve a Texas para HBO -muy recomendable-, sobre el negocio en el que se ha convertido el sistema penitenciario del estado del que es oriundo, Linklater presentó en el Festival de Venecia fuera de concurso esta película que también acoge una crítica explícita al sistema judicial estadounidense. Hitman se basa muy libremente -y con muchas licencias, según confiesa el propio director en la película- en la historia real de Gary Johnson, un colaborador de la Policía de Texas que se hacía pasar por asesino a sueldo.

Aquí lo interpreta Glen Powell, el gran descubrimiento de Hitman, un guaperas al estilo Brad Pitt con una vis payasa que demuestra un gran registro interpretativo e, incluso, físico. Además, Powell ha coescrito el guion junto a Linklater a partir del reportaje que Skip Hollandsworth publicó en Texas Monthly en 2001. Así lo describía el artículo: "En una calle agradable y tranquila al norte de Houston vive un hombre agradable y tranquilo. Tiene 54 años. Es alto, pero no demasiado, delgado, pero tampoco demasiado, con el pelo castaño y corto que ha empezado a volverse gris en la zona de las patillas. Tiene ojos marrones y afables". Un hombre que pasa desapercibido. Un poco como Linklater.

placeholder Glen Powell en el papel de Gary. (Diamond)
Glen Powell en el papel de Gary. (Diamond)

El personaje de Gary es, a los ojos de sus alumnos, de su exmujer y de la sociedad, un don nadie. Mientras en sus clases de Filosofía impele a sus alumnos a salir de la zona de confort, a enfrentarse a obstáculos y lanzarse a la aventura para exprimir la vida al máximo, en su intimidad Gary tiene problemas para relacionarse más allá que con sus gatos y con los pájaros a los que pone comida. Sin embargo, nadie conoce que para sacarse un sobresueldo -dardo contra el sistema educativo- Gary colabora con la Policía en asuntos menores relacionados con la electrónica. Hasta que, a causa de la suspensión de Jasper (Austin Amelio) uno de los policías infiltrados, le toca pasar a la acción. Por cierto: la mayoría de los actores de la película son, al igual que Linklater, tejanos.

A medio camino entre el cine de Woody Allen y el de los Coen, Gary interpreta a un hombre común empujado a sobrevivir en una situación extraordinaria, anómala y potencialmente mortal, para descubrir que no se le da nada mal hacerse pasar por diferentes asesinos a sueldo con diferentes personalidades, que adecua a la idealización que cada cliente tiene de la figura del sicario. En sus clases, Gary propone que la identidad es, al fin y al cabo, un constructo -una discusión muy actual-, así que, ¿hasta qué punto sus nuevos rasgos de carácter no son una prolongación del ello, de su inconsciente, de sus deseos y pulsiones? ¿Quién es, entonces, su yo real? ¿El que lleva toda la vida mostrando en sociedad, la máscara, o lo que bulle por debajo y que él ha reprimido?

placeholder Uno de los disfraces de Gary. (Diamond)
Uno de los disfraces de Gary. (Diamond)

A través de los clientes del falso sicario, Linklater también pinta un retrato de los bajos fondos tejanos, de los trailer parks, de los conspiranoicos y extremistas. Pero nunca son del todo una caricatura. Linklater siempre deja una puerta para la comprensión de las circunstancias y la complejidad de las relaciones humanas. Hit Man comienza casi como una comedia de sketches, para acabar adentrándose casi a la vez en el policiaco y el romántico con la aparición de Madison (Adria Arjona), una mujer que contrata sus servicios.

El guion de Linklater está lleno de sorpresas, de giros, de paradojas. Nunca se queda en la convención, constantemente busca el reverso de las situaciones en este juego del Quién es quién en el que se acaba convirtiendo la película. La química entre los protagonistas llena la pantalla y el espectador intenta en vano anticiparse a la resolución de una situación cada vez más enredada y que se salda con la idea de que si la propia realidad que nos rodea es mutable y los modelos que propusieron Aristóteles, Platón, Kant y compañía han convivido, se han negado, se han superpuesto y han variado, ¿por qué vamos a ser inmutables nosotros? ¿Quién nos niega el derecho a cambiar? Al menos, que no seamos nosotros mismos.

Esta no es otra estúpida comedia americana (parafraseando el título de la película de Joel Gallen de 2001). Tampoco es exactamente una comedia romántica al uso, porque la protagoniza un asesino por encargo. Que tampoco es exactamente un asesino por encargo, porque en realidad es un profesor de Filosofía y Psicología en un instituto que acaba colaborando con la Policía como infiltrado. Aunque tampoco es el infiltrado perfecto. También está basada en hechos reales, aunque con ciertas (muchas) licencias. Hit Man. Asesino por casualidad -la traducción del título da ganas de perforarse las retinas con una broca- utiliza el subterfugio de los códigos de la romcom más populachera, del noir estadounidense, del humor de disfraces -el protagonista es una versión erudita, maciza y yanqui de nuestro Mortadelo- para darles la vuelta, retorcerlos, cuestionarlos y fusionarlos en una película profundamente humanista, en un estudio antiacademicista sobre la identidad que parte de los preceptos del psicoanálisis freudiano. Es decir, la teoría del ello, el yo y el superego como base para reflexionar, con bastante gracia, sobre la mutabilidad de las identidades. Política candente entre risas.

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