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'Kinds of Kindness': ojalá estrellar un coche de carreras contra la pantalla
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'Kinds of Kindness': ojalá estrellar un coche de carreras contra la pantalla

Menos de un año después del estreno de 'Pobres criaturas', un stajanovista Yorgos Lanthimos vuelve con esta comedia negra capitular y anuncia nueva película para 2025 (también con Emma Stone)

Foto: Emma Stone, la musa absoluta del nuevo Lanthimos. (Searchlight)
Emma Stone, la musa absoluta del nuevo Lanthimos. (Searchlight)

Hablemos de Kinds of Kindness -sin traducción en España-. Tipos de bondad, sería quizás, aunque en la historia que nos compete los diferentes tipos son de la crueldad más sofisticada. Crueldad para con los personajes y crueldad para con el espectador, que estoicamente aguanta las casi tres horas de martirio a las que Yorgos Lanthimos somete a la humanidad, dentro y fuera de la pantalla. Lanthimos deja atrás la contención hollywoodiense de sus últimos trabajos -la transgresión medida- y se reúne de nuevo con el guionista al que abandonó en Grecia, Efthimis Filippou (Canino, Alps, Langosta, El sacrificio de un ciervo sagrado...), probablemente la pareja artística con la que más se divierta el director en el juego de refinada tortura psicológica que ha convertido en seña de identidad y alimento de misantropía. Que nuestra especie es una mierda nos ha quedado claro. Lo entretenido es descubrir las formas aberrantes y perversas en las que podemos sublimarnos nuestra fecalidad. La escena del juego del pañuelo y el fusil en El sacrificio de un ciervo sagrado es, con permiso de Lars von Trier y su Casa de Jack, uno de los momentos más eviscerantes del cine de la última década.

En Kind of Kindness, Lanthimos y Filippou no llegan a tanto: la mortificación es más sutil. El dúo recupera, eso sí, sus temas recurrentes: el control, el libre albedrío, la sustitución, la alienación... y todo en clave de comedia negra. Una comedia sin sonrisas ni carcajadas, una comedia de arrancarte la piel a tiras y tirarte por un puente, jaja, mátame camión. Lanthimos, el primo macarra de Charlie Kaufman, ejerce la Antropología como el entomólogo que quema hormigas con su lupa. Tres historias, tres protagonistas, tres propuestas en las que los personajes demuestran su absoluto desprecio por la libre elección. Un empleado, Robert (Jesse Plemons, que ganó el premio a Mejor actor en Cannes), devotamente sometido a un jefe caprichoso y autoritario -¿no lo son todos?- interpretado por Willem Dafoe. Un policía, Daniel (de nuevo Jesse Plemons), devastado por la desaparición de su mujer (Emma Stone) en una expedición oceánica. Una pareja de integrantes de una secta (otra vez Emma Stone y Jesse Plemons) en busca de una supuesta mesías (Margaret Qualley). Tres situaciones en un ensayo alrededor de la idea de dominio y sumisión, tres experimentos sadomasoquistas en los que los personajes acaban estrellándose con la falta de sentido de la existencia y, sobre todo, con su propia insignificancia.

Un punto de partida genial para los que gustan de fustigarse -como la que escribe-, pero que se dilata a lo largo de una eternidad tediosa e hipotensa, salvo un par o cuatro destellos de paladeable humor malsano -el plano final del primer capítulo, el vídeo casero del segundo extracto o el último viaje en coche de la tercera parte-. Golpes de efecto para justificar una narrativa diletante y un trabajo visual exquisito. No hay nada más inhumano que la decoración minimalista, parece decir Lanthimos, donde lo mismo puedes montar la redacción de un periódico como descuartizar a alguien y, con un par de plásticos, no dejar rastro (American Psycho). Lanthimos vuelve a la forma -si es que alguna vez se marchó- en una película en la que, la mayor parte del tiempo, observamos a los protagonistas desorientados en el gran espacio vacío y absurdo que es la vida.

placeholder Margaret Qualley, Jesse Plemons y Willem Dafoe en la primera historia de 'Kinds of Kindness'. (Searchlight)
Margaret Qualley, Jesse Plemons y Willem Dafoe en la primera historia de 'Kinds of Kindness'. (Searchlight)

Lanthimos se regodea en su (y nuestra) mirada sádica, que busca anticiparse al extremo de patetismo que puede abrazar el protagonista, pero también el nivel de crueldad o indolencia de quienes se cruzan en su camino. La bondad pura (como la del personaje de Margaret Qualley en el tercer fragmento) acaba penalizada en una estructura social que prima el abuso de poder, el sometimiento de la voluntad, frente al caos. La repetición de los mismos actores en diferentes papeles y posiciones de poder amplifica la idea de desrealización, de pesadilla, de grand guignol grotesco y violento, reflejo aberrante en el que poder ver nuestros defectos, reales ellos.

Insiste en nuestra falta de libre albedrío incluso la óptica de la película, compuesta con tiralíneas, llena de diagonales, simetrías y ángulos que amplifican el malestar y el desasosiego. El espectador también entra en el juego psicológico de Lanthimos. El director parte de unos personajes que aparentan tipos olvidables, vidas comunes sin derecho a protagonizar un biopic. Pero, de repente, entra la extrañeza asimilada, el contraste que desbarajusta la insustancialidad de los hombres grises: el marido que le confiesa a su mujer que sus vidas son una farsa, el funcionario melifluo que esconde una vida sexual aventurera o la seguidora de un culto new age que conduce un Dodge como una piloto de carreras suicida. Un mínimo gesto provoca una dislocación de la realidad y la entrada, de lleno, en esa imagen aberrada de nosotros mismos, donde realmente se cuestionan nuestros apriorismos: ¿está realmente el ser humano preparado para ser libre o la libertad total solo llevaría al caos, a la diarrea mental?

placeholder Emma Stone interpreta a tres mujeres distintas en 'Kinds of Kindness'. (Searchlight)
Emma Stone interpreta a tres mujeres distintas en 'Kinds of Kindness'. (Searchlight)

Hay que agradecerle a Lanthimos el carácter para rebelarse contra las estructuras narrativas que -¿libre albedrío?- nos han impuesto durante más de un siglo los modelos comerciales. El cine de Lucrecia Martel, directora de la Trilogía de Salta yZama, rehúye de las causalidades y los efectos, de dotar de un orden a una realidad carente de él y a la que nosotros, necesitados, ponemos sentido. Lanthimos no lo lleva tan al extremo, pero sí permite que sus personajes y sus secuencias vagabundeen, como lo hacemos todos, sin saber muy bien qué hacemos ni qué nos mueve ni por qué acabamos haciendo cosas que no queremos hacer. También deja que la arbitrariedad, ¡pum!, destroce el camino de A a B que teníamos previsto.

El problema es que el camino es largo, menos sensual y sugerente de lo que el director espera que lo encontremos. Y que la conmoción que propone, habiendo aceptado el capricho, hace demasiado visible el truco del mago: eso sí, el nivel de detalle (incluso sonoro) dedicado al gore en Kind of Kindness es plausible. Y se agradece que, en medio de la intensidad megalómana tanto del cine de Hollywood como del cine europeo, un director pueda permitirse todavía el "porque sí, porque me sale de los..." sin atender a la explicación lógica que hoy se ha impuesto en su manera de ver cine. Dicho esto, por favor, acaben con esta tortura.

placeholder Otro momento de 'Kind of Kindness'. (Searchlight)
Otro momento de 'Kind of Kindness'. (Searchlight)

No todo el cine debe ser disfrutable ni toda comedia hilarante, pero allá cada uno con su umbral del dolor. De una forma visceral, física e irracional, por mucho que comulgue con la teoría, la experiencia del visionado de Kind of Kindness puede resultar -y resulta- un suplicio. Un mal sueño en el que no deja de sonar en bucle Sweet Dreams de Eurythmics -probablemente el superéxito pop más camp de la historia- y tras el que una cogería el Dodge de Emma Stone y se estamparía directamente contra la pantalla, en un acto, por fin, de libre albedrío.

Hablemos de Kinds of Kindness -sin traducción en España-. Tipos de bondad, sería quizás, aunque en la historia que nos compete los diferentes tipos son de la crueldad más sofisticada. Crueldad para con los personajes y crueldad para con el espectador, que estoicamente aguanta las casi tres horas de martirio a las que Yorgos Lanthimos somete a la humanidad, dentro y fuera de la pantalla. Lanthimos deja atrás la contención hollywoodiense de sus últimos trabajos -la transgresión medida- y se reúne de nuevo con el guionista al que abandonó en Grecia, Efthimis Filippou (Canino, Alps, Langosta, El sacrificio de un ciervo sagrado...), probablemente la pareja artística con la que más se divierta el director en el juego de refinada tortura psicológica que ha convertido en seña de identidad y alimento de misantropía. Que nuestra especie es una mierda nos ha quedado claro. Lo entretenido es descubrir las formas aberrantes y perversas en las que podemos sublimarnos nuestra fecalidad. La escena del juego del pañuelo y el fusil en El sacrificio de un ciervo sagrado es, con permiso de Lars von Trier y su Casa de Jack, uno de los momentos más eviscerantes del cine de la última década.

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