Es noticia
'Kill Boy': mucha distopía, poca diversión
  1. Cultura
  2. Cine
ESTRENOS DE CINE

'Kill Boy': mucha distopía, poca diversión

El director alemán Moritz Mohr se estrena con un pastiche del cine de acción oriental, los videojuegos de peleas callejeras y las distopías pop del siglo XXI

Foto: Bill Skarsgård protagoniza esta pastiche de acción gamberra. (DeAPlaneta)
Bill Skarsgård protagoniza esta pastiche de acción gamberra. (DeAPlaneta)

Termino de ver Kill Boy, la ópera prima del director alemán Moritz Mohr, con la impresión -y casi la certeza- de que en el guión ha intervenido una inteligencia no demasiado humana. Tecleo en el buscador las palabras clave -"Moritz Mohr Artificial Intelligence"-, pero nada corrobora mis sospechas. No es una acusación, pero si hubiese de apostar, apostaría al rojo. Es la diferencia entre un pastel casero y las cocinitas de Play-Doh. Entre unos personajes que sienten y padecen y un trozo de carne muerta enganchado a un cebo y tirado a la corriente. Y, si la inteligencia artificial no ha intervenido en el proceso creativo de Kill Boy, nos encontramos en un escenario peor: la inteligencia artificial somos nosotros. El terror.

Que la posmodernidad es homenaje y refrito no se cuestiona, pero poco aporta Mohr a la revisión de todas sus fuentes de inspiración: los videojuegos de peleas callejeras al estilo Renegade (1987), el cine hongkonés de artes marciales en general y la obra de John Woo en particular, las películas de acción coreanas, la saga indonesia Redada asesina (The Raid) (2011) de Gareth Evans, las novelas distópicas de Los juegos del hambre y Divergente, la tetralogía John Wick, el recurso simulador y la ironía autoconsciente y autorreferencial del Sucker Punch (2011) de Zack Snyder. Ah, y la pentalogía La purga. Sagas y más sagas, ofú. Un batiburrillo de fan, pero cuestionablemente de director.

Kill Boy promete una película de acción con artes marciales en un mundo distópico, mucha sangre, mucho humor y una puesta en escena rápida, virtuosa y humor meta. Lo que Kill Boy ofrece es la enésima historia de venganza, muy sencilla -más bien pobre-, planteada como las distintas pantallas de un videojuego, con un baile de cámara y un montaje que resta espectacularidad y añade confusión a las coreografías -el truco de la bolita- y, sobre todo, con unos personajes que apenas son bocetos de humanoides. Bill Skarsgård, el pequeño de la dinastía de colosos suecos, intenta elevar una película de serie Z que, sin su presencia y sin el impulso de Sam Raimi como productor, difícilmente habría trascendido la estantería de un videoclub. Si todavía existiesen.

placeholder Famke Janssen es la líder de los malérrimos Van Der Koy. (DeAPlaneta)
Famke Janssen es la líder de los malérrimos Van Der Koy. (DeAPlaneta)

En Kill Boy asistimos a la génesis del héroe tipo de cómic, un niño huérfano (Skarsgård) que sobrevive para vengar el asesinato de sus padres a manos de los Van Der Koy, la familia disfuncional que gobierna con puño fascista la ciudad, el país o el mundo -no se llega a especificar- en el que malvive el protagonista que, además, es sordomudo. Anualmente, los Van Der Koy eligen a familias disidentes u opositoras a su régimen y las fusilan en la plaza del pueblo o las eligen para emitir sus ejecuciones en un programa de televisión patrocinado por una marca de cereales infantiles, tampoco queda muy claro. El fascismo cuqui, que diría -o no- el ensayista Simon May, autor de El poder de lo cuqui (2019, Alpha Decay).

Al niño superviviente lo rescata el Chamán (Yayah Ruhian, actor de, precisamente, Redada asesina), un mentor al estilo del señor Miyagui de Kárate Kid, pero pasado de vueltas. Año tras año el Chamán entrena al niño sordomudo para crecer en sus habilidades de combate hasta estar preparado para enfrentarse a Hilda Van Der Koy (Famke Janssen), la lideresa absoluta. Su única compañera aparte del Chamán es el fantasma o la ideación o el recuerdo de su hermana pequeña muerta, Mina (Quinn Copeland), el contrapunto pretendidamente cómico y lenguaraz de la pareja. Empujado por la sed de venganza y el odio a los Van Der Koy, el niño se hace adulto y el día en el que, por casualidad presencia una nueva purga, decide que está lo suficientemente preparado para arrancar su aventura.

placeholder Otro momento de la película. (DeAPlaneta)
Otro momento de la película. (DeAPlaneta)

Tras una pequeña introducción a la cosmogonía de Kill Boy, el protagonista se lanza al parkour y al kárate para, pantalla tras pantalla, repartir estopa y acabar con los soldados afines al régimen, primero, y con los miembros de la familia Van der Koy, después. Mohr también toma prestado de John Wick y sus ancestros el recurso del potencial homicida de cualquier utensilio costumbrista, como el rallador de queso de una de las secuencias más vistosas de la película. La sangre y la violencia están siempre acompañadas por un guiño cómico, aunque en el caos de lo que acontece acaba diluyéndose el humor.

Como en los videojuegos primitivos, el desarrollo de la historia no es más compleja que la de un tipo abriéndose paso entre los malos a puñetazos. Pero la voz en off del protagonista, que no es la de Skarsgård, sino la de H. John Benjamin, actor de doblaje de videojuegos y series de animación como Bob's Burger, intenta dotar de contexto y de cierta ocurrencia a lo que se muestra en pantalla; sin embargo el recurso sobreexplica y recarga una propuesta que podría haber sido más arriesgada, punk y efectiva si hubiese apostado por la mudez absoluta del protagonista. Y es que Bill Skarsgård demuestra que simplemente sobre sus bíceps cecinescos y su carisma y ductilidad facial hubiese sostenido la película. Llama la atención también lo poco imaginativo del diseño de los personajes secundarios con los que se cruza en protagonista en, valga la redundancia, su cruzada.

En un momento en el que los videojuegos desarrollan tramas complejas y se acercan al lenguaje cinematográfico en su narración, Kill Boy opta por el camino contrario, incluso en el uso de una fotografía y unos efectos especiales planos y esquemáticos, que insisten en la artificialidad que atraviesa toda la película en su camino a una revelación no por previsible inverosímil y desconcertante. ¿Qué es lo que quiere decir el director con ella? Probablemente nada más allá que utilizarla como un penúltimo golpe de efecto. La película predica para los conversos pero, fuera de sus feligreses, es difícil que convenza a quienes buscan algo de humanidad entre mandíbulas rotas y miembros cercenados.

Termino de ver Kill Boy, la ópera prima del director alemán Moritz Mohr, con la impresión -y casi la certeza- de que en el guión ha intervenido una inteligencia no demasiado humana. Tecleo en el buscador las palabras clave -"Moritz Mohr Artificial Intelligence"-, pero nada corrobora mis sospechas. No es una acusación, pero si hubiese de apostar, apostaría al rojo. Es la diferencia entre un pastel casero y las cocinitas de Play-Doh. Entre unos personajes que sienten y padecen y un trozo de carne muerta enganchado a un cebo y tirado a la corriente. Y, si la inteligencia artificial no ha intervenido en el proceso creativo de Kill Boy, nos encontramos en un escenario peor: la inteligencia artificial somos nosotros. El terror.

Críticas de cine Cartelera y estrenos de cine Cine
El redactor recomienda