Es noticia
Y Alonso saludó
  1. Deportes

Y Alonso saludó

Contaba el cuñado no-discreto de Julio Iglesias que, en plena sesión amatoria, solía salir el cantante que posa de un solo lado para preguntarle al viento

Contaba el cuñado no-discreto de Julio Iglesias que, en plena sesión amatoria, solía salir el cantante que posa de un solo lado para preguntarle al viento si las mujeres le amaban por lo que era… o por lo que significaba. Insatisfecho por las respuestas que le daban, volvía al “asunto” no sin cierto recelo. La fama debe ser algo pegajoso, lo sabemos. Mucha pasta, mucha puerta abierta, mucha agenda apretada. Pero los que tienen el carácter tranquilo, los que huyen del foco y la carraca, sufren, y lo hacen desde lo más hondo de su sentir, no es una pose, no es una manía. La genética aflora cuando la estrella de turno se incomoda en situaciones que nunca termina de asumir por mucho que las repita de manera sistemática.

Conocí a Fernando Alonso una tarde de otoño en el Hotel Puerta América de Madrid. En un sarao de la firma española de alimentación Hero, uno de sus patrocinadores más fieles que empezó a poner tela en su trayectoria antes de que la trufase el asturiano con dos Campeonatos del Mundo. Eso él lo valora mucho y hace distinciones públicas: marcas que se pegaron a mí antes de la gloria, marcas que vinieron detrás, al rebufo del dinero y la repercusión mediática. Esa tarde Hero organizaba un acto interno para sus comerciales y Fernando entregaba una serie de premios en un concurso promocional. Llegó meditabundo, posó con los que servían catering entre bambalinas y en los primeros minutos reconozco que estuve con el capote, la muleta y con varios pinchazos con la espada.

Yo, la timidez y la vergüenza, las perdí cuando el ginecólogo de O’Donnell cortó el cordón umbilical que me unía a la Paqui, por eso volví a la carga para conseguir una mirada suya de más de 10 segundos y la orientación perfecta de sus pabellones auditivos hacia mi discurso. No fue mal. Hubo un momento que Alonso me dio bola y yo, como hacía Morales cuando le soltaban en el Bernabéu, lo aproveché.

Más tarde, en el escenario parecíamos una pareja rodada y ensamblada. Los encorbatados de la firma conservera subían, reían, estrechaban su mano y disfrutaban de su momento con el hombre de moda. Tras ellos, los anónimos consumidores ganadores de una promoción entre los que se contaba un paisano del campeón que, aún sin carné, era el dueño de un coche con lazo. Ni corto ni perezoso, empapado en ese rubor que se toca, el chaval se trajo a su madre y a un gruista de MAPFRE que miraba impertérrito los actos en primera fila… enfundado en su mono rojo. Al terminar la fiesta, auto regalado a la grúa y camino de retorno a Asturias. Cuando hablé días después con el chico, buscaba autoescuela y el premio dormía en el garaje cercano de un tío suyo.

Antes de acabar el acto, Alonso se dio ese baño de masas que todo profesional de la fama soporta con estoicidad. Firmaba y firmaba, sonreía y sonreía, posaba y posaba, hasta que desde el lado más oscuro del salón su manager Luís García Abad hizo una pequeña torsión de cuello para que yo acudiese al rescate del piloto. Fue entonces cuando puse mis manos en su cintura, como en la canción. La cintura del campeón. Una cintura estrecha, enjuta, preparada para servir de nexo entre el torso y esas piernas que no se ven a más de 300 kilómetros por hora. Nunca olvidaré la sensación. Nunca sentí tanta fragilidad. Salió Fernando como se merece camino del parking en busca de esa soledad tranquila con la que sueña cada día.

Es verdad que muchos de los que me leéis ahora defendéis al guaje en tertulias mientras otros lo atacan. Para unos es adalid de la perseverancia y el icono perfecto del deportista hecho a sí mismo. Para otros, un niñato soberbio desagradecido que hace de su antipatía una forma de vida blindada y autárquica.

Contaba el cuñado no-discreto de Julio Iglesias que, en plena sesión amatoria, solía salir el cantante que posa de un solo lado para preguntarle al viento si las mujeres le amaban por lo que era… o por lo que significaba. Insatisfecho por las respuestas que le daban, volvía al “asunto” no sin cierto recelo. La fama debe ser algo pegajoso, lo sabemos. Mucha pasta, mucha puerta abierta, mucha agenda apretada. Pero los que tienen el carácter tranquilo, los que huyen del foco y la carraca, sufren, y lo hacen desde lo más hondo de su sentir, no es una pose, no es una manía. La genética aflora cuando la estrella de turno se incomoda en situaciones que nunca termina de asumir por mucho que las repita de manera sistemática.