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Ramón Calderón no quiere que le pase como a Lorenzo Sanz y no piensa adelantar las elecciones
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Ramón Calderón no quiere que le pase como a Lorenzo Sanz y no piensa adelantar las elecciones

Ramón Calderón puede cometer errores, pero en el defecto en el que jamás va a caer es el de la estupidez. Y menos después de haber

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Ramón Calderón no quiere que le pase como a Lorenzo Sanz y no piensa adelantar las elecciones

Ramón Calderón puede cometer errores, pero en el defecto en el que jamás va a caer es el de la estupidez. Y menos después de haber seguido muy de cerca, como opositor pertinaz, directivo de Florentino Pérez y ahora como presidente, las vicisitudes de la casa blanca en las dos últimas décadas. En especial, Ramón Calderón procesó en su disco duro lo que le sucedió a Lorenzo Sanz hace ya siete largos años. El ex presidente se dejó llevar por la euforia de una Copa de Europa, la octava, conquistada tras un tour de force espectacular ante el Manchester United y el Bayern Múnich y una final ganada sin agobios frente al Valencia. En aquella época, Sanz se animó a adelantar la convocatoria de elecciones, pese a que todavía le quedaban dos años en el cargo. Quiso así hundir definitivamente a la oposición. El perfume que salía de esa gran copa con orejas depositada en la habitación de su hotel parisiense era demasiado arrebatador. Tres meses después era ya ex presidente porque los socios habían dado la espalda al presidente del flamante campeón de Europa y le habían pasado factura mayoritariamente por su errónea política.

El pasado domingo llegaron hasta el móvil de Ramón Calderón más de 100 mensajes. Todos los sms eran de euforia por el éxito de haber ganado con solvencia en Barcelona. Por cierto, que en el Camp Nou, el Real Madrid ya ha ganado otras veces y no se ha montado el espectáculo mediático actual. Con Zidane, por ejemplo, ganó en la semifinal de la Copa de Europa y Ronaldo fue fundamental en un 1-2 de hace tres temporadas.

Algunos mensajes de sus amigos y directivos iban en la misma dirección. Le indicaban que resolviese de inmediato la reforma del voto por correo y, sobre todo, que convocara elecciones a final de temporada si, como parece, consigue su segunda Liga consecutiva. Así, le decían a don Ramón, conseguiría liquidar a la oposición para un largo periodo de cuatro años más.

Pero Calderón es perro viejo. No le van a pillar en semejante renuncio. Aguantará lo que le queda de mandato y punto. No quiere sorpresas en las urnas. Y menos sabiendo que en el propio seno de su junta hay halcones y traidores dispuestos a convertirle en presa de sus ambiciones. Es más, alguno de los que más le anima, es quien más desea ejercer de Bruto y acuchillarlo. Calderón no traga. Por ahora.

Ramón Calderón puede cometer errores, pero en el defecto en el que jamás va a caer es el de la estupidez. Y menos después de haber seguido muy de cerca, como opositor pertinaz, directivo de Florentino Pérez y ahora como presidente, las vicisitudes de la casa blanca en las dos últimas décadas. En especial, Ramón Calderón procesó en su disco duro lo que le sucedió a Lorenzo Sanz hace ya siete largos años. El ex presidente se dejó llevar por la euforia de una Copa de Europa, la octava, conquistada tras un tour de force espectacular ante el Manchester United y el Bayern Múnich y una final ganada sin agobios frente al Valencia. En aquella época, Sanz se animó a adelantar la convocatoria de elecciones, pese a que todavía le quedaban dos años en el cargo. Quiso así hundir definitivamente a la oposición. El perfume que salía de esa gran copa con orejas depositada en la habitación de su hotel parisiense era demasiado arrebatador. Tres meses después era ya ex presidente porque los socios habían dado la espalda al presidente del flamante campeón de Europa y le habían pasado factura mayoritariamente por su errónea política.