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Lejarreta, sobre el Giro: "Los italianos limpiaban la senda según fueran los suyos"
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un escalador en los Giros sin montaña

Lejarreta, sobre el Giro: "Los italianos limpiaban la senda según fueran los suyos"

Marino Lejarreta, escalador por naturaleza, compitió en las ediciones más suaves del Giro de Italia y fue capaz de adaptarse a los terrenos para hacer grandes clasificaciones

Foto: El ciclista Marino Lejarreta
El ciclista Marino Lejarreta

Ustedes piensan en el Giro y rápidamente se me vienen arriba. Que si Mortirolo, que si Marmolada. Mira el Stelvio, qué majestuoso. Mira el Gavia, qué acojone. Esas cosas. Italia como sinónimo de dificultades llevadas al extremo. Las etapas más duras del año, las subidas más complicadas, esos días que todos tenemos marcados en rojo para pegarnos a la tele. Esos en los que usted, querido lector, desarrolla un pequeño dolor de origen desconocido que le impide acudir, no veas lo que me fastidia, también es mala suerte, a la programada comida familiar. Seguro que me entienden.

Solo que esto no siempre fue así. Aunque les cueste creerlo, aunque desmonte verdades bien fijadas en su mente. Jornadas y jornadas sin una mísera cuestecilla que echarse a la boca. Un sprint. Otro. Otro más. Ahora la crono. Ya van tres. Etapa con llegada en cuesta. Mira, un final en alto. Vaya, no jodas, que acaban a mitad de puerto. Así tres semanucas. Y al año siguiente igual. Digamos que la justificación era clara. Que ganen Moser o Saronni. Lo mismo me da quién de ellos, pero ellos. Demos al público italiano un poco de sana rivalidad en vena. Patrioterismo de fanfarria, en suma. ¿El espectáculo? Bueno, queda para los circos, anacolutos. Qué se han pensado ustedes. Aquí somos gente seria. Incluso esos escaladores que penan por la Bota buscando alguna pendiente digna de tal nombre. Derrotados antes de salir. Incapaces para afrontar una orografía caprichosamente encajada...

Foto: Remco Evenepoel celebra una victoria en Polonia. (EFE)

Uno de los que intentaba algo era Marino Lejarreta, que de aquellas corría en Italia para el equipo Alfa-Lum. “Era una cosa que estaba deseando probar”, nos cuenta, “piensa que el ciclismo no estaba tan globalizado como ahora, y muchos veíamos Italia como si fuese el paraíso. Allí tenían el mejor material, las mejores marcas... cada vez que competías en ese país te enganchabas un poco más”. Marino tenía claro su futuro, e hizo todo lo posible para materializarlo. “Yo puse mucho empeño en ir, sí. Digamos que los acercamientos empiezan un año que se corren los Mundiales en Praga (fue en 1981, ganó Maertens, con Saronni segundo e Hinault tercero) y para prepararlo corremos unas pruebas en Italia. No como equipo... el seleccionador español, Ramón Mendiburu, tenía cierta amistad con Davide Boifava, así que Lasa, Juan Fernández y yo mismo hicimos algunas carreras como cedidos en su equipo, el Inoxpram”.

Un ciclismo distinto

Otros tiempos, sin duda, porque hoy una componenda así sería impensable. Pero era un ciclismo distinto. “Aquello me encantó, y ya la temporada siguiente hablé directamente con Boifava para ver si habría posibilidades de fichar con ellos. Nada, estaba completo. Yo seguía con la idea, insistí, y el llamó a Primo Franchini”. Franchini había sido un profesional oscuro a finales de los sesenta, defendiendo los colores del Germanvox-Wega. Después se recicló como director. En Alfa Lum. Curiosamente Marino Lejarreta nunca firmaría con un equipo italiano, porque ese conjunto tenía domicilio en San Marino. No importaba, claro. “Tiramos para adelante, porque yo tenía muchas ganas. Era un enamorado de aquel ciclismo”.

Allí, el cambio. Todo distinto. Ya ni siquiera era la Corsa Rosa, sino el resto del año ciclista. “Yo lo hacía casi entero”, nos cuenta Marino. “Y además algunas cosas por España. Fundamentalmente País Vasco y la Vuelta. Me adapté a ellos, claro, pero básicamente eran clásicas, rondas por etapas había muy pocas. Recuerdo muchos trípticos, eso sí”. Preparación para el plato fuerte. Ese que detiene a todo un país, que pinta con colores pálidos y pasión cada pueblo. El Giro. “Yo al Giro llegué un poco tarde”, sigue Lejarreta. “Pero conocía las historias, lo que contaban. Hazañas de Fuente, las Tres Cimas de Lavaredo... esas cosas. Y me enganchaba a ellas. También los Dolomitas, claro. Era parte del ciclismo que quería probar”.

placeholder Marino Lejarreta, conocido como el 'Junco de Bérriz'
Marino Lejarreta, conocido como el 'Junco de Bérriz'

Solo que... solo que aquello formaba parte del pasado. Los grandes puertos, las cabalgadas épicas. A principios de los ochenta ser escalador en Italia era pasarte días y días esperando un momento que jamás acababa por llegar. Un año. Y otro. Frustración. Dónde puedo atacar, dónde sacar algunos segundillos. Nada. Agarró Lejarreta las ediciones más suaves del Giro desde, al menos, medio siglo atrás. Y, aun así, menudos puestos. Sexto, cuarto, quinto, cuarto. Fue su prueba, sin duda. Siete participaciones entre 1983 y 1991. Un décimo final como clasificación más baja. Modélico. Pero pudo haber sido mejor. Debió haberlo sido...

“Los referentes mandan, y allí los referentes eran Moser y Saronni. En Francia, por ejemplo, estaba Hinault”. Dice Marino mucho con esa frase. Moser y Saronni, Saronni y Moser. Que dominan la prueba, hasta extremos inconcebibles. Torriani, asustado ante lo que considera puede ser descenso de popularidad para el Giro, decide explotar el maniqueísmo que todos llevamos dentro. Ese que, en Italia, fabrica guerras irreconciliables. El problema es que Coppi y Bartali son una cosa, pero Moser y Saronni representan otra. Mucho peor. Ni eran tan buenos ni ganaron tanto fuera de la Bota. Así que, para calentar rescoldos de un palmarés ficticio, Torriani decide facilitar un poco el asunto. Un poco.

Foto: El ciclista italiano Luigi Malabrocca Opinión

Ellos ayudaban, no se crean. Historias de ciclistas que sufren amenazas. Hoy tranquilos, y si quieres alborotar el gallinero... en fin, tú verás. Los colombianos tenían que escaparse por la cuneta en aquellos primeros Giros. No os conviene llevaros mal con quienes mandan. No os conviene. Lejarreta es diplomático. “Es que el poderoso siempre ha utilizado su poder. Yo malas artes no recuerdo, pero sí es verdad que cuando te levantan la voz los más pequeños acaban pensándoselo mucho. Pero Moser y Saronni no mandaban más que Hinault en Francia”, recalca. Bernard, figura omnipresente, inolvidable. Marcó a todos los que coincidieron con él. Eso sí, concede Lejarreta que el ambiente italiano era distinto. “En Italia se habla mucho en el pelotón. Más que en ningún otro sitio. Así que todas esas cosas se comentan. Lo que dices del control y las amenazas. Se comentan y, claro, acaban teniendo su importancia”.

Eso en carrera. Pero luego estaban los recorridos. Lo que comentamos más arriba sobre Torriani. ¿No quieren ustedes emoción y que gane uno de los nuestros? Pues les regalaré una victoria de los nuestros, y la emoción ya que llegue en los debates de la RAI. Sinvergüenzas, que me piden ustedes todo. Así que... traguardos llanitos, llanitos. Mucha crono, mucho final en cuesta, que somos especialistas. Y, si con todo eso no nos da... bueno, en fin. Ya saben. Guiño, guiño, codazo, codazo. “Sobre todo el de 1984 era un Giro hecho para Moser”, dice Marino. Él acabó cuarto, toda una proeza viendo el asunto. Siete segunditos lo separaron de Argentin, pódium. Por delante Laurent Fignon y, sí, Francesco Moser. “Aquel año es que no había montaña. Ponían llegadas en alto y luego la etapa no llegaba hasta la cima de los puertos. Media subida, como mucho.

Y luego estaba lo otro. Corríamos en la época que corríamos, y algunos pasos eran complicados por su altitud y la meteorología, pero... Dependiendo de cómo fuera la carrera los italianos hacían más por limpiar la senda o no”. Habla del Stelvio, claro. Que está altísimo, a más de 2700 metros, y allí nieva un montón. Solo que aquel día, cuentan, lucía un sol precioso, y la carretera despertó limpita como una bici recién estrenada. No hubo manera, Torriani suspende ese ascenso (de largo el más duro de todo el Giro) y lo sustituye por Tonale y Palade. Etapa 18, tan cerca del final. Al día siguiente Marino vence en Selva di Val Gardena (otro puerto que se acaba a mitad de ascenso), y más tarde, en Arabba, Laurent Fignon arrebata el liderato a Moser. Mira, al final no le va a salir bien el asunto a Torriani, dicen algunos. Inocentes. Quedaba la crono. Por lo civil o por lo criminal. Ahí es nada.

“Yo no pude seguir al cien por cien esa situación”, recuerda Marino. “Pero seguramente parte de razón habrá tenido Fignon al quejarse. Los organizadores, el público... todos querían lo que querían...”, sigue. Habla de la última etapa. Cuarenta kilómetros entre Soave y Verona, esfuerzo individual. ¿Individual? Bueno, no era lo que contaban Laurent Fignon o Cyrille Guimard. Ambos protestaron en su momento, lo escribieron más tarde en sendos libros. El helicóptero, fue el helicóptero. Que se ponía justo en medio de uno y otro. Empujando con sus aspas a Moser, dificultando el avance para aquel parisino de gafitas. Un par de veces se acerca tanto a Fignon que hasta le bandea su bici. Gritos, puño en alto, insultos. En francés, que suena más fino. Esas cosas. Tenía que ganar Moser.

Ganó Moser

“Yo estuve dos veces muy cerca del pódium, pero nunca logré alcanzarlo. Tampoco me he planteado qué año habría sido el más propicio en caso de haber encontrado montañas de verdad. Sí que te diré que cuando mejor estuve fue en 1983, pero llegaba algo tocado de la Vuelta”, me cuenta Marino. Algo tocado. Una Vuelta durísima, corrida a ritmo de locos, con Lejarreta poniendo en apuros al mismísimo Hinault. Ganó en los Lagos (pionero), perdió la carrera en unos abanicos camino de Soria. Dos minutos y cuarenta segundos, en Madrid poco más de sesenta segundos más lento que Le Blaireau. Esa prueba acabó un ocho de mayo. El doce se iniciaba la Corsa Rosa. En Brescia. Setenta kilómetros de contrarreloj por equipos. Ya ven, relajadete. Algo tocado de la Vuelta, dice Lejarreta. Qué cachondo. Qué tiempos tan distintos...

Foto: Tadej Pogacar, la figura actual del ciclismo, en una imagen reciente. (Efe)

A Moser y Saronni aun les quedó cuerda después de ese 1984. Giuseppe quedó a apenas un minuto de Visentini allá por 1986. Tan cerquita, el tercer Giro. Lo de Francesco impresiona aun más, de hecho, porque engancha tres pódiums seguidos, el último dos semanas antes de cumplir los treinta y cinco años. Entre medias, récord de la hora. Autotransfusiones, también, que no eran doping-doping porque no estaban reconocidas como tal, pero, en fin... un poco de doping, una miajina... pues igual sí, ¿no? Esas cosas. Esos recuerdos.

Cada vez que el próximo Giro afronte un gran puerto, un monstruo con pendientes sostenidas por encima del diez y cumbre cerquita de los 2000 metros... entonces usted, honesto aficionado al ciclismo, debe dar gracias. Hubo un tiempo en que aquello era imposible. El Giro de las llanuras. El de los rodadores. El que amó Lejarreta, aunque fuesen tan distintos. Qué jodido, el amor, que no te deja escoger...

Ustedes piensan en el Giro y rápidamente se me vienen arriba. Que si Mortirolo, que si Marmolada. Mira el Stelvio, qué majestuoso. Mira el Gavia, qué acojone. Esas cosas. Italia como sinónimo de dificultades llevadas al extremo. Las etapas más duras del año, las subidas más complicadas, esos días que todos tenemos marcados en rojo para pegarnos a la tele. Esos en los que usted, querido lector, desarrolla un pequeño dolor de origen desconocido que le impide acudir, no veas lo que me fastidia, también es mala suerte, a la programada comida familiar. Seguro que me entienden.

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