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1994, el año en que la Fórmula Indy amenazó con ser más grande que la Fórmula 1
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1994, el año en que la Fórmula Indy amenazó con ser más grande que la Fórmula 1

En estos momentos de plena explosión de la F1 en EEUU, resulta curioso recordar cómo hace casi 30 años, la versión americana de la especialidad casi estuvo a punto de superarla

Foto: Indycar y Fórmula 1 en 1994 rivalizaban. (Reuters/Indycar/Sutton)
Indycar y Fórmula 1 en 1994 rivalizaban. (Reuters/Indycar/Sutton)

Por primera vez desde 1950, el Campeonato del Mundo de Fórmula 1 está triunfando en Estados Unidos. Aunque siempre haya existido presencia en mayor o menor medida en la nación norteamericana, el seguimiento de los aficionados al automovilismo estadounidenses siempre ha sido testimonial. Poca presencia de sus pilotos, horarios demasiado madrugadores y una percepción algo sofisticada para el gusto americano contribuyeron a la histórica indiferencia.

El automovilismo autóctono, además, tenía la suficiente fuerza y diversidad como para no dejar resquicio para otras especialidades más allá de sus fronteras. Hay afición para todos los gustos, porque hay un seguimiento muy importante en competiciones como los Dragsters, los Prototipos/GT, la NASCAR o los monoplazas de Formula Indy, que es como en España se ha venido conociendo tradicionalmente a las series Indycar. Como su nombre indica, esta competición se disputa con los coches que habitualmente hemos visto competir en las 500 millas de Indianápolis, la joya de la corona de las competiciones a motor norteamericanas.

A mediados de los años noventa, este campeonato vivió su edad de oro, convirtiéndose no solo en la especialidad motorística más seguida del país, sino en un importante protagonista a nivel global. El crecimiento de este certamen se gestó cuando los equipos participantes en estas pruebas, se asociaron y formaron en 1979 la CART (Championship Auto Racing Teams), creando también su propio campeonato con unos criterios comerciales mucho más profesionalizados de los que manejaba el USAC (United States Auto Club), que aceptó a regañadientes la creación del nuevo certamen a cambio de seguir controlando la Indy 500, la carrera estrella.

Ascenso y decadencia simultánea de Indycar y F1

El campeonato, poco a poco, fue creciendo en éxito a nivel nacional y atrayendo talento foráneo tanto a nivel técnico, como de pilotos. Su formato único a base de competir en circuitos permanentes, en ovales y en trazados urbanos, se reveló como un éxito, hasta tal punto que desde fuera de Estados Unidos empezaron a pedirse carreras del campeonato, llegando a participar en Canadá, México, Australia, Brasil, Australia, Japón, Inglaterra o Alemania. Toda la explosión en interés por la Indycar empezó a coincidir con unos años de ciertas vacas flacas de la Fórmula 1, que no hizo sino agudizarse con el fallecimiento en 1994 de su gran estrella, el brasileño Ayrton Senna.

El brasileño, precisamente, había amenazado un par de años antes con marcharse de la Fórmula 1 y participar en el campeonato americano con su amigo Emerson Fittipaldi y seguir los pasos de su rival, Nigel Mansell, que recién coronado como campeón mundial, no defendió su título mundial y desertó en favor de la Indycar. ¿Se imaginan algo parecido hoy en día? Sin embargo, ese era el nivel de competencia que se vivía en la época, entre los dos campeonatos de monoplazas más importantes del planeta.

Bernie Ecclestone, quizá en ese momento crítico, se dio cuenta de que o empezaba a sacar a la Fórmula 1 de su tradicional reducto europeo o gestionaría un campeonato cada vez más local y menos global. Aparte de la espectacularidad de las pruebas, gracias a la enorme igualdad de la parrilla, unas carreras acordes con el horario americano, hizo, que la Fórmula 1 no solo estuviera condenada a la irrelevancia absoluta en Estados Unidos, sino también en otros países como Canadá, México o Brasil, que contaban con representantes de mucho peso en la competición rival como Jacques Villeneuve, Adrian Fernandez o el propio Emerson Fittipaldi.

Puede decirse que, en esos momentos de duda, se le apareció la virgen a Ecclestone y la amenaza americana se diluyó sola, porque la asociación de equipos y el circuito de Indianápolis, ebrios del éxito que estaban gozando, iniciaron entre ellos una 'guerra civil' que acabó con la escisión en dos campeonatos: uno, el propio CART (ya no se podía llamar Indycar) y, otro, promovido por Tony George, el jefe del circuito de Indianápolis, llamado IRL (Indy Racing League)

En 1996 cambian las tornas

En 1996, en una de sus jugadas maestras, Bernie Ecclestone hizo un 'lobby' tremendo con Frank Williams para que fichara al campeón vigente de 1995, Jacques Villeneuve, mandando un mensaje nítido en el sentido de que los grandes pilotos, los campeones, ahora venían a la Fórmula 1, y no a la inversa, como ocurrió cuatro años antes con Nigel Mansell. Simultáneamente, el comienzo de aquella guerra civil de los campeonatos de monoplazas americanos poco a poco empezó a pasar factura, porque la facción CART se quedó sin su evento estelar que eran las 500 millas de Indianápolis y la Indy Racing Lague carecía de un calendario atractivo de carreras, además de no contar con los mejores pilotos y equipos.

En paralelo, la ascensión de la nueva megaestrella de la Fórmula 1, Michael Schumacher -que de paso lideró también la resurrección de Ferrari, el equipo más legendario del campeonato-, contribuyó de forma decisiva a que cada año la brecha entre dos campeonatos, que llegaron a estar a la par en cuanto a poderío, cada vez estuvieran más distanciados. La 'guerra civil americana' acabó en 2008 con la muerte por inanición de los dos campeonatos y, desde entonces, fusionados de nuevo bajo la marca Indycar, ha venido creciendo lentamente hasta convertirse hoy en día en un campeonato saludable, pero a años luz del poderío que tuvo en su época.

Sin embargo, la decadencia del campeonato norteamericano de monoplazas no se tradujo en un progresivo interés del aficionado estadounidense hacia la Fórmula 1, a pesar de los múltiples intentos de Bernie Ecclestone, que siempre tuvo como espina clavada no ser capaz de convertir la F1 en algo grande en EEUU. Muchos fueron los intentos, con carreras en distintas ciudades -incluido el propio circuito de Indianápolis-, pero nunca terminó de cuajar la cosa.

placeholder Pato O'Ward, en su McLaren de la Indycar. (Marvin Gentry/USA TODAY Sports)
Pato O'Ward, en su McLaren de la Indycar. (Marvin Gentry/USA TODAY Sports)

Con la llegada de Liberty Media como nuevo propietario de la Fórmula 1, todo empezó a cambiar y una de las medidas clave fue abrir las ventanas de par en par a un 'paddock' que siempre había estado cerrado a cal y canto. Ahora, ya toda una nueva generación de aficionados podía conocer lo que estaba ocurriendo entre bastidores y narrado además en su lenguaje audiovisual. La serie de Netflix 'Drive to survive' fue el catalizador para disparar el interés por la especialidad en Estados Unidos, a lo que también contribuyó una presencia mucho más proactiva en las redes sociales.

Si a esto se le une que ahora ya empieza a haber un número significativo de carreras en el continente americano, junto al crecimiento de su propia plataforma OTT, para el seguimiento de las carreras en vivo, parece claro que ahora sí, la Fórmula 1 ha llegado a Estados Unidos para quedarse. Junto al indiscutible éxito de las carreras de Austin y Miami, y el más que previsible de Las Vegas el año que viene, se habla incluso de una cuarta carrera en California o en la costa atlántica norte, recuperando el mítico escenario de Watkins Glen.

Muy probablemente, cuando se miren a los ojos todos los protagonistas de la 'guerra civil' de aquel campeonato Indycar que llegó a rivalizar con la Fórmula 1, muchos se lleven las manos a la cabeza.

Por primera vez desde 1950, el Campeonato del Mundo de Fórmula 1 está triunfando en Estados Unidos. Aunque siempre haya existido presencia en mayor o menor medida en la nación norteamericana, el seguimiento de los aficionados al automovilismo estadounidenses siempre ha sido testimonial. Poca presencia de sus pilotos, horarios demasiado madrugadores y una percepción algo sofisticada para el gusto americano contribuyeron a la histórica indiferencia.

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