Las bromas y no tan bromas entre Ramos y Piqué cuando juegan con España
Los centrales son indispensables en la Selección, pero se pasan la temporada entera tirándose chinitas desde sus respectivos equipos. Cuando llega la concentración tienen que reconstruir todo
Sergio Ramos y Gerard Piqué, la misma historia de siempre. Son los dos centrales titulares de la Selección y, a la vista de resultados de recambios como Iñigo Martínez, prácticamente los únicos en los que realmente puede confiar Julen Lopetegui. Nadie duda de sus cualidades como defensas, son altos, fuertes, van bien por alto, Piqué la saca con mucho criterio, Ramos es rápido para ir al corte, no evitan el contacto y tienen, indudablemente, una capacidad innata para el liderazgo. Aunque solo Ramos sea capitán en su club y Piqué no, pues sus compañeros no lo estimaron oportuno en una votación.
Luego está la química, que es otro cantar. Son jugadores de primer rango mediático, tanto por su exposición -figuras en los dos grandes- como, especialmente, por su personalidad. Los dos son vocingueros, tienen un perfil marcado diferente al resto de los jugadores. Son, por decirlo de algún modo, una nota de color dentro del gris habitual que define a los deportistas profesionales. Para bien y para mal.
El hecho de estar enfrentados en los dos clubes más poderosos de España les pone con frecuencia en lados diferentes del ring. Y ellos no tienen ningún problema en coger los guantes y boxear. Cuando Piqué dice que "ya se sabe como funciona esto", dando por hecho que la Liga está conducida arbitralmente para el bien del Madrid (curioso si se tiene en cuenta que en esta temporada aún no han sufrido ni una expulsión ni un penalti en contra) Ramos se ve en la necesidad de no dejar la cosa en paz y tiene que proclamar que ya sabemos "como funciona su mundo".
Los jugadores, como los aficionados en realidad, piensan más bien poco en la Selección y en las consecuencias que sus palabras pueden llegar a tener para esta. Porque siempre parece lejana la siguiente vez en la que van a tener que compartir vestuario. Para el jugador de fútbol existe el partido que se acaba de jugar y muy poco más allá.
Ahora, cuando llega ese momento, que siempre termina por llegar, las cosas cambian un poco. Las palabras se relajan y los protagonistas tratan de quitar hierro al asunto. Sergio Ramos, a su llegada a la Ciudad del Fútbol de Las Rozas, echa un poco de agua al guiso para quitarle picante. "No te voy a negar que nos gusta el morbo, nos hemos acostumbrado a tirarnos de vez en cuando alguna piedrecita pero lo tomamos sin ningún tipo de maldad, superdeportivo todo", explica con serenidad el central madridista.
La relación personal, en juego
La cosa está en saber cuánto hay de cierto en todo esto. En realidad Ramos y Piqué se respetan, pero no tienen una especial buena relación. Cuando uno y otro tiran chinitas al otro equipo no lo toman con risas y buen rollo sino más bien como lo que no deja de ser, un ataque. Tanto dedo en el ojo termina socavando una relación personal, porque los jugadores viven de esto y se toman bastante en serio todo lo que pasa.
Con ese escenario colocado entra la profesionalidad. Que Ramos y Piqué sean o no amigos del alma es algo absolutamente secundario en un grupo como este. En la historia del fútbol hay grandes equipos que tenían un ambiente familiar y otros muchos en los que lo único que hacían era saludarse con las cejas al llegar al vestuario. Aunque cuando haya un campeón siempre se venda el buen rollo como la esencia de todo lo ocurrido, eso no es realmente la clave. Lo que cuenta es lo que pasa en el campo, entrenar con profesionalidad y jugar como saben hacerlo.
Esa, más allá de las frases, es también la clave de dos jugadores que han sabido dirigirse con éxito por extensas carreras deportivas. Los excesos verbales de ambos hubiesen quedado en poco más que bufonadas si detrás de ellas no estuviese un futbolista de primerísimo nivel, una estrella. Su carácter, y una manera un poco peculiar de entender las relaciones públicas y el deporte, les ha llevado a ser así.
Cuando Piqué abre Twitter y responde o manda mensajes no es porque le parezca divertido, sino porque cree que haciéndolo puede generar una corriente de opinión a su favor. Ramos, en otro estilo, es algo similar, tiene siempre la frase para congraciarse con la grada, tanto que fue capaz de sobrevivir a una renovación que se antojaba crispada y en la que las baterías mediáticas habituales se posicionaban en su contra. Porque Piqué y Ramos saben que su éxito está en el fútbol, pero que tener carisma fuera les hace diferentes a muchos compañeros. Eso también es dinero, patrocinios, imagen...
Sergio Ramos y Gerard Piqué, la misma historia de siempre. Son los dos centrales titulares de la Selección y, a la vista de resultados de recambios como Iñigo Martínez, prácticamente los únicos en los que realmente puede confiar Julen Lopetegui. Nadie duda de sus cualidades como defensas, son altos, fuertes, van bien por alto, Piqué la saca con mucho criterio, Ramos es rápido para ir al corte, no evitan el contacto y tienen, indudablemente, una capacidad innata para el liderazgo. Aunque solo Ramos sea capitán en su club y Piqué no, pues sus compañeros no lo estimaron oportuno en una votación.