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Resurrección para Rodrygo y Vini, el dolor en la mirada de Arda y la materia oscura de los sueños
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Ángel del Riego

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Resurrección para Rodrygo y Vini, el dolor en la mirada de Arda y la materia oscura de los sueños

Solo con extremos, ningún equipo ganará la Champions League. ¿Es Rodrygo un futbolista más allá del destello? Más preocupa la sensación de pesadilla continua del joven turco

Foto: El Santiago Bernabéu, rendido a Vinícius. (EFE/Mariscal)
El Santiago Bernabéu, rendido a Vinícius. (EFE/Mariscal)

Ha habido tres partidos en una semana y eso significa un ciclo lunar en el Real Madrid. Una revolución donde todo se da la vuelta hasta caer exactamente en el mismo sitio pero con las máscaras mejor ajustadas a la función.

El empate contra el Rayo fue todo lo fúnebre que puede ser un 0-0, ese resultado imposible de entender para los estadounidenses, dueños de todo excepto del fútbol, porque el fútbol no les garantiza esos tres actos trepidantes, que es la forma en la que ellos entienden el mundo a través de la representación. Un fútbol viscoso de tonos ocres donde todo se iba cerrando hasta que la megafonía anunció el final del partido y la gente huyó hacia las fauces abiertas de la M-30 y después a ninguna parte.

A partir de ahí asoman una serie de fragmentos que conviene analizar para explicar el todo. El Madrid es un lienzo que todavía está a medio hacer; conocemos las pinceladas y las monumentalidades de Ancelotti, pero las figuras que emergen del fondo del cuadro son esbozos cuya sombra se proyecta sobre un paisaje indefinido. Cielo o infierno, no sabemos. Un pez tragándose a Rodrygo Goes o un Jude Bellingham triunfal salvando al mundo de las tinieblas. No sabemos.

Y de repente, Lunin

Aquel que no había hecho una sola parada, las hizo todas en los dos últimos en encuentros. En el minuto 4 del partido contra el Braga hubo un penalti. Runrún en el público y la nación que se hunde unos centímetros sobre el pantano que todos conocemos. Lunin acierta el lado del delantero y descubrimos a un gigante que, como aquel ángel de la guarda de cuando niños, llega a las cuatro esquinas de la portería y salva al Madrid de una pequeña catástrofe.

placeholder Lunin, en una imagen frente al Braga. (Europa Press)
Lunin, en una imagen frente al Braga. (Europa Press)

A partir de ahí, amanece un guardián de verdad tras la enclenque defensa blanca y tener portero es como tener piernas o nación. Algo muy interesante y que da seguridad.

Otro invitado al banquete, Brahim

Brahim es un jugador pequeño pero no un colibrí. De la escuela de los que se deslizan entre las junturas, tiene todas esas cualidades de los de su raza: hábil (no genial) con la pelota, la lleva cerca del pie y cambia de apoyos constantemente; rápido, pero no fulgurante aparece por todos los lugares del ataque partiendo de un lugar impreciso en el mediocampo; no exactamente un extremo, no exactamente un mediapunta, no exactamente un centrocampista; con algo de gol y algo de último pase, le falta la contundencia seca de los grandes goleadores y la precisión poética de los genios del último pase; se asocia con todos y entiende de un plumazo cuál es el devenir de la jugada; entra mucho en juego y contra el Braga marcó un gol instantáneo que gritó feliz todo el equipo.

Mentalidad de canterano sufridor, nunca ceja y espera su oportunidad. Un Lucas Vázquez de las zonas intermedias. Una miniatura que no sobrecoge, pero que mejora el juego de los dos brasileños. Y eso es lo trascendente. Vinícius y Rodrygo se sienten bien con él. No les quita foco ni terreno, pero con su movilidad, consigue que se vengan hacia adentro y se muevan y que así comience a escucharse la música que necesitan para que les surja la jugada.

A ratos con Bellingham, Vinícius se queda demasiado quieto y está demasiado solo, como si esperase que el otro hiciera de genio con su profundidad de campo y él solo dibujase los arcos de una catedral que no es la suya. Pero esto es hablar por hablar, porque el inglés y el brasileño son dos jugadores superiores y esos siempre encuentran una forma que no estaba escrita y ni siquiera pensada.

Rodrygo, Vinícius y la importancia de los extremos

Rodry necesita que no le toquen. Rodry necesita dinamismo. Tocar e irse. El balón no puede quedárselo en los pies porque la pierde si le enciman. Es como una virgen, como una Madona con el niño en el regazo de increíble belleza y fragilidad. Ese nivel técnico es imposible 90 minutos, es imposible toda la vida. Por eso maravilla en los finales de los partidos, con todos los pasos abiertos y los defensas más pendientes de su propio miedo que de cuerpear con él. Por eso le viene bien la actividad constante de Brahim, que confunde a los defensas y lo pone a él dentro del área, yendo hacia lo más íntimo de la jugada surfeando hacia el gol.

Foto: El brasileño estuvo excelso. (Reuters/Isabel Infantes)

De repente, contra el Valencia, Rodrygo y Vinícius marcan dos goles sin pausa, sin eco, sin avisar. Eso es lo que cualquiera le pide a la vida. Que todo sea como un ensueño feliz donde los contrarios te abren puertas y las chicas te sonríen desde los balcones. La libertad de Vinícius es la de quien no ha conocido la ley. Es un grito que solo se permite en el arte, en una Europa con los carriles marcados desde la cuna, que no quiere que nadie mire el sistema desde atrás, que es desde donde juegan el mejor Vinícius. Desde un lugar que inventa cada día, descosiendo el fútbol hasta llegar a sus orígenes: los descampados en llamas de la infancia.

Vini flotando por toda la frontal de ataque. Nunca clavado en el extremo. Eso necesita. No quedarse en su cámara de eco. Tachar la palabra extremo de su vocabulario. Hacer eso que hizo contra el Valencia, asomarse a la frontal y meter un gol sencillo, con ese golpeo seco que destruye mundos y gana campeonatos. Hacer lo que hizo contra el Braga, meterse en el área con su velocidad de cómic, pasarse el balón de una pierna a la otra y disparar al sitio donde no está el perro para salir aullando el gol con su sonrisa llena de perlas.

Un equipo solo con extremos no gana la Champions. Pep la ganó con Grealish yendo hacia adentro. El Bayern de Robben y Ribery, extremos con desborde con juego interior, también yendo hacia adentro y laterales que suben. El Madrid de Cristiano y Bale ocupaba todo el campo, pero no había extremos tal y como se los conocía en el viejo testamento.

Di María que era extremo de una forma purísima, resulta que ganó la Champions de interior. Messi por el carril central, fue el terror definitivo. Los equipos con extremos acaban cayendo en la pereza, dásela al chaval y que él resuelva. Los locutores gritan encantados porque parece un rastro de la antigüedad, pero no se madura el juego, se recupera mal la pelota y el equipo se vuelve predecible, fácil de defender.

Arda, los jóvenes y las lesiones

A Güler había que desembalarlo antes de sacarlo a pasear. Tenemos un ejemplo en el Barça de los últimos tiempos sobre lo que no hay que hacer con los jugadores-niño. Explotaron a Ansu Fati hasta agotarlo. Pedri entra y sale de la enfermería como si fuera un torero de juguete, ahora tienen a Yamal. Y ya ha caído.

Hay una edad y son los 21, donde el cuerpo ya está hecho y el jugador de élite será responsable a partir de ahí de lo que le ocurra. Antes de eso, el cuidado debe ser exquisito. La tensión añade carga al músculo y el fútbol élite es primero tensión y luego lo demás.

placeholder Arda Guler, en un calentamiento. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Arda Guler, en un calentamiento. (EFE/Rodrigo Jiménez)

Arda ha pasado de una liga donde se juega de mentiras al club del mundo donde la muerte acecha en cualquier parte. Tiene la mirada tan dolorida como sus frágiles muslos. Más vale que alguien le suba galletas a la habitación y su madre le pase la mano por la cara. Ya está, ya pasó, no ha sido nada. Solo ha sido un mal sueño.

O no. Quizá lo que ha sido es el principio de una pesadilla.

Ha habido tres partidos en una semana y eso significa un ciclo lunar en el Real Madrid. Una revolución donde todo se da la vuelta hasta caer exactamente en el mismo sitio pero con las máscaras mejor ajustadas a la función.

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