Es noticia
Así, así, así gana el Madrid: otra explicación de estas victorias que parecen no tener fin
  1. Deportes
  2. Fútbol
Ángel del Riego

Por

Así, así, así gana el Madrid: otra explicación de estas victorias que parecen no tener fin

En un momento en que Occidente parece haber perdido su capacidad de supervivencia, el Madrid gana porque es lo que queda en Europa de lo antiguo

Foto: El Real Madrid levanta la 'Decimoquinta'. (Phil Duncan/DPPI/AFP7)
El Real Madrid levanta la 'Decimoquinta'. (Phil Duncan/DPPI/AFP7)

En el minuto 80 de la eliminatoria de vuelta contra el Manchester City, le cae un balón a De Bruyne cerca del punto de penalti. No tiene cerca a ningún defensor. El belga acaba de marcar el gol del empate y el Madrid se ha descompuesto por unos instantes. El campo está inclinado definitivamente hacia la portería blanca y esa pelota tiene dentro el peso del destino. Es ese el momento. El que abre la puerta a otra dimensión en la que el equipo inglés gana la Champions. Pero De Bruyne, con una pegada seca y dura, única en el mundo, manda el balón a otra galaxia. El City ya no tendrá más oportunidades claras. Todo volverá a ser borroso y mordido como hasta entonces. La puerta se ha cerrado. Llegarán los penaltis y el destino se hará carne en las manos firmes de Lunin. Ese era el momento y el jugador citizen no lo aprovechó.

En los días después de la victoria madridista en Champions, la prensa internacional se preguntaba una y otra vez por las razones de la victoria del Madrid. Componen los periodistas un universo agónico donde las cartas parecen estar marcadas. Llenan sus crónicas de cualidades místicas y esotéricas sin espacio para explicaciones racionales y, aunque fascinados por el brillo merengue, parecen agoreros antes de entrar en una enorme glaciación que surge del Nuevo Bernabéu y a la que no se le ve el final, como tampoco parece atisbarse su principio. Como si el Madrid fuera el castigo y el fútbol su rehén.

Joan Gaspart, aquel que fuera presidente del Barcelona y que gustaba de martirizarse en el palco culé aguantando pitadas brutales a las que la grada le sometía como si fuera una prueba de amor, reconoció haber visto la celebración madridista por RMTV. Un culé de los pies a la cabeza, sin duda, alguien que disfruta del sufrimiento. Un masoquista como él mismo reconoce.

El Madrid de Florentino ha mandado a los culés a un mundo donde todos los días son el día después del 2-6. La única defensa que le queda al barcelonista es apelar a sus valores inmateriales. Soltar sin mucho ánimo frases como "nadie recordará las Champions de los blancos". Sentencias que sirven para llorar entre amigos, pero que son muy peligrosas si se convierten en una narrativa. Acercaría el sentimiento culé a lo que era antes de Cruyff. Victimismo y complot, el Atleti de Cataluña. Canteranos, valores y Europa League.

Foto: Mbappé, este fin de semana. (EFE/Christopher Neundorf)

En realidad, en el verano del 2002, tras una temporada mucho menos redonda que la actual, se decían cosas parecidas del Madrid. Zidane era el único Dios del Olimpo y su zapatazo a la escuadra se había convertido en la representación de un mundo mejor. Y, encima, ese verano llegó Ronaldo, el gordito, con una guerra mundial en cada rodilla y un talento absurdo para convertir en gol cualquier jugada que surgiera de su imaginación. Zidane y Ronaldo, los dos magos, eso que adoran los niños —principio y fin del tinglado—, los que excavan túneles secretos y patinan por encima de las tácticas rivales. Ya sabemos lo que ocurrió: ese Madrid no ganó más Champions y solo una liga triste deslucida por un motín del vestuario.

El Madrid actual está mejor hilado con una idea de club clara y que se lleva a rajatabla. Tiene chavales jóvenes todavía en período de crecimiento y ya con dos Champions a sus espaldas (algo terrorífico para los rivales blancos). En el banquillo se sienta Ancelotti, quizás el mejor técnico de la historia y quien mejor entiende ese oficio entre la diplomacia, la intimidad del hogar y el ministerio de la guerra: ser entrenador del Real Madrid. El equipo parece tender a un desequilibrio que ya se dio hace 20 años. Una pléyade inconmensurable de atacantes que ansían la pelota para enamorar al mundo y, en el medio, muy poca gente o nadie en absoluto.

Ancelotti conoce el pasado y es un maestro equilibrando lo que parece imposible. Sea como fuere, esa imagen que han proyectado los periodistas y que produce sufrimiento sin fin en la espina dorsal de los culés, no es del todo cierta. A principios de esta misma temporada todo lo que se decía del Madrid era lúgubre:

- Un equipo al que se le había ido a Arabia su principal figura y al que Mbappé había vuelto a dar esquinazo.

- Un equipo con un ataque raquítico donde todo se confiaba al instinto de Vinícius y las puntuales genialidades de Rodrygo.

- Un equipo incapaz de competir en los mercados financieros con los grandes tiburones de la Premier. Y cuyos fichajes consistían en la vuelta de Brahim y de Joselu, un chico que no tendría minutos y un delantero castizo de un club descendido que está para hacer cuota española.

- Un equipo al que se lesionan su portero y sus centrales y no acomete ningún fichaje de renombre para esos puestos. Y se venía de una temporada en blanco.

Foto: Ancelotti celebra el pase a la final con Rüdiger y Vinícius. (REUTERS Susana Vera)

Sólo la llegada de Bellingham se vio con alivio. Pero en absoluto tenía estatus de figura, más bien de jugador bonito y estético hinchado artificialmente para el Madrid. Sabemos lo que ocurrió después. El típico tránsito lleno de meandros, pozas y peligros, por el que el Real se ha movido toda la vida. Hasta llegar a la desembocadura. Un gran estuario donde espera la ciudad encantada o el fango. Y este año no hubo fango. Pero nada estaba predestinado en septiembre y el único favorito para la prensa especializada era el City. Igual que el año pasado, igual que el año anterioro.

Incluso se puede rastrear en el tiempo donde comienza ese relato esotérico del Madrid, que aturde a los rivales en los momentos claves y da una confianza superior a los blancos. Estamos en la final contra la Juventus de Turín, año 2017. El Madrid no era favorito en ese partido. La prensa extranjera había hecho una porra y el resultado final era 3-1, ganadora la Juve y todos contentos. La narrativa alrededor del Madrid era de suerte en 2014, cuando Ramos comenzó a esculpir la historia. De cuadro favorable en 2016. De tramas arbitrales en su llegada a la final del 2017. La Juve había eliminado al Barça sin despeinarse. Messi existía y seguía siendo el mito central del planeta fútbol.

Pero todo cambió tras esa final. Todas esas mentirijillas de quienes odian a los blancos se cayeron de forma lamentable. Ese antimadridismo sobrerrepresentado en la prensa deportiva y que toma la forma quijotesca de lucha contra el poder, tuvo que admitir la superioridad del equipo merengue. Y al año siguiente ya se puede hablar de ese Madrid como fuerza del destino contra el que nada se puede hacer. Que parece por encima de las leyes del fútbol y vive en un lugar donde no hay espacio para la duda o el remordimiento. La final contra el Liverpool de Klopp es un buen ejemplo. La tranquilidad salvaje del Real contra un equipo inglés al que parece que le va la vida en cada lance. Los tres goles de los blancos que son una burla a la historia de la Champions. El llanto de Klopp. Ramos cobrándose las deudas. Cristiano anunciando su marcha en medio de la celebración y el Madrid que no se mueve un milímetro del sitio, como si fuera un acantilado mirando impasible a quien se arroja desde su cima.

Pero tras esa final llegaron tres años aburridos donde los blancos desaparecieron de Europa, concentrándose en su reconstrucción. Y en el cuarto año amaneció la Champions de las remontadas y, ahí sí, los místicos tuvieron razón. Al parecer, el Nuevo Bernabéu no le gusta a las élites culturales. Es desproporcionado, no dialoga con el entorno, parece una nave espacial imaginada en los años 90. Está pasado de moda, solo representa al poder y solo engendrará más poder. Eso es lo que dicen los que saben, pero al Madrid nunca lo han entendido los que saben.

Al Madrid lo entienden muy bien en ultramar y allí no hay ni un hermano latino que sea del Atleti, ya tienen una vida suficientemente complicada. Desde allá no es desproporcionado el Madrid, tiene la medida justa. La medida de lo que nos salva, de los que nos cubre, de los que nos sana. La medida de un firmamento del que formamos parte y que está en permanente expansión. El nuevo Bernabéu en Chamartín es como esos transatlánticos que llegan a Venecia y son tres veces más grande que la catedral. Es el transatlántico y es la catedral. Y provoca esa fascinación que es la del Madrid de Florentino. Como esas preguntas que se dan en los documentales de Historia. ¿Cuál es el ejército más grande de la Antigüedad? ¿Y el general más cruel que haya existido? ¿Qué imperio ha tenido mayor extensión? ¿Quién cambió el mundo para siempre?'. Y todas tienen la misma respuesta: el Real Madrid.

Esa idea de algo enorme, inconmensurable y que está latente, pero cuando se enoja es como una montaña de lava que todo lo arrasa. Dulce con los suyos y mortal con los enemigos, pero si los enemigos rinden pleitesía, es magnánimo. Está ahí arriba, no es algo lujoso ni particularmente estético (aunque depende), sino geológico, parte de la naturaleza y también con una cualidad inmaterial. Está tan alto y es inalcanzable, así que iguala a los hombres y mujeres que lo miran y que quieren formar parte de ello. Para entrar y ser hincha del Madrid, solo hay que decir sí. Sí quiero. Y ya está. Tendrás un trozo del Real en tu corazón y así habrá sitio para ti en el cielo de las victorias.

placeholder El Real Madrid ya es eterno. (AFP7)
El Real Madrid ya es eterno. (AFP7)

El Madrid no le pide nada a nadie para que se haga hincha y no hace distingos, le da igual la procedencia. Es una suerte de utopía donde los barrios bárbaros se unen con los palcos como si ahí dentro hubiera una amnistía en la pobreza o en el rencor social. En un momento en que Occidente parece haber perdido su capacidad de supervivencia, el Madrid gana porque es lo que queda en Europa de lo antiguo, de lo real, que no busca excusas ni explicaciones redundantes, ni valores morales inefables. No le tiene miedo al mundo ni a su infinita diversidad. Y no quiere profanar la historia, al contrario, la valora, la tiene en cuenta y saca conclusiones prácticas de ella. Sigue la estela del mito sumando leyenda. Construye arquetipos como las películas de cine clásico. Algo que parece pasado de moda pero no es así, porque está fuera del tiempo. Y eso lo convierte en el faro de Alejandría del fútbol actual.

No cae en narrativas morales ni en desvaríos tecnológicos. Según los expected goals, el campeón de Europa es el Manchester City, los aztecas ganaron la guerra y Hernán Cortés no pasó de la costa. Si Vinícius hubiera tenido la de De Bruyne, la hubiera metido en la portería. De hecho, la tuvo, en la final, y no le dio bien al balón. Le dio hacia abajo, mordida con esa angustia de las finales, pero con absoluta determinación. La pelota entró y el Madrid es ahora lo que dicen que es. Pero sin la confianza que da la historia reciente, sin ese arrastre de un club con las ideas claras y que solo mira hacia el futuro, esa pelota se hubiera quedado a medio camino.

En el minuto 80 de la eliminatoria de vuelta contra el Manchester City, le cae un balón a De Bruyne cerca del punto de penalti. No tiene cerca a ningún defensor. El belga acaba de marcar el gol del empate y el Madrid se ha descompuesto por unos instantes. El campo está inclinado definitivamente hacia la portería blanca y esa pelota tiene dentro el peso del destino. Es ese el momento. El que abre la puerta a otra dimensión en la que el equipo inglés gana la Champions. Pero De Bruyne, con una pegada seca y dura, única en el mundo, manda el balón a otra galaxia. El City ya no tendrá más oportunidades claras. Todo volverá a ser borroso y mordido como hasta entonces. La puerta se ha cerrado. Llegarán los penaltis y el destino se hará carne en las manos firmes de Lunin. Ese era el momento y el jugador citizen no lo aprovechó.

Real Madrid
El redactor recomienda