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La ley que permitió al Sporting tutear al Madrid (y la trampa que le hundió al final)
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Así, así, así empata el Madrid

La ley que permitió al Sporting tutear al Madrid (y la trampa que le hundió al final)

Un libro de los años dorados del Sporting revisa los condicionantes industriales que frenaron el duopolio Real Madrid/Barcelona. Cuando los jugadores estaban atados a los clubs

Foto: El Sporting a principios de los años 80.
El Sporting a principios de los años 80.

Atraco a mano armada.

El 26 de noviembre de 1979, dos encapuchados entraron en la sede gijonesa del periódico La Hoja del Lunes, encañonaron a los periodistas y se llevaron 120.000 pesetas... y participaciones de la lotería de Navidad. El día anterior, unos cacos asaltaron una unidad móvil de RTVE, aparcada junto a El Molinón, y hurtaron lentes de cámara valoradas en 300.000 pesetas.

Pese a lo espectacular de los golpes, el único "robo" de esas horas que permanece en la memoria sentimental de Gijón fue el ocurrido durante un Real Sporting-Real Madrid: el extremo Enzo Ferrero, estrella argentina de los gijoneses, fue expulsado a los seis minutos del partido por Ausocúa Sanz (nombre extraño incluso para los estándares de un árbitro español). ¿El motivo de la expulsión? En un lance en la banda, el defensa madridista San José soltó dos mamporros a Ferrero (uno de ellos le hizo sangre en la cara) y el argentino le respondió con una patada sin balón.

"Era una doble expulsión de libro", cuenta sentado una cafetería de la Gran Vía madrileña Rafa Quirós, que publica libro sobre los años dorados del Sporting: El cielo rojiblanco (editorial Hoja de lata).

Pero Ausocúa vio otra cosa: roja para Ferrero y amarilla para San José. El resto es historia sagrada del antimadridismo: todo el estadio bramando el fundacional "así, así, así gana el Madrid", tormenta épica de almohadillas sobre el campo y un ambiente tan enardecido que el Sporting logró empatar pese a jugar con uno menos todo el partido. 1-1.

Si algún día alguien escribe un libro sobre los diez partidos históricos más importantes de la Liga, el de la expulsión de Ferrero tendría que estar, pues, para colmo, el Gobierno de la UCD rescató un decreto franquista para obligar a televisarlo.

En efecto, en 1979, un Sporting-Madrid era considerado de "interés nacional", lo que da idea de lo lejos que llegaron los gijoneses esos años, con dos finales de Copa del Rey y un segundo y un tercer puesto en la Liga.

La industria del fútbol

"Más allá de la expulsión de Ferrero, y de unos arbitrajes muy mediatizados, esos años se dieron varias situaciones abusivas que ahora generarían polémica y escándalo para varias semanas, como que en la final de Copa que jugó el Sporting contra el Madrid, los blancos tuvieran diez días de descanso para preparar el partido, y los gijoneses dos, pues jugaron un duelo decisivo de Liga un domingo y la final de Copa un martes. ¿Por qué pasaban estas cosas? Porque el Sporting era el pequeño y el Madrid era el Madrid, vamos, lo de toda la vida".

Pero la cuestión no sería tanto por qué el pez grande siempre juega con ventaja, sino por qué los peces chicos tenían muchísimas más posibilidades de zumbar al Madrid y al Barcelona en 1979 que en 2024. Además de una conjunción astral de jugadores, técnicos y directivos, el auge y caída del Sporting también se explica por los condicionantes industriales.

"¿Por qué pasaban estas cosas? Porque el Sporting era el pequeño y el Madrid era el Madrid, vamos, lo de toda la vida"

No es casualidad (más bien causalidad) que el declive del eurosporting arrancará, a principios de los noventa, con la conversión de los equipos en sociedades anónimas deportivas, vendida como la salvación del endeudado fútbol español ("es verdad que los excesos y las deudas existían"), pero que acabó "destruyendo un ecosistema más igualitario" que había permitido, por ejemplo, que los equipos vascos ganaran cuatro veces seguidas la Liga en los ochenta, algo impensable ahora que los derechos televisivos y los galácticos orbitan alrededor del Madrid y el Barcelona.

Aunque la llegada de millonarios oportunistas al negocio es la parte más visible del cambio -recuerden ese jeque que compró el Málaga y lo dejó caer cuando le pusieron trabas a sus pelotazos ajenos al fútbol en la zona- en realidad nada lo explica mejor que el cambio de estatus de los futbolistas, que pasaron de "esclavos laborales de oro de los clubs a dueños del cotarro", según Quirós.

En efecto, antes de la llegada, en 1985, del decreto 1006 (los futbolistas podían salir de los clubs en cualquier momento si alguien pagaba sus cláusulas de rescisión) y la Ley Bosman (barra libre para contratar a jugadores de otros países), en el fútbol español regía el derecho de retención.

En marzo de 1979, los jugadores de fútbol, incluidos los del Madrid y el Barcelona, protagonizaron una huelga para protestar contra, entre otras muchas cosas, el derecho de retención. La Liga quedó temporalmente suspendida.

Ahora suena a ciencia ficción pero, hasta mitad de los ochenta, cuando un club grande quería fichar a un jugador de un equipo pequeño, la sartén por el mango la tenía el pequeño, que solo tenía que aumentar un 10% del salario del jugador para retenerlo. “Ese es el motivo que explica que Quini, el mayor goleador de la época, jugara en el Sporting hasta los 31 años, cuando se fue por fin al Barcelona, que llevaba muchos años tratando de ficharle. Pues bien: diez años después, el Sporting solo logró retener un año y medio en el equipo a Luis Enrique, fichado por el Real Madrid, y eso que Luis Enrique era un furibundo sportinguista, pero es que la industria había cambiado, y más que iba a cambiar: los jugadores buenos de la cantera no llegan ahora ni siquiera a jugar con los equipos de su tierra, antes los ha fichado un club grande”, sintetiza Quirós, periodista jubilado tras varias décadas en los deportes de Radio Nacional en Asturias.

Hilando fino

Aunque el derecho de retención era un seguro de vida, el presupuesto del Sporting era el que era, había que hacer caja de vez en cuando, pero se hacía habilidosamente. “La política del entonces presidente, Manuel Vega-Arango, era vender siempre al menos bueno de los buenos que estaban en el mercado, para mantener la estabilidad financiera y deportiva al mismo tiempo”, aclara Quirós.

Condicionantes industriales aparte, el Sporting dorado tuvo también su propia mitología de talentos internos, como el ojeador y secretario técnico Enrique Casas, que trajo a jugadores como Ferrero o Maceda, el mejor defensa de la época, al que Casas descubrió en Sagunto. El Sporting fichó a Maceda por 1,5 millones de pesetas y, diez años después, lo vendió al Real Madrid por 60 millones (en un “extraño favor” de Ramón Mendoza al Sporting, según Quirós, pues el derecho de retención ya no existía, Maceda acababa contrato y podía haber llegado libre al Madrid).

"Quini, el mayor goleador de la época, jugó en el Sporting hasta los 31 años, cuando se fue por fin al Barcelona, gracias al derecho de retención"

Casas era un hombre con un bigote de vieja escuela, con la astucia de un hombre de pueblo y que veía siempre los partidos en la grada (no en el palco) para detectar los talentos. Al gaditano Manolo Mesa lo descubrió en La Línea de la Concepción. Mesa llegó a Gijón con look de bailaor de flamenco. Al presidente le chocó su aspecto y preguntó a Casas “¿estás seguro?”. Le respondió: “Sí, sí, este es bueno”. Le ficharon. Mesa fue internacional y jugó doce temporadas en el Sporting”, aclara Quirós.

Se cuenta en el libro: “Enrique Casas Cabo, que fue secretario técnico del mejor Sporting de todos los tiempos, comparecía voluntariamente a finales de junio armado con un proyector de filminas y enfundado en un chándal de licra rojo pasión, del que se iba despojando según hacía balance de la temporada. En la tarjeta de visita de Casas pondría hoy “experto en gestión de talento”, en lugar de “cazador astuto”, que se entiende mejor, pero suena a personaje de Miguel Mihura. “Nunca fiché a un jugador sin comer o cenar antes con él”, reveló Casas años más tarde.

Al presidente que surfeó el boom sportinguista, Manuel Vega-Arango, se le atribuye una habilidad especial para moverse en la piscina de tiburones sin histrionismos. Aunque el derecho de retención era un seguro de vida, el presupuesto del Sporting era el que era, había que hacer caja de vez en cuando, pero habilidosamente. “La política de Vega-Arango era vender siempre al menos bueno de los buenos que estaban en el mercado, para mantener la estabilidad financiera y deportiva al mismo tiempo”, aclara Quirós.

Cuando el locutor José María García, de raíces asturianas, se enfadaba con Vega-Arango, le llamaba con sorna “el hombre mejor peinado de España”. El hecho es que Vega-Arango iba siempre impolutamente engominado y rara vez decía una palabra más alta que otra. Pese a que la gestión del Sporting dorado fue un ejemplo exitoso de cómo exprimir al máximo un número ilimitado de recursos, cuando se pregunta por qué el Sporting no ganó ningún título, algunos apuntan a que a la directiva le faltó voltaje para que los grandes no les mangoneasen: “Nos fallaron los despachos”. Quirós sintetiza el reparto de responsabilidades: “Unos apuntan a la directiva, otros a los árbitros, pero también a los jugadores. Vicente Miera, entrenador que sacó el mayor rendimiento al equipo con un régimen monacal, dejó caer que a los jugadores le faltó convencimiento, creérselo, mentalización”, zanja Quirós.

placeholder Portada del libro.
Portada del libro.

“Se había quedado también el Madrid de Vujadin Boškov compuesto y sin título de Liga, a finales de abril, en el último suspiro y con El Molinón por escenario del desenlace, aunque el drama se localizó en Valladolid. Los jugadores madridistas esperando a que terminara en Gijón el Sporting-Real Sociedad para cantar el alirón que les aseguraba su victoria en Pucela, combinada con la derrota donostiarra que estaba a punto de consumarse…, hasta que el gol de Zamora —agónico, con suspense, medio de rebote— puso patas arriba el estadio, por entonces destripado por las obras de ampliación para el Mundial 82. Quitando la cuota básica de madridismo sociológico, nunca antes ni después se recibió un gol visitante con semejante estallido de júbilo, local y visitante, a la vera del Piles. La Real Sociedad conseguía al segundo intento el título que al Sporting se le había negado dos años atrás. Y repetiría hazaña la temporada siguiente”, zanja el libro. Eran otros tiempos.

El Sporting, en definitiva, se quedó a las puertas de asaltar los cielos. Pero claro, cuando el cielo es ganar la Liga o la Copa, en lugar de subir a Primera (objetivo ahora del Sporting) el asalto a los cielos, aunque sea inconcluso, sabe a gloria bendita.

Atraco a mano armada.

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