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Querido Madrid: el Dortmund no es un equipo simpático, es un recuerdo amargo por borrar
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Ángel del Riego

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Querido Madrid: el Dortmund no es un equipo simpático, es un recuerdo amargo por borrar

El conjunto blanco aprendió de la debacle en Dortmund para sembrar una época dorada en la Champions League a la que nadie ha podido poner freno en finales. ¿Qué pasará esta vez?

Foto: Vinícius y Bellingham hablan sobre el césped. (Reuters/Violeta Santos Moura)
Vinícius y Bellingham hablan sobre el césped. (Reuters/Violeta Santos Moura)

En la final de la Champions se ha colado un equipo humilde. Eso dicen todos. Una comparsa para que el Real Madrid, vuelva a hincarle el diente a la gran dama. Quizás la única vez desde 2014 donde los blancos son favoritos. Estos son los momentos de las conversaciones intrascendentes, de las celebraciones, del relajamiento general antes de una batalla que se sabe ganada de antemano. ¿Pero es así?

Son el Borussia Dortmund. De amarillo y negro. Extraños colores. Todos quisieran ir de blanco, pero eso ya está cogido. Un equipo con una Orejona, allá por los 90 y tan duro de pelar como todos los alemanes. Un equipo lleno de obreros metalúrgicos con una grada que se echa encima del campo como una ola gigante. Cantan y cantan para invocar a los dioses antiguos y al reclamo de esa melodía llegó Jürgen Klopp. El hombre que cambió la historia del fútbol alemán. Y todo comenzó en su Borussia.

En la temporada 2012/2013, el Real Madrid de José Mourinho se deslizó a tumba abierta hacia lo fatal. Era algo digno de ver. Ningún equipo alcanzaba esa velocidad desconsolada, porque su juego tenía algo de melodía frágil, de retumbar oscuro. El portugués había firmado una obra maestra el año anterior con uno de los equipos más goleadores de la historia. Aquel Madrid llevaba dentro carros de goles y en cada gesto de cualquier jugador, se oteaba la portería contraria.

placeholder José Mourinho y Jürgen Klopp se saludan antes del encuentro. (EFE/Kiko Huesca)
José Mourinho y Jürgen Klopp se saludan antes del encuentro. (EFE/Kiko Huesca)

No llegó la rúbrica porque el Bayern de Münich más perro, más cruel, más real, se cruzó en el camino de los blancos. Mourinho no quiso aprender la lección y fue fiel a su propio demonio. Si la velocidad y la fiereza de su equipo lo llenaba de paranoias que le hacían descarrilar en las grandes batallas, no solo no le puso freno, sino que apretó en su maquinaria el botón rojo de autodestrucción. Velocidad sin fin para alimentar al psicótico delantero de Madeira y una guerra civil en el vestuario a cuenta del caso Iker casillas.

La debacle del Madrid de Mourinho

Ese camino hacia el abismo dejó instantes de belleza futurista dentro de una inestabilidad que se había cronificado. La liga estaba perdida pero quedaba la Champions. Llegaron las semifinales. El Borussia de Klopp. Un equipo joven y prometedor que parecía el hermano pequeño del Madrid. Transiciones llenas de vértigo y talento jugando siempre sin mirar atrás. El semillero de una nueva generación de alemanes guapos, chulos y socialdemócratas que volvían a dominar los grandes pasillos de Europa.

No solo en el Borussia estaba esa nueva generación, por ahí andaban Ozil en el madrid, Müller en el Bayern y Drexler en el Wolsburgo. Reus, Hummels y Goetze en el Dortmund. Son nombres tan bonitos que si un niño del futuro se encuentra un álbum de cromos de esa selección, creería haber hallado una joya arqueológica. Pero no. Nunca fueron aquello que prometían aunque brillaran en la oscuridad. Excepto Kroos, claro. Pero eso es otra historia, no la de hoy.

placeholder Lewandowski dominó a Pepe. (EFE/Jonas Guettler)
Lewandowski dominó a Pepe. (EFE/Jonas Guettler)

Así que el Madrid llegó confiado a Dortmund con una primera parte donde rascó un empate sin merecerlo mucho. En la segunda todo cambió. La cancha alemana se convirtió en un tendido eléctrico descomunal y el Real bajó todos los peldaños del infierno de la mano de Lewandoski, que metió 4 goles y convirtió a Pepe en un guiñapo y lo dejó marcado para los restos. Los blancos vivieron en sus carnes lo que tantas generaciones de madridistas habían vivido en Alemania. Hombres rápidos y fuertes llegando a saltos al área como si fueran los dueños del montaje y nada se pudiera hacer. Un canto atávico saliendo de la grada y la eliminatoria que se convierte en un destino tan lejano como la colonización de otra Galaxia.

La (casi) remontada histórica

En la vuelta, el Madrid juega sin miedo, pero el Borussia sigue encontrando todos los pasos abiertos hacia la portería de Diego López. Fue un partido trascendente (se ganó 2-0) en la historia moderna del Madrid por tres circunstancias: 1. Por primera vez es Sergio Ramos el que toma el mando emocional del equipo, domestica con violencia a Lewandoski, un demonio en aquel momento, y marca el segundo gol. 2. Benzema, que salió en los últimos instantes por Higuaín, cambió el escenario del encuentro añadiendo a sus cualidades la mirada del depredador.

Como en los wésterns, el partido fue el momento de la verdad, donde se decantan las personalidades. Karim se hizo con la delantera del Madrid y expulsó a Higuaín de un club que se había convertido en una maldición para él. 3. El Bernabéu se incendió como el infierno y esos perros del apocalipsis que se desataron entonces, siguen todavía dando vueltas por el templo blanco. Única vez que se pierde una eliminatoria de Champions y la gente vuelve orgullosa a casa. No feliz, pero sí orgullosa. Tras el varapalo, el club volvió a estar en paz consigo mismo, como si hubiera reencontrado algo de su fuego original, pero antes, hubo de pasarse por otro drama en Alemania.

Al año siguiente con Ancelotti, el Madrid vuelve a Dortmund para jugar los cuartos de final de la Champions. En la ida, un centro del campo Modric, Xabi e Isco, logró atemperar los instintos asesinos alemanes y el Real ganó por un 3-0 que parecía cerrar la eliminatoria. Pero en la vuelta los amarillos convirtieron el campo en un tobogán ardiendo sin parada ni fondo. Antes de que el Madrid pudiera parpadear, ya perdía por dos goles. No estaban Cristiano ni Xabi Alonso, el Real no tenía la brújula ni el aguijón.

La aparición estelar de Casemiro

El equipo entero estaba desapareciendo en la vorágine diseñada por Klopp hasta que en el minuto 73 saltó al campo Casemiro, fue taponando todas las trampas, sofocando todos los fuegos hasta que el encuentro se convirtió en un mar sin olas ni principio ni final: hasta que no pasó nada. Y lo que pasó fue que el Madrid ganó la eliminatoria y poco después Sergio Ramos elevaba la Champions al cielo de Lisboa. El Real ya no perdió más veces con el Dortmund. Esa voluntad suya que atraviesa desiertos y domestica la historia, había vuelto a triunfar.

Cayó por el torbellino del miedo, se aupó sobre sus propias cenizas, volvió al mismo bosque encantado donde había sido devorado por Lewandowski, y supo resistir. El miedo no se cronificó, no se convirtió en neurosis y a partir de ahí, los partidos contra el Borussia fueron solo fútbol. Un adversario lleno de jóvenes desinhibidos llenos de gracia y velocidad, que hace triangulitos en cualquier parte del campo como los niños en las clases de pretecnología. Pero con una amplitud suicida desde donde los mediocampistas blancos pueden otear miles de goles.

placeholder Casemiro cambió la eliminatoria. (EFE/ Petteri Paalasmaa)
Casemiro cambió la eliminatoria. (EFE/ Petteri Paalasmaa)

Durante unos años, el Borussia se quedó seco. Era un caballo sin horizontes. Hasta que llegaron Haaland y Bellingham. Volvieron los goles sin freno en ambas portería y el año pasado (ya sin Haaland pero con el inglés), estuvieron a un partido de llevarse la Bundesliga. Dentro del equipo que es ahora todavía resuena la marca de Klopp. Ya saben: las transiciones como forma de vida y una línea de tres cerca de la portería rival que son como raterillos en un callejón oscuro, rápidos, listos y que aprovechan cualquier descuido para huir con el botín.

La marca de Klopp sigue presente

Atrás, muy atrás, tienen un central legendario: Hummels, que mide cientos de metros y ya no es aquel que jugaba siempre para impresionar a su chica. Ahora tiene el poso y la lentitud de los grandes eventos geológicos, como lo que queda de Reus, aquel chaval destinado a gobernar Prusia que casi se convierte en un mutilado de guerra. El Reus actual es una señal de peligro que sale en el minuto 70 sin velocidad pero con el toque preciso para dañar.

La presión del Borussia no es la del City, no convertirá al Madrid en una doncella mancillada corriendo despavorida tras el balón. Pero es efectiva y tiene el don de manejar los rebotes que siempre caen de su lado. Es un equipo que sabe jugar y a la vez, anda escaso de talento. Nada extraño eso, puesto que todo el talento disponible en Europa está hoy en el Madrid y en el City.

placeholder Hummels y Sancho viven un gran momento. (Reuters/Kai Pfaffenbach)
Hummels y Sancho viven un gran momento. (Reuters/Kai Pfaffenbach)

El Borussia no tiene concesiones a la ciudad de los espejos, solo Julian Brandt, su niño mimado, trata de usted a la pelota. Brandt como Gotze, tiene cara de niño perverso y tampoco ha logrado llegar al nivel que se le suponía. Es el mismo caso de Jadon Sancho, que hace unos años competía con Vinícius como el extremo con un techo más alto de los de su generación. Pero entró en la maquinaria del United y su juego se atrofió. En los últimos 6 meses en Dortmund parece que ha recuperado las alas pero lamentablemente para él, su lado es el lado de Mendy. Así que deberá hacer algo más que volar para hacer daño a la zaga blanca.

Niclas Füllkrug es el típico nombre tras el que uno se espera a un delantero de la Baja Sajonia que marca goles como un obrero que tala los árboles para que pase la autopista. Y efectivamente, así es. Enfurruñado, grande y en racha, no ha hecho un regate en su vida y remata de cabeza cualquier objeto manufacturado que lejanamente se parezca a una pelota. Por la izquierda entrará Karim Adeyemi, que tiene nombre de extremo veloz e incansable, que encaja como un reloj en la geometría lleno de vectores de los alemanes. Y justo eso es.

¿Qué esperar del Real Madrid?

El Borussia no engaña. Cada nombre tiene detrás la música que se espera de él. Es un conjunto al que el mercado deshuesó de talento pero no de fe, y que tienen en esta Champions la oportunidad de redimirse tras años de surtir al continente de jóvenes valores emergentes. Ya no es aquel equipo cuyos partidos eran un vértigo sin fin. Que marcaba medio docena de goles y encajaba otros tantos. En la eliminatoria contra el PSG demostraron que se saben cerrar, que son solidarios y están maduros para aguantar firmes en sus casillas al ataque rival por demoledor que sea.

Pero siguen llegando al área contraria con mucha gente que se adueña fácil de los balones que quedan sueltos. Parece eso una conspiración y el Madrid tendrá que tener mucho cuidado. Es suficiente una esquirla en las inmediaciones del área para que se dé un remate mordido, una melé entre defensas y delanteros y de ahí, siempre surge un pie germano que materializa una ocasión donde un segundo antes solo había caos.

placeholder Mbappé no marcó un gol en toda la eliminatoria. (EFE/Christophe Petit Tesson)
Mbappé no marcó un gol en toda la eliminatoria. (EFE/Christophe Petit Tesson)

El lenguaje del Madrid ya lo conocemos. Es el de la victoria. Solo rinde pleitesía a ese ritmo cotidiano. Pude mutar en dominante con Luka en la batuta, también en dominado que está más cerca del gol cuanto más lejos parezca de la portería contraria. Tiene a Vinícius y Rodrygo, los chicos de Ipanema llenos de esa magia perversa contra la que los alemanes no tienen antídoto. Tiene a Kroos, el único alemán de su generación que se convirtió en rey y que no está dispuesto a perder su última batalla. Están Fede y Camavinga, dos demonios que no han encontrado a nadie que los pare en Europa, y que si se sueltan asaltarán los salones del Borussia sin miramientos.

El Madrid puede jugar como si soplara un viento muy fuerte o como si no pasara nada. En el primer caso, el combate será de un ida y vuelta virulento, y eso tiene sus riesgos. En el segundo, la final se parecería a la de hace dos años contra el Liverpool, con un Borussia que no tiene el fuego de los de Klopp, ni la posibilidad de maniatar al Madrid, pero quizás goce de mayor determinación en el área visitante. Al Madrid, el vértigo que hace no mucho le hacía enfermar, ahora apenas le roza. Son aquellos enfrentamientos con el Borussia y luego contra el Liverpool de Klopp, los que le han hecho aprender.

Sabe resistir y esperar sin dramatizar demasiado. Y cuando aguijonea, no tiene compasión. Como casi siempre la incógnita de la función será Jude Bellingham. Si es el cristal de cada combinación y Kroos lo encuentra (y él encuentra a Vinícius), el partido nacerá con el final escrito. Si desaparece entre la confusión propia de una batalla, el Real tendrá que tirar de otra parte de su arsenal, que por otro lado, es casi infinito. En una semana, conoceremos la verdad de la temporada. Justo el mismo día en el que Toni Kroos juegue su última partido con la camiseta blanca.

En la final de la Champions se ha colado un equipo humilde. Eso dicen todos. Una comparsa para que el Real Madrid, vuelva a hincarle el diente a la gran dama. Quizás la única vez desde 2014 donde los blancos son favoritos. Estos son los momentos de las conversaciones intrascendentes, de las celebraciones, del relajamiento general antes de una batalla que se sabe ganada de antemano. ¿Pero es así?

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