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Pjanic guiará a Bosnia rumbo a Francia desde el púlpito
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Su 'doble' es el imán de Kalesija, su pueblo

Pjanic guiará a Bosnia rumbo a Francia desde el púlpito

La selección de Bosnia y Herzegovina se juega este lunes en Dublín (Irlanda) la clasificación para la Eurocopa. En el partido de ida, jugado el viernes, ambos equipos empataron a uno

Foto: Kalesija tiene un ídolo: Miralem Pjanic (Foto: David Ruiz)
Kalesija tiene un ídolo: Miralem Pjanic (Foto: David Ruiz)

La guerra en los Balcanes (1992-1995) dinamitó de un plumazo la infancia de Miralem Pjanic. Como tantos y tantos otros compatriotas de etnia musulmana, el mejor y más desequilibrante futbolista bosnio de la actualidad se vio forzado a abandonar su hogar y seguir los pasos de su familia en busca de un mañana alejado de la intolerancia, las bombas y los temidos Tigres del sanguinario comandante Arkan.

Han pasado dos décadas de aquel doloroso conflicto que cercenó para siempre la armonía entre los habitantes de la antigua Yugoslavia; casi un año y medio desde que Bosnia hiciera realidad su sueño de disputar una Copa del Mundo como país independiente, y el combinado balcánico vuelve a enardecer el sentimiento patriótico de un pueblo que confía ciegamente en el menudo volante ofensivo de la Roma para que guíe los pasos de su selección esta noche en el Aviva Park de Dublin (Irlanda) camino de la fase final de la Eurocopa francesa, lo que supondría otro hito histórico en el corto trayecto recorrido por el balompié de esta tierra jalonada de tumbas y dolor.

El desafío en cuestión, sacar como mínimo un empate que mejore el 1-1 obtenido por Irlanda el pasado viernes en Zenica, estará a la altura de las calamidades superadas por la inmensa mayoría de internacionales bosnios durante la etapa más ominosa de su existencia, aquella en la que los Pjanic, Salihovic, Misimovic, Ibisevic o Begovic se dejaron en el camino casas, enseres, recuerdos y algunos de sus seres queridos.

De muerte y de dolor saben mucho por Kalesija, uno de los epicentros del drama humanitario que hizo estremecer a toda Europa durante los tres largos años que duró el enfrentamiento armado. Por suerte, la vida en esta diminuta villa de población mayoritariamente islámica ya no gira en torno al Centro de Refugiados, ni al inmenso cementerio que colgó el cartel de lleno durante la guerra ni tan siquiera a la mezquita donde muchos fieles se encerraron para refugiarse en la oración en un desesperado intento por dar esquinazo a los morterazos de las tropas del general Mladic. Hoy la ley allí la impone una mole de cemento que esconde tras sus muros una superficie rectangular cubierta por una hierba poco cuidada: el estadio del FK Bosna.

La culpa de esta vuelta a la normalidad la tiene, en esencia, un mocoso que escapó de las balas y del fuego indiscriminado de los francotiradores para convertirse, con el paso de los años, en una estrella mundial del balompié. "Hablar de fútbol en Kalesija es hacerlo de la familia Pjanic. El padre y el tío de Miralem jugaron en el Bosna. Quince de sus parientes cercanos han sido o son aún jugadores, pero ninguno se puede comparar con Miralem. Es el icono de nuestra ciudad. Nuestro Messi. Recuerdo que cuando le marcó un gol al Real Madrid en la Champions, con el Lyon, la gente empezó a pegar tiros al aire. Todos le adoran". Fahrudin Sinanovic, periodista del 'Dnevni Avaz', la gaceta local, nos introduce con esa anécdota en el mundo más íntimo y desconocido de la estrella de la Roma.

El propio Fahrudin hace las veces de guía. Salimos del centro del pueblo y nos dirigimos a la parte oeste de Kalesija, donde el amplísimo clan de los Pjanic fue hasta no hace mucho tiempo dueño de facto de un distrito entero. La casa de Miralem aparece nada más superar la rotonda que marca el inicio de una barriada conocida con el nombre de Pjanici (de los Pjanic). De allí huyeron sus padres rumbo a Luxemburgo siendo él un pequeñarra, poco antes del estallido de aquel sangriento conflicto que asoló Bosnia de cabo a rabo. Y allí permanece como un símbolo perenne de la tragedia un cementerio en el que el 70% de las tumbas llevan su apellido.

Entramos en el bar (prohibido el consumo de alcohol, claro) donde el futbolista franquicia del combinado bosnio suele parar cada vez que regresa a casa y nos topamos con una sorpresa mayúscula. "Te presento a... ¡Miralem Pjanic!". La risotada del plumilla local al ver mi incrédulo gesto es de época. Aquel tipo, evidentemente, no es ni por asomo el astro romanista, aunque lo atestigue su documento de identidad. En realidad, es el imán de la mezquita del distrito. "No somos parientes directos, aunque sí buenos amigos, pero la coincidencia ya me ha generado situaciones muy divertidas, en especial con las mujeres, que me traen flores y me hacen regalos creyendo que soy él", me cuenta este simpático sacerdote musulmán, nacido justo una década antes que el auténtico Miralem.

El doble de Pjanic es un foco inagotable de chismorreos y me confiesa sin acritud que Miralem estuvo cerca de fichar por el Atlético hace tres veranos. "Su padre, Fahrudin, habló con el consejero delegado, pero al final no hubo acuerdo y se quedó en Italia, donde por cierto está muy contento. De todos modos, me parece que se moverá pronto".

Su tocayo se deja caer por Kalesija cada verano y suelen juntarse todas las tardes a tomar un café turco en este mismo lugar, sito justo frente a su oficina, donde, por cierto, el Miralem futbolista pisa más bien poquito. "La que sí viene bastante a la mezquita cuando está por aquí es su madre, Fátima. Él sólo ha venido un par de veces, la última tras el Mundial de Brasil para darnos las gracias por las bendiciones de todo el pueblo", reconoce el imán subido en el púlpito del edificio religioso, que me invitó a conocer poco antes de que empezasen a caer por allí sus clientes. A buen seguro que esta tarde, el Miralem cura elevará una plegaria para que el más famoso de sus vecinos cierre el círculo en la verde Irlanda y el nombre de Kalesija se deje oír también en las Galias el próximo verano.

La guerra en los Balcanes (1992-1995) dinamitó de un plumazo la infancia de Miralem Pjanic. Como tantos y tantos otros compatriotas de etnia musulmana, el mejor y más desequilibrante futbolista bosnio de la actualidad se vio forzado a abandonar su hogar y seguir los pasos de su familia en busca de un mañana alejado de la intolerancia, las bombas y los temidos Tigres del sanguinario comandante Arkan.

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