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Cómo Luis Aragonés cambió el destino de España y ahora este equipo divierte sin genios
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Ángel del Riego

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Cómo Luis Aragonés cambió el destino de España y ahora este equipo divierte sin genios

La Selección Española no cuenta con futbolistas ultradecisivos, pero ha modificado su forma de entender el fútbol y de atacar. El combinado nacional da razones para ilusionarse en la última Eurocopa de Toni Kroos

Foto: Carvajal y Lamine Yamal celebran el gol ante Croacia. (EFE/Abedin Taherkenareh)
Carvajal y Lamine Yamal celebran el gol ante Croacia. (EFE/Abedin Taherkenareh)

Ese travelling lento que va descubriendo uno a uno los jugadores de cada equipo, mientras suena el himno nacional, nos pone en un tiempo diferente. Un tiempo ritual, el de la Eurocopa, donde todavía existen esas naciones que construyeron la historia y ahora se dejan mecer por ella mientras son corroídas por el ácido de la indiferencia. Suena el himno alemán y hay pocas cosas que puedan estar a su altura. Las cumbres más altas, los valles más profundos, los amores más trágicos; la despedida de Kroos.

Más rubio y más rígido que nunca. Los ademanes del mediocampista alemán, son en los últimos estertores de su carrera, los de un dictador magnánimo. Al otro lado de Alemania, está Escocia. Una de esas naciones pequeñitas de cuento infantil que abundan por Europa, donde la patria todavía resuena y los inmigrantes siguen en la trastienda de las cosas. Rubios y pelirrojos toscos como el azufre pero con una afición festiva y borracha, que convierte las gradas en un remedo de Benidorm. Iban a un festival y así los trataron los alemanes.

Escocia tiene un león rampante en su escudo. Alemania tiene un águila. Por lo que sea pocos países tienen gusanos, cucarachas o comadrejas en sus emblemas. Una pena. Se habla mucho de diversidad, pero siempre aparecen los mismos aburridos animales como estandartes. En fin. Así son las naciones, algo un poco pasado de moda, pero que sirven para echar unas risas y para darse alegrías de fin de semana fingiendo ser como los antiguos caballeros que rendían pleitesía a un escudo de armas. Un grito único en la batalla y el beso de la princesa.

placeholder Toni Kroos estuvo excelso en su debut. (EFE/Martin Divisek)
Toni Kroos estuvo excelso en su debut. (EFE/Martin Divisek)

Toni Kroos, el mejor centrocampista posible

Y ese beso, será el de Kroos, que está a los dos lados: es tan impoluto como un caballero y es tan hermoso como una princesa. Es el que organiza el caos y es el que traza el primer dibujo de la victoria. Es el mejor mediocampista del mundo y es un hombre a cuatro partidos de su jubilación. El partido de Kroos fue un presagio deprimente para los madridistas: Toni había fallado un pase. Lo deprimente no es que hubiera fallado, sino que acertó en el otro 99% restante. El jugador del Madrid es algo así como la C, la constante universal, que solo yerra en los alrededores de un agujero negro cuando la física elemental sufre un repentino desmayo.

Los dos primeros goles de Alemania, que aplastó sin miramientos, pero con ese aire de tiranía dulce que tienen todos los equipos germanos desde 2014, comenzaron con un pensamiento de Kroos hecho pase. Un cambio de orientación el primero, un pase interior al anillo de los nibelungos, el segundo. Esa capacidad industrial de Kroos le quita de lo poético, pero eso da igual; es siempre el primer eslabón de la victoria, el bajo tenso que guía la melodía.

placeholder Kroos ordena todo el equipo. (Reuters/Angelika Warmuth)
Kroos ordena todo el equipo. (Reuters/Angelika Warmuth)

Alemania llevaba un tiempo sin ese compás y estaba perdida. Lo que el otro día fueron actores en su máxima expresión: Harvetz, Wirtz, Musiala; sin Kroos eran figurantes andando por el escenario y chocándose entre sí. Y Toni ya no estará más en el Madrid. Los bosques deberán ser talados, deberán arder para dejar paso a los blancos, porque era Kroos el que tenía la brújula para internarse en ellos sin temor a lo impenetrable. Y Toni ya no está en el Madrid. El hincha carraspea y abre el periódico esperando que llegue la guerra. O mejor, esperando a Mbappé, que jugará vestido de esa Francia salvaje llena de alienígenas con extraños poderes.

¿A quién representa España?

Al día siguiente teníamos un España-Croacia. Dos selecciones de las que en principio no se esperaba nada. Una, por insulsa, y la otra por decrépita. España es de largo el país que menos aficionados moviliza, y Croacia, seguramente el que más. Una nación pequeña con una necesidad crónica de reivindicarse. Y al otro lado, La Roja, un conjunto desvaído y aplastado por la fuerza cósmica del Real Madrid, el verdadero embajador de la grandeza española.

placeholder Morata se estrenó en esta Eurocopa con un buen gol. (EFE/Filip Singer)
Morata se estrenó en esta Eurocopa con un buen gol. (EFE/Filip Singer)

Las selecciones siempre representan algo. No solo la nación, sino una esquina concreta de la nación. La inglesa está ligada a la clase obrera y de ahí su tendencia a la desorganización y a los héroes absurdos con vidas esponjadas en alcohol. Aquel Gascoigne, un genio rodado por el Ken Loach de lloviendo piedras. En Francia siempre jugaron los inmigrantes y los hijos de inmigrantes. De Kopa a Platin y de Zidane a Mbappé. Periferia de origen africano y un cierto rencor racial se funden con la idea majestuosa de la Francia histórica cuando los chicos se visten de azul.

Italia sigue lleno de italianos de varias generaciones, morenos o rubios, guapos siempre, como si nada hubiera pasado. Es un equipo que vive congelado en otro tiempo y cuyo fútbol solo es aparentemente moderno. Lo es la táctica, pero no los jugadores, que son de juguete, parodias de aquellos tipos duros de los ochenta que ganaban con un leve pestañeo y un navajazo en el bajo vientre. Y queda España. ¿A quién representa? ¿Dónde está esa característica en la selección que la ligue al hombre del bar, al seguidor, a esa entelequia que es el español medio?

Se arriesgó y ganó

Durante mucho tiempo se dijo —lo decía Cruyff— que España no tenía una idea de juego porque no tenía una idea de nación. Esa indeterminación hacía imposible un juego hilvanado y convertía en teatro la pequeña pasión de los aficionados. Pero llegó Luis Aragonés y esas sentencias se convirtieron en moneda barata. En un tópico mayúsculo sin nada que lo sustentara. España se convirtió en justo lo contrario. Quizás en la selección con una idea más clara de juego de la historia del fútbol. No solo eso, sino que durante mucho tiempo sus jugadores parecieron hermanos siameses nacidos de un experimento con idénticas condiciones de presión y temperatura

Los Xavi, Iniesta, Silva, Cesc, Mata, Navas y Villa. Uno setenta y pico, listura a raudales, agilidad, resistencia, picardía y un sentido superior del juego. Hijos del Buitre, de Raúl, del desarrollismo y de la novela picaresca pasados por el tamiz de la escuela catalana. España purísima con un juego amasado con olés, y la proporción justa de toros (Marchena, Ramos, Puyol, Arbeloa) y toreros (el resto) para que eso pareciera un circunloquio larguísimo que duró hasta que Holanda, en el 2014, nos quitó la pelota, la vergüenza y las ganas de existir.

placeholder Luis Aragonés supo dar con la tecla. (Reuters/Félix Ordoñez)
Luis Aragonés supo dar con la tecla. (Reuters/Félix Ordoñez)

De repente, lo que antes era arte, se convirtió en decadencia. Donde había personajes —Iniesta con esa valentía inocente del genio infantil— en los que el pueblo se veía representado, empezó a amasarse un nuevo futbolista que era como el hombre sin atributos de Musil: burócrata del aburrimiento extraordinariamente civilizado y mediocampista de corazón pequeño. Delanteros de 10 goles y centrales a los que les daba vergüenza despejar la pelota. La gente le dio la espalda a la Selección, ya nunca más La Roja.

Las razones del ocaso

De hecho, solo se decía así (La Roja) cuando ganaba, como si los éxitos no perteneciesen a los españoles, sino a una cierta idea de ellos amasada desde las élites. El jugador español siempre ha sido como la vecinita de al lado de los especiales de Playboy. Clase media o clase media baja accesible y cuyo sentido del ascenso social era casarse con una rubia con mechas e irse a vivir a una urbanización en la periferia de Madrid o Barcelona.

El manierismo de la última selección ganadora en la Eurocopa del 2012, ya anunciaba el declive posterior. El equipo se había convertido en puro lenguaje y las discusiones alrededor suyo eran disputas teológicas sobre la posibilidad de jugar sin 9 para no volver a perder el balón nunca jamás. Esa idea radical afectó a las canteras que se convirtieron en depositarios de un fanatismo que poco a poco se iba pasando de moda.

placeholder Sergio Ramos, uno de los grandes ausentes en la Eurocopa. (Reuters/Marcelo Del Pozo)
Sergio Ramos, uno de los grandes ausentes en la Eurocopa. (Reuters/Marcelo Del Pozo)

El fútbol avanzaba y España se quedaba quieta, obsoleta, anclada en un misticismo retórico. Parecía que buscar otra cosa era ir contra lo español. Y lo español nunca fue Sergio Ramos, demasiado libre y violento para esa socialdemocracia metafísica a la que pertenecemos por nacimiento. Lo español eran Iniesta, Iker y Xavi. Dulces caballeretes del fingimiento y la palabra vacía. Todo lo que se saliera de ahí, era mandado a galeras. Así que olvídense de los genios que alumbran otros países -o este en la antigüedad- y den la bienvenida a los chicos humildes y sencillos que juegan a la brisca en las concentraciones.

Porque los genios son egoístas, tienen cualidades maravillosas y quieren dejar su trazo a cada momento. Quieren dos balones y el beso de la rosa. Y el fútbol español solo acepta el genio si baja la cabeza y si su físico no atemoriza a las monjas y a los políticos en funciones. Y en eso empezó el partido contra Croacia. Una España insustancial y sin genios, pero con un par de extremos que garantizan diversión y tres jugadores: Nacho, Rodrigo y Carvajal, que saben lo que es ganar de verdad. Ganar la Champions siendo titulares. Y eso es otro mundo.

Una Selección Española sin genios

La Selección tiene un equipo desacompasado, como una banda que se acabe de juntar para hacer pequeñas fechorías. Un lateral genial: Carvajal, y otro Cucurella que juega como si guiñara un ojo porque el sol le da de frente. Dos centrales que no acaban de ligar: Nacho y Le Normand, al que nadie ha visto jugar, excepto los aficionados de la Real Sociedad, que no son muchos y es dudoso que sigan a la Selección. Morata en la punta de la galaxia, Rodrigo juntando las piezas en el medio y Fabián y Pedri sin un sitio claro, algo desordenados pero con suficiente talento para dinamitar el partido con un pase interior.

placeholder Carvajal es vital en este equipo. (Reuters/Fabrizio Bensch)
Carvajal es vital en este equipo. (Reuters/Fabrizio Bensch)

Croacia no es casi nada, excepto Modric, y Modric es ahora una nube de probabilidad sin huella ni apariencia concreta. Aun así, dominó un rato tras los primeros compases interesantes de España y cuando saltaba la presión del centro del campo encontraba fácil el camino hacia Unai Simón. Pero todo esto dio igual porque Fabián encontró un camino recto y sencillo y al final de él estaba Morata corriendo, huyendo de ese destino que lleva como un caballo podrido atado a su espalda y del que solo le salva el gol.

Morata marcó y el gol parecía un poco a trompicones, hasta que en cámara lenta se vio un par de maniobras de gran profesional. Primero dejó pasar el balón y luego controló hacia el lado donde no estaba el defensor. Esperó lo justo a que el portero se venciera y le dio el toque preciso, por el medio, para que el balón entrara. Fue inteligente, porque el gran problema de Morata son sus pies torcidos, su técnica escasa que le hace frustrar sus buenas ideas; pero utilizando el timing y el oficio, no hizo falta que disparase a una esquina. Sabemos que si hace eso, el balón da en el palo y nos quedamos sin gol, con un Morata deprimido y encima sin el cariño de la afición, eso que él ansía tanto para quitarse esa nube negra que le persigue.

Muchas notas positivas

El fútbol español no era de alta escuela y los croatas con cuatro palos y dos piedras hacían peligro, pero el juego era ágil y divertido. No era mortificante ver a la roja y eso ya es un triunfo. Lamine es un jugador nuevo en nuestro ecosistema. Es libre en su carril para hacer lo que le plazca. Pierde balones y hace controles absurdos. Está muy verde, pero eso da igual porque juega como un salvaje. Haciendo saltar las costuras del adversario y manteniéndolo en tensión cada vez que tiene la pelota en los pies.

De un caracoleo suyo surgió un pequeño hueco en la frontal que aprovechó Fabián para hacer la jugada de su vida. Con sus piernas larguísimas fue dividiendo contrarios en un terreno donde no había oxígeno, ni tiempo, ni espacio, ni posibilidad, y él encontró tiempo, espacio, oxígeno y un gol. Nadie sabía que ese gol lo llevaba Fabián dentro a pesar de su zurda principesca. Quizás ahora él lo sepa y cambie algo a su alrededor. Fabián pertenece a ese país de los jugadores que tanto prometieron y se quedaron a la mitad.

placeholder Lamine Yamal irrumpió con fuerza. (DPPI/AFP7)
Lamine Yamal irrumpió con fuerza. (DPPI/AFP7)

Sería la mejor noticia que abandonara esas tierras para jugar el fútbol real y verdadero, el de la victoria y el genio, que es en el que está instalado Carvajal desde hace mucho tiempo. Carvajal es una persona real, así lo dice él. Lleva dentro Leganés, territorio hiperrealista, y en su fútbol no hay melancolías ni dudas; es un terreno seguro que en los momentos irreversibles se convierte en una autopista hacia el sol. A un pase de Lamine, marcó un gol arrabalero que gritó como un poseso. Era el 3-0 y de repente pareció amanecer otra selección.

Un grupo de jugadores donde hay cierta diversidad zoológica. Los hay humildes y trabajadores y los hay presumidos que juegan un poco para la galería. Está un heraldo del caos como Cucurella y un maniático del orden como Rodrigo. Tenemos a Morata y sus estados de ánimos cambiantes y tenemos a Carvajal, una piedra para edificar cualquier edificio que sueñe con durar. La defensa está cogida por alfileres y el tono general del equipo es algo amateur. Pero hay un corredor de seguridad, Nacho-Carvajal-Rodrigo-Morata, que quizás esté para grandes aventuras. Se ha descorrido el telón y nos ha gustado lo que hemos visto.

Ese travelling lento que va descubriendo uno a uno los jugadores de cada equipo, mientras suena el himno nacional, nos pone en un tiempo diferente. Un tiempo ritual, el de la Eurocopa, donde todavía existen esas naciones que construyeron la historia y ahora se dejan mecer por ella mientras son corroídas por el ácido de la indiferencia. Suena el himno alemán y hay pocas cosas que puedan estar a su altura. Las cumbres más altas, los valles más profundos, los amores más trágicos; la despedida de Kroos.

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