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Últimas tardes con Cristiano, el jugador inmortal al que los niños le piden fotos en la Eurocopa
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Ángel del Riego

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Últimas tardes con Cristiano, el jugador inmortal al que los niños le piden fotos en la Eurocopa

En este tiempo extraño, corroído por una desesperación irónica, no hay figura más paradójica. La más aparente y el hombre más real que ha dado el fútbol

Foto: Cristiano Ronaldo aplaude a la afición. (Reuters/Phil Duncan)
Cristiano Ronaldo aplaude a la afición. (Reuters/Phil Duncan)

Una Eurocopa no es un Mundial y un Mundial ya tampoco es lo que era. Estas obviedades inundan las conversaciones de los futboleros que llenan su tiempo entre partidos sin demasiada sustancia. En realidad, nada es lo que era porque esta es la época en que la representación ha sustituido a la vida, en la que solo decimos la verdad escondidos tras un avatar en las redes sociales.

En este tiempo extraño, corroído por una desesperación irónica, no hay figura más paradójica que la de Cristiano Ronaldo. La figura más aparente y a la vez, el hombre más real que haya dado el fútbol.

Jugaban Portugal contra Turquía, dos naciones importantes en el fútbol que siempre parecen a punto de explotar. En Turquía no estaba Güler, la estrella del partido anterior y jugador encantador que con cuatro detalles ha construido una pequeña mitología del genio en el Madrid. Arda Güler, al que de repente todos miran como a un niño-dios esperando que la pelota se deposite en sus pies como el verbo en la boca del profeta. Arda no ha tenido apenas minutos en el Madrid y es la gran estrella de una selección de clase media. Con sus 15 toques y su gol contra Georgia, ya es uno de los cinco mejores jugadores del torneo. Quizás el fútbol esté tocando fondo, quizás todo lo que no sea el Madrid está en peligro de extinción, o quizás todavía estén los jugadores en trance de adaptación a esa velocidad imposible a la que se juega; una velocidad en la que es muy difícil imponer la técnica o expresar la individualidad.

Y Güler consiguió imponer su técnica y expresar su individualidad en ese primer partido que ya es carne de coleccionista. Con movimientos sutiles, suaves, como los de un pájaro que busca su nido, lleva la pausa dentro, como todos aquellos que nos han enamorado. Y tiene en su pierna zurda la naturalidad del gol.

placeholder Güler apenas jugó ante Portugal. (Reuters/Vincent West)
Güler apenas jugó ante Portugal. (Reuters/Vincent West)

El desparpajo de Güler

Pero Güler es un niño y los niños se cansan rápido. Así que no compareció contra Portugal más que al final, cuando el partido estaba ya decantado. No fue posible la comparación Cristiano-Güler, el viejo y el niño, y nos tuvimos que conformar con Ronaldo. Simplemente, el mejor jugador de la historia de la Eurocopa. Solo eso.

Cristiano lleva mutando desde sus orígenes. Era aquel chaval salvaje que quería que el fútbol se arrodillase delante de él, y en esto llegó Ferguson. El técnico escocés, el único gran técnico que han dado las islas británicas, lo pulió y le enseñó los caminos del gol, no siempre inescrutables, puesto que se pueden aprender. Cuando llegó al Madrid ya no había duda de que era uno de los diez mejores de la historia, excepto en España y Argentina, dos naciones donde el genio es siempre un apéndice del prestidigitador y debe vivir colgado del amague, del engaño, como si fuera el silencio en el centro del tornado. Pero Cristiano no era eso; Cristiano era el tornado. Y adoraba la chatarra, dentro y fuera de la cancha. Además, su teatralidad era excesiva, algo que lo ponía fuera del paladar de todos esos que buscan lo auténtico desesperadamente y confunden esa búsqueda con sus propios prejuicios de clase.

Cristiano reinó en las diagonales del fútbol europeo hasta que llegó Zidane. El francés le bajó la velocidad y lo encerró en el área y sus inmediaciones. Convirtió su larga marcha en los pasos naturales de un depredador. Rodeado de todos los genios de su tiempo, excepto Messi, ya no volvió a perder, excepto contra Messi y solo en la liga española, nunca en Europa.

Foto: Ronaldo en un entrenamiento con Portugal en la Eurocopa. (EFE/Miguel A. Lopes)

El paso a la Juventus

Pero esos genios crecieron tanto que le hicieron sombra, y algo en su planeta se tambaleó. Se fue del Madrid con la cabeza alta de las folclóricas y recaló en la Juventus, un equipo con nombre, pero sin ideas ni dinero y que le iba a permitir volver a sentirse el centro del Universo.

Fuera del Madrid, el sol se apaga y las aventuras se vuelven de bolsillo; años pequeños que no dejan memoria. Era un nombre que se había vuelto lejano, que volvía a su larga diagonal y hacía grandes partidos en Europa justo en el momento en el que su equipo perdía la eliminatoria. Esa es la señal de la decadencia, pero CR7 vive en un sistema solar donde todos los planetas giran a su alrededor y nadie se iba a atrever a decírselo.

Le tentaron desde Arabia y, al contrario que los otros que allá se fueron, es feliz. Está en el centro de un desierto y es el único monumento que sobrevive de la época antigua. Protagoniza su propia película y solo está interesado en su lucha contra los récords.

Foto: Arda Güler recupera un balón contra Polonia. (Reuters/Kacper Pempel)

Un sistema en torno a Cristiano

Y en Portugal. Su pequeño país. Hermano de España cosido por la espalda. Da hombres futbolistas de calidad superior, pero incapaces de crear un estilo en común cuando se juntan. Portugal siempre juega a Portugal. Algo desacompasado, regado de detalles sublimes, velocidad aturullada y un cierto desorden atávico. Y desde el 2004, se adapta a lo que sea que es Cristiano Ronaldo.

Incluso ahora, el sistema de Portugal gira en torno a él. Aprovecha su falta de chispa. Gravitan a su alrededor para aprovecharse de los balones muertos que quedan por ahí, fruto de su vejez.

En el primer gol, Cristiano se cae de forma lamentable. Un compañero aparece por detrás y golpea a la red sin compasión. Esto se repetirá durante todo el partido. Cuando le cuelgan un balón, uno o dos portugueses atacan la bola con la convicción de un dragón de Komodo, sabedores de que no llegará con claridad a la bola.

Su rigidez es parecida a la de la esfinge. Incapaz de rectificar y al suelo que va. El fútbol es el deporte donde todo es una gran rectificación porque el balón salta siempre como un conejo asustado. Todo son movimientos inesperados y eso es lo más duro para un cuerpo macerado y rígido como el de nuestro héroe.

Cristiano regateando exitosamente a sus 39 años. ¡Reto superado! El partido de Portugal iba progresando con una cierta superioridad contra los animosos turcos, hasta que le meten un balón en profundidad al genio de Madeira. Ronaldo está solo y encara al portero por un lateral. Todos esperan el zapatazo y posterior celebración, pero no. Le pasa el balón a un compañero y este marca sin dificultad. No va a abrazar al goleador, es él quien se dirige a la banda para que lo abracen como padre fundador de Portugal que es. Es un rey consciente y magnánimo. Asiste cuando todos esperaban el gol, aunque inmediatamente nos damos cuenta de que esa asistencia rompe otro récord: es, a partir de ahora, el máximo asistente de la historia de la Eurocopa. Ya era el máximo goleador. El que ha marcado en más Eurocopas, el que ha jugado más partidos, el de las camisetas más ajustadas.

placeholder Cristiano es el capitán de Portugal. (Europa Press)
Cristiano es el capitán de Portugal. (Europa Press)

Reina en todas las estadísticas que el ser humano haya podido inventar. ¿Pero reina de la misma manera en nuestros corazones? El caso es que poco después salta un niño para hacerse un selfi con él y Cristiano consiente encantado. Salta otro y otro más, y Ronaldo a todos complace. Todo parece un partido homenaje que dura años. Aun así, el encuentro prosigue y Cristiano —consciente de que en alto nivel ya no está para el remate— se dedica a repartir balones en el área.

Su inteligencia competitiva sigue intacta. Y el amor de los niños, su público esencial y el único que lo entiende en su totalidad, también.

Una Eurocopa no es un Mundial y un Mundial ya tampoco es lo que era. Estas obviedades inundan las conversaciones de los futboleros que llenan su tiempo entre partidos sin demasiada sustancia. En realidad, nada es lo que era porque esta es la época en que la representación ha sustituido a la vida, en la que solo decimos la verdad escondidos tras un avatar en las redes sociales.

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