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¿A repetir contra Alemania? El gol de Torres y el triunfo histórico de España en la Eurocopa de 2008
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EN EL ERNST HAPEL

¿A repetir contra Alemania? El gol de Torres y el triunfo histórico de España en la Eurocopa de 2008

El tanto que anotó el delantero nacido en Fuenlabrada acabó con la maldición de la selección española, por entonces dirigida por Luis Aragonés, en el partido por el título de Viena

Foto: Fernando Torres, en el gol de España en la final de la Eurocopa de 2008 (EFE).
Fernando Torres, en el gol de España en la final de la Eurocopa de 2008 (EFE).

Todo aficionado lo tiene guardado en la retina. Fernando Torres esprintando, tras un control que le sale largo, hacia el balón al hueco que le brindó Xavi, quitándose de en medio a Lahm como el Niño mayor que se hace hueco entre los críos del patio, llegando antes que el portero alemán y picándola por encima de un Lehman que sólo puede ver cómo la pelota entra delicadamente junto al poste. España entera estalló de alegría porque, esta vez sí, los chicos lo habían logrado. Fue el gol que dotó de confianza a un equipo legendario que acabó llegando a lo más alto dos años después en Sudáfrica. Una Eurocopa para el recuerdo con un fútbol que, llegara lo que llegara después, ya era imposible de igualar.

Para sorpresa de nadie, las dudas volvían a ser las grandes protagonistas en la selección que llegó a aquel torneo. Después del descalabro en el Mundial de 2006, con gatillazo tratando de jubilar a Zidane incluido, la prensa se cebaba una y otra vez con Luis Aragonés, siempre con la escopeta cargada para apuntarse el tanto al no poder -ni querer- asumir que el gran Raúl del Real Madrid ya no era el pilar del equipo que representaba a todo el país. Tras meterlo con calzador en el once que sucumbió contra Francia en la Copa del Mundo, la paciencia de Luis duró dos partidos importantes más, los que tardó en torcerse la clasificación para la Eurocopa 2008. España cayó en Belfast, y el Sabio decidió, acertadamente como se acabó demostrando, que si su barco se hundía y va a ser con su forma de navegarlo. Tras ello llegó la derrota en Suecia, un fusilamiento público contra el seleccionador que hizo salivar a más de uno y que a punto estuvo de mandarlo al fondo del mar. Pero reflotó. Y de qué manera.

Foto: Los jugadores de España en la Eurocopa de 1964 (LUIS MILLÁN).

España hizo los deberes clasificándose como primera, lo mínimo exigible, despertando de nuevo ese sentimiento de unión en torno a la selección al enamorarse de la generación que venía mientras se asumía que Raúl no iba a volver. Aquel era un equipo plagado de talento, pero fue Luis el que les convenció de que verdaderamente eran jugadores de élite. De que no tenían que envidiar al resto de tops que ponían por las nubes en absolutamente nada. El Barça de Rijkaard se había estrellado aquella temporada, la última antes de llegar Guardiola al banquillo culé, aferrándose aún a Deco o Ronaldinho, pero fue con España, meses antes, con la que Xavi se convirtió en capitán general e Iniesta en un genio que debía ser siempre indiscutible en el once.

Todo ello unido a David Silva, Fernando Torres o David Villa, tocados por una varita, y un Marcos Senna que actuaba de ancla cuando era más generador que destructor. El fútbol total. Atrás guardaban la ropa Puyol, Ramos y los no tan recordados Marchena y Capdevila además de, por supuesto, un Iker Casillas que parecía embrujado y era capaz de comerle la moral al contrario hasta hacerle creer que era casi imposible que le fueran a marcar gol. Cesc, Xabi Alonso, Cazorla, De La Red... España era un equipazo y, ahora sí, además se lo creían.

placeholder Los jugadores de la selección española mantean a Luis Aragonés tras la final de Viena (EFE/EPA/HELMUT FOHRINGER).
Los jugadores de la selección española mantean a Luis Aragonés tras la final de Viena (EFE/EPA/HELMUT FOHRINGER).

La Eurocopa de 2008 en Austria y Viena

La selección española comenzó su cuento de hadas en Innsbruck, en medio de las montañas austriacas, sabedora de que no podía lanzar las campanas al vuelo para evitar el trastazo que tantas veces se había pegado. El 4-1 a Rusia despertó el gusanillo, con un hat-trick de Villa que se convirtió en el héroe del segundo encuentro al anotar el 2-1 frente a Suecia en el descuento. Ya clasificados para los partidos del todo o nada, fueron los suplentes los que demostraron que ahí había material más que de sobra para reemplazar a quien fuera necesario, con Dani Güiza dando tres puntos más en otra remontada frente a Grecia. España estaba en cuartos. Otra vez. Y ahí llegaba la piedra con la que nos habíamos hartado de tropezar.

Era el 22 de junio de 2008 y en toda España había un aroma a cita de las que se acaba contando años después a tus nietos. Y así acabó siendo. Tras 120 minutos frenéticos contra la selección italiana, por entonces campeona del Mundial, la selección española dejó atrás la maldición y cambió la historia definitivamente. Iker Casillas tuvo su particular cara a cara con Buffon, y el de Móstoles se lució ante su archienemigo, deteniendo los lanzamientos de Di Natale y De Rossi. Fue Cesc el que asumió la responsabilidad de tirar el quinto, engañando al cancerbero italiano a la vez que se desataba un aullido de júbilo en todo el país. "Calma, quedan dos, pero la cosa pinta bien...".

A España le tocaba soñar, y se volvía a cruzar con Rusia en el último escollo antes de plantarse en una final 24 años después de aquella contra Francia, Platini y Arconada que aún nos hacía torcer el gesto. El partido de semifinales fue una exhibición, quizás el mejor que jugó la selección en la época dorada de Eurocopa-Mundial-Eurocopa. Con el inolvidable color mostaza de la camiseta, pasaron por encima de Arshavin, Pavlyuchenko y compañía con los goles de Xavi, Güiza y Silva, abriendo de par en par la puerta grande con el único borrón de perder a Villa, en modo pichichi, de cara a la final.

Todo listo para la batalla. España se iba a ver las caras con Alemania, que contaba con mucha más experiencia en este tipo de partidos. Pero para experiencia la de Luis Aragonés, que dejó una colección de frases que todo el mundo se sabe de memoria para quitar presión a los suyos: "Las finales no se juegan, se ganan. Del subcampeón no se acuerda nadie. Hacemos fiesta si les ganamos. Y como somos mejores, además les vamos a ganar", unas palabras que quedaron grabadas en el éxito de 2008, como el "Wallace" refiriéndose a un Ballack que era su principal estrella, o el "el rubio del nombre tan raro que se calienta como la madre que le parió" cuando hablaba de Schweinsteiger.

El Ernst Happel de Viena fue el escenario de la gran final de la Eurocopa de Austria y Suiza, y millones de España la volvían a ver en casa, sí, pero también jugaban en ella. Una Alemania que salió con la lección aprendida, ahogando con juego duro el fútbol del centro del campo español, hasta que la selección española comenzó a sentirse cómoda. Y ahí era imparable. Fue pasada la media hora cuando llegó el gol de Torres, con un sutil toque tras un eslalon de locomotora. Un gol histórico que metió prisa a los alemanes y permitió a los de Luis Aragonés circular la pelota hasta que el árbitro dijo basta mientras saboreaban cada pase acertado al compañero. Era 29 de junio de 2008 y España era campeona de Europa. Sí, no era un sueño, y aquella Eurocopa provocó una riada de banderas en las calles que sólo representaban el triunfo de la selección. La piedra angular de aquel "soy español, ¿a qué quieres que te gane?" que hoy puede sonar a chiste. España logró lo que parecía imposible arrodillando a la Mannschaft, a la que mató una segunda vez, como bien suele decirse que hay que hacer, con aquel cabezazo de Puyol dos años después. Aunque eso ya sea otra -bonita- historia.

Todo aficionado lo tiene guardado en la retina. Fernando Torres esprintando, tras un control que le sale largo, hacia el balón al hueco que le brindó Xavi, quitándose de en medio a Lahm como el Niño mayor que se hace hueco entre los críos del patio, llegando antes que el portero alemán y picándola por encima de un Lehman que sólo puede ver cómo la pelota entra delicadamente junto al poste. España entera estalló de alegría porque, esta vez sí, los chicos lo habían logrado. Fue el gol que dotó de confianza a un equipo legendario que acabó llegando a lo más alto dos años después en Sudáfrica. Una Eurocopa para el recuerdo con un fútbol que, llegara lo que llegara después, ya era imposible de igualar.

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