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Las vacaciones en el mar del Real Madrid: una odisea blanca por la España de provincias
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Las vacaciones en el mar del Real Madrid: una odisea blanca por la España de provincias

Los rivales machacan a Vinícius Júnior mientras el público jalea las faltas a destiempo, el ataque del Real Madrid no sobrevive a la baja de Benzema y Marco Asensio languidece

Foto: Vinícius Júnior protesta una entrada de Maffeo. (Reuters/Juan Medina)
Vinícius Júnior protesta una entrada de Maffeo. (Reuters/Juan Medina)

Ayer era domingo y hace unos días era jueves. Dos días sin encanto para el fútbol. Un domingo por la mañana, el madridista acude al partido para hacer constar que estuvo allí, pero sabe que lo que se va a encontrar es un piso sin amueblar y con las ventanas apedreadas. El jueves el Madrid despachó al Valencia. Tuvo enjundia el equipo. Modric y Kroos en comandancia con Ceballos y Valverde pasando la mopa. Vinícius descolgándose por las almenas y Benzema haciendo de sí mismo para un documental de National Geographic. Un juego ágil y peligroso. Con resaca y volutas de humo.

Modric encarando la fatalidad que es la vejez con una tranquilidad desconcertante. Parecía el ocaso de la Quinta, que ganaba la mitad de los partidos con una belleza deprimente y perdía la otra mitad tirándolo todo por la ventana. Asensio se metió en zonas interiores y las ocasiones surgían sin dramatismo, con cierta indiferencia. Benzema ha vuelto al paso previo del depredador, así que los goles no acababan de sonar. Así pasó una primera parte donde el Valencia no dijo ni mu. "¡Asensio es como si te casas con una conejita de Playboy y hace votos de castidad!", dijo alguien en el bar. Fue suficiente. Un disparo muy limpio desde una esquina y el gol ponía fin al partido. Asensio, 10 goles al año y la posibilidad de ganar una liga menor. Eso es y eso va a ser.

placeholder Asensio se lamenta tras fallar el penalti en Mallorca. (Reuters/Juan Medina)
Asensio se lamenta tras fallar el penalti en Mallorca. (Reuters/Juan Medina)

Hubo dos lesionados. Militao y Benzema. Principio y fin del equipo. No hacía falta mucha conversación alrededor de eso. Con la plantilla que tiene este año el Madrid, con sus pesos muertos que llevan tanto tiempo con nosotros que son como una familia del revés, ir a por las tres competiciones es una utopía como el pleno empleo en Cádiz. Mariano, Hazard, Odriozola y Vallejo son cuatro seres humanos a los que se les oculta de las visitas para no sentir ridículo.

Y en eso llegó el Mallorca. Son Moix. Estadio medio abierto desde donde se ven las grúas trabajar. Manteles en los balcones y una afición fría con el orgullo autonómico justo. El loco Aguirre a los mandos de los baleares. Patadas tácticas y cemento por el centro. Eso prometía el partido. Y eso es lo que dio. Nacho es capitán. Son las dos de la tarde. Sol y sombra sobre el césped. El Madrid sale por el qué dirán, pero no hay compás en el equipo. Son demasiados años acostumbrados a que Modric y Kroos se suban en una caja y orquesten los vientos. Sin ellos, el equipo está sembrado de intenciones que no cuajan y de carreras locas a ninguna parte.

El viaje a ninguna parte en Mallorca

El Mallorca mete un centro y Nacho peina hacia atrás metiéndola en propia puerta. Es la forma de los equipos de Aguirre de hacer daño. Nacho es capitán y así lo paga con el equipo. Cada jugador tiene un rol, e intentar sacarlo de ahí es un absurdo. Nacho es el hombre común que entra en el reino del disparate y pone algo de razón. Siempre tiene su foco a media temporada, y siempre hay quien lo pide por delante de algún extranjero maligno que le ha quitado el sitio, y, cuando sale de titular tres partidos seguidos, demuestra que su rol era el correcto: un cuarto central y un hombre serio y repeinado que está ahí para arreglar problemas.

No hay narrativa en el partido, el Madrid está espolvoreado por ahí con Tchouaméni en el centro del campo, pero no en el centro de las cosas. El gigante francés lleva África en la piel, pero Europa en el espíritu. No es un jugador de calle, es un jugador de escuela. Barre el campo como un Terminator cuando las cosas salen bien. Grandes cualidades físicas y técnicas, pero ausencia de colmillo. No ha sido educado en el sufrimiento y está perdido cuando los partidos se hacen jungla. Y un mediocentro no puede estar nunca perdido. Puede llegar tarde o dar la patada del fin del mundo, pero siempre tiene que ser una brújula en la tormenta.

placeholder Nacho Fernández lució el brazalete de capitán. (EFE/Cati Caldera)
Nacho Fernández lució el brazalete de capitán. (EFE/Cati Caldera)

Hay cambios de orientación y taconazos de Asensio. No parece un campo para los surrealistas, sino para los mercheros. Asensio estuvo semiescondido todo el encuentro como esos media puntas de buenas intenciones para los que hay una capilla ardiente en el subsuelo del Bernabéu. No está Benzema. No hay delantero centro y sin delantero no hay cabeza de playa. El Mallorca defendía muy lejos de su área y solo Vinícius tenía la posibilidad de llegar allí. Pero no tenía compañía y media docena de inspectores lo echaban abajo a patadas. Rodrygo es otro que no compareció. Tiene algo de Asensio en esa volatilidad, esa presencia sutil y ese romance con el gol por la escuadra.

El equipo no es exquisito ni sólido. No tiene voluntad para acarrear la pelota al área contraria de cualquier manera, ni construye túneles secretos que hagan chasquear el gol como un suceso. El Mallorca hace falta tras falta. Un juego sórdido, aplaudido por la grada y pagado por la diputación. Progresa por erosión. Hay balones sueltos en la frontal del Madrid. Una señal del fin del mundo, como si todas las cisternas perdieran agua a la vez. La gente se distrae pitando a Vinícius. Una y otra vez intenta la misma jugada.

placeholder Maffeo y Vinícius volvieron a chocar. (Reuters/Juan Medina)
Maffeo y Vinícius volvieron a chocar. (Reuters/Juan Medina)

El Madrid se desentiende de él. Lo están gastando de alguna manera y cada vez es más incapaz de llegar al corazón del área. Llegado el final de la primera parte, el partido es oficialmente deprimente. Las imágenes felices del último partido ante el Valencia se han evaporado. Los equipos españoles, cuando juegan contra el Madrid, son pequeños ejércitos llenos de rencor. Y el Madrid no tiene fuerza suficiente para ir contestándoles plaza por plaza.

Comienza la segunda parte con ese algo animoso que viene después de la reprimenda del técnico. "¡Ceballos no vale, tiene el genio de un columnista de provincias!", suelta alguien en el bar. El caso es que Ceballos se queda corto en la lucha y su talento de pelota pegada al pie no es suficiente para decantar partidos. Es como Nacho o Asensio, un recurso a mitad de temporada, jugadores que no desentonan con las cortinas del salón, pero no se busque más en ellos que lo que han dado hasta ahora.

Lo que necesita el Madrid

En enero y febrero los vientos del Madrid cambian dos veces por semana. Hay que ir con cuidado al imaginarse un futuro para este equipo. Rodrygo sigue sin salir en la jugada. Pareciera que lo han censurado, borrado de la memoria del partido. No hay ataque reconocible. Hay patadas y hay rechifla contra Vinícius. Madridistas destemplados, que es el estado de ánimo que busca siempre el oponente, y un Mallorca que tiene un plan mezquino pero eficaz.

Cuando un partido es así de hosco, el madridista entra en la desesperación. Es como si se dibujara en el césped el futuro que nos espera. Cuando las cucarachas dominan la tierra. En un encuentro sin ocasiones, la vida deja de tener sentido. El Madrid necesita una serie de cosas, históricamente:

Un mediocentro de hormigón y con un desplazamiento en largo que cruce la estepa.

Una banda rápida y la otra donde reine la locura.

Un interior exquisito y algo pudoroso.

Un central afiliado a La Falange y otro que recite el Corán.

Un portero que haga milagros en el uno contra uno.

Un delantero centro que cabecee lavadoras y con un poema en cada pie.

Sin eso, su juego es plomizo, falto de caos, y, cuando razona, está perdido.

placeholder Vinícius Júnior se lamenta tras recibir una falta. (Reuters/Juan Medina)
Vinícius Júnior se lamenta tras recibir una falta. (Reuters/Juan Medina)

Una y otra vez, Vinícius. El mismo truco, el mismo plan, la misma soledad. Las fuentes de los pases interiores están secas. Al brasileño le sacuden sin misericordia. Parece el payaso al que le dan las tortas y se ríe como una máscara veneciana. No hay ocasiones. No hay profundidad. Un pase largo desde la defensa se convierte en un penalti inmerecido contra el Mallorca. Asensio lo tira tan subrayado que podía ser una voz en off. El portero lo para. La periferia está feliz.

Salen Modric y Kroos, pero también Mariano. Mariano es la desesperación, la falta de ideas con la que Zidane o Ancelotti bajan la persiana. El Madrid mantiene la pelota por más de 12 segundos con idénticos resultados. Modric coloniza zonas interiores y la pelota, ¡por fin!, llega al área. Pero allí está Mariano. Uno de esos chistes sin principio ni final que se cuentan en las sobremesas. No hay ritmo en el partido, solo momentos. Espasmos sin brillo y sin narrativa. Es el minuto 88 y los blancos paren su primera jugada. Excitación. Rüdiger corre como un poseso hacia ninguna parte. Apuros defensivos. Remates arriba y abajo, corneta y ángulos. Demasiado alargue para un partido sin ángel.

Todo termina y por lo menos estamos vivos.

Es un alivio.

Ayer era domingo y hace unos días era jueves. Dos días sin encanto para el fútbol. Un domingo por la mañana, el madridista acude al partido para hacer constar que estuvo allí, pero sabe que lo que se va a encontrar es un piso sin amueblar y con las ventanas apedreadas. El jueves el Madrid despachó al Valencia. Tuvo enjundia el equipo. Modric y Kroos en comandancia con Ceballos y Valverde pasando la mopa. Vinícius descolgándose por las almenas y Benzema haciendo de sí mismo para un documental de National Geographic. Un juego ágil y peligroso. Con resaca y volutas de humo.

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