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Vinícius debe pedir perdón: es un mal ejemplo para los niños y una mancha democrática
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Vinícius debe pedir perdón: es un mal ejemplo para los niños y una mancha democrática

Los guardianes de la moral apuntan a las protestas del brasileño mientras ocultan la cacería que recibe cuando juega en España. Vinícius no es el primero en sufrir algo así

Foto: El extremo brasileño se duele tras una entrada dura. (Reuters/Isabel Infantes)
El extremo brasileño se duele tras una entrada dura. (Reuters/Isabel Infantes)

Esta liga pasa rápido y no deja instantes para el recuerdo. Será únicamente una estadística en el casillero azulgrana. La liga del 1-0, de Araujo y Ter Stegen. Una competición herida de muerte por el caso Negreira, herencia no solamente de la picaresca española (o hispano-catalana), sino del antimadridismo. Al final, el odio a los mejores —aquellos aristoi griegos— ha provocado la caída en la putrefacción de todo el conjunto. La reacción de los árbitros al famoso caso de corrupción ha sido redoblar los supuestos favores arbitrales al Barça por motivos fáciles de entender en lo intuitivo e imposibles de explicar desde lo racional.

¿Es una forma de dañar al Madrid reafirmando al Barça? ¿Son envidias, celos al que consigue lo que otros ni siquiera sueñan? ¿Es el cainismo con el que los hispanistas británicos definieron a la sociedad española? ¿Es un boicoteo al presunto poderoso —el Madrid— para presumir de libertad y subversión en la barra del bar de las tertulias deportivas? En la época en que los telediarios abrían con un 5-0 a los blancos y Mourinho era considerado un heraldo del mal, ser del Real se convirtió en un oficio peligroso.

Foto: Mourinho y Guardiola se saludan en un partido disputado en el Camp Nou. (EFE/Alberto Estévez)

Era un equipo de aristócratas en harapos. Hidalgos obsesionados con su leyenda que han sido orillados por la historia. Y las masas detectaron esa debilidad y fueron crueles, obscenamente crueles contra el equipo madridista, que, además, tenían un mascarón de proa. Cristiano Ronaldo era perfecto para recibir los insultos y las vejaciones del pueblo llano que hacía cola a los pies de la guillotina. El Madrid resistió, se aupó sobre lo que decían que eran sus ruinas y edificó una civilización victoriosa tan grande que parece que no tenga fin. En Europa. Porque España seguía siendo feudo azulgrana. Un misterio, eso, y que sin tener perfiles tan extremos ya había pasado en la época de Raúl, Redondo y Roberto Carlos.

¿La culpa es de Vinícius?

Esa psique infectada y polvorienta, creadora de un relato en el que el equipo que gana debe aparentar humildad para ser aceptado en el espacio público, sigue ahí, y vuelve cada vez encalomada en un tema diferente. El actual es Vinícius. El mejor jugador de la liga. El mayor generador de ocasiones de Europa Occidental. El último delirio de una Sudamérica que salva continuamente al fútbol de la banalidad de la eficacia. Uno de los tres mejores del mundo. Alguien que en cualquier partido deja rastros que nunca se habían visto. Como un punto de fuga a otra dimensión. El jugador más divertido que pueda haber. Meterse en lo prohibido con el balón en los pies sorteando obstáculos como en un videojuego. Lo que todos los niños desean, lo que todos los aficionados sueñan.

Foto: El brasileño protesta a Iglesias Villanueva. (Reuters/Albert Gea)

Pero no. No en España. Aquí Vinícius fue durante años objeto de mofa hasta que un día dejó de hacer gracia y comenzó a dar miedo. Ahí empezó la cacería. Ya nadie lo recuerda, pero la liga se le fue al Madrid en el partido contra el Mallorca. Un equipo entero dedicado a talar a patadas los regates del brasileño. Un jugador que no se arredra y se pone chulo. Un árbitro que mira hacia otro lado y una derrota de los blancos en el peor momento posible. A partir de ahí, todos supieron lo que hacer. Especialmente los guardianes de la moral, aquellos para los que Cristiano era chulo, violento y provocador y el grito en su contra —"ese portugués hijo de puta es"—, algo inaudible, los cuatro desalmados de siempre.

Esos mismos levantaron acta del partido contra el Girona de Vinícius. En ese encuentro, perdido por los blancos, el jugador madridista regatea varias veces al equipo entero, es sacado del campo con una patada criminal y se vuelve a la grada y se toca el escudo. No más que eso. Ese gesto ha provocado las admoniciones morales de la prensa que vela por la pureza de la institución y que desea secretamente su desmantelamiento. Esa gente pone en la balanza dos cosas: el juego de Vinícius en una, y, en la otra, su actitud provocadora. Y la balanza queda equilibrada. Al fin y al cabo, si le pegan, será por algo. No se puede ir así por la vida, con esa alegría y esa desenvoltura. Este chico no sabe en qué club está. Es la hora de explicárselo.

placeholder Vinícius Júnior el pasado fin de semana. (Reuters/Isabel Infantes)
Vinícius Júnior el pasado fin de semana. (Reuters/Isabel Infantes)

Ya se le hablaban así a Fernando Hierro, al que se le dedicaban editoriales en la prensa seria. Se decía que su gesto torvo era de otra época. Que sus patadas hacían temblar el coliseo magnífico en el que jugaba. Que debía pedir perdón y aprender modales. Pero Hierro nunca lo hizo y, en la final de la Copa de Europa de 1998, fue el guardián de las puertas del Madrid. El mejor hombre del partido y en el que devolvió al Real mar adentro, con los grandes depredadores de los que llevaba 32 años apartado.

No es el primero al que se le señala

También con Sergio Ramos prevalecía sobre su inmensa calidad, sus modales entre autoritarios y flamencos que hacían hervir la sangre a los antimadridistas. Cuando el Barça vapulea al Madrid por 5-0, Ramos, furioso, se lía a patadas con todo aquel que sale a su paso y es expulsado. Un corazón indomable. Jorge Valdano, tan pendiente de la imagen del Madrid, le obliga a salir a pedir disculpas. Apenas se le entiende. Es un momento de humillación. Pide perdón: ¿por qué?, ¿por existir?, ¿por ser del Madrid?, ¿por no ocultar sus emociones? Es una lección. Ramos en el futuro se calmará y comprenderá lo que es ser capitán del Madrid y sus obligaciones político-sociales; pero no volverá a disculparse.

placeholder Ramos celebra su última Liga. (Reuters/Sergio Pérez)
Ramos celebra su última Liga. (Reuters/Sergio Pérez)

De Cristiano está todo dicho. Convertía el grito de las aficiones rivales —en España, en el extranjero era admirado sin fisuras— en un destilado de odio tan puro que era casi una catarsis colectiva. Se le exigió un cambio en su actitud desde el primer día que rozó un balón en la liga española. Un mal ciudadano se decía de él. Goles violentos, ademanes arrogantes, desplantes a las aficiones rivales. Extrañamente, nunca quiso moderar su instinto ni su juego. Llevó su máscara hasta el final. Y en el final estaban las Copas de Europa y los Balones de Oro esperándole. Premiando su talento, su obcecación y su peligrosa honestidad.

Hierro, Ramos, Cristiano, Vinícius. Todos ellos jugadores fundamentales en los sucesivos Real Madrid que han domesticado la Copa de Europa. Se curten al hierro en el desarraigo ibérico, y los campos de la Champions les parecen praderas brillantes donde proyectar la verdad que ellos saben que poseen. "Toro en mi rodeo y torazo en rodeo ajeno". Lo decía Martín Fierro, la obra favorita de Alfredo Di Stéfano. El primero de todos. El más altivo, el emperador insolente, el que nunca pidió perdón por ganar, ni ahorró un desplante ante los insultos. El primero de los grandes ganadores, el que inicia la estirpe de la que Vinícius es la última coda.

Esta liga pasa rápido y no deja instantes para el recuerdo. Será únicamente una estadística en el casillero azulgrana. La liga del 1-0, de Araujo y Ter Stegen. Una competición herida de muerte por el caso Negreira, herencia no solamente de la picaresca española (o hispano-catalana), sino del antimadridismo. Al final, el odio a los mejores —aquellos aristoi griegos— ha provocado la caída en la putrefacción de todo el conjunto. La reacción de los árbitros al famoso caso de corrupción ha sido redoblar los supuestos favores arbitrales al Barça por motivos fáciles de entender en lo intuitivo e imposibles de explicar desde lo racional.

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