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Diálogo sobre el daño general que causa la ausencia del Real Madrid en las vidas de la gente
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DESDE EL MUNDO REAL

Diálogo sobre el daño general que causa la ausencia del Real Madrid en las vidas de la gente

Fuera del bar, el calor derrite las calles. El sol hace inútil cualquier intento de rebeldía. Todos somos iguales ante su ley. Es verano y la ausencia del Madrid complica la situación

Foto: Aún faltan semanas para la vuelta del Madrid. (EFE/José Manuel Vidal)
Aún faltan semanas para la vuelta del Madrid. (EFE/José Manuel Vidal)

Es verano. Un tiempo lleno de peligros. El ocio, que es la faz capitalista del aburrimiento, consiste en hilvanar escenas rutinarias con una musiquilla de fondo que pretende ser entretenida. Es el momento donde se cuelan en el individuo los malos presagios. Las cosas son vistas desde fuera y toman el cariz de una representación barata, de poco nivel. Es la vida, que se consume en una tarde de domingo eterna, como un partido de regional preferente donde solo los insultos se escuchan nítidos ante la indiferencia general.

Es verano. El fútbol ha terminado. En la tele echan un partido anodino de una Selección española llena de jóvenes talentos que no llegarán a ninguna parte. La gente lo observa con la misma ilusión con la que miraría la decapitación de sus hijos o un pleno del Congreso. El bar tiene grandes cristaleras desde las que se ve la calle. Allí, el sol se ha convertido en un imperio letal. Todo parece derretirse.

Foto: Kroos celebra un gol con el Madrid. (EFE/Miguel Toña)

De repente entra atropelladamente un hombre muy grande y muy sucio, cubierto con fulares que se le van cayendo como si fueran escamas. Por encima de su oronda figura lleva un viejo batín con el escudo del Madrid. Y la joya final le rodea la muñeca: la pulsera magnética de Cristiano. La que le libra de todo mal, especialmente del trabajo, como suele decir cuando alguien le pregunta: "Quita esta mierda, chaval. Pon el parte, a ver qué dicen del Madrid".

El camarero, un chico joven con un pendiente en la oreja, no se da por aludido y hace como que pasa muy lentamente el paño por la barra. Al final del bar, debajo de un confuso tapiz que se pretende renacentista, un hombre vestido con traje y corbata apura una copa de coñac. Carraspea y saluda con la mirada al hombre que acaba de entrar.

"Quita esta mierda, chaval. Pon el parte, a ver qué dicen del Madrid"

"Oye, Mario, ya has oído al brigada. Haz el favor de cambiar el canal, ese de deportes y ponnos el telediario, que queremos ver a quién hemos fichado. Te lo pido con respeto", afirma con un ademán exagerado. "Así se piden las cosas", musita el camarero. En la pantalla, aparecen unas imágenes dantescas de París ardiendo hasta los cimientos. "Ya está, ya ocurrió. Los gabachos se acabaron. Llevo media vida esperando este momento", dice una mujer delgadísima sentada en posición inverosímil en un taburete de la barra. "París es una mentira. Un clima horrible, uno son hostiles, otros dan grima y japoneses haciendo fotos a la torre Eiffel. De Francia solo vale Zidane, y porque es africano".

"Pero ¿qué es lo que ha ocurrido? ¿Hemos fichado a Mbappé y las masas se han levantado?", exclama el Polaco, un hombre muy rubio y con la tez quemada por el sol. Silabea con un oscuro acento andaluz. Viste un chándal del Madrid anterior a la llegada de la democracia. Su trono es una silla en mitad del bar, todo aquel que dé tres pasos se tropezará con él. "No todo es el Madrid," salta el camarero. "Esto es otra cosa mucho más importante", dice bajando la voz, como si su sentencia contuviera un secreto fundamental. "Más importante que el Madrid, solo el mar. Y eso, si te gusta el marisco".

placeholder Jude Bellingham, el gran fichaje del Madrid esta temporada. (Real Madrid)
Jude Bellingham, el gran fichaje del Madrid esta temporada. (Real Madrid)

"A mí el mar me da miedo, Gallego, como las mujeres de mirada fija o los argentinos manipulados por el Barça. Hay cosas insuperables, pero Mario sabe que cuando no juega el Madrid, o durante los amistosos de selecciones o en los momentos finales de un encuentro decidido, entran en la cabeza del hincha pensamientos oscuros. Sigue, Polaco, explícanos el mundo". Con un marcado acento gallego, el hombre del coñac se dirige a la concurrencia.

"Y cuando esos pensamientos entran en la cabeza del hincha, se cae la tramoya. Tengo un amigo que dejó de creer en el fútbol en un mal verano. Se pasó a la vida secular y anda por ahí en los bares fingiendo que no mira la tele y murmurando eso de 'yo un día me di cuenta de que estos tíos con lo que cobran no me iban a sacar a mí de pobre'. Debe de esperar un aplauso o algo, y el caso es que ha firmado una sentencia de por vida. Las puertas de la infancia están selladas para él. Ahora pretende ser adulto y hasta está pensando en cambiarse de pronombre", asegura. Se vuelve a hacer el silencio en el bar. Los parroquianos miran absortos las imágenes del telediario. Coches quemados, iglesias ardiendo, policías cargando contra jóvenes con pasamontañas, el ulular de las sirenas y los comentarios absurdos de los expertos.

Foto: Mbappé celebra un gol en el Bernabeú. (EFE/Juanjo Martín)

"Qué maravilla, Francia", suelta el polaquito mirándose unas manos largas y bien cuidadas. Guarda dentro varias civilizaciones. La blanca, burguesa, aburrida y eficaz, y el desorden, el caos, un país en vías de desarrollo en los márgenes que nunca se va a acabar de desarrollar. Ahí es donde está el fútbol. De esas carreras delante de la policía, de esa alegría en el fuego, van a salir los próximos mediocampistas del Madrid. Ya los siento yo, los veo desarrollándose en las praderas del Bernabéu, convirtiendo la rabia en belleza y el Corán en un control sublime con la espuela.

"Tenemos a Bellingham, Polaco, que es una belleza de niño y ser guapo es lo primero que tiene que tener un jugador madridista", dice ensimismada la única mujer que hay en el bar. "Yo soy de la cofradía de Míchel, ya lo sabes. Y ese Mbappé me escama con el gusto que tiene por mujeres sin pronombre definido. No es de fiar. Me acuerdo cuando las mujeres de los jugadores parecían todas María Ostiz. Una buena chica del Opus, eso hay que buscarle al bueno de Jude". "Bellingham tiene la cualidad del cisne, pero es inglés. Y los ingleses no aprenden". El hombre de los fulares, que llevaba un rato callado, vuelve a la conversación: "Y peor es lo de Joselu, que tiene nombre dependiente de frutería".

"Eso es terrible", dice meneando la cabeza el Polaco. "Pero Ancelotti se la va a jugar con cuatro medios y Jude será mediapunta o algo así. Ya sabes, la profesión de los que creemos en el misterio". "A Joselu hay que esconderlo, como se hacía en Castilla con los niños que tenían alguna tara. Pero tenemos a Tchouaméni, Bellingham, Kroos y Valverde. Y los dos brasileños haciendo el diablo", dice el Gallego, entre la ilusión y el escepticismo.

placeholder Joselu, un goleador para el Real Madrid. (EFE/Javier Lizón)
Joselu, un goleador para el Real Madrid. (EFE/Javier Lizón)

"¿Y Camavinga? Su aprendizaje ha terminado. Ha jugado mucho, aunque fuera de posición. Como regrese a ser suplente, incendia el vestuario. Y esto no es París, aquí las cosas arden de verdad". "Si a Camavinga no le dan 10 partidos seguidos de mediocentro, su carrera en el Madrid ha terminado. Lo veo llamando a las puertas del Arsenal si Carletto le pone otra vez de lateral izquierdo", dice el hombre de los fulares. "La renovación de Kroos y Modric es un disparate, hombre", dice el camarero que seguía atentamente la conversación. "Esos dos están para Arabia o la liga de Ibai". "Esos dos se irán cuando quieran. Yo los pondría en el salón de reinos, en el Palacio Real, a pasarse el balón para que los vean las visitas," suelta el Polaco con desprecio.

"Naaa, tiene razón Mario, hay mazo de peña en el medio, todos jóvenes y hambrientos de minutos. Y el Valverde ese, que yo creo que no le da para titular, por mucho Instagram que haga su mujer. El único que vale de momento es Camavinga y lo tienen en el exilio". "Pues si pasan hambre, que la pasen. Exclama exasperado el Polaquito. Pero si es verdad que Camavinga ha tenido aguante, porque el lateral izquierdo es peor que irse a Portugal". "Y como no ponga a Tchouaméni y a Bellinghan de inicio, Floren le echa los perros a Carlo, que ya sabéis cómo se las gasta", dice el camarero con sorna. "Pero, al final, qué más da si ganáis por azar, ni vosotros sabéis por qué".

Foto: Modric sonríe en una rueda de prensa con el Real Madrid. (Reuters/Andrew Boyers)

El Gallego se levanta parsimoniosamente y señala con el dedo al camarero. "En el Madrid no hay azar. La última Copa de Europa fue meticulosamente imaginada por cada hincha y por cada jugador del equipo y, luego, se convirtió en real". El camarero sonríe con condescendencia. "Cuánta bobada, vosotros no tenéis proyecto, ni una idea, ni nada. Solo al señor ese italiano que es un vago, pero tiene una flor en el culo. Y mucha pasta, claro, aunque os quejéis". "Bah, el proyecto. Eso es para los pobres de espíritu. Aquí son los jugadores los que se pasan el testigo. Y Carlo les pone los raíles adecuados. Es fácil, aunque imposible de entender para todos los que no sois del Madrid".

"Lo que tú quieras, Gallego, pero yo no me fío de los catalanes. Fichando buenos jugadores en la treintena ahora que están arruinados. En cuanto el estado les suelte la pasta, vuelven a por los grandes. Ya verás. Con el Mundial de fútbol les van a regalar un estadio por los servicios prestados a la nación española". El Polaco carraspea y sigue con su monólogo. Está indignado. "Un estadio de dimensiones norcoreanas y calidades cataríes. Y acabados de Gaudí, que estos son muy cucos. Y pagados por todos los españoles, que esta es una democracia representativa". En la televisión se han acabado las imágenes de Francia ardiendo y llega la hora del deporte. Hay un partido de fútbol contra el racismo con un montón de jugadores brasileños haciéndoles la pelota a Vinícius Jr. El espectáculo no es menos dantesco que el de los suburbios de París, pero al menos en el fuego, late la esperanza de la renovación.

El Polaco mira a la televisión con melancolía. "Quita eso, por favor, Mario, ya hemos visto bastante. Déjanos con el verano a solas. Necesitamos arder". Mario obedece y apaga la televisión. El bar parece haberse quedado a oscuras. La energía se ha marchitado de repente. "No es fácil ser del Madrid", musita el Polaco. "No es fácil estar a la vanguardia del fascismo y promover el antirracismo por el mundo. Somos como Don Miguel de Unamuno. Vivimos en la contradicción. Pero ahí está nuestra fuerza y…". "Deja de decir chorradas, anda. Que me das calor. Ponme un vermú bien frío, Mario. Que este coñac está más agotado que Modric. Y ahora, por favor, silencio. Hasta que no tengamos un nueve como Dios manda, las palabras están de más". Todos asienten en silencio. Fuera, el calor derrite las calles. El sol hace inútil cualquier intento de rebeldía. Todos somos iguales ante su ley. Es verano.

Es verano. Un tiempo lleno de peligros. El ocio, que es la faz capitalista del aburrimiento, consiste en hilvanar escenas rutinarias con una musiquilla de fondo que pretende ser entretenida. Es el momento donde se cuelan en el individuo los malos presagios. Las cosas son vistas desde fuera y toman el cariz de una representación barata, de poco nivel. Es la vida, que se consume en una tarde de domingo eterna, como un partido de regional preferente donde solo los insultos se escuchan nítidos ante la indiferencia general.

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