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El gran día de Neymar, entre el Olimpo de los dioses y la caída a los infiernos
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Ronaldo, Dinho o Romario fracasaron

El gran día de Neymar, entre el Olimpo de los dioses y la caída a los infiernos

Brasil disputa la final de fútbol de los Juegos ante Alemania. El único título que no tiene la 'canarinha', liderada por un Neymar que disputa uno de los partidos más importantes de su carrera

Foto: Neymar lidera la selección de fútbol de su país en estos Juegos de Río de Janeiro (Reuters)
Neymar lidera la selección de fútbol de su país en estos Juegos de Río de Janeiro (Reuters)

Huérfano de un fútbol que llegó a ser la envidia del mundo entero gracias a la magia desplegada durante décadas por los Leónidas, Pelé, Garrincha, Didí, Vavá, Amarildo, Tostao, Gerson, Rivelino, Zico, Sócrates, Romario, Bebeto, Ronaldinho, Ronaldo o Rivaldo, Brasil lleva más de una década pidiendo a gritos una catarsis sobre el verde que les devuelva aquel añorado ‘jogo bonito’, convencidos de que recuperarlo supondría el camino más corto para reeditar glorias pretéritas. Nadie mejor que Neymar, a la sazón el único genio verdaderamente reconocible que anda suelto estos días por el país de la samba luciendo la 'verde-amarela', para deconstruir un fútbol herido mortalmente en su orgullo desde el fallido intento de agregar en su propia casa la sexta ‘estrela’ de campeones del mundo a su solapa.

Criticado hasta en la sopa por su aparente falta de liderazgo y su libertino estilo de vida, el 'crack' del Barça se ha metido en el bolsillo a la 'torcida' en el tramo decisivo de estos Juegos Olímpicos a costa de Colombia y Honduras. Su letal conexión con Gabriel Jesús y Gabigol ha tocado la fibra sensible del personal (prensa incluida), que ahora aguarda expectante un nuevo máster de balompié de un Neymar que tiene ante sí la posibilidad de encumbrarse, con apenas 24 años, hasta el Olimpo del fútbol más laureado del planeta. El particular Everest del atacante paulista tiene un componente bicéfalo: vengar el ‘Mineirazo’ ante sus propios ejecutores y darle al fin a su país esa presea dorada que falta en el flamante museo de la CBF en Barra da Tijuca para cerrar un palmarés que es inalcanzable para el resto de los mortales.

Foto: (FOTOS: Valeria Saccone) Opinión
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Considerado durante décadas por los brasileños un torneo menor por aquello de que solo podían disputarlo futbolistas 'amateurs', el panorama cambió desde que en 1984 el Comité Olímpico Internacional levantó la mano permitiendo participar a los profesionales de todas las asociaciones continentales, excepción hecha de la UEFA y Conmebol, para ocho años más tarde convertirlo en una competición sub 23, aunque dando la posibilidad a los 16 equipos clasificados para la cita olímpica de convocar hasta tres jugadores por encima de esa edad. Sin embargo, la 'canarinha' ha fracasado una y otra vez en su misión de sumar un galardón que han perseguido algunos de los grandes prohombres de un deporte que por esos lares tiene estatus de religión. El propio Ney se estrelló con México hace cuatro años en Londres y tuvo que conformarse con una medalla de plata que le supo a fracaso. Fue el último eslabón de una larga lista de genios de la redonda que pincharon en hueso en materia olímpica.

Fracaso tras fracaso

No deja de ser curioso que el COI otorgara a Pelé el título de mejor deportista del siglo XX cuando ni siquiera asomó la cabeza en una fase final de los Juegos. Vicente Feola, su técnico en los Mundiales de 1958 y 1962, no pudo llamarle a filas ni en Roma 60 ni en Tokio 64 por su condición de profesional, lo mismo que Marao en México 68 o Zagallo en Munich 72. El mítico ‘Lobo’ sí dejó a propósito fuera de su lista en la cita germana a un jovencísimo y prometedor 10 que empezaba a sonar con fuerza entre los hinchas del Flamengo: Zico. Su polémica decisión afectó tanto al futuro 'crack' de la 'verde-amarela' que llegó a plantearse el tirar la toalla.

Romario lideró a Brasil en Seúl 88 y aunque sus goles (7) fueron decisivos para alcanzar el último partido, la extinta Unión Soviética le privó del oro en la prórroga. Las lágrimas de un joven y ambicioso cazagoles en ciernes serían clonadas ocho años más tarde por Ronaldo Nazario de Lima en Atlanta. Su impecable torneo hasta cuartos, con golazo estratosférico incluido ante Ghana, se diluyó como un azucarillo en semifinales frente a la deslumbrante Nigeria de Kanu. El bronce no sirvió de consuelo para quien había levantado la Copa del Mundo dos años atrás con solo 17 primaveras. Ronaldinho Gaucho también se la pegó en su cruzada por culminar el sueño olímpico brasileño. Además, por partida doble: en Sidney 2000 (con Bebeto y Nivaldo a bordo) no pasó de los cuartos de final, mientras que en Pekín 2008 se colgaría la medalla de bronce después de que su amigo Messi y la Albiceleste le dieran un soberano repaso en semifinales (3-0).

Una obsesión

Asentado ya como capitán y líder espiritual de la manada que dirige Rogério Micale desde el banquillo y con el empuje de un Maracaná que clama venganza por la durísima afrenta sufrida a manos de la ‘Mannschaft’ adulta en Belo Horizonte en el pasado Mundial, Neymar no puede permitirse el lujo de dejar escapar por segunda vez un título que ha llegado a ser la mayor obsesión futbolística de Brasil e incluso del propio jugador, que eligió defender los colores de su país en los Juegos de Río y no en la Copa América del Centenario cuando el Barça le instó a que renunciara a una de las dos competiciones. El azulgrana tiene su particular espinita clavada después de haberse perdido hace dos años aquella infausta semifinal ante los nibelungos por causa de la durísima entrada que recibió del colombiano Zúñiga en cuartos. No son pocos los que opinan en el gigante sudamericano que, con el '10' sobre el gramado del estadio Mineirao, el once de Scolari habría ofrecido otra imagen y, tal vez, el resultado habría sido distinto.

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Enfrente estará una ‘baby’ Alemania sin estrellas, con apenas un miembro de la escuadra que conquistó el planeta fútbol dos años atrás en ‘Maraca’ (Matthias Ginter) y que, a imagen y semejanza de su oponente en la gran final, ha ido de menos a más en el torneo. Además, se encuentra en la misma tesitura que los anfitriones: nunca se ha subido al cajón más alto en el podio del fútbol olímpico. Su mayor logro fue un bronce en Seúl 88 después de que Romario, Bebeto y compañía les apartaran de la pelea por el oro en la tanda de penaltis. “Es una gran sensación la de ponerte a prueba frente a jugadores como Neymar. Esta final es un bonus extra y vamos a tratar de disfrutar de ella. Imaginamos que todo el estadio estará contra nosotros. Trataremos de dar lo mejor y si tenemos un buen día, tal vez consigamos la victoria”, aseveraba optimista el central germano Lukas Klostermann, que estrenó su casillero goleador con la selección en semifinales ante Nigeria.

Huérfano de un fútbol que llegó a ser la envidia del mundo entero gracias a la magia desplegada durante décadas por los Leónidas, Pelé, Garrincha, Didí, Vavá, Amarildo, Tostao, Gerson, Rivelino, Zico, Sócrates, Romario, Bebeto, Ronaldinho, Ronaldo o Rivaldo, Brasil lleva más de una década pidiendo a gritos una catarsis sobre el verde que les devuelva aquel añorado ‘jogo bonito’, convencidos de que recuperarlo supondría el camino más corto para reeditar glorias pretéritas. Nadie mejor que Neymar, a la sazón el único genio verdaderamente reconocible que anda suelto estos días por el país de la samba luciendo la 'verde-amarela', para deconstruir un fútbol herido mortalmente en su orgullo desde el fallido intento de agregar en su propia casa la sexta ‘estrela’ de campeones del mundo a su solapa.

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