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La tragedia de Arturo Pomar, el niño prodigio del ajedrez español que la historia devoró
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Víctima de la historia de España

La tragedia de Arturo Pomar, el niño prodigio del ajedrez español que la historia devoró

La dictadura de Francisco Franco explotó hasta la saciedad a Arturo Pomar y lo dejó caer cuando ya no le interesó más. El destino del Gran Maestro del ajedrez quedó truncado

Foto: Arturo Pomar, en una imagen de archivo.
Arturo Pomar, en una imagen de archivo.

La Historia, con mayúsculas, está hecha de las aportaciones anónimas de gentes pequeñas, como los detalles de la composición de un mosaico, de un cuadro puntillista, de unas teselas sumadas en progresión o en deconstrucción o como hipnóticos mandalas. España, en el año 1946, era un país destruido hasta los cimientos. La noche más larga no atenuaba la falta de esperanza ni el presente prometía un escenario mejor. En el exterior, un trágico balance de cerca de 70.000.000 de almas se había volatilizado entre metralla, llamas y artefactos nunca vistos. En nuestro país, poco antes, en tres años de conflicto civil, cerca de 700.000 combatientes se habían dejado la vida en los campos de batalla.

Todo era muy gris. Los vencidos vivían en los márgenes del presente sin vistas al futuro o directamente se habían exportado a un lejano exilio. El pequeño general, amigo de conveniencia de Hitler y Mussolini, se había salvado por la campana de una conflagración derivada de sus alianzas con los líderes nazis y fascistas. La suerte le sonreía. Pero en ese momento, un chiquillo de quince años bien plantado, con sus pantalones bombacho y una chaqueta de franela gris para no desentonar con el ambiente, compartía foto con el paternal dictador que le había dado todas las facilidades, trasladando a su familia a Madrid con piso y sueldo para el padre del chaval.

Foto: Soldados alemanes en Stalingrado (Fuente: Wikimedia)
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Era un jugador de ajedrez que prometía; había hecho tablas cuando tenía doce años con el gran Alekhine (un tanto perjudicado por su impenitente afición al alcohol) vencedor de Capablanca en Buenos Aires en 1927 y; tras la gran hecatombe de la Guerra Civil Española - una jugada intermedia entre las dos grandes guerras del siglo XX -, aparecía como un prometedor campeón con proyección internacional. En beneficio del campeón mundial, hay que decir que durante los meses que estuvo en España, fue su mentor en una enseñanza de alto nivel y no le cobró un duro.

Es sabido que el ruso de nacionalidad francesa moriría en Estoril en extrañas circunstancias un día de marzo, siendo el vigente campeón del mundo. EE. UU. la gran receptora de nazis cualificados durante la posguerra mundial en una decisión de una hipocresía suprema, planteó una radical oposición acompañada de una prohibición taxativa a que jugara el torneo de candidatos en Londres, al contrario que los ingleses que fueron más magnánimos. No pudo ser.

El golpe de realidad en el régimen

Nacido en Palma de Mallorca en el año 1931, Pomar ciertamente fue un extraordinario niño prodigio que el régimen a través de sus resortes explotó hasta la saciedad. Pero el problema de Arturito era que no tuvo un entrenador de nivel que lo proyectara más allá de nuestras fronteras, capacidades tenía, potencialidad, de sobra, ¿financiación para un sueño grande? No. En tiempos de un analfabetismo insultante, el ajedrez era una cosa muy rara. Era un chico que apuntaba maneras y se quedó en un mero anteproyecto, en un borrador de futuro. El telediario de la época, el NODO, lo había elevado demasiado y demasiado pronto. El ajedrez es una planta de cultivo exquisito y comprometido, pero la voluntad por sí misma no hace milagros, hacen falta otros mimbres.

Foto: Francisco Franco y Arturo Pomar. (EFE)

Con el paso del tiempo, y la decadencia de interés de los medios, las heroicas loas quedaron como notas a pie de página, no había demasiado interés en impulsar al héroe más allá. Quien había deslumbrado por su precocidad en el arte – ciencia (campeón de España con 14 años), quien había viajado sin descanso jugando torneos contra Geller, Fischer y Karpov; siete veces campeón nacional; la primera vez adolescente en 1946, sería premiado con el más alto rango deportivo del ajedrez por la Federación Internacional que le concedería la categoría de Gran Maestro. La noticia le llegó de puntillas y sin alharacas; un telegrama que parecía descontextualizado apareció en su oficina de cartero mientras trabajaba.

Pomar se había convertido en un oscuro funcionario de correos lejos del bullicio y de las promesas falsas de los primeros y prometedores momentos de su fallida carrera. La FIDE le convertiría en el primer español en recibir tan alto galardón. Hacia 1960, aquel niño prodigio, de sonrisa desvaída y casi forzada, que compartía foto en blanco y negro con el dictador; se había casado y convertido en un modesto trabajador de Correos en una población de la periferia madrileña. El régimen le compensó con un sueldo de 10.000 pesetas mensuales que le daban por fin una estabilidad donde las ilusiones de juventud se habían estrellado.

Un último y heroico capítulo

Era de su bolsillo de donde salía la financiación para sus viajes internacionales, nada de patrocinios, ni subvenciones, ni donaciones. La cruda realidad de la indiferencia se imponía. Este país nunca fue cómplice de sus mentes avanzadas, ¿algo patológico? Quizás no; mera indiferencia, pasotismo. Sus artistas y científicos tienen que venir llorados. La financiación de sus viajes a los torneos internacionales nacía de sus haberes y de un magro bolsillo y todo esto sujeto a su calendario laboral y la aquiescencia de sus jefes. Pero algo excepcional sucedió en medio de aquella Anábasis personal, quizás su más grande hito profesional, hazaña que quedara para la posteridad.

Foto: Norman T. Whitaker, en plena partida con J. H. Smythe Jr. (Wikimedia Commons)

En Estocolmo, en la fecha del año 1962, se daba un interzonal de clasificación para el campeonato mundial y en una de las rondas se plantó ante Bobby Fischer. Tras nueve durísimas horas y 77 movimientos ante el glorioso e imbatible norteamericano, Arturo Pomar se sacó de la chistera un requiebro propio de los grandes, un broche para su carrera. Unas tablas jugando con el hándicap de piezas negras; una penalización técnica y psicológica para cualquier jugador, lo elevaron al estrellato nuevamente.

Fue un destello fugaz, una ilusión óptica. Solo su compromiso ante la adversidad y su íntimo vínculo con la magia del ajedrez, fueron sus valedores ante su penoso destino allá donde podía haber brillado con cierto apoyo institucional o privado.

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La Historia, con mayúsculas, está hecha de las aportaciones anónimas de gentes pequeñas, como los detalles de la composición de un mosaico, de un cuadro puntillista, de unas teselas sumadas en progresión o en deconstrucción o como hipnóticos mandalas. España, en el año 1946, era un país destruido hasta los cimientos. La noche más larga no atenuaba la falta de esperanza ni el presente prometía un escenario mejor. En el exterior, un trágico balance de cerca de 70.000.000 de almas se había volatilizado entre metralla, llamas y artefactos nunca vistos. En nuestro país, poco antes, en tres años de conflicto civil, cerca de 700.000 combatientes se habían dejado la vida en los campos de batalla.

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