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Arellano, el candidato español al Nobel de Economía: el SMI genera varios efectos positivos
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Entrevista al economista y profesor

Arellano, el candidato español al Nobel de Economía: el SMI genera varios efectos positivos

Es uno de los economistas más citados por sus colegas a nivel internacional y acaba de ser laureado con el Premio de Economía Rey de España. Nos atiende en su despacho del Cemfi para hablar sobre empleo, desigualdad y economía

Foto: Manuel Arellano. (Ana Beltrán)
Manuel Arellano. (Ana Beltrán)
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El profesor Manuel Arellano es el economista español con mayor prestigio a nivel internacional. Uno de sus 'papers' más reconocidos, Review of Economic Studies, acaba de conseguir un hito histórico, superar las 10.000 citas en el repositorio Research Papers in Economics (RePEc). En ese estudio publicó, junto con Stephen Bond, el estimador Arellano-Bond, que ha sido utilizado por tres generaciones de economistas desde los años noventa. Además, ha sido laureado con el Premio de Economía Rey de España. Su relevancia entre los académicos contrasta con que es un desconocido para el gran público.

El motivo puede estar en una de las frases que dirá durante la entrevista: "A algunos economistas les gusta opinar mucho, pero la mayor aportación que pueden hacer es ofrecer los resultados de sus estudios sin salsas". No esperen encontrar en esta entrevista opiniones comunes ni conjeturas, sino la evidencia científica y las reflexiones que Arellano ha recopilado durante su larga trayectoria como investigador y profesor del Cemfi.

PREGUNTA. Todos los países del mundo y los organismos internacionales han apostado por políticas expansivas para contener la crisis. Parafraseando lo que decía Milton Friedman: ¿Ahora todos somos keynesianos?

RESPUESTA. Me está preguntando por la vuelta al keynesianismo y es interesante. Si por keynesianismo entendemos que las fricciones, la competencia imperfecta y la heterogeneidad importan, la respuesta es que sí y lo es porque ahora tenemos una ingente masa de datos para comprobarlo. Voy a profundizar en dos ejemplos. El primero es el del salario mínimo: ¿Hasta qué punto pensar en un mercado de trabajo competitivo nos proporciona las intuiciones adecuadas sobre los efectos del salario mínimo? En el pasado, muchos economistas, pensando así, han concluido que la consecuencia relevante de la subida del salario mínimo es que destruye empleo, pero ahora, gracias a los nuevos análisis empíricos, nos hemos ido dando cuenta de que no es así.

Foto: Las colas del hambre durante la pandemia. (EFE/Ismael Herrero)

P. ¿Por qué no genera ese efecto negativo?

R. Para entenderlo hay que buscar las intuiciones en un marco más amplio en el que una relación laboral produce un excedente, en el sentido de que hay una diferencia entre el mínimo por el cual una persona está dispuesta a trabajar en ese empleo y la productividad que genera esa relación laboral. Ese excedente se ha de repartir y si subes el salario mínimo, lo que ocurre es que ese excedente se reparte de una manera diferente, pero no tiene por qué destruirse la relación laboral. En algunos casos es posible que sí se destruya la relación laboral, pero si se destruye, esa persona quizá encuentre una relación laboral distinta en la que la productividad es más alta y, por tanto, haya un excedente mayor que repartir. Esto también tiene efectos sobre el tipo de empresas que existen.

Si pensamos, desde el punto de vista teórico, que el mercado de trabajo no tiene fricciones ni costes de generar relaciones laborales, entonces nuestras intuiciones más fuertes pueden llevarnos a conclusiones equivocadas sobre el salario mínimo. La evidencia empírica reciente apunta en la dirección de que el salario mínimo puede ser una medida 'win-win', en el sentido de que tenga efectos inapreciables sobre el empleo, reduzca la desigualdad y mejore la eficiencia de las empresas que existen en la economía a medio plazo.

"Si subes el salario mínimo, el excedente del empleo se reparte de manera diferente"

El otro punto que quería mencionar es que ahora, gracias a tener más datos individuales sobre qué ocurre en las economías, sabemos que la heterogeneidad importa para las respuestas agregadas. El discurso keynesiano tradicional propugnaba una expansión fiscal que animara la demanda. Pero ahora sabemos que no todas las expansiones fiscales animan la demanda de la misma manera, porque las respuestas son tremendamente heterogéneas. Hay segmentos de la población que tienen unas propensiones marginales a consumir mucho más altas que otros, o que tienen menos capacidad de ajustar sus gastos, o que tienen restricciones de liquidez… Entender esa heterogeneidad se convierte en algo de primer orden y tiene consecuencias para las políticas: ya no es aquello de 'vamos a gastar', sino diseñar bien en qué lo gastamos.

P. Lo que ha ocurrido es que nos hemos dado cuenta, gracias a la ciencia económica, que el comportamiento humano es mucho más complejo de lo que intuíamos.

R. Sí, porque las personas tienen circunstancias distintas y en función de eso responden de una manera o de otra.

P. ¿Cómo afectan los salarios mínimos a la desigualdad?

R. En España todavía no tenemos muchos estudios sobre eso. Hay un estudio reciente del Banco de España que está muy bien hecho, pero que se fija solo en los efectos sobre el empleo y no sobre la desigualdad o sobre las empresas. En otros países estos estudios están saliendo ahora y la acumulación de evidencia apunta en la dirección de que los efectos sobre el empleo son pequeños o inexistentes, que es coherente con el análisis del Banco de España. Al mismo tiempo, los efectos en la reducción de la desigualdad son positivos. Y también parece, aunque hay menos evidencia, que la subida del salario mínimo mejora la productividad de las empresas.

P. ¿Porque están obligadas a cambiar para mejorar su rentabilidad?

R. O directamente porque aparecen empresas nuevas. En definitiva, todos estos estudios apuntan a que las políticas de salarios mínimos, siempre que se muevan en un rango que tenga sentido, puedan tener efectos positivos en varias direcciones.

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Fotografía: Ana Beltrán.

P. Uno de los temas que más ha estudiado a lo largo de su carrera es el de la desigualdad.

R. Seguramente el artículo académico que marcó un antes y un después en los estudios de la desigualdad económica fue un artículo de Thomas Piketty y Emmanuel Saez, que publicaron a principios de los 2000. Ahí lo que hacían era medir la desigualdad de rentas con datos individuales del universo de impuestos de los EEUU a lo largo de muchos años. Lo que vieron en la cola de la distribución, del top más rico, es que el 'top' 1 por 10.000 ganaban unos 25 millones de dólares al año y representaban entre el 4 y el 5% de la renta nacional. Este estudio puso de manifiesto una nueva perspectiva de la desigualdad, porque lo que no se mide no existe o forma parte de la elucubración.

A partir de ahí, los nuevos estudios empíricos de la desigualdad han cambiado muchas cosas. Por ejemplo, han contribuido a la prominencia del concepto de 'crecimiento inclusivo': si el crecimiento es que ese 1 por 10.000 pase de tener el 4% al 5% de la renta nacional, no es nada inclusivo. Las ideas tradicionales sobre primero crecer y luego repartir adquieren una naturaleza diferente.

Foto:  El exministro de Hacienda, Cristobal Montoro, durante una entrevista con EC en la redacción. (Sergio Beleña)

P. Es la idea de que si el 'top' gana más, al final ese crecimiento permea hacia las clases medias y bajas.

R. Eso es, como si cualquier tipo de crecimiento generase inclusividad. Sin embargo, cuando ves la cola que existe en la distribución que miden Piketty y Saez te replanteas si eso ocurre así. Es importante observar que ellos pudieron hacer ese estudio porque tuvieron acceso a los datos de los registros fiscales individuales. Desde el punto de vista empírico, el acceso a ese tipo de fuentes ahora es la frontera. Estamos hablando, por ejemplo, del universo de afiliados a la seguridad social de un país, de todos los declarantes del IRPF, de los préstamos concedidos por las instituciones financieras, etc.

P. Es una mina para los economistas.

R. ¡Efectivamente, estos datos son una mina! Es clave que los gobiernos pongan recursos para que podamos estudiar estos datos. No por la conveniencia de los investigadores, que no son más que el instrumento para que el conocimiento que se genere vea la luz, sino por los beneficios que ese conocimiento puede aportar a la sociedad.

P. ¿Cómo está este proceso en España?

R. Se están empezando a dar pasos significativos, pero seguimos atrasados. Y no solo con respecto a los países nórdicos, también respecto a Portugal, por ejemplo, que nos lleva siete u ocho años de ventaja. Ahora tanto el Ministerio de Inclusión y Seguridad Social como el Banco de España han puesto en marcha iniciativas para tener acceso a los datos, pero vamos a remolque.

"España sigue atrasada en poner los datos públicos al servicio de la investigación"

P. Volviendo a la desigualdad. ¿Qué situación tenemos en España?

R. La desigualdad económica tiene distintas facetas. La más cercana al bienestar es la desigualdad de consumo, pero también estudiamos la desigualdad de renta o de riqueza. Hay un tipo de desigualdad que sabemos que está ahí pero no se había escudriñado con detalle: la desigualdad en la seguridad económica. Porque no es lo mismo tener certeza sobre los ingresos futuros a tener una gran inseguridad, ya que te impide hacer planes. Con Stéphane Bonhomme, Micole De Vera, Laura Hospido y Siqi Wei hemos hecho un trabajo para medirla. Los resultados muestran que más de la mitad de los españoles saben lo que van a ganar en el próximo año con gran certeza, pero hay una masa muy grande de gente que tiene una inseguridad tremenda, con desviaciones esperadas respecto al promedio de sus ingresos en un año del 30% y más.

P. Eso complica la capacidad de tomar decisiones.

R. Y en las cosas que más importan: emanciparte, pedir una hipoteca, invertir en tu formación…

P. Uno de los hallazgos más relevantes de ese estudio es que la inseguridad se concentra en los jóvenes.

R. Exacto, afecta especialmente a los jóvenes y a las personas de rentas bajas. Esto último genera un efecto multiplicador de la desigualdad.

P. Al hilo de estas conclusiones, ¿es cierto que hay una generación de jóvenes que ha vivido peor que sus padres?

R. No sé si es cierto, pero es una sensación que tenemos muchos. Es posible que sea así para una parte de la población. No creo que España esté en la situación apocalíptica que describe Robert Putnam en EEUU de divergencia entre unos sectores y otros, pero a lo mejor sí estamos viendo algo de eso.

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Fotografía: Ana Beltrán.

P. En España y Europa tenemos un papel redistributivo más fuerte del Estado. ¿Cuál es su resultado a la hora de equilibrar la renta?

R. Mi impresión es que el principal problema económico y social que tenemos en este país son los jóvenes. En buena medida es un problema de funcionamiento del mercado de trabajo, porque tenemos unos niveles de temporalidad altísimos. Esa temporalidad no es necesaria para el buen funcionamiento de la economía. El diseño de la temporalidad es algo que viene de la historia económica reciente de este país: se puso en marcha para hacer frente a un periodo de reestructuración muy grande y ha evolucionado por su cuenta convirtiéndose en el monstruo de hoy.

P. Eso significa que es la legislación laboral la que causa esa temporalidad.

R. Así es. Por eso vale la pena hacer algo y romper ese equilibrio interno en que nos hemos instalado. Tenemos evidencia de que las regulaciones que afectan a la economía no solo afectan a las personas, también al tipo de empresas que existen. Si estamos en una situación en la que lo dominante es la temporalidad para los jóvenes y con una rotación alta, tendremos empresas cuyo 'modus operandi' estará en esa línea: empresas que invierten poco en sus trabajadores.

P. ¿Una economía precaria atrae precariedad?

R. Una economía precaria crea empresas precarias. Esto no ocurre solo con el empleo, también con el medio ambiente. Si las empresas que contaminan mucho y generan externalidades negativas tienen que pagar ese coste, puede que no les salgan las cuentas, entonces el tejido productivo tiene que organizarse de otra manera para no contaminar.

"Una economía precaria crea empresas precarias"

P. El problema de estos cambios es que tienen un coste de transición. ¿Tendemos a pensar que ese coste es mayor del que es realmente?

R. Eso es así especialmente cuando se trata de cosas nuevas. Una gran lección de la crisis anterior fue la capacidad de muchas empresas para reinventarse y buscar mercados fuera. Hay un trabajo reciente de Miguel Almunia, Pol Antràs, David López y Eduardo Morales que es muy bueno y que va a tener repercusión internacional que muestra precisamente esta capacidad de adaptación de las empresas españolas. Pero sí, tendemos a temer a lo desconocido.

P. ¿Se han conseguido progresos en Europa en la reducción de la desigualdad con el Estado de bienestar?

R. El Estado de bienestar y las políticas impositivas redistribuyen, se ve claramente al comparar la desigualdad de las rentas brutas con la de las rentas disponibles. Pero si me pregunta hasta qué punto el problema de la desigualdad se resuelve con redistribución, supongo que depende. La desigualdad que observaban Piketty y Saez seguramente no. Y la desigualdad que te permita un crecimiento inclusivo, yo también soy bastante escéptico de que se pueda resolver con redistribución. Seguramente sea necesario ir más allá en las políticas de inclusión y del mercado de trabajo y otras instituciones importantes. La redistribución por sí misma no produce empleos de calidad.

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden. (EFE)

P. Los estudios de Piketty también muestran un reparto diferente de la renta entre capital y trabajo. ¿Cómo afecta esto a la desigualdad?

R. Este es un tema relevante y entre los economistas hay mucho debate sobre las causas del cambio en la ratio capital trabajo. Mencionaré que entre los que se encuentran en la cola de arriba de la distribución de ingresos a la que me refería antes, una de las cosas que se observa, en relación a los periodos anteriores, es que no son necesariamente rentistas. No son personas con patrimonios elevadísimos que vivan de grandes rentas del capital, sino de ejecutivos con grandes rentas del trabajo.

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Fotografía: Ana Beltrán.

P. ¿Cómo afecta el envejecimiento a la economía?

R. Este es un tema que me interesa mucho. Una estudiante de doctorado del Cemfi, Siqi Wei, ha estado estudiando en detalle la transición del empleo hacia la jubilación en EEUU. Lo que ha visto es que para un porcentaje de entre 25%-35% de la población, la transición a la jubilación no es algo que ocurra de manera abrupta en un momento determinado, sino que hay muchos que se mueven hacia otras actividades. Son personas que después de estar en un empleo bien remunerado durante 20 años, pasan a tener un empleo peor remunerado cerca de la edad de jubilación con menos horas de trabajo. El envejecimiento puede suponer que ya no podamos hacer lo que hacíamos antes pero no que no podamos hacer ninguna otra cosa. Se podría cobrar una pensión y seguir trabajando en otro empleo.

P. Sería como una prejubilación en España.

R. Así es. Pero si en España te jubilas, ya no puedes seguir dando clases, por ejemplo. Siqi estudia qué ocurre cuando con la edad nos volvemos menos productivos y ya no podemos seguir con las actividades de antes e intenta medir, en términos de bienestar, el coste de la inflexibilidad que impide trabajar tras la jubilación de un empleo anterior. Lo que encuentra es que las personas valoran mucho esta flexibilidad. Con el aumento en la esperanza de vida tendemos a ir hacia el alargamiento de la edad de jubilación, pero los años de la edad madura son de divergencia: unos envejecen muy rápido y otros no. Seguramente estaría bien que en el desarrollo institucional a futuro tengamos en cuenta esa heterogeneidad. La idea de los empleos sándwich (empleos de transición hacia el abandono definitivo de la fuerza de trabajo) puede ser una buena idea. Estaría bien una mayor flexibilidad en los mecanismos regulatorios de las pensiones para que las personas puedan desarrollar otras actividades laborales en la edad tardía si lo desean.

P. Hablemos de las clases medias, que es el objetivo al que aspiran todos los países. ¿Cómo han evolucionado en los últimos años en las economías desarrolladas?

R. Las experiencias en los países occidentales son muy diferentes, por ejemplo si se comparan los países nórdicos con Estados Unidos. En EEUU se ha producido algo así como un terremoto que ha abierto una fractura en la que unos se quedan atrás y otros suben rápidamente hacia arriba. El hecho de que ocurra una cosa y la otra al mismo tiempo en distintos países invita a pensar en que no está escrito en ningún sitio que tenga que ser de una manera o de otra.

Los economistas del mercado de trabajo hablaban de polarización hace unos años por la robotización, pero ahora la visión ha cambiado y es más matizada. Hay más conciencia de que la política tiene mucho que ver: la educación, la inclusión, el medioambiente, la fiscalidad… En parte, este cambio se debe también a que entendemos mejor la naturaleza del proceso tecnológico, que no es exógeno, sino que por ejemplo el hecho de que la tecnología sustituya o complemente al trabajo puede depender de la acción política.

P. Acaba de ser laureado con el Premio de Economía Rey de España

R. Ha sido una sorpresa total. Me siento muy honrado por este premio y muy agradecido a mi familia, a mis colegas y estudiantes del Cemfi y a mis compañeros de investigaciones. Porque la investigación es una tarea colectiva.

P. Eso es cierto, muy pocos 'papers' se firman por un solo economista.

R. Así es, los 'papers' de un solo autor se están convirtiendo en una reliquia del pasado. El motivo es que la economía se ha hecho más empírica y requiere equipos con división de tareas. En la ciencia económica actual el papel del deductivista pensando por su cuenta se ha visto reducido drásticamente.

"En la ciencia económica actual el papel del deductivista pensando por su cuenta se ha visto reducido drásticamente"

P. ¿Los Keynes y Hayek son de otra época?

R. Sí.

P. En las quinielas aparece habitualmente como el candidato español a ganar el Nobel de Economía.

R. Eso han dicho, sí [ríe], pero es altamente improbable. Esto se dice porque las cábalas las hacen a partir de las citas a los artículos y yo tengo algunos artículos publicados que han generado mucho impacto, algo que nunca me ha dejado de sorprender. Yo me he dedicado a desarrollar métodos de análisis de datos para responder a distintas cuestiones.

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Fotografía: Ana Beltrán.

P. Con todo lo que ha avanzado la economía empírica en las últimas décadas, ¿esto se ha trasladado a la forma de hacer política y a las exigencias de la sociedad hacia sus instituciones?

R. Esa es una muy buena pregunta. En parte sí, pero más en unos contextos que en otros, tanto por ámbitos de la política como por países. En cuestiones de políticas de bienestar sabemos bastante más gracias a los análisis empíricos que se han hecho, en impuestos, en educación... Hay muchas áreas de políticas públicas en las que tenemos mucha información. Por más que soy un entusiasta del valor de la evidencia, a mí me preocupa que los economistas, a veces, nos excedemos reclamando políticas basadas en la evidencia, porque un análisis de datos nunca te va a decir cuál es la política que tienes que hacer. A mí me gusta más hablar de inputs para la decisión política. El economista debe aspirar a poner encima de la mesa muchos inputs relevantes, pero todos son evidencias parciales que no suplantan la labor de la política. Hay diferencias entre unos contextos y otros porque en algunos tenemos más evidencias que en otros.

P. Estoy pensando en el caso de los controles de precios en el mercado de la vivienda como un ejemplo.

R. Sí, ahí estamos muy perdidos. Nos da la sensación de que genera problemas, pero no sabemos exactamente cuáles.

P. También es importante la divulgación de la ciencia económica al conjunto de la sociedad.

R. Sí, y ahí hay responsabilidades compartidas. Los economistas tienen que explicar lo que saben, lo que han descubierto. Pero, al mismo tiempo, a los economistas les gusta opinar mucho y no tanto divulgar los resultados de su propia investigación que les parecen más aburridos. En realidad, la mayor aportación que puede hacer el economista como profesional es ofrecer los resultados de sus estudios sin salsas.

"A los economistas les gusta opinar mucho y no tanto divulgar los resultados de su investigación"

P. ¿Qué le recomendaría a un economista joven que quiera investigar?

R. A mis alumnos les digo que lo mejor está por venir; la economía no es una maravillosa construcción casi terminada, al revés, venimos de la protociencia y ahora, gracias a la disponibilidad de datos y a la interacción con otras perspectivas de las ciencias sociales, se abren caminos insospechados. Les digo que intenten hacer cosas nuevas, que tengan mucha imaginación y sensibilidad por las cuestiones que le interesan a la sociedad.

El profesor Manuel Arellano es el economista español con mayor prestigio a nivel internacional. Uno de sus 'papers' más reconocidos, Review of Economic Studies, acaba de conseguir un hito histórico, superar las 10.000 citas en el repositorio Research Papers in Economics (RePEc). En ese estudio publicó, junto con Stephen Bond, el estimador Arellano-Bond, que ha sido utilizado por tres generaciones de economistas desde los años noventa. Además, ha sido laureado con el Premio de Economía Rey de España. Su relevancia entre los académicos contrasta con que es un desconocido para el gran público.

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