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"Nadie representa hoy a la clase obrera en el parlamento"
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ENTREVISTA A JULIÁN ARIZA

"Nadie representa hoy a la clase obrera en el parlamento"

Julián Ariza es la historia viva de CCOO. En la legendaria Perkins, donde trabajaba con Marcelino Camacho, comenzó a fraguarse lo que hoy es el primer sindicato del país. Acaba de publicar un libro de memorias

Foto: El exdirigente de CCOO, Julián Ariza. (Alejandro Martínez Vélez)
El exdirigente de CCOO, Julián Ariza. (Alejandro Martínez Vélez)

Julián Ariza (Madrid, 1934) es la historia viva de CCOO. Junto a Camacho, a principios de los años 60, comenzó a construir en la fábrica de motores Perkins el primer sindicato del país. Le contemplan años de cárcel, años de huelgas y años de clandestinidad. La Fundación Primero de Mayo acaba de editar su libro de memorias. Es un repaso por un periodo transcendental de la historia de España que a menudo se olvida. Sin duda, por los cambios sociales que ha sufrido este país en las últimas décadas. Pero también por una amnesia colectiva en torno a los orígenes y a los nombres que hicieron posible la actual democracia. Como dice Ariza, una auténtica novedad desde los fenicios. Su memoria sigue siendo prodigiosa y recuerda con precisión —todavía con un tono ciertamente mitinero— algunos de los momentos que explican la naturaleza del sindicalismo español.

PREGUNTA. Usted es uno de los fundadores de CCOO, y parecía el heredero natural de Marcelino Camacho, ¿por qué razón no le sucedió? En el libro se dice que tuvo que ver con su posición a favor de Santiago Carrillo.

RESPUESTA. Lo que ocurrió es que Marcelino, en un momento determinado, fue como si no hubiera reconocido el liderazgo de Carrillo, y de alguna manera terminó enfrentándose de forma bastante abierta por asuntos como el Estatuto de los Trabajadores o la huelga general frustrada de 1979. Hay una serie de hechos que son los que le llevan a justificar su propia dimisión y a introducir en el sindicato un régimen de incompatibilidades excesivo. Marcelino consideraba que yo era su sucesor natural, y me lo dijo, pero también me dijo que yo, de alguna manera, me tenía que desligar de mi compromiso con la dirección del PCE. Yo le dije que en eso teníamos una cierta diferencia, pero que él debía seguir siendo secretario general porque no llevaba tantos años y era el líder natural. La segunda vez que hablamos, fue muy agresivo conmigo y me dijo que me estaba suicidando. Me dio a entender que esa identificación mía con Carrillo impedía que yo pudiera sucederle. Le respondí que deberíamos elegir a una generación siguiente a la mía, como un distanciamiento de la etapa en la que luchábamos contra la dictadura.

P. Usted dice en el libro que quien realmente fundó CCOO, en el plano político, no en los tajos, fue Santiago Carrillo.

R. Carrillo, en 1956, en una reunión con la dirección del partido, así lo recogió el historiador Antonio Elorza, define unas comisiones obreras no como las de los años 50, que eran efímeras, finalistas, semiespontáneas, sino que diseña una estrategia. Suelo decir que las comisiones de los años 50 eran con minúscula y las 'Comisiones' de los años 60 eran ya con mayúsculas y enlazan con la opinión de Carrillo en el 56. Lo que pasó es que a partir de 1957, yo mismo fui elegido, la gente comenzó a participar en las elecciones sindicales, lo que se vio reforzado con la ley de convenios colectivos de 1958. A partir de 1962, y tras la huelga minera de Asturias, es el partido quien lanza la idea de que hay que crear Comisiones Obreras. Fue entonces cuando Camacho me dice: "Julián, hay que crear Comisiones Obreras", y yo vi que era una consigna, y a eso nos dedicamos. Es por eso por lo que si hubiera que buscar una paternidad, yo se la hubiera dado a Santiago Carrillo. Sé que otros sectores del sindicato no opinan lo mismo.

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(A. M. V)

P. Usted conoció a Camacho en la Perkins, donde Marcelino encontró trabajo tras volver del exilio en Argelia, ¿cómo recuerda el primer día?

R. En Perkins trabajaba un cuñado mío, que era un mando intermedio, se encargaba de los tiempos y los métodos, y Camacho también entra como mando intermedio, como fresador, era el año 57, tras regresar de Argelia. Yo hice una prueba porque buscaba un horario distinto al que tenía en mi otra empresa para poder estudiar por las tardes, porque no tenía ni oficio ni beneficio, y fue mi cuñado quien me lo presentó. Ya entonces se le notaban a Marcelino sus inclinaciones políticas. Marcelino sabía que yo era enlace sindical en Cofares y al año siguiente ya ingresé como calcador. En las elecciones del 60, Camacho y yo ya nos presentamos a las elecciones.

P. Es algo más que simbólico el hecho de que CCOO naciera en la Perkins, cuyo presidente era Joaquín Ruiz-Giménez, exministro franquista, aunque ya en pleno distanciamiento del régimen.

R. La figura de Ruiz-Giménez es enorme. Siendo presidente del consejo de administración fuimos a preguntarle si no le importaba testificar a favor del jurado de empresa, que era lo que éramos entonces, para que en Perkins, las que entonces se llamaban fiestas recuperables, se recuperaran, y que era un derecho adquirido que el nuevo director de la fábrica quería eliminar. Ruiz-Giménez, siendo presidente del consejo de administración de la fábrica, aceptó testificar a nuestro favor. Al poco tiempo fue destituido. Cuando se despidió, nos pidió que colaboráramos en una revista que se iba a poner en marcha y que se llamaría 'Cuadernos para el Diálogo'. Ruiz-Giménez tuvo una enorme generosidad con CCOO, defendiéndonos en juicios o yendo a visitarnos a la cárcel. Fue un personaje inolvidable que viniendo de ser ministro de Educación con Franco demostró ser un demócrata.

Sigue habiendo clasismo, quienes estudian hoy ingenierías u otras carreras como diplomaturas pertenecen a un rango social más elevado

P Ahora que se ha puesto de moda hablar de la meritocracia, usted comenta en el libro que hubo un tiempo en que las ingenierías eran para los ricos, los peritajes para la clase media y la formación profesional para los pobres. ¿Sigue sucediendo eso?

R. Eso ha cambiado, pero solo en parte. Se ha producido un cambio sustancial en el acceso a la enseñanza superior. En el año 50 yo me matriculé en la escuela de maestría industrial, que estaba en el mismo edificio que la escuela de peritos industriales, allí en Embajadores, y entonces estaba clarísimo que los que íbamos a maestría éramos todos hijos de obreros, que además íbamos a clases nocturnas. Los de peritaje eran gente más joven y de otra extracción social, un poco superior a la nuestra. No hablo ya de las ingenierías, que eran para los ricos. Esa divisoria ya no está tan acentuada, pero ahora los ricos están con los máster, los viajes a las universidades extranjeras… Sigue habiendo un cierto clasismo, quienes estudian hoy ingenierías u otras carreras como diplomaturas pertenecen a un rango social más elevado.

P. Recuerdo que hace años Antonio Gutiérrez, el exsecretario general de CCOO, dijo que uno de los errores que se cometieron durante la Transición fue eliminar el sistema de formación profesional del franquismo, por ejemplo las célebres universidades laborales, simplemente porque eran herencia de la dictadura. ¿Está de acuerdo?

R. Ese es un pensamiento acertado de Antonio. Lo que pasa es que era para segmentos muy reducidos. Yo he conocido la Universidad Laboral de Gijón y, efectivamente, funcionaba muy bien. En las empresas había escuelas de aprendices y de allí salieron muy buenos profesionales. Eso se fue dejando porque se pensaba que eso era cosa de pobres, pero eso está cambiando. Es cierto que enjuiciamos algunas cosas en función de su origen.

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(A. M. V)

P. Usted ha pasado cuatro años en la cárcel, Carabanchel, Segovia, Yeserías… ¿La democracia ha sido justa con los presos del franquismo?

R. Uno, siendo uno de los damnificados, tiene la tentación de decir que sí, que ha sido injusta. Yo diría que en los términos en que se ha hecho la Transición, y con la correlación de fuerzas que había —le voy a decir una maldad—, no toda la izquierda luchó lo mismo contra la dictadura, quizá no se haya valorado suficientemente lo que fue el esfuerzo de mucha gente. Como recuerda el magistrado Juanjo del Águila, 2.913 personas pasaron por el Tribunal de Orden Público, solo de CCOO, y hasta 9.000 del PCE. Yo he pasado cuatro años en prisión, pero tuve hasta diez años de condenas en firme, además de los despidos y de las represalias. Mi padre y mi madre murieron mientras yo estaba en la cárcel y mi mujer sufrió un atropello casi mortal. La izquierda ha estado en el poder muchos años y no ha reconocido lo que fue la lucha contra la dictadura. A mí me dolió mucho que gobernando el partido socialista no se hiciera algo para impedir la demolición por completo de la cárcel de Carabanchel. Esa era una cárcel para presos preventivos por la que pasaron cientos y cientos y cientos de presos políticos de la dictadura, y de alguna manera hubiera sido bueno dejar alguna referencia física, simbólica, pero tampoco se trata de hacer recriminaciones.

P. Habla en su libro de la fundación de 'Cuadernos para el Diálogo', lo ha citado anteriormente, una revista clave en la oposición al franquismo impulsada, precisamente, por Ruiz-Giménez. En esta España nuestra de 2022 es impensable una publicación en la que convivan democristianos, socialistas, comunistas, sindicalistas. Una desgracia.

R. Es una buena pregunta de la que no tengo respuesta. Algo hemos debido hacer mal cuando en la sociedad la gente con inquietudes se suele ir a oenegés o a otro tipo de movimientos y los que se meten en política ya lo ven como una profesión, como una manera de ascender socialmente, lo cual forma parte de la sociedad líquida en la que vivimos. Una revista que aborde temas políticos no lo tiene fácil, porque la clientela sería gente con más de 50 años.

Me dolió mucho que gobernando el PSOE no se hiciera algo para impedir la demolición por completo de la cárcel de Carabanchel

P. ¿No será que estamos en una sociedad muy sectaria que impide discutir ideas, aunque no se compartan? A veces parece que es cierto eso de que contra Franco se vivía mejor.

R. Es una frase gráfica que tiene para mí una explicación, y es que nos pilló de jóvenes. Los que suelen decir eso recuerdan su juventud y su compromiso militante. Yo soy uno de ellos. Entonces, lo que teníamos era un ideal de que estabas haciendo algo para que las cosas mejoraran. No es que contra Franco se luchara mejor. La diferencia está entre tener 80 años y 35.

P. ¿Quién representa hoy en el parlamento a la clase obrera en el sentido clásico del término?

R. Nadie, aunque suene demasiado categórico. La extracción social de los diputados es, en general, de clases medias altas. También, lógicamente, porque los hijos de los trabajadores hoy han podido estudiar, pero entre los sistemas de selección y promoción de los partidos la clase obrera, tal como yo la entiendo en el sentido marxista, en el sentido del proletariado, está muy diluida. La definición de clase obrera, en todo caso, ya no es la del pasado, porque han cambiado los sistemas de producción. Hoy poca gente se reconoce como clase obrera aunque trabaje en una fábrica, y si le preguntas dirá que él es clase media, pero clase obrera hay mucha.

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(A. M. V)

P. Cuando murió Franco, usted tenía 41 años, como recuerda en el libro, cuando alguien dice que la Transición es una continuación del franquismo, que no se logró la ruptura, ¿qué piensa?

R. Pienso que viven en Marte o en algún planeta lejano. Desde luego no vivían aquí y no veían lo que les pasaba a quienes vivíamos aquí. A mí la última vez que me detuvieron ya había muerto Franco, era enero del 76. Precisamente, movilizándonos para las famosas huelgas que hubo y que determinaron la frustración del franquismo sin Franco: actores, autobuses, el metro, Correos… Llegaron a militarizar a los trabajadores del metro, eso sí que eran clase obrera. Eso es lo que determinó que tuvieran que quitar a Arias Navarro para poner a Suárez a los pocos meses, lo que demostró que el franquismo sin Franco era inviable. Cuando yo escucho que se hicieron concesiones, digo "sííí", de la derecha a nosotros. Hay gente que olvida que Franco murió en noviembre de 1975 y nos legalizaron en abril del 77. Durante 17 meses el aparato coercitivo del Estado estuvo intacto. ¿Qué concesiones, de quién a quién? En la Transición, que nunca he calificado como modélica, se hizo lo que se pudo y salió muy bien. Lo que empezó definiéndose como una reforma pactada acabó con la Constitución de 1978, que significó una ruptura neta con el entramado institucional, político y orgánico del franquismo. Estos que critican la Transición es porque no la vivieron o no se enteraron, aunque no solo eso. Algunos no se quieren enterar porque en política hay un fenómeno que se llama el adanismo y algunos creen que la izquierda nace cuando él nace.

"Me pregunto qué habría pasado el 23-F con alguno de los actuales apóstoles del republicanismo de campanario"

P. Dice en el libro, y cito textualmente, "me pregunto qué habría pasado el 23-F con alguno de los actuales apóstoles del republicanismo de campanario. Pido al lector que imagine si en lugar del rey Juan Carlos hubiera estado alguno de ellos. Mejor no pensarlo". ¿A quién se refiere?

R. No quiero decirlo. Pero pienso en un político en concreto.

P. ¿Pablo Iglesias?

R. No, no, él no estaba en esa época. Lo de Pablo Iglesias ni siquiera lo concibo como especulación. Hay algo que me preocupa. Yo soy comunista, soy republicano, pero lo que soy es una persona que está en la tierra. Un marxista, si quiere transformar la sociedad, lo que tiene que hacer es conocerla, y lo cierto es que la única persona que podía dominar a los ultras del ejército era precisamente el Rey, porque era el mando más alto del propio ejército. Y es al único al que podían obedecer los militares. Y pienso, si en vez de estar el Rey estuviera otra persona, no quiero poner ningún nombre, hubiera estado alguno de estos republicanos que reivindican una república que no sé de dónde la han sacado. No quiero ni pensarlo. Con los años he aprendido que somos una sociedad diversa y que hay gente, por las razones que sean, que se ubica en el espacio de la derecha y gente que lo hace en la izquierda, pero creo que el estar en la izquierda no se traduce en las bienaventuranzas ni el estar en la derecha es el espacio de las maldades. Si algo censuro hoy es que no haya más entendimiento entre derecha e izquierda para solucionar problemas de Estado, como es el secesionismo.

P. ¿Hablando del secesionismo, no han sido demasiado condescendientes los sindicatos catalanes con el independentismo?

R. Esto que voy a decir es un poco fuerte, pero le voy a dar la razón. No sé si demasiado, pero algo condescendientes. Existía un temor de ruptura en las organizaciones porque en su interior hay simpatizantes del secesionismo a los que no puedes dejar de representar. Pero el sindicato tiene que ser muy coherente en las grandes cuestiones. Y tú no puedes ser internacionalista en tus estatutos y luego aproximarte a quienes, si saliera la independencia, fragmentarían a la ya dividida clase trabajadora. Es una incoherencia que estés defendiendo un sindicalismo supranacional y luego defiendas que la riqueza que se crea se quede en los territorios más ricos o que hagan caridad con el resto de las regiones. A esto se le llama corporativismo en términos sindicales, y nosotros no lo somos.

¿El Gobierno? "Lo veo mal, lo puedo decir claramente porque lo veo mal. Yo no soy simpatizante de Sánchez desde el principio"

P. Usted militó muchos años en el PCE, pero todavía más en el PSOE, llegó a ser miembro del comité federal tras la integración del grupo de Carrillo. ¿Cómo ve la gestión de Pedro Sánchez, sostenido en el parlamento por ERC y EH Bildu?

R. Lo veo mal, lo puedo decir claramente porque lo veo mal. Yo no soy simpatizante de Pedro Sánchez desde el principio. Cuando se hicieron las primarias dije en un artículo que publiqué en 'El País' por qué yo me inclinaba más hacia la candidata andaluza. Me da la impresión de que es el típico político que se crea en el aparato del propio partido y que sus convicciones de izquierda, voy a ser generoso, son flexibles. El que por estar en el poder se hagan determinadas alianzas no lo veo bien. Entiendo que en política tienes que hacer cosas que no te queda más remedio que hacer, pero yo dije en una reunión amplia que el pacto con Podemos abriría una victoria del Partido Popular. Me equivoqué en que las cosas han ido menos mal de lo que yo pensaba y en que no duraría el Gobierno, pero me parece que en la dirección actual del partido socialista hay demasiadas dosis de lo que en aquel tiempo llamábamos oportunismo. En el partido, incluso, han desaparecido las expresiones, no digo discrepantes, pero al menos diferenciadas.

P. ¿Cómo acabó usted en el partido socialista?

R. Nosotros nos reunimos con Txiki Benegas y le dijimos que no éramos socialista, que no éramos socialdemócratas, que veníamos de un PCE que era eurocomunista. Y lo aceptaron. Sigo cotizando en solidaridad con los que ingresamos en el partido socialista a principios de los 90. Creo que en el momento en que Felipe González, en el 79, a través del felipazo, abandona la definición de marxista en el partido, eso significó el fin de un proyecto transformador del capitalismo que implicaba una simple gestión, aunque tuviera un rostro social. Ahora bien, yo no confundo a la derecha con la izquierda, ni mucho menos, pero ese proyecto me ofrece muy pocos atractivos.

P. ¿Qué opinión le merece Yolanda Díaz? Usted conoció a su padre, que era dirigente de CCOO en Galicia.

R. Yo le tengo aprecio, incluso personal, y he hablado con ella a solas de política. Lo que me preocupa es que le he oído algo que también he oído a Manuela Carmena, y es que en el fondo se critica a la política realmente existente, y que ella va a encarnar otra política distinta. Lo que hay, en el fondo, es una crítica a la política, y eso no me gusta. Tendría que aspirar a lo que en su día aspiró Podemos, pero sin partidos políticos no hay democracia. Se puede ser crítico con determinadas medidas del Gobierno, pero no hacerlo de forma genérica porque yo encarno una cosa distinta.

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(A. M. V)

P. Sobre todo cuando se hace desde la vicepresidencia de un Gobierno.

R. Eso ya son las peculiaridades de este Gobierno, no sé si llamarlo quintopartito o sextopartito, porque hay tanta gente por detrás… Alguno, impresentable.

P. ¿Demasiada mediocridad en la política?

R. No quiero tener cosas de viejo, pero sí. A muchos políticos les falta sentido de Estado. La izquierda tiene que tener un proyecto muy claro de lo que es su modelo de sociedad. Pienso en los políticos de la Transición y hago una comparación con el presente y creo que no hay color.

P. ¿Hacia dónde va el sindicalismo?

R. Tengo mucha confianza, pero no sé cómo se va a manifestar. Pienso que en la sociedad en la que vivimos siempre habrá una franja mayoritaria dependiente de otra minoritaria. Aunque el nivel de vida de los trabajadores haya ido mejorando, aunque muchos no se sientan clase obrera, sino clase media, tengan dos coches o sean propietarios de una segunda residencia en el pueblo; a pesar de eso, serán trabajadores dependientes de otro y la disputa por la distribución de la riqueza que crea el trabajo seguirá existiendo. Y, mientras exista eso, siempre habrá expresiones, yo le llamo sindicato, pero el nombre es lo de menos.

Julián Ariza (Madrid, 1934) es la historia viva de CCOO. Junto a Camacho, a principios de los años 60, comenzó a construir en la fábrica de motores Perkins el primer sindicato del país. Le contemplan años de cárcel, años de huelgas y años de clandestinidad. La Fundación Primero de Mayo acaba de editar su libro de memorias. Es un repaso por un periodo transcendental de la historia de España que a menudo se olvida. Sin duda, por los cambios sociales que ha sufrido este país en las últimas décadas. Pero también por una amnesia colectiva en torno a los orígenes y a los nombres que hicieron posible la actual democracia. Como dice Ariza, una auténtica novedad desde los fenicios. Su memoria sigue siendo prodigiosa y recuerda con precisión —todavía con un tono ciertamente mitinero— algunos de los momentos que explican la naturaleza del sindicalismo español.

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