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"El truco es mover a ratos el ratón": el teatro de la presencialidad llega al teletrabajo
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DESCONFIANZA GENERA PICARESCA

"El truco es mover a ratos el ratón": el teatro de la presencialidad llega al teletrabajo

Quien hace la ley, hace la trampa. Una mala implantación del teletrabajo ha generado comportamientos contraproducentes que no benefician ni al trabajador ni a la empresa

Foto: Foto: Reuters/Kim Kyung-Hoon.
Foto: Reuters/Kim Kyung-Hoon.
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"El caso de mi pareja es un poco ridículo: tiene que fichar a las horas exactas independientemente de la carga de trabajo que tenga, incluso para comer. En su caso tiene poca carga por lo que la mayoría del tiempo simplemente está 'online' esperando que alguien le hable. Cuando tiene trabajo, pues trabaja, cuando no tiene nada que hacer pues deja el ordenador encendido y está a otras cosas: poner una lavadora, hacer comida…"

Hace ya más de un cuarto de lustro que la pandemia impulsó el teletrabajo en España, o como dirían los más críticos con la forma en que se implantó de la noche a la mañana, desde que las oficinas se trasladasen a nuestras casas. Porque una de las dinámicas no superadas de este período, tras el cual la presencialidad ha vuelto a imponerse, ha sido la reproducción de algunos de los males de la empresa española en el entorno del teletrabajo. Hoy uno puede calentar la silla, pero la de su casa, tanto o más que en la oficina. Bienvenidos al teatro de la productividad, como lo denominaba recientemente un reportaje de la revista 'Vox'.

"Solo controlas si la gente mueve el ratón, pero puede estar jugando al buscaminas"

La desconfianza de algunos jefes que de repente se encontraron con que no podían controlar presencialmente a sus empleados (o, al menos, comprobar con sus propios ojos que están sentados en sus puestos) provocó la aparición de nuevos métodos de control. Por ejemplo, fijar reuniones al comienzo y final de la jornada para que nadie se marche muy lejos, llamar de improviso, enviar un WhatsApp que debe responderse con celeridad para comprobar que el trabajador está atento, o fijar reuniones con muy poco margen de tiempo. Estos son algunos de los procedimientos que David Blay, profesor especializado en teletrabajo, escritor y autor de '¿Por qué no nos dejan trabajar desde casa?, identifica como herramientas de control suave.

También hay otros métodos de control más duros, como el 'software' o las aplicaciones informáticas de seguimiento. Un informe de AEDIPE, la Asociación Española de Dirección y Desarrollo de Personas señalaba que el uso de 'software' para comprobar que los trabajadores están en línea ha pasado de un 16% antes de la pandemia a un 31%, y las aplicaciones de seguimiento, de un 31% a un 66%. "Con esas herramientas de control, lo único que vas a controlar es que la gente está sentada y moviendo al ratón, pero puede estar jugando al buscaminas o al poker 'online", bromea Blay.

El principal problema es la desconfianza de los estamentos superiores hacia los trabajadores, que ha roto el pacto de independencia sobre el que debería basarse el teletrabajo, más orientado hacia objetivos y menos hacia el cumplimiento de horarios. Blay recuerda que hace 20 años, cuando empezó como 'freelance', no tenía horarios porque podía decidirlos por su cuenta. Hoy el teletrabajo se ha convertido en una traslación de las obligaciones de la oficina al hogar. Hay razones legales: "Si la ley está hecha sobre los horarios nunca vamos a poder cambiar el espíritu de la norma, porque la empresa te puede decir que tienes horarios flexibles, pero si viene la inspección y te pregunta si han fichado las ocho horas los trabajadores, se te cae el pelo", señala Blay.

Siempre disponible (aunque esté echando la siesta)

En uno de los episodios más recordados de 'Los Simpson', Homer utiliza un juguete que se mueve solo para simular que trabaja. Cuando se pregunta a los teletrabajadores cuál es su principal herramienta para evitar que se sepa que se han levantado de la silla (aunque no tengan nada que hacer), es precisamente esa: "El truco es mover el ratón de vez en cuando". Así, uno aparece como conectado en aplicaciones como Teams o Slack. Otro comenta que es muy útil abrir un vídeo de YouTube en pantalla grande: "Así apareces siempre como conectado".

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Foto: EFE/Miguel Toña.

Esto llega a extremos absurdos, como estar de fiesta con colegas y pedirles que muevan el ratón mientras se levantan a preparar la siguiente ronda o, incluso, irse de viaje y entrar a la aplicación móvil para aparecer como "verde", como explica una diseñadora llamada Leire (nombre ficticio). Esto llega a extremos que califica de "ridículos" como tener que hacer tareas inútiles para llenar su jornada laboral. "A veces no tengo nada que hacer pero hay que cumplir el horario, así que se inventan algo que el cliente no había pedido, tareas que no van a ningún sitio o llamadas y reuniones absurdas".

"Tenemos una 'app' que registra que haya movimiento en el ordenador, así que me pongo a escribir mis artículos y mis movidas ajenas a la empresa, de tal forma que ellos están todo contentos pensando que trabajo cuando en verdad puede ser que esté escribiendo un reportaje sobre iranís adictos al crack", comenta un joven periodista que se conecta al servidor de la empresa desde casa. "El otro día me preguntaron qué había estado haciendo, pues había pasado mucho tráfico por mi IP. Les dije que había estado editando unos vídeos corporativos en 4K que tienen en su nube, pero en verdad me había estado metiendo una tremenda viciada a 'The Wire' desde el 'server' de la empresa".

Los empleados gastan 67 minutos al día en demostrar que están trabajando

El principal problema de este teatrillo de la productividad es que nadie gana. Ni el trabajador, que está obligado a permanecer sentado delante del ordenador aunque no haga nada, ni la empresa, que ve descender la productividad de sus trabajadores. Un informe publicado este verano por Qatalog y Gitlab señalaba que cada día los empleados emplean de media 67 minutos en "demostrar que están trabajando". Cinco horas y media a la semana. "Es lo que antes gastábamos en ir en coche a trabajar, es como si hubiese una tendencia a generar infelicidad de la que no se puede salir".

"La causa de estas prácticas está en la convicción de algunas personas en roles directivos de que por el hecho de que alguien 'caliente' la silla está produciendo", añade Eva Rimbau, profesora de Estudios de Economía y Empresa en la Universidad Oberta de Catalunya y especialista en teletrabajo. "Esta creencia se ha traspuesto directamente al teletrabajo: 'si alguien mueve al ratón o ficha cada hora, o le saco una foto con la cámara del ordenador, es que está produciendo'. Por supuesto, nada más falso, tanto en el mundo presencial como en el virtual. Lo importante no son las horas que se pase en cierto sitio o con cierta herramienta en la mano, sino la capacidad para cumplir los objetivos fijados o realizar las tareas asignadas. Pero claro, eso exige que los directivos con mentalidad presentista cambien totalmente de enfoque y aprendan a fijar objetivos y a hacer seguimiento de estos con sus equipos".

placeholder ¿Estarías a otra cosa mientras te habla Macron? (Reuters/Christophe Simon)
¿Estarías a otra cosa mientras te habla Macron? (Reuters/Christophe Simon)

Tanto es así que, por ejemplo, las reuniones virtuales han terminado siendo productivas, pero no por la razón por la que deberían serlo, como explica Miguel Ángel Uriondo, experto en Comunicación y autor de 'Cómo evitar que tus hijos estudien periodismo' y 'La Píldora Serrahima'. "Las reuniones presenciales, con todas sus ventajas, tienen un inconveniente fundamental: es necesario prestar atención constantemente a todo el mundo, incluso a aquellos que cuentan las cosas que ya sabes, que has escuchado muchas veces o que se limitan a leer de arriba abajo un 'Powerpoint' que te sabes de memoria", explica. "En el teletrabajo puedes ser más productivo porque puedes prestar algo menos de atención a las partes que ya conoces y aprovechar para hacer otras cosas". Basta con tener la antena puesta para conectarte si oyes algo nuevo o tu nombre, "pero hace que las reuniones, que a menudo te generan una sensación de pérdida de tiempo, sean mucho más productivas".

La exigencia de productividad

La familia de Alberto (nombre ficticio) tiene una pyme tecnológica desde hace 30 años y ha visto con sus propios ojos desde pequeño cómo la exigencia de productividad ha aumentado, desde hace dos décadas, cuando "la gente dedicaba parte de sus horas a descargar películas, videojuegos y música de internet, a reenviar 'Powerpoints con chistes' y lecciones vitales" a un presente el que "se espera que la gente sea 100% productiva durante ocho horas totalmente centrada sin levantar la cabeza".

"La monitorización no aumenta el rendimiento, pero sí el estrés de los empleados"

Eso se ha trasladado al teletrabajo exigiendo aquello que ni siquiera se exigía en la pasada presencialidad, porque como explica, se entendía que "era parte de la jornada laboral porque el trabajo al final quedaba hecho". Hoy en día, la mayor parte de empresas ha adoptado un modelo híbrido (un 47% frente a un 36% presencial y un 100% remoto), lo que en la práctica significa que en lugar de permitir una mayor libertad horaria a los trabajadores, estos tienen que plegarse a los horarios habituales de la oficina. Las mismas ocho horas sentado frente al ordenador, pero esta vez, en tu hogar.

Los autónomos que trabajan por objetivos nunca han tenido ese problema, como explica Nacho P., ingeniero: o el trabajo está hecho o no lo está. Sin embargo, el asalariado que tiene que cumplir un horario se encuentra con estos problemas, que además, generan la necesidad de control por parte de la empresa. Eso provoca, como explica Alberto, que en algunas empresas tecnológicas cada vez se hagan más ofertas laborales de 30 horas "porque saben que había horas perdidas, y la gente que conozco que trabaja en ellas prefiere cobrar algo menos, teniendo en cuenta que es un sector generalmente bien pagado, y tener más tiempo disponible en su vida".

placeholder El turno de noche. (Pexels)
El turno de noche. (Pexels)

Como recuerda Rimbau, "a las personas directivas les puede interesar saber que la investigación disponible muestra que la monitorización electrónica no aumenta el rendimiento de los empleados y en cambio sí aumenta los comportamientos llamados contraproductivos (comportamientos que van en contra de los objetivos o las normas de la organización), al tiempo que aumenta de forma ligera el estrés y disminuye la satisfacción de los empleados". En otras palabras, la picaresca, como la de aquel tipo que instaló un croma en la playa para simular que estaba en la oficina.

A principios de septiembre, el Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJ) avaló el despido de un empleado que aprovechó el trabajo remoto para lavar el coche, hacer la compra e ir al médico. Aunque su régimen era de teletrabajo al 100%, su horario era de ocho de la mañana a tres de la tarde y estipulaba "el respeto a la duración de la jornada", que debía desempeñarse en su hogar. En realidad, un modelo no tan distinto al de la presencialidad en la oficina, con sus limitaciones y problemas. Como concluye Blay, "yo a mis clientes les explico que puedo sacarles en 'Marca' con un WhatsApp que me cuesta treinta segundos enviarlo, pero ese WhatsApp de veinte segundos me ha costado veinte años de trabajo, eso no se pone en valor". El tiempo es relativo, y a veces ocho horas cunden mucho menos que medio minuto.

"El caso de mi pareja es un poco ridículo: tiene que fichar a las horas exactas independientemente de la carga de trabajo que tenga, incluso para comer. En su caso tiene poca carga por lo que la mayoría del tiempo simplemente está 'online' esperando que alguien le hable. Cuando tiene trabajo, pues trabaja, cuando no tiene nada que hacer pues deja el ordenador encendido y está a otras cosas: poner una lavadora, hacer comida…"

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