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Miguel Barroso, principio y final de las leyendas del poder
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OBITUARIO

Miguel Barroso, principio y final de las leyendas del poder

El ex secretario de Estado de Comunicación y consejero del Grupo Prisa falleció este sábado a los 70 años de un infarto. Exmarido de la exministra Carme Chacón, siempre se le quiso incluir en todo tipo de intrigas periodísticas

Foto: Miguel Barroso. (Casa América)
Miguel Barroso. (Casa América)
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Lo que hay detrás de las bambalinas que ocultan la naturaleza del poder siempre genera mucho morbo. Precisamente, porque lo que allí se quiere depositar ni puede ni debe estar a la vista de todos. Genera tanto morbo, de hecho, que en ocasiones la imaginación se dispara. Hasta el punto de que la realidad se confunde con la ficción.

Miguel Barroso siempre quiso estar en un segundo plano, ya desde los tiempos de director de comunicación de José María Maravall durante el primer Gobierno de Felipe González, pero nunca lo consiguió. Probablemente, porque desde hace cuatro décadas siempre estuvo en los aledaños de eso que se llama de una forma un tanto pomposa "poder", cuya exposición pública crece como la espuma cuando, además, se relaciona con los medios de comunicación. Entonces, se produce una mezcla explosiva: el poder mediático, siempre presto a divisar todo tipo de intrigas, y el poder a secas, ese que es capaz de publicar cosas en el BOE.

Barroso (Zaragoza, 1953) murió este sábado de un infarto, y con él se va alguien que conoció como nadie cómo funciona la prensa y todo lo que rodea a las decisiones empresariales que toman los directivos de los medios, siempre condicionados por el ejercicio del poder. Él mismo formó parte de ese sanedrín desde posiciones de postín. En la actualidad, como consejero del Grupo Prisa y, antes, como secretario de Estado de Comunicación (menos de dos años) en la época de Zapatero.

Fue durante esa breve estancia donde se forjó una especie de leyenda que no le abandonó hasta ayer mismo. No había movimiento en la prensa en el que alguien no identificara a su persona. Cosa que él, la mayoría de las veces, negaba de forma tajante. Solía llamar a los periodistas y con voz pausada les decía que las cosas no eran así. Vano intento, en la mayoría de las ocasiones. Como era imposible convencerlos, optó durante unos años por marcharse a Cuba, como alto ejecutivo de WPP, la principal agencia de comunicación del mundo, para poner en marcha nuevos proyectos en la región caribeña.

La leyenda del gran muñidor

Ni así lo consiguió. La mano de Barroso —junto a la de su amigo José Miguel Contreras— siempre se ha visto como la que mece la cuna del negocio periodístico, pero no siempre ha sido verdad. El origen de esa fama está en la concesión de nuevos canales de televisión (así nació la Sexta al calor de la productora Globomedia) a un grupo afín durante la época de Zapatero, y a partir de ahí se fue acrecentando la leyenda del gran muñidor.

Nunca lo quiso ser, y desde luego, sus inquietudes intelectuales —era licenciado en Derecho y en Historia Moderna por la Universidad de Barcelona— no pasaban por ahí, sino por la novela negra y, sobre todo, por intentar comprender el mundo desde una visión cosmopolita, lo que se explica por sus años de trabajo como directivo de la FNAC francesa y en la propia WPP, un modelo universal de negocio con una facturación anual de más de 17.000 millones de euros.

Algunos periódicos quisieron demostrar que detrás de cualquier movimiento en el mundo de los medios siempre estaba Barroso

Lo que menos le preocupaba a Barroso, de hecho, eran esos detalles nimios en los que se suelen fijar algunos medios para construir todo tipo de teorías. Tampoco lo consiguió. Hasta el fallecimiento de su esposa, la exministra Carme Chacón, para su pesar, lo devolvió a las primeras páginas de algunos periódicos que así querían demostrar que detrás de cualquier movimiento siempre estaba Barroso.

Es evidente, sin embargo, que no era uno más del negocio periodístico y que por su círculo de amistades han pasado muchos de los movimientos que se han producido en España en los medios de comunicación en los últimos años. Sin duda, por un vicio de origen. El alineamiento de algunos medios con el partido de Gobierno de turno —el viejo turnismo siempre vuelve— se ha convertido en casi patológico, lo que explica que la llegada de Sánchez a Moncloa disparara de nuevo su popularidad. Barroso, no sin cierta sorna, solía recordar que su paso por Moncloa —entre abril de 2004 y septiembre de 2005— debió ser tan provechoso que todo el mundo le recuerda por ello, cuando ha sido uno de los secretarios de Estado de comunicación que menos ha estado en el cargo.

Para muchos era lo de menos. De nuevo, se hacía realidad el viejo dicho: cría fama y échate a dormir. Y a Barroso siempre le acompañarán esos 18 meses escasos en la Moncloa.

Lo que hay detrás de las bambalinas que ocultan la naturaleza del poder siempre genera mucho morbo. Precisamente, porque lo que allí se quiere depositar ni puede ni debe estar a la vista de todos. Genera tanto morbo, de hecho, que en ocasiones la imaginación se dispara. Hasta el punto de que la realidad se confunde con la ficción.

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