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Los alimentos suben un 30% en tres años y llevan el castigo inflacionista a la media de la eurozona
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ESPAÑA YA NO ES UNA EXCEPCIÓN

Los alimentos suben un 30% en tres años y llevan el castigo inflacionista a la media de la eurozona

La vida se ha encarecido un 19% durante la espiral, solo siete décimas menos que en el bloque de la moneda única. El alza de los comestibles contribuye a cerrar la brecha

Foto: Una frutería en Madrid. (Europa Press/Jesús Hellín)
Una frutería en Madrid. (Europa Press/Jesús Hellín)
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El Gobierno lleva mucho tiempo presumiendo de que la inflación castiga a España menos que a nuestros socios del euro, pero lo cierto es que lo hace por igual. 40 meses después del inicio de la espiral, la cuarta economía del bloque acumula prácticamente la misma subida de precios que el conjunto de las naciones de la moneda única, después de que el diferencial haya ido cerrándose en los últimos meses hasta convertirse prácticamente en imperceptible.

Los alimentos, que se han disparado un 30% desde enero de 2021, son uno de los principales responsables, y constituyen el último gran escollo para acabar de cerrar la etapa actual, caracterizada por un fortísimo impacto en el bolsillo de los ciudadanos. España ha sufrido como uno más: la excepción ibérica solo se ha hecho realidad en la energía, el ámbito que alumbró el término.

Tres fases de la crisis inflacionista

Los críticos con el Ejecutivo se ensañaron en la primera fase del proceso inflacionista, que se extendió, precisamente, hasta que el Gobierno consiguió que Bruselas aprobase un tope al gas para la producción eléctrica, justificado por el aislamiento de la red española respecto al resto del continente. La entrada en vigor de esa excepción ibérica, en el verano de 2022, permitió que los precios de la energía en España tocaran techo y, con ellos, el IPC interanual —la lectura más usada—, que comenzó una moderación vertiginosa. El efecto base, un sesgo estadístico que favorece las curvas descendentes donde un año antes se produjeron grandes subidas, también puso de su parte.

Nuestro país, que hasta aquel momento había sido uno de los grandes enfermos de Europa, empezó a presentarse en esta segunda fase como el alumno aventajado, que era capaz de controlar la inflación mientras otros se mostraban impotentes. Los defensores del Ejecutivo lo atribuyeron a su buena gestión, pero la clave no estuvo ahí. Las medidas del Gobierno, como las rebajas del IVA del gas, la electricidad o los alimentos, jugaron su papel, pero lo cierto es que se trataba de una cuestión esencialmente cíclica: los grandes del euro, más expuestos al gas ruso, estaban pasando la misma fase que España había iniciado bastante antes del comienzo de la guerra en Ucrania, en forma de electricidad disparada mientras en la mayoría del continente todavía permanecía bajo control.

Llegados a ese punto, el que las curvas se volviesen a cruzar solo era cuestión de tiempo, y más cuando el gas bajó tanto que la excepción ibérica —el verdadero dopaje que protagonizó la hazaña nacional— se dejó de aplicar. A igualdad de condiciones, y con el efecto base en contra, la inflación española volvió a superar la media del euro en otoño del año pasado. Por si quedaba alguna duda, la retirada de las principales medidas antiinflacionistas hizo el resto, y la tercera fase se extiende desde entonces, para regocijo de la oposición.

'Spain is not different'

¿Significa eso que España lo ha hecho peor? Ni una cosa ni la otra. La única manera de medir fehacientemente el impacto diferencial de la espiral de precios en nuestro país es estudiar la inflación acumulada. Como ocurre casi siempre que los periodistas teclean titulares a cuatro columnas y los políticos pronuncian discursos grandilocuentes, al final Spain is not different. Los ciudadanos españoles han sufrido el encarecimiento de la vida en términos nominales —otra cosa es el poder adquisitivo— tanto como sus vecinos europeos.

Ahora que por fin los precios están estabilizados, que el Banco Central Europeo (BCE) los da por controlados —como demuestra la previsión de un primer recorte de los tipos de interés en junio— y que la tendencia de la inflación mensual —que elimina el efecto base— lleva muchísimo tiempo siendo similar a un lado y al otro de los Pirineos, es un buen momento para hacer balance de lo que ha pasado en estos tres años. El resultado es de tablas.

La inflación acumulada desde enero de 2021, cuando los precios empezaron a subir de forma constante en el bloque de la moneda única en plena reapertura pospandemia, hasta abril de este año, los últimos datos disponibles en Eurostat, asciende al 19,7% en la eurozona y al 19% en España. La diferencia no llega a las siete décimas, la menor desde que en el otoño de 2022 España comenzase a situarse entre los listos de la clase. Como se puede apreciar en el gráfico anterior, esa brecha no ha hecho más que acortarse durante los últimos meses, a un ritmo lento, pero que camina hacia la convergencia. Los alimentos están siendo uno de los factores que favorecen esa igualación.

Si la vida es un 19% más cara que hace tres años, los comestibles y las bebidas no alcohólicas lo son más de un 30%. Esa es la cifra que se obtendría al sumarle a los datos de Eurostat —disponibles hasta marzo de este año— los que publicó el Instituto Nacional de Estadística (INE) este mismo martes, correspondientes a abril. La lectura interanual empeoró cuatro décimas, hasta el 4,7%, pero eso no es lo importante para este cálculo. Lo peor es que, tras varios meses con mínimas alzas, los comestibles se volvieron a disparar siete décimas en los últimos 30 días.

Aunque el gráfico no lo recoge, es probable que este hecho amplíe de nuevo la brecha con el conjunto de la zona euro, que en los últimos meses había conseguido, por fin, doblar la curva. Desde el comienzo de la crisis inflacionista y hasta marzo, el precio de los comestibles y bebidas no alcohólicas se incrementó en España 2,8 puntos más que en la eurozona, pese a que nuestro país mantiene completamente bonificado el IVA de los productos básicos (pan, leche, huevos, frutas, verduras, queso, patatas...) y rebajado al 5% el del aceite y la pasta. Otros Gobiernos comunitarios han emprendido medidas similares, que en el caso de España se mantendrán, al menos, hasta el 30 de junio.

La última milla de la inflación

A diferencia de lo que ocurrió con el gas y la electricidad, el Ejecutivo no se ha atrevido a eliminar este regalo fiscal, consciente de que la situación todavía está lejos de solucionarse. Es cierto que los alimentos suben mucho menos que durante lo peor de la espiral, pero no bajan, como ha ocurrido con la energía (ya solo es un 9% más cara que al inicio de la crisis, seis veces menos que en la eurozona). Y eso a pesar de que en los mercados internacionales ya están en niveles inferiores a los que registraban antes de la invasión de Ucrania, según el índice de referencia de la agencia de la ONU para la agricultura (FAO).

Como explicaba con detalle este artículo, el diferencial entre España y el resto del continente se debe en gran medida al alza de los precios del campo, que ha aumentado su rentabilidad y lidera las subidas en la Unión Europea. El observatorio de márgenes empresariales creado por el Gobierno y el Banco de España corrobora esta teoría, aunque no tiene en cuenta los datos de los autónomos, con gran presencia en el sector. La suerte de los agricultores contrasta con la de los demás eslabones de la cadena, a menudo señalados por la opinión pública y ciertos políticos, pero que todavía mantienen niveles inferiores a los de antes de la pandemia. Las sucesivas alzas del salario mínimo interprofesional (SMI), con gran incidencia en el sector, también han podido repercutirse en los precios.

Sea por la razón que sea, lo cierto es que los alimentos se han convertido en la última milla de la inflación, una vez que la energía, que dio inicio a la crisis, está olvidada, y los temidos efectos de segunda ronda —una espiral de salarios y precios—, controlados, como demuestra la evolución positiva del indicador subyacente. Este es el primer dato que tendrá en cuenta el BCE para dar el esperado giro a su política monetaria y poner fin —aunque sea simbólicamente— a la pesadilla de los últimos tres años. Cuando lo haga, quizá España aún no haya alcanzado a sus socios de la moneda única, pero lo que es seguro que, a la hora de ir al súper, los habrá superado con diferencia.

El Gobierno lleva mucho tiempo presumiendo de que la inflación castiga a España menos que a nuestros socios del euro, pero lo cierto es que lo hace por igual. 40 meses después del inicio de la espiral, la cuarta economía del bloque acumula prácticamente la misma subida de precios que el conjunto de las naciones de la moneda única, después de que el diferencial haya ido cerrándose en los últimos meses hasta convertirse prácticamente en imperceptible.

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