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Cada vez más jóvenes estudian y trabajan, pero van a petar: "Si no hago nada, creo que no sirvo"
  1. Economía
LA ERA DE LOS SISI

Cada vez más jóvenes estudian y trabajan, pero van a petar: "Si no hago nada, creo que no sirvo"

Los sisis, que estudian y trabajan a la vez, han sustituido al nini. Es un síntoma no solo de un cambio de valores, sino también de la transformación del mercado laboral y educativo

Foto: Ilustración: EC Diseño.
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Quizá haya llegado a junio pensando que no le ha cundido demasiado este curso. Si quiere sentirse un poco peor, le presentamos a Irene Muñoz de la Fuente, estudiante de un doble grado. "Me saqué el carnet de conducir (evidentemente con mi propio dinero, por lo que cada segundo contaba), intenté hacer dos TFG a la vez, que terminó quedándose en uno solo, porque era imposible; y al mismo tiempo, comencé a trabajar en una tienda a la que tardo más de una hora en llegar en transporte público, porque claro, no tengo coche", explica. "Todo esto al mismo tiempo que intentaba tener vida social e invertir algo de tiempo en mí".

La joven de 23 años es una representante de una tendencia que va en aumento en España y que contradice los tópicos sobre la generación Z. Es una sisi, es decir, estudia y trabaja al mismo tiempo. Hoy, más de un tercio (35%) de los menores de 30 años compatibiliza ambas labores. Aunque ocurre en todos los grupos de edad, se dispara entre los más jóvenes. Antes de la crisis de 2008, solo pasaba entre un 21% de los menores de 29. Una situación que explica bien el cambio de valores generacional, pero también la evolución de nuestro sistema educativo y nuestro mercado de trabajo.

"Mi caso es particular, pero se podría extrapolar a muchos chicos y chicas de mi generación y que, como yo, nos vemos en la obligación de hacer malabares con nuestro tiempo si queremos sentirnos productivos y ser financieramente independientes de nuestras familias", prosigue. Por un lado, como explicamos hoy en El Confidencial, a los Z les está marchando mejor en el mercado laboral que a sus hermanos mayores, los millennials, la generación entre dos crisis (o más). Pero también se le puede dar la vuelta al razonamiento y pensar que si están mejor, es porque su nivel de autoexigencia es mayor.

Ser nini ya no renta y ellos se han criado en un entorno de competitividad, tanto educativa como laboral, como explica Diego Gastón, sociólogo de la Universidad de Zaragoza. "El sistema educativo hoy es competitivo desde que entras, tanto para elegir carrera, la selección de optativas, irte de Erasmus o programas de movilidad y becas", explica. "Vienen así desde el Bachillerato con esa competitividad que antes no existía". Una competencia que se prolonga en el mundo laboral.

"Siempre me quejo de lo mucho que hago, pero sin esa presión no sé vivir"

Quizá por eso Muñoz tenga la sensación que "siempre me quejo de las muchas cosas que hago, o tengo que hacer, y del poco tiempo del que dispongo para hacer lo que realmente me gusta; sin embargo, sin esa presión en el pecho no sé vivir. Toda mi vida me he sentido así, siento que si no hago nada, no valgo para nada". Pero hay razones económicas, sociales y contextuales que explican por qué cada vez más sisis se sienten de esa manera.

1. Estudian más…

A la generación millennial se la denominó, primero de forma literal y luego con sorna, como "la generación más preparada de la historia". Los centennials los han adelantado por la derecha, también porque, como contábamos recientemente, los trabajadores dedican más tiempo a su formación. El listón ha subido progresivamente desde hace décadas, especialmente con la entrada del plan Bolonia, y la empleabilidad que antes se conseguía con una licenciatura ahora se alcanza con un grado y un máster (o dos), lo que provoca que los estudiantes prolonguen sus años de formación.

Un buen ejemplo es el de Miguel (24 años), que estudió un grado en Economía y ahora cursa un máster de macroeconomía en la Universidad Autónoma de Madrid, donde también trabaja a tiempo parcial. Es su segundo posgrado, después de uno de políticas públicas. "Es duro pero me gusta mucho, y es verdad que con el máster se me quedaría algo corto", explica. "Tengo la suerte de trabajar en algo que está relacionado con el máster, pero no dejan de ser cuatro horas de trabajo al día, seis de clase, desplazamiento… La semana se te come y acabas fatigado".

El declive de los ninis, estos jóvenes que ni estudiaban ni trabajaban, y el boom de los sisis, va de la mano. "Después de la crisis económica, la reducción de las oportunidades de los jóvenes hace que si no estudias, no puedas insertarse en el mercado de trabajo como sí ocurría antes", explica Albert Sánchez-Gelabert, de la Universitat Autònoma de Barcelona. "El tipo de retorno cuando dejas de estudiar es menor, porque el mercado no puede absorber toda esa mano de obra no cualificada".

El nini era un producto clásico de la época del boom inmobiliario donde resultaba relativamente sencillo acceder a un trabajo bien remunerado sin formación superior. Hoy, incluso en ese caso, resulta complicado, lo que explica el boom de la industria de la educación y la proliferación de másteres. Otro factor que señala Gastón es el descenso del abandono escolar, que en la época millennial se encontraba en el 24,7% (2012) y que una década después, en 2022, era del 13,9%. Hay muchos más jóvenes estudiando.

"Con 23 años no me gusta pedirle dinero a mis padres para ocio o viajes"

2. Y trabajan…

La ocupación laboral de los jóvenes es mucho más elevada que la de sus hermanos mayores. Las barreras de entrada al mercado laboral se han reducido por distintos motivos, como recuerda Sánchez-Gelabert, que publicó hace unos años una investigación sobre los sisis ya licenciados que mostraba, por ejemplo, que mientras los estudiantes de clase trabajadora solían alternar estudios con su empleo por necesidad, los de clase media lo hacían para obtener independencia económica.

"Con 23 años no me gustaría verme en la tesitura de tener que pedirles a mis padres dinero para nada que tenga que ver conmigo, mi ocio, mis viajes", explica Muñoz. "Lo que invierto en mí, todo sale de mi bolsillo, ellos ya hacen suficiente dándonos un sitio donde vivir". Uno de los motivos detrás de estas decisiones puede ser que la flexibilidad en la contratación a través de nuevas fórmulas laborales (como la proliferación de contratos a tiempo parcial) ha favorecido la entrada en el mercado laboral de estos sisis, algo que no ocurría con la misma facilidad hace años.

"La generación Z ha vivido la precariedad, pero ya no tiene el miedo a buscar que tenían los ninis porque sabían que les iban a dar con la puerta en la cara: el miedo al fracaso te lleva a no buscar empleo", explica Gastón. "Esta generación, en cambio, no ha tenido tanto problema para encontrar trabajo". En principio, que haya tantos sisis debería ser un buen indicador laboral. Pero el sociólogo tiene sus dudas, sobre todo si se compara con otros países europeos, donde a diferencia de España, sus sistemas educativos sí invitan a estudiar y trabajar al mismo tiempo: esta abundancia de los sisis puede ser un síntoma de precarización que está empujando a muchos estudiantes a trabajar, por ejemplo, para poder pagar unos alquileres cada vez más caros.

placeholder La generación del coronavirus. (EFE/ Manolo Rus)
La generación del coronavirus. (EFE/ Manolo Rus)

O, también, el síntoma de que es necesario entrar cuanto antes en un mercado laboral cada vez más competitivo. "Con el mercado tal y como está, con las dificultades que ven, muchos anticipan y deciden empezar a trabajar de lo que sea relacionado con lo suyo, especialmente aquellos de niveles inferiores que tal vez no tengan el capital relacional que sí tienen aquellos de un nivel más alto y que tienen que buscar sus contactos en el mercado de trabajo real". Son estrategias para ganar unos puntos más en el mercado laboral, no solo de supervivencia sino también aspiracionales.

Alejandro Martínez es fisioterapeuta, tiene 25 años, estudia un máster y trabaja por las tardes en una clínica del centro de Madrid, además de algún que otro encargo que realiza por su cuenta. El joven confirma este último punto: "Lo hago por aspiración personal, soy una persona a la que le gusta trabajar y seguir formándome y esto sale de mí mismo", explica. No le importa realizar tantos sacrificios, porque lo considera una inversión en su propio futuro que le dará réditos algún día.

3. No les va tan mal…

Esta semana, Preply, una compañía de idiomas, publicaba una encuesta en la que hablaba de los ZASP, Z aunque sobradamente preparados, que son los jóvenes de 24 años que ya son jefes y entre cuyas cualidades destaca (cómo no) el conocimiento de otras lenguas. Más allá de lo promocional, el fondo de la cuestión es que ya hay centennials jefes.

"Me encantaría parar y no sentir remordimiento por ello, pero soy así"

Esta entrada prematura al mercado laboral les ha dado una ventaja competitiva respecto a los millennials, que vieron cómo su incorporación al mercado laboral se retrasaba. Algo que, como han mostrado diversas investigaciones, ha dañado su carrera posterior por un efecto arrastre. En su trabajo, Sánchez-Gelabert mostraba cómo aquellos estudiantes que compatibilizaban su carrera con los estudios obtenían notas mucho peores, pero al mismo tiempo, les iba mucho mejor en su posterior carrera profesional porque ya habían conseguido asomar la cabeza.

"La calidad ocupacional era mayor porque adquirían competencias en el lugar de trabajo, ampliaban su red social y su capital relacional, que les permitían acceder a mejores niveles de trabajo", explica el sociólogo. Muchos de estos jóvenes han decidido ponerse a trabajar por esa misma razón, azuzados por la sensación, a veces falsa, de que van tarde a todo. "Mis padres con tres años más estaban pagando una hipoteca, algo que a día de hoy veo inviable", explica Miguel a sus 24 años. "Por esa parte tenemos la sensación de llegar tarde a todo, nos gustaría tener más dinero ahorrado y un contrato de la bomba y estar cobrando un montón".

El joven ya ha conseguido acceder a un puesto en el que sabe que, si da los pasos adecuados, podrá hacer carrera, aunque a día de hoy sea todavía el benjamín de su departamento y la mayoría de compañeros le saquen más de 20 años. "Me quiero dedicar sobre todo a la investigación, y eso requiere estar muy formado", explica. "No me disgusta estudiar, y si puedo aplicar lo que aprendo, mejor que mejor. Es satisfactorio ver que lo que estudias en el máster se aplica". Es, ante todo, una cuestión de autoexigencia: nunca nada es suficiente.

placeholder Acampada en la facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Santiago de Compostela. (Europa Press/Álvaro Ballesteros)
Acampada en la facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Santiago de Compostela. (Europa Press/Álvaro Ballesteros)

4. Pero están a punto de explotar

La generación Z es la de los problemas de salud mental, como ya hemos explicado. Una consecuencia de varios factores, entre ellos, una mayor conciencia sobre estas cuestiones que los lleva a recurrir con más frecuencia a terapia, pero también la citada autoexigencia, que es tanto una ventaja competitiva como una condena psicológica. Martínez, el fisioterapeuta, reconoce que prefiere estar "muy liado que muy parado".

Miguel reconoce que, a pesar de "amar" lo que trabaja y estudia, la fatiga mental siempre está ahí. "Sobre todo este año a nivel personal no ha sido mi mejor momento y lo he terminado pagando en el trabajo", admite. "Lo he camuflado un poco, pero no he sacado todas las buenas notas que podría haber obtenido, pero hay que hacer el esfuerzo e ir hacia adelante".

"Me encantaría parar y no sentir remordimiento por ello, aunque supongo que ese es ya el mundo interior de cada uno, el mío es bastante ansioso como ves, y siempre me incita a seguir y a ir un poquito más lejos", concluye Muñoz, que ha aprendido que el mundo no se acaba si se detiene y se desahoga para tomar aire. "Este año fue la primera vez en mi vida que recurrí a terapia, no como un grito de ayuda, sino porque necesitaba alguien que me guiase y me enseñara a lidiar con mi realidad cotidiana, y es que a veces tengo ansiedad y no sé reconocerlo, a veces no duermo bien y no pasa nada, no como bien y no pasa nada… Sí pasa, sí". Ese es el reverso oscuro de los sisis, un estilo de vida insostenible a largo plazo que amenaza con la sombra del burnout y que está transformando la relación de los jóvenes con el trabajo.

Quizá haya llegado a junio pensando que no le ha cundido demasiado este curso. Si quiere sentirse un poco peor, le presentamos a Irene Muñoz de la Fuente, estudiante de un doble grado. "Me saqué el carnet de conducir (evidentemente con mi propio dinero, por lo que cada segundo contaba), intenté hacer dos TFG a la vez, que terminó quedándose en uno solo, porque era imposible; y al mismo tiempo, comencé a trabajar en una tienda a la que tardo más de una hora en llegar en transporte público, porque claro, no tengo coche", explica. "Todo esto al mismo tiempo que intentaba tener vida social e invertir algo de tiempo en mí".

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