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La fijación personalizada de precios: por qué la inflación golpea a la gente común
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La fijación personalizada de precios: por qué la inflación golpea a la gente común

Tras una época en la que las empresas incrementaron sus beneficios a través de la rebaja de salarios ha llegado un cambio de marco: el instrumento de crecimiento ahora es la subida de precios

Foto: La inflación continúa elevada, pero las empresas ganan más dinero. (Europa Press/Fernando Sánchez)
La inflación continúa elevada, pero las empresas ganan más dinero. (Europa Press/Fernando Sánchez)
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La Comisión Federal de Comercio está preparando una demanda contra el mayor distribuidor de alcohol de EEUU, Southern Glazer's Wine and Spirits, por prácticas relacionadas con la fijación del precio del vino y de bebidas alcohólicas. En la medida en que ocupa una posición dominante, su poder de mercado es grande, como lo es su margen de acción. Además, opera en un sector especial. Por ejemplo, a mucha gente le gusta la cerveza, unos prefieren una marca concreta, otros prefieren otra, pero 20 céntimos más o menos por una lata o una botella no van a frenar el consumo. De manera que, si Southern Glazer hubiera elevado los precios artificialmente, simplemente habría ganado más dinero. Más allá de lo que en verdad haya realizado la firma estadounidense, su tamaño y su ámbito de acción generan pocos incentivos para contener los precios.

Un caso como este es doblemente significativo. Sirve para mostrar cómo el debate sobre la inflación está sumido en los argumentos economicistas habituales, que suele funcionar con fórmulas mecánicas. Siempre se encuentran las mismas respuestas: si preguntas a la derecha, hay que bajar impuestos; si es a la izquierda, hay que subirlos. Da igual que sea para combatir la inflación, para que la vivienda esté más barata o para curar el sarampión. Los bancos centrales son los primeros afectados por ese mal: todo se arregla subiendo o bajando tipos. La economía se ha reducido a un montón de especialistas que manejan tres o cuatro lugares comunes que funcionan en la teoría, pero cada vez menos en la realidad. Y que a menudo genera con efectos contraproducentes: la subida de tipos no nos ha ayudado demasiado a los ciudadanos, más al contrario.

El segundo elemento relevante es la toma de conciencia por la Administración de Biden, o al menos por parte de ella, la liderada por la presidenta de la Comisión Federal de Comercio, Lina Kahn, de que la inflación es, ante todo, una cuestión política. Bajar los precios no es un asunto que se solvente mágicamente subiendo tipos, sino que requiere medidas concretas para atajar las causas, que a menudo no proceden de un exceso de dinero en la economía, sino de prácticas poco adecuadas. Biden tiene un par de escollos importantes que debe superar si quiere ser reelegido, y el principal de ellos es la subida de los precios: no es extraño que lleve tiempo actuando a través de la FTC y de las políticas antitrust, cuya efectividad es mucho mayor que la de un Banco Central al que la economía cotidiana le resulta secundaria.

El resarcimiento

La revista American Prospect acaba de publicar un nuevo número en el que analiza los motivos por los que los precios se han disparado al mismo tiempo que las empresas están alcanzando beneficios (y márgenes) récord. David Dayen y Lindsey Owens señalan en un contundente artículo, 'The age of recoupment' (que puede traducirse como la era de la recuperación o la del resarcimiento), el cambio de eje que se ha generado en la operativa de las firmas y de sus accionistas.

En las últimas décadas, la búsqueda de mayores beneficios no se produjo mediante la búsqueda de mayores ventas o de la invención de nuevos productos y servicios, sino a través de fusiones y adquisiciones cuyo primer objetivo era la reducción de costes.

Para obtener beneficios, destruyeron puestos de trabajo y rebajaron los salarios, y a eso le llamaron competitividad

La era global permitió y fomentó la deslocalización, derribó barreras regulatorias e impulsó la reestructuración de las empresas de modo que el factor trabajo pesase cada vez menos. La destrucción de empleo y la rebaja de salarios y de los pagos a proveedores fueron la manera promovida por la economía estándar para aumentar los beneficios de los accionistas. A eso le llamaron competitividad.

La unión de estos procesos ha conducido a una nueva época. Las dificultades para recortar han aumentado, dado que muchas empresas ya no tienen de dónde, y además algunos costes se han incrementado, y al mismo tiempo muchas se han endeudado a través de procesos especulativos (las cadenas Asda y Morrison son un gran ejemplo, pero la economía europea está llena de ellos), por lo que han buscado un enfoque diferente: la vía de generación de beneficios es ahora el aumento de márgenes y precios.

La fijación algorítmica de precios

Las formas en que este propósito se lleva a cabo son amplias. Hay algunos mecanismos bien conocidos: en la medida en que una empresa o un número limitado de ellas poseen el suficiente poder de mercado, también lo poseen de fijación de precios. La falta de competencia provoca que esos bienes, habitualmente de primera necesidad, eleven sus precios sin posibilidad de sustitución. También han aparecido cargos adicionales, una suerte de impuestos arbitrarios que llevan el nombre de comisiones o gastos de gestión, entre otros, en muchas transacciones. La venta de productos que mantienen el precio, pero contienen menor cantidad o disminuyen su tamaño, la llamada reduflación, es otra de esas prácticas.

Cuando se han recogido grandes cantidades de datos de los usuarios, es sencillo predecir el precio que alguien está dispuesto a pagar

La tecnología abre, además, nuevos caminos. Los llamados precios dinámicos, muy utilizados a la hora de comprar un billete de tren, de realizar una reserva hotelera, o de adquirir bienes o servicios de cualquier tipo en una plataforma o a través de una aplicación son un instrumento poderoso para que los precios suban.

Y más aún en la medida en que pueden personalizarse: una vez que se poseen los datos del usuario es sencillo predecir, dado que se conocen las aficiones, el poder adquisitivo y la predisposición del comprador final, el precio que alguien está dispuesto a pagar. De esta manera, el bien se desliga de su coste, y lo que toma su lugar es el cálculo aproximado de lo que una persona podría abonar. Ha ocurrido con la vivienda, donde la pregunta no era cómo fijar el precio final en función de los costes y del beneficio que se esperaba, sino de cuál era la necesidad y qué parte de sus ingresos anuales sacrificarían sus compradores. Eso ha llevado a que los precios de las viviendas se eleven sustancialmente, pero también a la ampliación del número de años de las hipotecas. Ese mecanismo (¿cuánto estás dispuesto a soportar) se vuelve más sofisticado, porque ya se puede aplicar, gracias a la recogida de datos, a cada comprador individual. Los sistemas que se emplean pueden estar más o menos afinados, pero el propósito está bien definido. Lo llamativo es que todos estos sistemas empujan hacia una elevación de precios mucho más que hacia las ofertas personalizadas.

Existe sistemas informáticos empleados para que las empresas se coordinen y suban sus precios o, al menos no los rebajen

Pero hay más. Existe sistemas informáticos empleados para que las empresas se coordinen y suban sus precios o, al menos no los rebajen. Como cuenta Dayen en una conversación con Joe Wiesenthal, la industria aérea estadounidense cuenta los datos de ATPCO, Airline Tariff Publishing Company, una firma que recopila datos sobre los precios de los billetes y que permite a las empresas suscritas ajustar sus precios en tiempo real. Agri Stats recopila datos de los envasadores de todo tipo de carne, de modo que quienes los reciben saben lo que hacen sus competidores en los distintos mercados, lo que les permite aumentar los precios. RealPage recopila los datos de los precios de las viviendas y de la oferta de las mismas en áreas concretas. Todos estos mecanismos sirven, en la realidad, para asegurarse de que los precios no se rebajarán por efecto de la competencia, pero también para elevarlos. En cuanto un actor importante en el mercado sube los precios, los demás suelen seguirle. Como afirman Owens y Dayen, “esta fijación de precios algorítmica no es más que la vieja colusión”, esa que se suponía prohibida por el derecho de la competencia.

Como explica Matt Stoller, director de American Economic Liberties Project, esta semana el FBI ha llevado a cabo una redada en la sede del gigante inmobiliario estadounidense Cortland Management vinculada a la fijación algorítmica de precios. Gestiona 85.000 viviendas en alquiler en trece Estados y es propiedad de Thoma Bravo, una de las firmas de private equity más importantes de EEUU. Se investigan sus vínculos con RealPage, por acciones coordinadas para elevar los precios. Stoller refleja la existencia de una demanda civil antitrust en Tennessee, en la que se acusa a RealPage de trabajar con 21 grandes propietarios e inversores institucionales que controlan el 70% de las viviendas en alquiler del Estado para aumentar sistemáticamente los precios.

Derecha e izquierda

La conclusión es que, para saber de economía hoy, más que aprender estadística, hay que aprender cómo funciona el poder. La inflación contiene una lucha política muy relevante, en la medida en que no serán medidas monetarias las que frenen o erradiquen estas prácticas que operan continuamente sobre la economía real, la cotidiana, que es donde la inflación está golpeando con intensidad.

Ese combate a favor de la economía real debería ser abrazado por ambas partes del espectro ideológico. Desde la izquierda, habituada a reclamar subidas de impuestos y, más tímidamente, topes a los precios, sería conveniente que tomase en consideración esta perspectiva porque es precisa para defender el poder adquisitivo de los ciudadanos, pero también el papel del factor trabajo. Con prácticas de esta clase, la subida de los salarios no solucionaría el problema, ya que los precios serían mayores: con instrumentos tecnológicos que permiten la vigilancia y la personalización y facilitan la colusión, cuanto más dinero tuvieran los ciudadanos, más se elevarían los precios.

Desde la derecha, esta pelea debería ser indispensable para quien crea en el capitalismo de mercado. La concentración, la fijación de precios por los caminos en que hoy se realiza y la desprotección de los consumidores ante prácticas lesivas conllevan que se pague un suplemento por cada bien y servicio en forma de impuesto privado. Implica, además, una intervención cada vez mayor y la economía y precios más controlados, pero no por ese poder estatal al que siempre rechazan, sino por poderes privados. Cualquier liberal, si quiere merecer ese nombre, tendría que abogar por el fin de prácticas como las descritas; de otro modo, la retórica contra los poderes públicos intrusivos se volvería servilismo respecto de los privados.

La Comisión Federal de Comercio está preparando una demanda contra el mayor distribuidor de alcohol de EEUU, Southern Glazer's Wine and Spirits, por prácticas relacionadas con la fijación del precio del vino y de bebidas alcohólicas. En la medida en que ocupa una posición dominante, su poder de mercado es grande, como lo es su margen de acción. Además, opera en un sector especial. Por ejemplo, a mucha gente le gusta la cerveza, unos prefieren una marca concreta, otros prefieren otra, pero 20 céntimos más o menos por una lata o una botella no van a frenar el consumo. De manera que, si Southern Glazer hubiera elevado los precios artificialmente, simplemente habría ganado más dinero. Más allá de lo que en verdad haya realizado la firma estadounidense, su tamaño y su ámbito de acción generan pocos incentivos para contener los precios.

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