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Por qué el 'boom' del mercado laboral no va a resolver el principal problema del país
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LAS POLÍTICAS DE CONCILIACIÓN, TAMPOCO

Por qué el 'boom' del mercado laboral no va a resolver el principal problema del país

A diferencia de lo que ocurrió durante la burbuja, los récords de empleo no se están traduciendo en un repunte de la natalidad. La sociedad ha cambiado y la tendencia es irreversible

Foto: Un bebé, en el madrileño hospital de La Paz. (EP/Carlos Luján)
Un bebé, en el madrileño hospital de La Paz. (EP/Carlos Luján)
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España ha alcanzado por primera vez las diez millones de afiliadas a la Seguridad Social. Nunca ha habido tantas mujeres trabajando, tanto en términos absolutos como relativos. La economía acumula una década en fase expansiva —solo truncada por el paréntesis del 2020 pandémico—, y los últimos récords del mercado laboral se han convertido en el símbolo de la recuperación. Las mujeres y los jóvenes son los más beneficiados, con más y —con algunos matices— mejores empleos. Es el escenario perfecto para afrontar, por fin, el gran problema estructural que amenaza el futuro del país: la crisis demográfica.

El boom del mercado laboral estaba llamado a mejorar las tasas de fecundidad, como ocurrió durante el anterior período de creación de empleo, que se extendió hasta la quiebra de Lehman Brothers. Entonces se dispararon, en paralelo a la expansión económica. Ahora, cuando la cifra de parados ha regresado por fin a los niveles previos a la fecha que dio inicio a la Gran Recesión, los expertos descartan que vaya a ocurrir lo mismo. Los primeros datos tampoco apuntan en esa dirección.

Hace un par de semanas, el prestigioso semanario londinense The Economist apuntaba la clave en una de sus míticas portadas. Representaba un biberón lleno de monedas, bajo este sugerente título: "Dinero por tener hijos. Por qué las políticas para aumentar las tasas de natalidad no funcionan". En esencia, se trata de una cuestión sociológica más que económica. La situación del mercado laboral y las políticas públicas, notablemente mejores que hace una década, podrán mejorar los ingresos y las posibilidades de conciliación de muchas mujeres. Pero no se trata de eso. Al menos no principalmente.

La relación entre el empleo y la fecundidad se ha hecho añicos. Tras el desplome de los nacimientos vivido en los años ochenta, como consecuencia del excepcional cambio social que siguió al franquismo —secularización, planificación familiar, acceso a métodos anticonceptivos—, esa simbiosis se fue consolidando. La caída de la fecundidad se aceleró durante la crisis posterior a los fastos olímpicos (1993,1994), para después ralentizarse durante la estabilización de mediados de la década y revertirse por primera vez desde el fin de la dictadura a partir de 1999, en pleno milagro económico.

Como se puede apreciar en el gráfico, empleo y fecundidad fueron de la mano durante la burbuja inmobiliaria (en gris), pero también durante su pinchazo (en rojo), habitualmente con un pequeño decalaje, que da más credibilidad a los datos: la decisión de tener o no un hijo se lleva a cabo al menos nueve meses antes. Durante el inicio de la recuperación (2014) también se dio un pequeño repunte. Todo coincidía hasta que, en la segunda mitad de la década pasada, la salida del túnel de la crisis se consolidó, pero los nacimientos volvieron a despeñarse. Jamás se recuperarían, a pesar de que el mercado laboral español ha vivido una de las mejores rachas que se recuerdan.

Muy lejos del reemplazo

Alicia Adserà, investigadora sénior en Princeton y una de las españolas más reconocidas en el estudio del fenómeno, explica que se trata de una tendencia global, imparable desde hace casi medio siglo. Pese a las fluctuaciones, "en parte a tenor del ciclo económico", reconoce, las cifras en Occidente están muy lejos del reemplazo, con España a la cola: cada mujer tiene una media de 1,16 hijos, prácticamente la mitad de lo que sería necesario para que la población se mantuviese en ausencia de inmigración (2,1).

Todos los expertos consultados descartan que una buena situación económica resuelva por sí misma un problema mucho más profundo, pero sí podría ayudar a maquillarlo, como ocurrió a principios de siglo. ¿Qué ha pasado para que ahora el empleo ya no tire de la natalidad? La explicación fácil apunta a cuestiones demográficas: debido al envejecimiento de la población, ahora hay menos mujeres en edad de tener descendencia, por lo que el dato de fecundidad global (nacimientos por cada 1.000 mujeres), estaría sesgado por lo que los economistas denominan efecto composición.

Nada más lejos de la realidad: como se aprecia en el gráfico, la tasa de fecundidad ha caído abruptamente desde la segunda mitad de la década pasada en todos los tramos de edad que podríamos considerar fértiles, salvo en el último: de 40 a 44 años. Curiosamente, el segundo tramo donde menos ha menguado es el de los 35 a 39, lo que da una pista de por dónde van los tiros. No es tanto que haya menos mujeres jóvenes, como que las mujeres tienen los hijos cada vez más mayores.

La inmigración no resolverá el problema…

Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), la edad media de la maternidad asciende a 32,6 años, casi dos más que en el 2000. Para el primer hijo, ha crecido desde los 29,1 hasta los 31,6 desde inicios de siglo. En ambos casos, las mujeres extranjeras siguen la misma tendencia que las españolas, incluso más marcada en algunos parámetros, especialmente desde el estallido de burbuja en 2008. En otras palabras: sus patrones están convergiendo lentamente con los de las nacionales, hasta el punto de que los datos de fecundidad, edad media de maternidad o número de hijos por mujer se acercan ya a los que tenían las madres españolas a finales del siglo pasado.

Adserà destaca que la tasa de fecundidad de las mujeres de nacionalidad extranjera también está muy por debajo de la de reemplazo, "y con las crisis económicas este grupo suele responder con mayor ajuste", como ocurrió durante la Gran Recesión. "Es cierto que, como las mujeres de nacionalidad extranjera suelen estar sobrerrepresentadas en las edades de maternidad, su número total de hijos en relación con la población es alto. Sin embargo, mirándolo por mujer, su fecundidad se ajusta. De hecho, los hijos de las mujeres inmigrantes se comportan ya como el resto de los nativos", añade. Quizá la llegada masiva de extranjeras durante la burbuja ayudase a maquillar los datos en aquella época, pero a quien busque la solución de la natalidad en ellas no le saldrán las cuentas: según el INE, el número de hijos por mujer de nacionalidad distinta a la española es de 1,35, dos décimas menos que hace una década.

A diferencia de este indicador y de las tasas de fecundidad, el retraso en la maternidad jamás se alteró con la coyuntura económica (ha sido constante desde los años ochenta), y por eso es el dato que mejor explica la naturaleza estructural del problema. Tanto en épocas de expansión como en épocas de recesión, las mujeres —españolas o extranjeras— han ido teniendo descendencia cada vez más tarde, y eso dificulta que lleguen al número de hijos que deseen. Según la última Encuesta de fecundidad, que data de 2018, el 21 % de ellas ha tenido menos de los que le hubiese gustado. El INE anunció esta semana que, a la vista de que las cifras de nacimientos están bajando de manera constante desde hace más de una década, iniciará un trabajo de campo el año que viene para lanzar una nueva edición en 2026.

Aunque los datos no están actualizados, se trata de la fuente más fiable para entender las actitudes que hay detrás de la caída de la natalidad. En 2018, solo una de cada tres mujeres en los diferentes tramos de edad fértiles alegaba un motivo económico o laboral para haber retrasado la maternidad respecto al momento que considera ideal. El hecho de no tener una pareja, por ejemplo, doblaba a los problemas pecuniarios como la explicación que las propias encuestadas atribuían a esa brecha, y se situaba a la par de las razones relacionadas con la conciliación. A juzgar por las respuestas de las propias protagonistas, el cambio sociológico se antoja más relevante que el ciclo de la economía nacional o que las propias políticas de conciliación, lo que explicaría por qué la natalidad sigue cayendo a pesar de la mejora de ambos.

… y el BOE tampoco

Un experto en legislación laboral que prefiere no ser citado reivindica los excepcionales avances de los últimos años, como la equiparación de los permisos de natalidad y paternidad a 16 semanas, que tuvo lugar en 2019, o la reciente transposición de la directiva europea de conciliación. Sin embargo, destaca que el Boletín Oficial del Estado (BOE) no logrará, por sí mismo, revertir la tendencia: "Aunque estemos mejorando en parámetros normativos, esa no es una causa directa que favorezca la natalidad, simplemente no la entorpece. No tomas la decisión de tener familia porque te den un permiso de nacimiento". La cuestión, apunta, está más emparentada con factores estructurales.

Foto: El primer hijo. (Europa Press/Carlos Luján)

Marta Ortega Gaspar, profesora de Sociología en la Universidad de Málaga e investigadora de la Universidad Católica de Milán, resume lo que está pasando a través de un concepto muy económico: el coste de oportunidad. "Una buena parte de las mujeres más jóvenes en nuestra sociedad observan que 'tienen bastante que perder', pues han aprendido que la tenencia de hijos y su crianza supone un mayor esfuerzo y sacrificio para las mujeres", relata. La teoría de la elección racional de Gary Becker, premio Nobel de Economía en 1992, también ayuda a comprender el fenómeno. "Los individuos toman la decisión de tener hijos como consecuencia de una elección racional donde se sopesan los costes y los beneficios. Es de entender que las generaciones españolas más jóvenes parecen ver más costes que beneficios", asegura Ortega.

El fin de la 'superwoman'

¿Y cuáles son esos costes? La investigadora explica que, pese a la creciente igualdad, los cuidados siguen recayendo especialmente sobre las espaldas de las mujeres, que soportan, por tanto, una "doble jornada" en caso de tener descendencia. Las jóvenes en edad fértil habrían cambiado sus expectativas vitales más rápido que la realidad del reparto de las tareas en el hogar o con los hijos. Y muchas ya no están dispuestas a ser la superwoman de la generación de sus madres, la primera que se incorporó masivamente al mercado laboral, pero que en muchos casos renunció a una carrera profesional más ambiciosa para conciliar con la crianza.

Desde luego, la mayoría no se muestra abierta a compatibilizar ambas tareas hasta haber obtenido una estabilidad que cada vez llega más tarde. Y esto, apuntan las investigadoras, tiene poco que ver con la coyuntura: la baja calidad del empleo —por el escaso valor añadido del sistema productivo español—, el mayor tiempo invertido en la formación —que aumenta las expectativas de retorno— o el retraso de la pareja estable o el matrimonio son fenómenos estructurales que poco o nada tienen que ver con el ciclo económico, pero que marcan los tiempos de la natalidad.

El mercado laboral solo constituye uno de los cinco factores que intervienen en la ecuación

La crisis en el acceso a la vivienda de los más jóvenes, que se ha agudizado pese al boom del empleo protagonizado por este colectivo, también puede estar entre las causas. Mientras la edad media de emancipación se siga retrasando, la recuperación de la natalidad se antoja complicada. Y, según Eurostat, lo continúa haciendo: ya supera los 30 años.

"Siempre he dicho que la mejor política de natalidad (si es que hay alguna) es garantizar empleo de calidad", resume Adserà. Sin embargo, resulta insuficiente para resolver el problema. El mercado laboral solo constituye uno de los cinco factores que, según la investigadora, intervienen en la ecuación. El segundo son las políticas públicas, donde todavía existe un amplio margen de mejora. Y los otros tres apuntan a una transformación sociológica imparable: "El incremento de la educación y, con ella, de las aspiraciones laborales, los cambios en la formación e inestabilidad de las parejas y los cambios de preferencias: la gente ha pasado a valorar más el tiempo libre (sin hijos) y ha aumentado la preferencia entre algunas parejas por posponer esa decisión [el tener descendencia]. Es algo que está pasando en todo el mundo".

Frente a eso, no hay BOE ni boom del empleo que valga.

España ha alcanzado por primera vez las diez millones de afiliadas a la Seguridad Social. Nunca ha habido tantas mujeres trabajando, tanto en términos absolutos como relativos. La economía acumula una década en fase expansiva —solo truncada por el paréntesis del 2020 pandémico—, y los últimos récords del mercado laboral se han convertido en el símbolo de la recuperación. Las mujeres y los jóvenes son los más beneficiados, con más y —con algunos matices— mejores empleos. Es el escenario perfecto para afrontar, por fin, el gran problema estructural que amenaza el futuro del país: la crisis demográfica.

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