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El día que la cia utilizó a pollock en la batalla cultural de la guerra fría

Por Elena Bellido-Pérez

Metro de Moscú

El organismo promocionó el expresionismo abstracto como muestra de la creatividad y libertad individual del país americano, frente al encorsetamiento artístico que el realismo socialista suponía para la URSS.

No, la pintura no se hace para decorar apartamentos. Es un arma de guerra para atacar al enemigo y defenderse de él”. Esta frase que pronunció Picasso en 1945, encierra el espíritu de lucha del artista del siglo XX comprometido ideológicamente. Un artista que ha vivido en primera persona los horrores de la guerra y no permanece impasible ante ellos; pero que, en ocasiones, ni siquiera es consciente de que está librando una batalla, sino que son las instituciones culturales las que lo colocan en el frente. Esto fue precisamente lo que le sucedió al expresionista abstracto Jackson Pollock en el contexto de la Guerra Fría.

Comenzaban los años cincuenta y Nueva York se estaba fraguando como capital cultural mundial tras haber acogido a los artistas europeos que habían huido de las guerras. El expresionismo abstracto era por aquel entonces un movimiento genuinamente estadounidense, resultado del contacto que artistas como Arshile Gorky, Willem de Kooning, Franz Kline, Robert Motherwell o Jackson Pollock habían tenido con la obra de los vanguardistas europeos expuesta en el territorio americano. Entre todos ellos, Pollock ascendió rápidamente a la fama encajando en el paradigma del cowboy seductor del Oeste americano.

Pollock trabajando en su estudio de Long Island en 1949

En 1943 realizó su primera exposición en solitario, y en 1949 la revista Life ya publicaba el artículo ‘Jackson Pollock, ¿es el pintor vivo más grande de los Estados Unidos?’. A su encumbramiento ayudó el crítico más influyente de la época, Clement Greenbert, quien llegó a afirmar que “ningún pintor de este periodo realiza con tanto vigor, tan auténticamente ni de modo tan completo […]. Al fin hemos producido al mejor pintor de toda una generación”. Con esta carta de presentación, era imposible que Pollock y el expresionismo abstracto pasasen desapercibidos para los estrategas de la alta política estadounidense, quienes planeaban cómo combatir contra la URSS en el terreno cultural.

Pollock en la revista Life

La primera vez que se llevó al Congreso la idea de promocionar el expresionismo abstracto como muestra de la creatividad y libertad individual del país americano frente al encorsetamiento artístico que el realismo socialista suponía para la URSS, este acabó desestimándola. ¿El motivo? Algunos de estos artistas expresionistas habían tenido escarceos con el comunismo (el propio Pollock había trabajado con el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros), lo cual ahogó las esperanzas puestas en el potencial propagandístico de este nuevo estilo. Pero lo cierto es que esta negativa no fue el fin, sino el comienzo de toda una campaña de propaganda cultural encubierta. Porque, como consecuencia, la élite política recurrió a la CIA, organismo que, para llevar a cabo sus planes con disimulo y credibilidad, actuó detrás del MoMA.

El operativo cultural comenzó en 1952, cuando se creó el Programa Internacional del MoMA para exportar el expresionismo abstracto a Europa. Tan solo siete años después ya se habían organizado cincuenta exposiciones internacionales. Fue entonces cuando se puso en marcha la más ambiciosa: ‘The New American Painting’. La gira de esta exposición comenzó el 19 de abril de 1958 en Basilea y terminó el 23 de febrero de 1959 en Londres, pasando por Milán, Madrid, Berlín, Ámsterdam, Bruselas y París. Así se pusieron en circulación obras tan relevantes como ‘Número 8’ de Pollock. Se trataba de cuadros de grandes dimensiones, caracterizados por la ausencia absoluta de figuración, por el protagonismo de las líneas gestuales, y por llevar al lienzo materiales inusuales como arena o vidrio. Para entonces, Jackson Pollock ya había fallecido a la edad de 44 años como consecuencia de sus problemas con el alcohol.

Instalación en ‘The New American Painting’ presentando el Programa Internacional del MoMA.

¿Pero qué significado tenía realmente el arte de Pollock y del resto de expresionistas abstractos? Ninguno, de ahí lo interesante de esta instrumentalización de su obra por parte de la CIA. Cuando se le preguntaba a Pollock por el sentido de su arte, respondía que “no se trata de buscar nada, sino de observar pasivamente […], sin introducir nunca un tema o una idea preconcebida de lo que supuestamente habría que buscar” (Pollock citado en Jachec, 2011).

Lo cierto es que Pollock y el resto de expresionistas abstractos habían configurado ese estilo partiendo del hastío político y la continua toma de posiciones en el arte, y lo hicieron abriendo la vía de la no figuración y de la pura técnica en el arte. Pero, al vaciar el arte de contenido, se producía la situación perfecta para colocarle cualquier tipo de significado. Por ello, la CIA pudo interpretar (y, lo más importante, hacer que el público interpretase) sin fisuras el expresionismo abstracto como una apología de la libertad individual estadounidense.

Número 8 (Jackson Pollock, 1949)

“Nos habíamos dado cuenta”, decía Donald Jameson, miembro de la CIA, “de que era el tipo de arte que menos tenía que ver con el Realismo Socialista, y hacía parecer al Realismo Socialista aún más amanerado, rígido y limitado de lo que en realidad era” (Jameson citado en Saunders, 2013). Y así, paradójicamente, la apoliticidad de las obras expresionistas abstractas realizadas en Estados Unidos se convirtió en la conditio sine qua non para su posterior instrumentalización propagandística durante la Guerra Fría.

La obra de Jackson Pollock es una pieza más dentro de todo el entramado propagandístico desplegado en la denominada Guerra Fría cultural. A nuestros días ha llegado como un ejemplo del potencial propagandístico del arte en una época en la que ya había sido superado el rol del artista como receptor de órdenes de las instancias de poder. Porque, tradicionalmente, este rol estaba fuera de toda cuestión: el trabajo del artista siempre dependía de los encargos de emperadores, reyes y clérigos. Sin embargo, la reivindicación de su independencia ideológica a comienzos del siglo XIX hizo que las instancias de poder tratasen de buscar estrategias para seguir legitimándose a través del arte sin alterar la concepción del artista independiente.