Hay un Rafael Canogar informalista, claro, el hombre que junto a sus compañeros de grupo, El Paso, le dijo al mundo que la falta de libertad en la España de los años 50 solo se curaba con la radical expresión artística de ese anhelo. Y también hay un Rafael Canogar que es un pintor figurativo, realista y atento a las desigualdades sociales y cuyo espíritu combativo llega intacto hasta hoy. Y un Rafael Canogar que vuelve a la abstracción con ojos renovados, nuevas técnicas y materiales, y consagrado a la búsqueda inclemente de la belleza.
Se les suma un Rafael Canogar escultor de piezas icónicas, reconocibles y un grabador exquisito llamado también así. Finalmente hay que dar cuenta de un Rafael Canogar con vocación de arquitecto, amante y observador atento de la arquitectura que tenía esta disciplina como “plan B” y que, de todos modos, acabó imbuyendo a sus obras artísticas, pictóricas, de un marcado carácter espacial. Todos estos canogares se alinean “como las cuentas de un collar” —esa imagen tan gráfica y tan precisa es suya— en la trayectoria de este artista nacido en Toledo en 1935 que, tras siete décadas de trabajo, no sigue en activo, sino en activísimo.
Siete décadas de trabajo, de pintura y seguramente de entrevistas… Quiero comenzar por ello, preguntándole si hay algo, algún lugar común relativo a usted o su figura, que quiera corregir o matizar o, todo lo contrario, si hay algo en lo que quiera insistir.
Me han preguntado mucho por la pintura y por el significado de la pintura. Mire, entender la pintura no es fácil. A veces se lo han preguntado los mismos artistas. Picasso se preguntó por el sentido de querer comprender “el misterio de las flores, de las cosas bellas…”. Estoy con él, que dijo que quizá no hace falta entenderlas y lo esencial es gozarlas. Sin embargo, a pesar de que me lo hayan preguntado muchas veces, me parece necesario insistir sobre ello porque cada vez el público es más escaso. Y es una forma de llegar a más personas. Recuerdo cuando me hacían entrevistas en los años sesenta y llegaba, a lo mejor, a cuatro millones de personas porque en la televisión había uno o dos canales. Luego te paraban por la calle porque te habían visto… Hoy el público es muy reducido y por eso está bien que se repitan estas cosas que nos acerquen a entender qué es la creación artística.
Pero, le respondo en concreto también porque, en las entrevistas, la introducción es casi siempre: “un pintor abstracto conocido por…”. Efectivamente he sido abstracto muy, muy de principio, pero mi primer reconocimiento fue en el realismo. Una vez, hablando con un crítico de arte me dijo que yo era más realista que Antonio López, porque el realismo se inventó para definir una pintura que no era recoger las apariencias de las cosas, sino profundizar en la realidad y en un mundo duro, de lucha.
¿Qué tal se lleva con el pasado? ¿Siente nostalgia de alguna de sus épocas?
No, no siento nostalgia. Lo que viví, lo he vivido intensamente y con ese deseo de estar en movimiento, de renovación, de tener esa experiencia de las vanguardias. Están vividas y ahora me enfrento a otra cosa. Para un artista no hay mejor situación que vivir en un periodo de normalidad y no tenemos un periodo de normalidad. Yo he vivido parte de mi vida en la dictadura y con el deseo de llegar a tener la libertad, democracia, participación, pluralidad… Por eso se hizo la Constitución del 78, donde hubo acuerdos y todo el mundo tuvo que aceptar cosas.
¿Qué tal se lleva con su tiempo? ¿Cómo se siente?
Mal, muy mal. No me gusta nada lo que está ocurriendo en el mundo. No me gusta nada lo que está ocurriendo en España. No se gobierna. Cada uno busca su silla, su acomodo. Nada más. En los 50, a pesar de la dictadura, había más inquietud. Yo he visto mejores obras de teatro que nunca, porque entonces se veía muy buen teatro y muy buen cine, y había buenos artículos… Eso es lo que dicen todas las personas mayores sobre su generación y, es cierto que puedo caer un poco en esto, pero es que justo en estos momentos, en estas semanas, me parece horroroso lo que está ocurriendo en este país, políticamente hablando. Insólito. Nunca pensé que iba a vivir una cosa así. Es cierto que tampoco pensé que me iba tocar revivir una pandemia, ni una guerra en Europa… En España hemos tenido gobernantes nefastos: monarquías absolutistas, dictaduras… Pero en democracia nunca pensé que íbamos a vivir momentos tan duros. La democracia es muy débil, hay que defenderla cada día, porque la libertad se pierde con mucha facilidad. De verdad estoy en un momento pesimista. Pero no tengo nostalgia, sí frustración.
Artísticamente hablando, estos últimos años han estado marcados por el uso del metacrilato. ¿Qué le interesa de este material? ¿Cómo empezó a usarlo?
En el confinamiento empecé a trabajar con acetatos, cosas pequeñas. Más tarde me interesó, tanto del acetato como del metacrilato, el poder pintar por los dos lados. Tiene brillo, refleja, recoge nuestra imagen y me interesa incorporar esta como un elemento nuevo. Al final, este es siempre el trabajo de un artista, investigar, incorporar materiales…
En un texto suyo del año 2020 decía estar a la “búsqueda de esencialidades; de trabajar con mínimos elementos para potenciar su radicalidad; muy cerca de mis búsquedas de los años cincuenta”. ¿En qué se parece y en qué se diferencia de lo que hace ahora?
He incorporado el gesto, la intervención de la mano. Titulé Huellas una de mis últimas exposiciones (se pudo ver en el espacio Mira de Pozuelo, Madrid, entre marzo y julio de este año, y recogía una treintena de obras realizadas en metacrilato) porque siempre me ha interesado mucho reflejar el paso del hombre en este mundo. Ese paso es el del labrador en el paisaje castellano, labrando la tierra, y es la de los surcos sobre la materia que he escarbado con mis los dedos. Metáfora del trabajo sobre la tierra y sobre el lienzo. Y después de esa primera intervención, yo colocaba el cuadro en el suelo y echaba pintura que iba metiéndose por los surcos como si fuera la lluvia sobre la tierra. Así creaba el cuadro. Al hacerlo de esa forma buscaba obras que salieran de mis entrañas, que transmitieran mi deseo de cambios radicales, de protesta, de gritos y rebeldía contra una situación en la que no teníamos libertad ni democracia. Hoy puede ser discutido, pero, para mí, pintar así era mi forma de expresar esas interioridades. En aquellos años, esas obras nos hacían libres como lo habían sido otros informalistas en Europa y EEUU.
Ahora busco la belleza a través del gesto en la materia. Busco la serenidad y la dimensión espiritual, trascendente, que la condición del hombre necesita. Creer en cosas que nos hagan pensar que estamos aquí para dejar algo hecho. Es diferente.
Vivimos en un mundo tan tecnológico que creemos que todo se puede reproducir, que todo es imitable. Y no es verdad: la obra de arte demuestra que no es posible, justamente porque es la huella del hombre sobre la materia. Hoy lo que intento recuperar es precisamente ese gesto de la pintura que es el que a mí me enamoró en los años cincuenta y que creo que da continuidad a mi arte hoy.
Leo otra de sus afirmaciones: “La búsqueda de originalidad y las urgencias por la fama, y su cuota de mercado, han hecho que los jóvenes artistas de casi todo el mundo se parezcan”. ¿Define esta frase su opinión sobre el mundo, o el mundillo, del arte contemporáneo?
Hay una gran confusión. Hace poco más de cien años, Duchamp hizo una obra muy importante, el famoso urinario al que tituló Fuente. Tuvo un tremendo impacto. Abrió las puertas a muchos otros a hacer cosas parecidas: Manzoni y su Mierda de artista, Klein y sus mujer pintadas de azul sobre la tela… Eso no se puede repetir. Todo no se puede repetir porque todo tiene un principio y un fin. Cuando se repiten una y otra vez las cosas se vuelven académicas.