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Los retratos negros que antes incomodaban y ahora conquistan el mercado del arte

Por Sofía Guardiola

‘School of Beauty, School of Culture’, 2012, Kerry James Marshall

Están triunfando en el mercado y multiplicando sus precios en subasta. Son retratos cargados de significado y cotidianidad que buscan conquistar los espacios que habitualmente les fueron negados por la historia del arte. Si está pensando en comprarse uno, ni lo intente. Sus precios están por las nubes.

E n la década de los 90, el artista afroamericano Kerry James Marshall pintó una serie a la que llamó Lost Boys. Sus protagonistas compartían nombre con el séquito de niños que acompañaba a Peter Pan en Nunca Jamás y, en consecuencia, estaban destinados a no crecer nunca. Los muchachos de Marshall tenían un problema similar, y al mismo tiempo profundamente diferente: ellos no tenían que plantearse, como Wendy o sus hermanos, si querían vivir para siempre siendo niños o volver al mundo real, donde el mundo adulto les esperaría tarde o temprano. Su duda era, en primer lugar, si iban a llegar a la mayoría de edad y, en segundo, si realmente se puede ser niño en un contexto hostil como el de muchos adolescentes de color en Estados Unidos, donde los padres explican a sus hijos, por ejemplo, cómo deben actuar ante la policía para mostrarles que son inofensivos y van desarmados.

Toda la carrera de James Marshall, tanto sus cuadros como sus grabados, son protagonizados por este tipo de personajes que nunca han tenido una vida fácil. Ahora sin embargo, están conquistando un mercado del arte en el que siempre han sido una anécdota, una nota al pie de página. Un claro ejemplo de ello es el cuadro neoclásico recientemente adquirido por el MET Bélizaire y los niños Frey, en el que el personaje negro que ahora da nombre a la composición fue ocultado con una capa de pintura, apareciendo recientemente y resultando, además, un esclavo del que se ha podido rastrear toda su historia.

‘Lost Boys’ Kerry James Marshall

En 2013 James Marshall pasó a estar representado por la galería Zwirner y, con la llegada del año 2018, los precios de sus obras en subasta se dispararon, manteniéndose igual de elevados durante el año siguiente.

Fue también en 2019, mientras seguía en la cresta de la ola, cuando se produjo en Art Basel Miami el milagro Amoako Boafo: todas las obras del stand de Mariane Ibrahim, dedicado por completo a él, se vendieron en cuestión de minutos. Al poco tiempo, el valor de sus lienzos en subasta llegó a multiplicarse por diez, y a los tres meses, su obra El traje de baño color limón se vendió en Phillips por más de 880.000 euros, siendo este su debut en subasta.

‘El traje de baño color limón’, 2019, Amoako Boafo

Cuando los retratos de Boafo se volvieron inaccesibles —entre 2021 y 2022, seis de sus obras se remataron por más de un millón de dólares— la puerta se abrió a otros artistas jóvenes que pintaran este tipo de relato en los que se exploraba la identidad negra, pero también a la especulación —tal y como apuntó en una entrevista Christophe Person, consultor de arte africano contemporáneo en Artcurial—, que sin embargo parece haberse relajado durante el año en curso.

En 2023 multitud de grandes casas de subastas están ofreciendo retratos de artistas africanos o afrodescendientes contemporáneos. En Phillips, donde Boafo obtuvo su primer gran éxito, se celebró una licitación de este tipo durante el mes de marzo en la que se ofrecía obra de 12 artistas diferentes y, aunque casi todos ellos superaron ligeramente sus estimaciones más elevadas, no hubo grandes sorpresas como las del año 2019. Tal y como el portal artprice.com asegura, durante los años siguientes esta alta demanda puede tomar dos caminos diferentes: o se volverá más selectiva o, por el contrario, muy amplia.

No obstante, y como es evidente, ya había varios artistas como Kerry James Marshall que durante los años anteriores estaban consiguiendo elevados precios en el mercado con esta tipología de retratos tan cotidianos, y que prefiguraban lo que Boafo y otros tantos supondrían para el mercado del arte después. Un ejemplo de ello es la nigeriana Nijdeka Akunyli Crosby, que enmarca a sus protagonistas en escenarios domésticos plagados de sus recuerdos, las fotografías de sus ancestros y sus muebles heredados.

‘Before Now After (Mama, Mummy and Mamma)’, 2015, Njideka Akunyili Crosby. Collection of the artist; courtesy Victoria Miro, London
‘Dwell: Me, We’, 2017, Njideka Akunyili Crosby

En 2017, Akunyli Crosby triplicaba su máxima venta anterior en subasta con The beatutiful ones, obra que se remató por 3,1 millones de dólares.

Sin embargo, no es solo el mercado el que se ha visto fascinado por estas obras que, aunque tienen su principal mercado dentro de los Estados Unidos, también han conquistado museos y galerías fuera de sus fronteras.

El arte africano también irrumpe en España

En los últimos años ha habido en España varias muestras dedicadas a este tipo de retratos. Un ejemplo es la exposición individual de Maxwell Alexandre, Nuevo poder: pasabilidad, celebrada a principios de este año en la madrileña Casa Encendida. El artista, nacido en 1990 y criado en el barrio de favelas más grande de Río de Janeiro, empezó exponiendo sus obras en el polideportivo de aquel lugar, pero su ascenso fue meteórico, y en 2017 ya exponía en museos y galerías parisinas. Posteriormente obtuvo premios como el Global Art Advisory Council del Deutsche Bank, y en 2020 fue designado por el portal Artsy como uno de los 35 artistas de vanguardia emergentes del año.

'Nuevo Poder: Pasabilidad', de Maxwell Alexandre, en La Casa Encendida de Madrid.
'Nuevo Poder: Pasabilidad', de Maxwell Alexandre, en La Casa Encendida de Madrid.

Fuera de la capital, Bilbao también se sumó a la fiebre de retratistas de color, en este caso con obras sumamente cotidianas, de trazo ágil y enérgico y con unos personajes imaginados, que parecen sacados de experiencias oníricas, firmados por Lynette Yiadom-Boakye, que venía de exponer en la Tate Britain, y cuyos precios en subasta no han dejado de subir desde el año 2019.

Por su parte, el sur de la Península ve reflejada esta tendencia en el CAC de Málaga, que muestra actualmente las obras de gran formato de Atanda Quadri Adebayo. Sus composiciones son sumamente fotográficas, podemos cambiar de postura antes de que el fotógrafo dispare la instantánea.

‘Amenazas múltiples (Many Menaces)’, 2022, Lynette Yiadom-Boakye
‘Intensidad nocturna (A Nocturnal Intensity)’, 2022, Lynette Yiadom-Boakye
‘Untitled, The Other Side II’, 2023, Atanda Quadri Adebayo. Cortesía de CAC Málaga Foto / Foto: Jose Luis Gutierrez
‘Night-time Carnival’, 2023, Atanda Quadri Adebayo. Cortesía de CAC Málaga Foto / Foto: Jose Luis Gutierrez

En todos estos retratos, además de la negritud de sus protagonistas, se respira ese aire cotidiano, improvisado y natural de personajes que se encuentran cómodos y desenfadados en los espacios que habitualmente transitan, en los que habitan. Esta tendencia, aunque no es exclusiva ya no solo de los retratos de negros, sino tampoco de la pintura —en cine, por ejemplo, hemos visto en los últimos años cómo han proliferado y triunfado, sobre todo de la mano de directoras hispanas, filmes como Alcarrás o Las chicas están bien, que buscan representar lo pequeño, lo rural, lo cotidiano, lo micro—, quizá haya sido favorecida por una pandemia mundial en la que empezamos a echar de menos la rutina, a la vez que comenzamos a mirar con nuevos ojos los espacios domésticos.

Es por ello que, con estos retratos, los artistas negros conquista un espacio más importante que el del mercado del arte, los récords de las casas de subastas y las paredes de los museos: la cotidianidad. El derecho a ser, al menos sobre el lienzo, niños perdidos como los de Peter Pan, que sueñan con ser jóvenes eternamente, y no como los de James Marshall, a los que sus padres tienen que enseñar a subir las manos cuando ven un policía, con las palmas abiertas, diciendo frases como “tengo ocho años y no voy armada”.

En su primera novela, Ojos azules, la autora Toni Morrison —primera mujer negra en ganar un Premio Nobel— describe una escena en la que una niña, tímida y callada, a todas luces inofensiva, va a comprar caramelos a una tienda regentada por un hombre blanco. Desde que entra, antes incluso de que abra la boca, la protagonista siente una mirada insidiosa del tendero hacia ella, y sabe perfectamente el motivo: “La aversión debe ser hacia ella, hacia su negrura. Todo en ella es fluido y expectante. Salvo su negrura, que es pavorosamente estática. Y es la negrura lo que cuenta, lo que crea aquel vacío con regusto a aversión en los ojos de los blancos)”.

Ahora, sin embargo, esa negrura se nos muestra sobre el lienzo de forma natural, desenvuelta; pero también imponente, pavorosamente estática, resignificada como un motivo de orgullo, de poder, como gloriosa protagonista de enormes lienzos.