Exposiciones

¿Arte o voyerismo? La vida íntima de las personas, según la fotografía

Por Sofía Guardiola

Miguel de Molina, positivo fotográfico (1937), Colección Pedro Víllora

Mediante el archivo fotográfico –olvidado durante 70 años– de una pareja desconocida, la nueva muestra temporal del Museo de Artes Decorativas trata de reconstruir su vida y contextualizar su época, estudiando desde las instantáneas de estudio a las imágenes eróticas en el marco de PhotoEspaña 2024, el Festival Internacional de Fotografía y Artes Visuales que se prolongará hasta el 29 de septiembre.

A menudo, cuando se habla de la historia de la fotografía, se menciona en más de una ocasión la palabra “democracia” o, mejor dicho, el verbo “democratizar”. Primero, la fotografía democratizó el retrato: ya no hacía falta ser un rey, un santo, un noble o un rico burgués para ser inmortalizado. Aunque la mayoría de familias normales solo se hacían una o dos fotografías a lo largo de su vida, en las que aparecían todos juntos, en ocasiones incluso junto a familiares recién fallecidos –pues no había dado tiempo a hacerse un retrato con todos ellos vivos–, pero al menos ya era algo en lo que podían pensar. Antes, cuando las efigies eran lienzos, pasteles o acuarelas ni siquiera se les habría ocurrido plantearse que su rostro pudiera ser inmortalizado.

Después de esta conquista, la fotografía pasó a democratizarse a sí misma: lo que al principio era un proceso costoso, que requería de equipos aparatosos y larguísimos tiempos de exposición se hizo cada vez más sencillo, más manejable, y las cámaras empezaron poco a poco a entrar en los hogares. La fotografía pasaba, así, a ser la disciplina que mejor plasmaba la vida doméstica. Las familias, poco a poco, dejaron de ser inmortalizadas únicamente con su ropa de los domingos, poses rígidas y caras ensayadas. En su lugar, los niños son retratados aprendiendo a andar, las parejas abrazándose. Las fotografías se dedican en el reverso, se regalan, se guardan y se envían.

Esta unión entre imagen y vida cotidiana es, precisamente, el eje vertebrado de Álbum de salón y alcoba, la nueva muestra fotográfica del Museo de Artes Decorativas con la que arranca el festival anual Photoespaña. Esta versa además sobre lo que ocurre en el salón –el espacio más público de nuestra casa– y la habitación –el más privado–. Ambos pueden ser capturados por la cámara, aunque las imágenes resultantes tengan destinatarios, funciones y estéticas muy distintas.

Retrato, positivo fotográfico (h. 1935), Museo Nacional de Artes Decorativas. Madrid

Utilizando como base la colección de fotografías de un matrimonio desconocido que el museo adquirió como parte de un archivo fotográfico olvidado durante 70 años, se pretende ahora reconstruir las vidas anónimas de los protagonistas. Para ello, se toman objetos que pertenecían al mismo archivo que las fotografías, así como otros de la colección del museo. Con ellos, se teoriza sobre cómo podrían haber sido las vidas de esta pareja anónima.

Una cápsula del tiempo

Antes de acabar expuestos a la vista de todos, los retazos de su vida permanecieron ocultos dentro de una caja que, durante décadas, deambuló de un lugar a otro. Primero en el Ministerio de Hacienda, que los salvaguardó hasta que pasó el tiempo estipulado para que fueran reclamados. De ahí, fueron transferidos al Ministerio de Cultura, que a su vez suele ofrecer estos fondos a los museos para su catalogación y conservación. Cuando se procedió a descubrir qué contenía el archivo de este matrimonio desconocido, el fotógrafo David Trullo fue invitado a presenciar el acontecimiento. “Inmediatamente pensé que allí había un posible proyecto, y que se trataba de un archivo extraordinario”, afirma. Esto fue en el año 2017 y ahora, siete años después, presenta por fin esta muestra en la que se mezclan lo museístico y lo escenográfico, lo cotidiano y lo histórico, lo impúdico y lo formal, tal y como se juntan en realidad todas estos conceptos aparentemente opuestos en la vida de cualquiera de nosotros.

Concha Piquer, positivo fotográfico (1927), Museo Nacional del Teatro. Almagro

En la exposición, elementos de tocador o tejidos se exponen junto a los retratos de la pareja y a otras fotografías que contextualizan el momento, como un retrato de Concha Piquer, por ejemplo. Una de las pretensiones de la muestra, tal y como comenta el comisario, era homenajear a esa “España feliz” previa al 1936. En ella se produjeron importantes fenómenos culturales y sociales que, aunque en aquel momento fueron relacionados de forma despectiva, en muchos casos, con la baja cultura y las clases populares –como ocurrió, por ejemplo, con el mundo del cuplé–, son el antecedente de muchos fenómenos culturales de la actualidad. En medio de este resurgir del Drag en el que parece que nos encontramos, alentado por exitosos reality shows televisivos, resulta curioso mirar, por ejemplo, a unas de las fotografías eróticas de este matrimonio anónimo, en las que él aparece junto a ella, travestido, luciendo uno de los mantones de manila que llegaron al museo junto a esta colección de fotografías y dando así testimonio –involuntario, seguramente– de los primeros pasos del transformismo en nuestro país.

Con todo ello, Trullo ha creado una suerte de cápsula del tiempo, mitad real y mitad ficticia, teórica. Pretende, también, reflexionar sobre el concepto de archivo fotográfico y sobre su capacidad para arrojar información que, precisamente por sus tintes caseros, muchas veces no llega a nosotros a partir de otras fuentes. “Todos tenemos Historia de la Fotografía en casa, y es esencial reivindicar su importancia en un lugar como un museo, más allá de la ‘fotografía de autor’. Esos archivos están en constante cambio, se fragmentan y se realimentan, y en último término acaban como ‘imágenes huérfanas’ en mercadillos”, afirma. En esa fotografía de mercadillo se encuentra, sin embargo, la microhistoria de personajes anónimos, de sus vivencias cotidianas, sus tímidas experimentaciones sexuales, sus aspiraciones económicas, sus gustos estéticos…, que unidos a los de todos los demás acaban componiendo el gran relato, la historia que, mediante exposiciones como esta, podemos conocer desde un nuevo punto de vista.

Archivo ‘Album de salón y acolba’. Museo Nacional de Artes Decorativas
Diseño publicitario para ‘Perfumes Oriente’, Ramón Peinador Checa,
aguada sobre papel (1925), Museo Nacional de Artes Decorativas.
Madrid. Foto: Javier Rodríguez Barrera
Pololos y combinación de algodón y medias de punto de seda (h. 1930), Museo Nacional de Artes
Decorativas, Madrid. Fotos: Fabián Álvarez
Pololos y combinación de algodón y medias de punto de seda (h. 1930), Museo Nacional de
Artes Decorativas, Madrid. Fotos: Fabián Álvarez
Botes de perfume, plata grabada y dorada y vidrio soplado (1850-1900), Museo Nacional de Artes Decorativas.
Madrid. Foto: Fabián Álvarez
Revista ‘Muchas Gracias’, año VII-núm. 344 (13 septiembre 1930),
Museo Nacional de Artes Decorativas. Madrid
Retrato de estudio, Kaulak, positivo fotográfico (1921-1922),
Museo Nacional de Artes Decorativas. Madrid

De este matrimonio existen multitud de instantáneas tomadas durante los años 20 –se casaron en 1922 –, que van desde retratos de estudio de famosos fotógrafos de entonces, como Kaulak hasta las fotografías eróticas, escenificadas y capturadas por ellos mismos, que en su época recibían el nombre de “fotos galantes”. Así, podemos ver al mismo tiempo su comportamiento de salón y de alcoba. Una nueva democratización parece haber llegado, de nuevo, de la mano de la fotografía: la de la intimidad ajena. David Trullo subraya lo extraño y especial que es contar con un archivo de principios de siglo pasado así, en el que puedan observarse al mismo tiempo las dos facetas de unas personas: los retratos peripuestos que se muestran al público y los juegos amorosos, a priori solo para dos, pero aun así inmortalizados en papel fotográfico.

A la pareja se le perdió la pista en la Guerra Civil, y todos sus bienes, olvidados en un ministerio durante décadas es todo lo que ha quedado de ellos. Es posible que nunca lleguemos a saber quiénes eran, pero sí podemos conocer, mediante el rastro fotográfico que les ha sobrevivido, sus rostros y parte de su historia: sus mejores poses, sus pequeñas perversiones cotidianas, el contexto en el que vivieron, aquello que seguramente les rodeaba, aunque la imagen y la imaginación sean ahora los únicos elementos con los que contamos para poder afirmarlo.