Exposiciones

Cristina García Rodero, la retratista de la España profunda: “Estaba harta de ver la imagen folclórica”

Por Sol G. Moreno

‘En las eras’, Escober, 1988. © Cristina García Rodero.

La primera española en entrar en la agencia Magnum y ganar el World Press Photo sigue, aún hoy, de correcaminos, cámara en mano, tras haberlo ganado prácticamente todo (desde el Nacional de Fotografía al Ortega y Gasset). Su mayor regalo este 2024 es la exposición que se acaba de inaugurar en el Círculo de Bellas Artes: ‘España oculta’. Repasamos con ella aquella fascinante aventura que empezó hace 50 años.

Mirándola de cerca, nadie diría que esa mujer de apenas metro y medio se ha recorrido sola España con la única compañía de su cámara, en un momento en el que las mujeres necesitaban a un hombre para abrir una cuenta bancaria, tener un empleo o incluso disponer de propiedades. Pero así fue. Cristina García Rodero (Puertollano, 1949) tenía 23 años cuando le dieron una beca y no lo dudó: se compró su primer equipo profesional y se echó al monte, o a la carretera, para recorrer decenas de pueblos perdidos de la España rural. “Yo era una kamikaze, una ignorante con muy poquita experiencia que de repente se encontró sola ante una España desconocida, pero tenía claro que quería entrar en sus entrañas y darla a conocer”, explica a El Grito.

Así estuvo durante 15 años, capeando sus miedos, creciendo como fotógrafa pero también como persona. Se ha quemado el pelo, ha sufrido dermatitis y problemas en los ojos, ha tenido varios accidentes de coche y ha dormido en apeaderos de tren; pero nada de eso ha detenido a esta autora incombustible que nos ha enseñado quién es el Colacho de Castrillo de Murcia, cómo es la procesión del santo Cristo de Bercianos de Aliste o en qué consiste la fiesta del Cascamorras de Baza y Guadix.

Aquellas imágenes de la primera española en entrar en la agencia Magnum y ganar el World Press Photo, cargadas de antropología humana y sabiduría popular, quedaron inmortalizadas en un libro que se ha convertido en el trabajo de su vida: España oculta, catálogo de la exposición homónima celebrada en Madrid en 1989. Ahora, cuando se cumple medio siglo de ese inspirador viaje rural de García Rodero, se reedita el libro y se presenta una exposición itinerante con varias imágenes inéditas. El punto de partida es el Círculo de Bellas Artes de Madrid, pero después iniciará una gira por Málaga, Cuenca y Palma de Mallorca.

Cristina García Rodero. Foto: EFE/Nacho Gallego

Por fin se inaugura España oculta, creo que le ha supuesto un esfuerzo inmenso organizarlo todo. ¡Se ha atrevido incluso a comisariarla!

Ni te imaginas la locura que ha sido esto… Me he hecho comisaria porque no quiero que nadie me toquetee las fotos ni haga interpretaciones que no son; a veces se han distorsionado. Mi trabajo no fue valorado en su momento porque no interesaba, era la España de la Movida, aunque luego se pasó de ignorarlo a defenderlo.

Supongo que habrá sentido cierta nostalgia al repasar las imágenes que hizo entonces y que ahora presenta en gran formato. ¿Cuántas imágenes inéditas podemos ver?

Para mí son recuerdos muy hermosos sobre gente a la que conocí hace 50 o 40 años con la que aún tengo relación. Y debo confesar que ver las 152 imágenes juntas, y tan bien iluminadas, me emociona mucho. En cuanto a las fotos nuevas, en el libro se publican unas 60, aunque en la muestra solo hemos podido mostrar cerca de una treintena porque no había más espacio. Entre ellas destaca un niño que es el hijo del Capitán Cristiano en la fiesta de Moros y Cristianos; para mí representa la inocencia, la bondad, el ángel… Me lo encontré al lado del pilón de los burros. Era una imagen tan rústica y tan bonita, que me llamó la atención.

¿Cómo se le ocurrió fotografiar este tipo de fiestas y ritos populares de lugares tan recónditos?

Estaba harta de ver la imagen folclórica que se daba de España, con las bailaoras de Sevilla y los carnavales de Cádiz. Eso era lo que quería entonces el Gobierno, pero se dejaban tradiciones infinitamente más importantes. Por eso decidí centrarme en ellas y fotografiar ese alma misteriosa y popular de aquellos pueblos que estaban llenos de amor, humor, ternura, rabia, dolor y verdad.

Supongo que en aquellos viajes acumularía decenas de anécdotas…

¡Muchas, muchísimas! Mira, el niño que anuncia el cartel de la exposición con El danzante azul se llama Rafa, ahora tendrá unos 50 años y con los años fue alcalde de su pueblo, pero yo le fotografié cuando tendría unos 10 años. Recuerdo que me dejó casi sin aliento, porque tuve que correr hacia atrás mientras le fotografiaba. Aquel fue un viaje que dejó un recuerdo imborrable en mi memoria. Era un día que llovía a mares en El Hito y todo salió mal, porque tuvieron que meter a la virgen en un portal, pero recuerdo que la energía e ilusión de Rafa vestido con su traje típico nos contagió a todos.

‘El Colacho’, Castrillo de Murcia, 1975. © Cristina García Rodero.
‘Las potencias del alma’, Puente Genil, 1976. © Cristina
            García Rodero.

No imagino cómo fue recorrer aquellos pueblos en los años setenta, cuando era inconcebible que una mujer viajase sola.

La verdad es que pensaban que estaba loca y que no duraría mucho tiempo así. “Esta no va a durar ni dos años”, me decían. Cuando llegaba a los pueblos me tomaban sobre todo por vendedora. Me preguntaban: “¿Pero no vienes a ver a la familia? ¿ni a ningún amigo?” Y como veían que no tenía dueño, me tocaban todos los borrachitos, los listillos y los osos. Recuerdo que una vez un hombre vestido de bufón me dio una palmada en el culo nada más llegar y me quedé pasmada, eran El Gracioso, un personaje de las fiestas de Alcalá de la Selva que debían entretener a la gente y a menudo bebía bastante para hacerlo. Le pillé cuando ya estaba bastante ebrio…

Menudo recibimiento. ¿Y qué me dice de esas “carreteras asesinas” que recorría con su Simca?

Al principio viajaba en tren. Una vez me bajé en el apeadero de Laza, el pueblo estaba a cuatro kilómetros y tuve que ir caminando sola, de noche, cuando salían todos los perros y todos te ladraban. Tardé ocho años en tener coche, busqué uno que tuviera asientos abatibles y un maletero ancho para poder meter un colchón de gomaespuma por si me entraba sueño mientras conducía o me pillaba la noche en medio de la nada.

¿Y no pasaba miedo?

¡Claro que sí! Pero cuando tienes un objetivo tan claro los miedos te los tragas. Y en aquellos pueblos había demasiados estímulos como para perdérmelos, era imposible no tomar fotos. Pero por supuesto que me asustaba por aquellas carreteras que yo llamaba asesinas, porque había un montón de curvas. El acceso a Galicia era terrible y como nevase un poquito ya te quedabas ahí.

¿Qué tradición o fiesta popular le ha impactado más?

Gustarme me gustan todas, pero quizá el Colacho me llamó la atención de forma especial. También siento especial cariño por Bercianos de Aliste, porque es un pueblo que participa con verdadera fe y religiosidad en sus procesiones, como la del santo Cristo. Además, creo que fue uno de los pueblos que más me han ayudado a reafirmarme en este proyecto. Fue decisivo, por lo majestuoso que es dentro de la sencillez de sus habitantes, pero sobre todo por el sentimiento que ponen. Tiene tanta plasticidad… A ellos les da igual, porque lo único que quieren es procesionar, pero que a mí me pareció de una belleza única.

‘La tarde’, Campillo de Arenas, 1978. © Cristina García
        Rodero.

¿Qué es eso de El Colacho

Es una fiesta relacionada con la hermandad de Minerva, que creo que tiene una bula papal o algo parecido. En la Octava del Corpus sale acompañando al Santísimo en la procesión. Por la mañana El Colacho representa al demonio que asusta y persigue a los niños, les hace rabiar –y ellos también a él– mientras les persigue con una cola de caballo. Es como un juego, pero antes de que pase el Santísimo a bendecir a esos niños, el personaje da un salto enorme sobre ellos para que el mal salga del cuerpo de los recién nacidos.

Desde luego, la imagen de ese señor saltando por encima de un colchón en la calle lleno de bebés es bastante impactante. Casi tanto como La tarde, brutal… si no la malinterpreto. ¿Qué quería captar aquí?

Pues exactamente lo que tú estás viendo… Yo iba acompañando a una procesión cuando de repente vi a esa señora que estaba de rodillas en la ventana, mientras fuera, sentado tranquilamente, estaba el señor. El choque fue tan grande, que disparé mi cámara. Entonces ella me llamó para saber por qué la había fotografiado. Era una mujer entrañable que se llevaba muy bien con su marido, pero me impactó la escena. Me pareció un símbolo de lo que ha sido la mujer durante mucho tiempo: ella dentro de la casa, de puertas para dentro, viendo la vida pasar; a veces con suerte, sentada en la silla al atardecer después de haber terminado sus quehaceres, y muchas otras desde el quicio de la puerta, como un teatro por donde desfilaba todo el pueblo.

Afortunadamente, usted ha podido hacer lo que le ha dado la gana.

Porque he tenido unos padres que me han dado esa libertad. Decidí que quería ser pintora y, aunque no les hizo mucha gracia, sabían que si yo lo había elegido era porque lo podía hacer y porque me gustaba, por eso me ayudaron en todo. Sufrían cada vez que yo salía de viaje, pero sabían que eso era lo que yo quería hacer.

‘La confesión’, Saavedra, Begonte, 1980. © Cristina García
          Rodero.

Porque España fue su primera parada, pero luego ha seguido por todo el mundo.

A mí me encanta viajar y ver cosas nuevas. He recorrido el Mediterráneo, el Caribe, Asia… Ahora estoy visitando mucho México y la India, pero no podría vivir en otro país que no fuera España porque me encanta: sus sabores, sus olores, lo creativos y ruidosos que somos. Me quedo con toda ella, con lo bueno y con lo malo.

Por cierto, he leído que su primera cámara le tocó en una rifa…

Lo que pasó es que al terminar el bachillerato nos fuimos de excursión por toda Andalucía hasta Ceuta y vendimos papeletas para una rifa. Yo era absolutamente tímida y vendí tan pocas, que mi madre me compró las que no había vendido. Lo gracioso de la historia es que me tocó la rifa, que eran 1.500 pesetas. Yo tenía unos 15 o 16 años y me compré una cámara. Ahí empezó todo.

Ahora ya han pasado seis décadas de aquello, ¿cómo definiría su fotografía?

Diría que mis trabajos son siempre un pretexto para hablar de la vida, de las gentes del lugar. Son momentos que le arranco a la muerte, porque van a vivir para que los recordemos siempre. Lo bueno que tiene la fotografía es la sorpresa, como ver a una mujer moviendo el brazo dentro de un ataúd… Ahí ves que la realidad supera con creces lo que tú puedes imaginar. Fíjate en La confesión (un cura escucha hastiado en la romería de Saavedra en un confesionario abierto a una devota mujer), a veces me han dicho: “Esa foto la has preparado”. ¡Pero cómo me voy a llevar yo un confesionario a la calle! Es imposible, se trata simplemente de estar donde tienes que estar para sacar la foto en el momento oportuno.

Tags
Arte