Arquitectura & Diseño

Redescubriendo a Alejandro de la Sota: el arquitecto que convirtió un gimnasio en una obra de arte

Por Elvira Sáez Sainz

Fotos Fernando Puente

Gimnasio Maravillas

Con motivo de la presentación del muy recomendable libro M-A-R-A-V-I-L-L-A-S, de Víctor Olmos, nos adentramos en uno de los edificios más icónicos del arquitecto español: el gimnasio del colegio La Salle Maravillas de Madrid.

Dice uno de sus discípulos y amigos -el catedrático de la Universidad Politécnica Miguel Ángel Baldellou-, que Alejandro de la Sota (1913-1996) “hablaba bajito”. Esta peculiaridad, que a priori podría parecer irrelevante, marcó toda su trayectoria profesional porque, a pesar de dedicarse a ella intensamente, lo hizo sin florituras. Sus edificios estaban pensados para ser vividos y “no para pregonar nada”.

Su forma de trabajar también se alejaba de lo habitual, o al menos del ideal de profesional entregado que a todos se nos viene a la mente. Sus hijos recuerdan que no madrugaba, solía pasarse la mañana en pijama tocando el piano -la música era otra de sus grandes pasiones- y no era hasta por la tarde cuando se iba al estudio a trabajar. “Regresaba aún más tarde y en muchas ocasiones al irnos por la mañana al colegio, podíamos encontrarle charlando plácidamente con un whisky en la mano con mis tíos o con amigos en el salón de casa como si fueran las ocho de la tarde y no las ocho de la mañana”, relata José de la Sota Ríus, su séptimo hijo, en una publicación dedicada a él. “Su vida y obra caminaron excepcionalmente juntas, tan juntas que resulta aún hoy imposible separarlas”, sentencia.

Su hijo también le recuerda sentado en una tumbona, pensando en “su arquitectura”, esa que desarrolló, en su mayoría, a través de concursos. De hecho, tras los primeros años en los que trabajó para el Instituto Nacional de Colonización -con obras como el pueblo de Esquivel (Sevilla, 1952-1963) y la casa Arvesú (1953-1955, demolida)- ganó una plaza de funcionario de Correos, pero pidió una excedencia para poder dedicarse a los concursos públicos.

© sagradafamilia.org

“No sé por qué en el año 1960 lo hice así, pero lo que sí sé es que no me disgusta haberlo hecho”

“La forma de trabajar le parecía más atractiva por la exigencia y responsabilidad que la obra institucional debía tener”, señala su hijo. Y añade: “A mi padre le sentaba mal no ganar los concursos, pero tenía espíritu deportivo y volvía a presentarse de nuevo. Como solía decir, el arquitecto debía intentar ‘dar liebre por gato’ a los propietarios, más aún en las obras del Estado”. Gracias a ello, llegaría la que muchos consideran su primera obra maestra, el Gobierno Civil de Tarragona (1957-1964). En esa época también realizó varios proyectos de arquitectura moderna industrial, como la central lechera Clesa en Madrid (1958-1961) y las naves CENIM en la Ciudad Universitaria (1963-1965).

Un edificio construido sobre 12 metros de desnivel

Quizá fue su forma poco convencional de desarrollar la profesión, siempre alejado de la mayoría de arquitectos de la época, lo que permitió la creación de su obra más reconocida y admirada tanto nacional como internacionalmente: el gimnasio del colegio Maravillas en Madrid (1960-1962) que hemos podido redescubrir gracias al libro Maravillas, de Víctor Olmos, presentado recientemente por el COAM. Se trata de un edificio ubicado en el barrio de Chamartín que, a priori, podría pasar desapercibido. “Está hecho para que se viva y se juegue, no para que se note”, afirma el catedrático Baldellou. De la Sota consideraba que la importancia de la arquitectura “no es otra que la del ambiente que crea, un ambiente es conformador de conductas” y esa premisa quedó impregnada en el colegio donde se incrusta.

Pero, ¿qué lo hace tan especial? Era un emplazamiento complejo, con una ladera pronunciada, pero de la Sota supo comprender el lugar y aprovechar la diferencia de cotas de 12 metros entre la calle de las fachadas y el patio superior. Consiguió así un edificio funcional, sin espacio para lo superfluo, con una zona de juego al aire libre, en la azotea; y unas aulas y auditorio suspendidas sobre el gimnasio mediante el uso de las vigas.

gimansio maravillas
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Para redondear la creación, de La Sota también prestó especial atención a aspectos como la ventilación cruzada permanente, la iluminación natural y una correcta acústica. Esto último era especialmente importante para poder hacer uso de las aulas sobre el gimnasio y bajo la pista sin problemas de ruido. Y lo consiguió.

Algunos autores consideran que para el diseño del edificio fue determinante la influencia de algunos de los arquitectos más relevantes del Movimiento Moderno, pues Alejandro de la Sota viajó a Berlín en 1958 por la exposición Interbau y tuvo la oportunidad de conocer las creaciones de Le Corbusier, Mies Van Der Rohe o Walter Gropius, entre otros. También identifican el edificio con el centro escolar Petersschule en Basilea, Suiza, realizado por el arquitecto Hannes Meyer en los años veinte. Quizá porque en ambos se huye de los preestablecido y se aboga por la sencillez.

Fuera como fuese, y como dijo su creador cuando el gimnasio cumplió 22 años: “No sé por qué en el año 1960 lo hice así, pero lo que sí sé es que no me disgusta haberlo hecho. Creo que el no hacer arquitectura es un camino para hacerla y todos cuantos no la hagamos, habremos hecho más por ella que los que, aprendida, la siguen haciendo. Entonces se resolvió un problema y siguen funcionando, me parece que nadie echa en falta la arquitectura que no tiene”.

Alejandro de la Sota, 1986. Foto: Xurxo Lobato/Cover/Getty
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Alejandro de la Sota, 1986. Foto: Xurxo Lobato/Cover/Getty Images
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El final de la carrera de de la Sota no fue un camino de rosas. Tuvo que cerrar su estudio en dos ocasiones y también dejar de forma forzada la Escuela de Arquitectura de Madrid, donde se formó y fue profesor durante más de 15 años, a principios de los setenta. Cuenta su hijo que “este hecho le marcó profundamente, se enclaustró más aún en su casa y estudio”. Nada de esto impidió que la vida continuara bullendo entre las paredes de sus distintas eternas obras y que, aún hoy, podamos seguir contemplándolas de generación en generación.