Arquitectura & Diseño

Lo que los animales nos enseñan sobre construir buenos edificios

Por Pilar Gómez Rodríguez

Vessel, Nueva York. Foto: Michael Moran (Related-Oxford)

Edificios con alma y espíritu de colmenas, estructuras que ya querrían imitar las prestaciones de las telas de araña, por no hablar de eficiencia, sostenibilidad… Los animales son unos soberbios constructores, como muestra el libro Arquitectura animal, de Juhani Pallasmaa.

La puesta de largo fue el 8 de agosto de 2008: con motivo de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos a la que asistieron más de 90.000 almas en el icónico nuevo Estadio Nacional de Pekín y que siguieron más de 500 millones de personas en todo el mundo. Para entonces ya hacía bastantes años que aquel hito arquitectónico que firmaban los pritzkerizados Herzog & De Meuron era conocido como “el nido”.

Lo parece. Buen intento, pero: “La diligencia y la pericia con las que los animales fabrican sus nidos son tan firmes que no es posible hacerlo mejor que ellos, tan enteramente superan a todos los albañiles, carpinteros y canteros, pues no hay hombre capaz de hacer una casa mejor adaptada a sus necesidades y las de sus crías que las que se construyen estos animalitos. Tan cierto es esto, de hecho, que, según el refrán, los hombres pueden hacerlo todo, excepto ‘construir nidos’”. La cita es del médico francés Ambroise Paré (1510-1590) y la recuerda el arquitecto y ensayista finlandés Juhani Pallasmaa (Hämeenlinna, 1936) al comienzo de la obra Animales Arquitectos, publicada por Gustavo Gili en el año en que volvimos a las madrigueras: 2020.

En las primeras páginas de la obra el autor explica pormenorizadamente el cómo se hizo. Todo empezó en la Segunda Guerra Mundial, cuando pasaba esa época turbulenta en la granja de su abuelo y el único entretenimiento era contemplar lo que hacían los animales. Vencejos, golondrinas, abejas… Cada uno a su manera, estaba a lo suyo: sobrevivir. Aquel niño que contemplaba animales creció y se hizo arquitecto. Más de tres décadas después se encontró en una librería con un volumen titulado Animal Architecture que firmaba Karl von Frisch, premio Nobel por sus estudios de etología en 1973, y su yo del pasado le hizo un guiño. Se puso a investigar y el resultado se transformó en una exposición y una especialización que ya no le abandonaría.

Portada del libro ‘Animales arquitectos’
Juhani Pallasmaa © Adolfo Vera

Aves, insectos y arácnidos: los maestros arquitectos

Una de las conclusiones más sorprendentes de este libro es que, si bien todos los seres del reino animal han de enfrentarse en algún momento de su vida con la necesidad de construir, aves, insectos y arácnidos se encuentran a otro nivel y este es un nivel muy superior, comparado con el de animales supuestamente superiores como los primates. Afirma Pallasmaa que “las construcciones de los simios son cobijos hechos de cualquier modo, justo para pasar la noche, comparadas con las metrópolis de las termitas, que tienen millones de habitantes y son utilizadas durante siglos, según se ha podido observar. Si traspasáramos un gran termitero a la escala de las construcciones humanas, su torre tendría más de 1,5 kilómetros de altura y alojaría a toda la población de Nueva York”. Glups. ¿En qué lugar deja esta criatura la pericia del ser humano al construir?

Meros aprendices. El problema es que tampoco nos dejamos enseñar… al menos por los mejores maestros, los animales. Pallasmaa se aventura con algunas teorías. La arquitectura humana “es también una manera de intentar comprender y simbolizar el mundo, así como un deseo de inmortalidad […]. Obedece más a unas directrices culturales, metafísicas y estéticas que a una lógica y un funcionalismo puros”. Libres de esa metafísica, los animales no sienten esa necesidad: ni la pulsión de inmortalidad ni la pulsión del ego. Sus construcciones representan un funcionalismo ecológico sin compromisos que en absoluto está reñido con la belleza, solo que esta se alcanza gracias a “su total integración tanto en la forma de vida de su constructor como en el equilibrio dinámico de la naturaleza”.

La idea de Pallasmaa la materializó en la capital de Zimbabue Mick Pearce. Fascinado por las sofisticadas torres que construye un tipo de termita, pensó en reproducir sus sistemas de ventilación capaces de hacer circular aire frío y caliente entre el montículo y el exterior. Así es como creó el Eastgate Centre, un edificio con aspecto punteado o rasgado de más de tres mil metros cuadrados para oficinas y tiendas, pero con “un 35% menos de energía total que el consumo medio de otros seis edificios convencionales con calefacción, ventilación y aire acondicionado en Harare”, se lee en su web.

Eastgate  Centre

Por su vistosidad, exquisita geometría y asombrosa eficacia, la producción de arañas y abejas tampoco podían pasar desapercibidas para los arquitectos. Pallasmaa explica así las de las últimas: “La estructura de los panales verticales de las abejas, por ejemplo, consta de dos capas de celdillas pegadas por detrás, en las que la posición de sus tabiques presenta un desplazamiento de media celdilla, lo que da lugar a una estructura tridimensional plegada y continúa constituida por unidades piramidales en la superficie de unión. Las celdas hexagonales están inclinadas formando un ángulo de 13 grados a fin de impedir que la miel se derrame. La estructura es sorprendentemente fuerte: un panal de 37 × 22 centímetros, construido con 40 gramos de cera, puede contener hasta 1,8 kilos de miel”. Como inspiración arquitectónica, la colmena dio hasta para un tratado, una obra titulada La metáfora de la colmena en la que el crítico de arte Juan Antonio Ramírez reunió aportaciones variadas… de Gaudí a Le Corbusier (como indica el subtítulo).

El interés por asemejarse en la forma y en el resultado a la propuesta arquitectónica de las abejas encuentra numerosos ejemplos contemporáneos, como los proyectos del británico Thomas Heatherwick. Suyos son Vessel en Nueva York o el Centro de Aprendizaje de la Universidad Tecnológica de Nanyang, en Singapur, donde también se encuentran los rascacielos Duo, con sus fachadas cóncavas en forma de panal de abeja de Ole Scheeren. Rem Koolhaas también parece haberlas tenido en la cabeza en algunas de sus retículas, especialmente en el Pabellón Irmas en Los Ángeles y Zaha Hadid, en el Centro de Investigación y Estudios del petróleo Rey Abdullah (KAPSARC) de Riad, Arabia Saudita. De lleno en el terreno de la solución de problemas, estructuras de celdillas habitables adheridas a las paredes están en el proyecto ideado por Framlab para alojar a la creciente población de personas sin hogar de Nueva York, mientras que los módulos de B and Bee son ya una realidad habitacional para alojamientos temporales de uso recreativo.

Centro de Estudios e Investigaciones del Petróleo Rey Abdullah / Zaha Hadid Architects © Hufton + Crow
Vessel, Nueva York. Foto: Michael Moran (Related-Oxford)
Torres DUO por Büro Ole Scheeren. Foto: Iwan Baan

En cuanto a los arácnidos, resultan fascinantes las propiedades de sus redes. Cuenta Pallasmaa en su obra que “emplean un hilo separado a modo de andamio para construir sus telas; esta hebra extra, que estabiliza los hilos radiales y facilita la movilidad de la araña durante la fase de construcción, se suprime cuando la obra está terminada”. Hasta cinco tipos distintos de hilo es capaz de producir una araña: el mencionado hilo a tracción o de seguridad; de unión, para fijar el anterior en la superficie de materiales sólidos; hilo para formar capullos; para capturar las presas y para envolverlas. Otto Frei dedicó buena parte de su vida a estudiarlas y para ello creó el Instituto de Estructuras Superficiales Ligeras, de la Universidad de Stuttgart. Su investigación y el empleo de mallas y otros sistemas de construcción le hicieron estar entre los más reputados arquitectos del siglo pasado: una de las mayores autoridades cuando se trata de hablar de estructuras tensadas y de membranas ligeras. Suya es, por ejemplo, la icónica cubierta del Estadio Olímpico de Múnich. Se le concedió el Pritzker el año en que murió, 2015.

Los animales más sostenibles

Ecología, sostenibilidad, eficiencia… Referidas a las construcciones del reino animal resulta sonrojante hasta pronunciar las palabras. Esos términos se inventaron como recordatorio para los seres humanos a medida que las edificaciones se distanciaban cada vez más de los medios y procesos naturales. Cuando se separaron casi del todo hubo que estudiarlos, crear asignaturas y hacer prospectos, pero eso no va con los animales arquitectos.

Así que no le digas reutilizar al abejorro común, que usa los capullos vacíos de las mariposas “como recipientes para almacenar néctar y polen”, de la misma manera que “la primitiva hormiga ponerina (Prionopelta amabilis) utiliza fragmentos de lo que fueron capullos de seda para forrar las cámaras de incubación y controlar así la humedad de las mismas; mientras que muchos pájaros de pequeño tamaño emplean en sus construcciones la seda de las arañas o de las orugas de las mariposas”, recuerda Pallasmaa.

Tampoco hace falta explicarle eficiencia al hornero común, cuya actividad constructora coincide “con momentos de tiempo benigno y lluvioso, que es cuando el pájaro puede encontrar con más facilidad barro blando”. Y es que, como resume Pallasmaa “los animales tienden a construir en los momentos en los que los costes son más bajos […], no agotan sus recursos naturales o causan problemas con los residuos o la contaminación” Son magníficos gestionando agua y desechos. Tres especies de escarabajos originarias de las zonas costeras del desierto de Namibia, por ejemplo, levantan zanjas poco profundas para recoger las gotas de rocío orientadas de tal modo que provocan la precipitación de humedad. “Esta invención del escarabajo se parece a los pozos cónicos excavados por los viticultores para plantar las vides en el negro suelo volcánico de la isla de Lanzarote”, menciona el autor del libro.

Pabellón Audrey Irmas. Cortesía de OMA New York, Fotografía por Jason O’Rear

El volumen tiene un capítulo especialmente significativo para ilustrar la gestión de los residuos. “Las hormigas construyen depósitos para sus desechos, las marmotas cámaras para sus heces, y los tejones defecan en unas letrinas. Los castores también son animales muy limpios, y depositan todos los restos de sus comidas en el agua. Los chimpancés son tan limpios que se sabe que defecan y orinan fuera de sus madrigueras incluso en la oscuridad de la noche. El camarón excavador (Callianassa subterranea) excava un complejo sistema de túneles en el cieno marino. En el fondo de los túneles hay unos pozos verticales donde vierte la basura”. Y si hablamos de circularidad, volvemos a coincidir con las termitas, que usan sus heces para construir sus casas. Las heces, explica Pallasmaa, “son también utilizadas, por lo general mezcladas con otros materiales, como el barro, a modo de elemento de refuerzo. La combinación de barro, estiércol animal y paja es también ampliamente utilizada como material de construcción por muchas culturas tradicionales”.

Construcción, interiorismo y reproducción

Una de las partes más sorprendentes (y divertidas del libro) es cuando se establece la relación entre ciertas habilidades constructivo-decorativas del mundo animal y la reproducción. Las aves protagonizan este capítulo. Y daría para una serie. Por ejemplo: los nidos de los pájaros tejedores los construyen los machos. Tienen que hacerlo muy bien porque se juegan la especie: la hembra se acerca para examinar meticulosamente el nido “y si le satisface se empareja con su constructor y se encarga de terminar los últimos detalles del interior”, explica Pallasmaa.

Otro ejemplo sin salir del reino de las aves es el de los pájaros llamados pergoleros, porque construyen un enramado (o pérgola) muy complejo para atraer a la pareja y marcar el área de cortejo. Lo hacen los machos de nuevo y lo decoran con frutos, bayas y flores, objetos brillantes, como esqueletos de insectos, plumas, hojas, musgo, líquenes, piedras, huesos, conchas de caracol… Ojo que, como se lee en el libro “cada especie tiene sus colores favoritos: los constructores de pasillos (Ptilonorhynchus) prefieren el azul; el Chlamydera, el blanco, el verde o el azul; y el Amblyornis, que levantan mayos, prefieren los objetos rojos y amarillos. Los brillantes objetos azules que eligen los machos del pergolero satinado (Ptilonorhynchus violaceus) hacen juego con sus ojos color azul violáceo y su brillante plumaje azul marino”.

Por lo demás, los animales fabrican sus propios materiales (avispas, termitas, hormigas e incluso las aves, papel y cartón); saben usar herramientas (la nutria de mar abre conchas marinas con las piedras adecuadas, al igual que el alimoche rompe los huevos también para conseguir comida, mientras que el pinzón carpintero de las Galápagos se sirve de una espina de cactus para sacar larvas de insectos de los árboles, de forma parecida a los chimpancés, que hurgan en los termiteros para hacer salir a sus moradoras); inventan (los grillos potencian su canto sirviendo de una hoja que usan como altavoz)… Hablando de inventos, el escarabajo pelotero es el que propiamente inventó la rueda, al transportar girando hasta su almacén el estiércol que le sirve de alimento. Y así tantos otros utensilios y materiales en los que los humanos vamos a la zaga.

No estaría mal rebajar la dosis de antropocentrismo de la manera en que pone de manifiesto Juhani Pallasmaa en las páginas finales de su obra. Llama la atención sobre las fábulas infantiles, esas narraciones que configuran el mundo y en la que los animales hablan, visten como personas y habitan “casas que son como miniaturas de nuestra propia arquitectura. Frente a la necesidad urgente de unas formas de vida y de una arquitectura mejor adaptadas ecológicamente, hemos de invertir esa imagen: tal vez deberíamos empezar a imaginarnos viviendo en casas inspiradas por las construcciones de los grandes maestros constructores del mundo animal”.