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Qué tiene que ver ese cuadro de Monet que tanto te gusta con la física cuántica

Por Miguel Peiró

‘Impresión, sol naciente’, Claude Monet

Sostener una tesis como la que propone el título de este artículo podría entenderse como un acto sacrílego contra la ciencia. Sin embargo, las sorprendentes relaciones conceptuales que existen entre ambas disciplinas resultan fascinantes.

La cultura, cuyo origen etimológico se refiere al cultivo que hace brotar lo común desde el sustrato de la individualidad, es un aire del que todos formamos parte de forma irremediable. Suponer que las ideas científicas, artísticas o filosóficas que nacen en un momento determinado de la historia están desconectadas entre sí es, quizá, una suposición muy arriesgada.

No obstante, en una sociedad como la actual, que ha levantado grandes muros entre las diferentes disciplinas creativas humanas —un hecho que hubiera sido considerado como aberrante en muchos otros momentos de nuestra historia—, el intento de construir puentes que las unan se percibe como un acto que roza la locura. Esta separación ficticia tan solo anhela una mirada diferente para poder liberarse del yugo del asignaturismo estúpido en el que nos educan.

Pero lo cierto es que existen. Puentes que quizá sean casuales o quizá no, que quizá sean producto de la imaginación o tal vez no. En cualquier caso, dejamos al lector que saque sus propias conclusiones de lo que viene a continuación.

Algo más que un movimiento pictórico

El impresionismo nació en el último cuarto del siglo XIX como reacción al academicismo predominante durante siglos —aunque, como señaló Antonio Sosa, quizá Velázquez tenga la pincelada más impresionista de la historia—. Tomó su nombre de la palabra "impresión", título de uno de los cuadros que Claude Monet expuso en una muestra en 1874. Al parecer, un crítico que la visitó consideró que aquellas obras no eran dignas de llamarse arte y, a modo burlesco, etiquetó a este grupo de pintores como impresionistas.

Los temas elegidos de esta nueva generación de artistas ya no buscaban lo pintoresco de la naturaleza o situaciones ilusorias. Solo querían pintar objetos, paisajes y personas tal cual se muestran, frescas y espontáneas. Tampoco fue un movimiento aislado. En su ensayo El realismo y el impresionismo (2013), Enrique Ballesteros apuntó que era una versión artística de la filosofía del mismo siglo, en la que el positivismo y el materialismo inundaron el pensamiento. El fondo quedó eclipsado por la forma; el qué fue derrotado por el cómo.

Los impresionistas comprendieron que el ojo es un maravilloso instrumento en el que un sinfín de fenómenos transforman la luz que penetra en él. Sin embargo, “las personas de aquella época hundieron sus narices en los cuadros y no vieron nada más que una mezcolanza de pinceladas fortuitas”, llegó a destacar Gombrich. Pasó un tiempo antes de que la gente aprendiera a apreciar este nuevo estilo, en el que la distancia adecuada con la obra abría un mundo de posibilidades. Cada trazo, discontinuo y fortuito, se funde en nuestros ojos con la distancia correcta, dando vida a las pinturas. La discontinuidad se transforma en continuidad cuando se observa desde la perspectiva adecuada.

‘Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte’, Georges Seurat

Los cuadros puntillistas difuminan las fronteras para ser complejizados en la mente del espectador.

Pero, sin duda, quien llevó la discontinuidad del trazo al límite, transformando las ya acortadas líneas en puntos o manchas, fue Georges Seurat. Partiendo de la lógica impresionista, Seurat se adentró en el estudio de la teoría científica de la visión cromática para desarrollar el puntillismo: imágenes construidas mediante la mezcla de innumerables puntos en los ojos del espectador.

Esta nueva técnica le obligó a simplificar las formas y los contornos en aras de la comprensión de la imagen. Así, los cuadros puntillistas difuminan las fronteras, las formas y las líneas para aspirar a ser complejizados en un espléndido juego entre la distancia y la luz en el ojo, o quizá, más bien en la mente del espectador.

El impresionismo científico y la física cuántica

Si la danza entre la luz y la distancia, así como la transformación de lo discontinuo en lo continuo, desempeñan un papel fundamental en el impresionismo y el puntillismo, también descubrimos que estas dos relaciones constituyen el fermento conceptual de la asombrosa física cuántica.

Casualmente o no, al mismo tiempo que todo esto ocurría en el ámbito artístico, una cuestión inquietó profundamente a los científicos: la naturaleza de la luz, específicamente la radiación del cuerpo negro. Un cuerpo negro perfecto es aquel que absorbe toda la radiación que incide sobre él y emite luz de acuerdo con la temperatura que alcanza. No importa de qué material esté hecho; la luz que emite depende únicamente de su temperatura. Por ejemplo, cuando apagamos una vela, observamos que la mecha, durante un breve período de tiempo, adquiere un tono anaranjado. En este caso, la mecha se comporta de manera similar a un cuerpo negro. De la misma forma, las estrellas también presentan este tipo de comportamiento.

A finales de la década de 1850, Gustav Kirchhoff describió y estudió el fenómeno de la radiación del cuerpo negro. Durante las décadas posteriores, se hizo evidente que era extremadamente difícil encontrar un modelo matemático que explicara el comportamiento observado en los experimentos. En 1895 finalmente, el renombrado físico alemán Max Planck decidió abordar este problema. Tras fracasar en numerosos intentos, optó por una vía menos convencional. Según sus cálculos, si asumía que la luz, en lugar de ser un continuo, estaba compuesta por diminutos elementos de energía llamados cuantos, el modelo podría explicar a la perfección los resultados experimentales.

Sin embargo, para Planck, esta suposición era solo una triquiñuela matemática que no podía corresponder con la verdadera naturaleza de la luz. Ni él ni sus colegas de la época podían creer seriamente que la luz estuviera formada por elementos discontinuos; al fin y al cabo, todo lo que percibimos de la realidad nos crea una ilusión de continuidad.

Einstein y Planck en el centro de la imagen, a la izquierda Nernst y a la derecha  Millikan y von Laue respectivamente. 12 de noviembre de 1931, Berlín. Foto: Wikimedia Commons

En 1905, año conocido como annus mirabilis, un joven Albert Einstein publicó cuatro artículos que revolucionaron la forma en que la ciencia mira la naturaleza. Estos artículos rompían con siglos de comprensión del universo y, por ende, con siglos de entender la ciencia. En uno de ellos, por el que más tarde recibiría el premio Nobel, Einstein abrazaba la idea de los cuantos de luz y lo expresaba así: “Según la hipótesis que hemos considerado aquí, en la propagación de un rayo de luz emitido desde una fuente puntual, la energía no se distribuye de forma continua por volúmenes de espacio cada vez mayores, sino que está formada por un número finito de cuantos de energía localizados en puntos concretos del espacio y estos cuantos se desplazan sin dividirse, pudiendo ser generados o absorbidos únicamente como unidades completas”.

Este fue el punto de partida de la física cuántica; ciertas cantidades físicas, que hasta el momento habían sido continuas como la energía, pasaban a ser discontinuas o discretas en la mayoría de sistemas físicos, pasaban a ser cuánticas. Las consecuencias sobre nuestra comprensión de la naturaleza fueron inimaginables, pero por mencionar una especialmente relevante en este contexto: las partículas ya no eran bolas sino funciones de onda que, como en la obra de Seurat, difuminaban las fronteras y los contornos, derrotando así la noción estricta de forma.

¿Cómo fue posible que Planck y sus colegas no consideraran seriamente esta idea? Les pasó como a los espectadores que hundían sus narices en las primeras obras impresionistas: la distancia no era la adecuada. Al observar la naturaleza desde una determinada escala, al igual que cuando se contempla un cuadro puntillista, no es posible captar las individualidades, las manchas, las discontinuidades que la componen; nuestro ojo lo mezcla todo. Mientras que los impresionistas rompieron con siglos de tradición artística al comprender que al aumentar la escala lo discontinuo se transformaba en continuo, Einstein logró lo mismo para la ciencia, pero su viaje fue en sentido inverso: entendió que al disminuir la escala lo continuo se transformaba en discontinuo.

‘Nenúfares ’, Claude Monet

Cabe destacar que, a día de hoy, se desconocen las leyes que transforman lo cuántico en lo no cuántico o clásico, como se denomina en física. Sin embargo, es posible que este proceso esté relacionado con la emergencia y la complejidad. Los rayos de luz se mezclan en nuestro ojo cuando contemplamos un Monet desde la distancia adecuada, transformando lo discontinuo en continuo. De manera similar, podría ser que la escala, la mezcla y la complejidad sean claves para entender cómo la naturaleza transfigura lo cuántico en lo clásico, o lo discontinuo en continuo.

Como señalamos en La Academia Arte y Ciencia, la física cuántica puede ser vista como el impresionismo de la ciencia, ya que, al igual que el impresionismo artístico, rompe con siglos de academicismo y abandona la continuidad en favor de la discontinuidad. En este sentido, la distancia o escala en relación a lo que perciben nuestros sentidos juega un papel crucial. Evidentemente, la distancia que nos separa del mundo cuántico es incomparablemente mayor que la necesaria para contemplar un cuadro impresionista; eso es indudable. No obstante, el juego conceptual de ambos movimientos es notablemente semejante: los trazos impresionistas de la naturaleza se llaman cuantos.

No estoy seguro de si algún día sabremos si Einstein o Planck fueron, de algún modo, influenciados por las ideas del impresionismo, que a su vez, como hemos mencionado, bebían de la filosofía. En cualquier caso, resulta fascinante asomarse a una época y trazar relaciones entre mundos que aparentemente no están conectados, pero que en ciertos momentos se revolucionan apoyándose en ideas similares. Claro está que el impresionismo y la física cuántica no son lo mismo, pero no sería la primera ni la última vez que conceptos similares se desarrollan de manera independiente en el mismo periodo de tiempo. Tal vez sea el aire el que transporta las ideas, y algunas personas son capaces de descifrarlas gracias a eso que no gusta de la voluntad y que llamamos inspiración, o quizá sea solo una casualidad.

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