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Volver a comprar periódicos, empezar a comprar El Confidencial
  1. El valor de la información
la independencia, deporte de aventura

Volver a comprar periódicos, empezar a comprar El Confidencial

Estamos en el momento crítico: volver a comprar periódicos cuando nos hemos acostumbrado a la barra libre de noticias. Coincidiendo con su 20 aniversario, El Confidencial lanza un servicio de suscripción. Únete a los lectores influyentes

Foto: Ilustración: Diseño EC.
Ilustración: Diseño EC.

Me acuerdo a veces de esa frase que al parecer sonó en alguna redacción de Madrid. Eran los tiempos en que todos competíamos por elegir el nombre más disparatado para estrenar cuenta de correo electrónico, los tiempos de los grandes sueños con tres uves dobles y la época de buscarse a uno mismo en Google por primera vez. Los periódicos empezaban a tantear sus réplicas digitales, y alguien del oficio, un tanto mareado con la novedad, soltó: “¡Qué ganas tengo de que pase esta moda de internet!”.

Mientras la moda de internet pasaba, la gente cambió de correo y abrió uno con su nombre y apellidos, los grandes sueños internautas solo se cumplieron en California y cualquier persona podía ser ya encontrada en Google. Internet resultó no ser una moda, sino aquello por lo que seríamos recordados: el umbral de un tiempo nuevo.

Durante un breve periodo de bonanza, se nos fue la cabeza y pensamos que la red podía ser tan generosa como el más improbable paraíso. Es decir, todo gratis. 'Cultura Libre' se llamó al sueño de que nadie pagara por los libros, discos, periódicos, películas o los propios programas informáticos. La velocidad con la que se desarrollaba el amoroso engendro dificultó pararse un poco a pensar cómo no llevarse a nadie por delante. Fueron los tiempos del: “¡Que den conciertos!”, del cinismo mayúsculo y de cuatro o cinco divertidas viñetas.

'Cultura Libre' se llamó al sueño de que nadie pagara por los libros, discos, periódicos, películas o los propios programas informáticos

Finalmente, se acabó con el pirateo de discos y películas haciendo que fuera más sencillo, sexy y seguro pagar por ellos, mientras que los libros quedaron al margen de estos avances porque, en realidad, nunca hubo tanta gente dispuesta a leer como para preocuparse. Sin embargo, en España, los periódicos en su versión digital siguieron siendo gratuitos.

Pasará a la historia del periodismo este oasis de depreciación y alegría, este paréntesis hospitalario y excesivo, donde la gente podía leer todos los periódicos sin coste alguno y seguir quejándose además del titular, el enfoque o la fotografía. A los que compramos el periódico en los años noventa nos ha sido imposible explicar a los veinteañeros que una vez se pagó el periódico. Dentro de otros 20 años, será imposible explicar que una vez no se pagó. Estamos en el momento crítico: volver a comprar periódicos cuando nos hemos acostumbrado a la barra libre de noticias, al ufano saqueo de la información.

El primer motivo que se me ocurre para pagar por El Confidencial no es otro que el derivado de que yo escriba en él. Para qué les voy a engañar. Cuando viví en Japón, conocí a algunas personas que trabajaban en la fábrica de Toyota. Me intrigó saber qué coche compraba gente que se pasaba la vida fabricando coches de la marca Toyota, y pregunté por el asunto. Obviamente, compraban el que les daba la gana, pero la fábrica tenía dos aparcamientos: uno, junto a la puerta, para los empleados que usaran Toyota, y otro, más alejado, para los que compraron otras marcas. Huelga decir que yo, si trabajara en la Toyota, compraría Toyotas y que me complacería ver mi vehículo junto a otros de la misma marca, haciendo piña por la causa común del automovilismo japonés.

A los que compramos el periódico en los años noventa nos ha sido imposible explicar a los veinteañeros que una vez se pagó el periódico

La causa común del periodismo Confi es que esta cabecera nunca fue papel y, sin embargo, nadie lo diría. El Confidencial tiene toda la pinta de haber nacido antes de la moda inacabable de Internet, cuando el periodismo lo hacían los periódicos y, luego, lo copiaba la televisión. El periodismo de periódico es, en principio, serio, largo, exigente, con muchas letras, muchos matices y algún piadoso gráfico. Es el periodismo donde se puede uno hacer una idea del mundo, y no una postal del mundo.

Pero El Confidencial presenta también esa cosa loca que trajo la digitalización, que fue la inmediatez, el humor, la viralidad, la pegada y la alegría. Esto de que los periódicos por ser de pago vayan a volverse ahora un coñazo no me parece la mejor de las publicidades. ¡No nos volvamos locos, la gente querrá seguir leyendo noticias frívolas, despendoladas, con mucho colorín y dietas milagrosas y diez cosas que tu chico no sabe de tu cuerpo! Hasta a la ginebra buena se le echan gominolas, amigos.

Del rigor y la solvencia de la información darán cuenta profesionales como Rafael Méndez, José María Olmo o Antonio Villarreal, que deberían ganar un Goya por su seguimiento de la crisis del coronavirus. De la intrincadísima situación política les dibujarán un mapa impecable Ignacio Varela, Fernando Garea o Esteban Hernández. Y de la cara más humana de la actualidad, seguirán siendo golosísimos los artículos de Juan Soto Ivars, Rubén Amón, Marta García Aller o Ángeles Caballero. Luego, los jefes se encargarán de que la distancia con el poder político sea la justa para que la independencia siga siendo un deporte de aventura.

Y todo lo haremos para que usted lo vea. Suscríbase, amigo.

Me acuerdo a veces de esa frase que al parecer sonó en alguna redacción de Madrid. Eran los tiempos en que todos competíamos por elegir el nombre más disparatado para estrenar cuenta de correo electrónico, los tiempos de los grandes sueños con tres uves dobles y la época de buscarse a uno mismo en Google por primera vez. Los periódicos empezaban a tantear sus réplicas digitales, y alguien del oficio, un tanto mareado con la novedad, soltó: “¡Qué ganas tengo de que pase esta moda de internet!”.

El valor de la información