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Un duelo a muerte cambió la historia del periodismo, usted puede volver a hacerlo
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Un duelo a muerte cambió la historia del periodismo, usted puede volver a hacerlo

Cuando, en 1836, De Girardin abatió a Carrel, parecía que el periodismo barato de masas había ganado la batalla para siempre a la suscripción. El futuro apunta a otra vía distinta

Foto: Ilustración: EC Diseño.
Ilustración: EC Diseño.

Apenas amanecía en la comuna de Saint-Mandé, un barrio al este de aquel convulso París decimonónico, cuando Émile de Girardin desenfundó su arma y acabó con la vida de Armand Carrel. Era un 25 de julio de 1836 y nadie podía imaginar que aquel trágico duelo marcaría la historia del periodismo de los dos siglos siguientes. Al menos, hasta hoy.

Quizás el encuentro habría pasado a la historia como uno más entre las decenas de ajustes de cuentas por honor que tenían lugar en las calles francesas cada año, si no fuese porque tanto Carrel como De Girardin eran los editores de los dos grandes periódicos de la Francia de la Monarquía de Julio. Carrel, a sus 36 años, ya representaba la vieja guardia. ‘Le National’ era el medio francés por excelencia del republicanismo militante, pero un medio que aún funcionaba gracias a caras suscripciones. Había luchado por la libertad de prensa en 1830 tras las amenazas monárquicas y su aspiración era elevar el debate político.

Si Carrel decidió citar a De Girardin a un duelo a muerte fue por una cuestión de principios periodísticos. Su enemigo, que acababa de cumplir la treintena, había fundado apenas unas semanas antes ‘La Presse’, considerado hoy como el primer periódico de masas. La fórmula era muy sencilla: en lugar de cobrar 80 francos anuales, como hacía la mayoría de medios, uno podía adquirir su periódico por la mitad de precio, 40 francos. El descenso de precio se compensaba a través de contratos publicitarios con distintos anunciantes.

En aquel charco de sangre no solo nadaban los restos de vida de Carrel, sino también una forma de entender el negocio periodístico

¿'Dumping' periodístico o una traición a la independencia periodística? Para Carrel, más bien lo segundo. Era inconcebible que un medio de comunicación pudiese comercializarse de esa manera, por lo que decidió retar a De Girardin para ajustar cuentas. ¿Se imaginan al director de ‘The Washington Post’ jugándose a la ruleta rusa el futuro del periodismo frente al del ‘New York Times’?

En honor a la verdad, hay que reconocer que Carrel era de gatillo fácil. Ya había vencido en otro duelo semejante a Roux Laborie, editor de ‘Le Revenant’, tras publicar una polémica observación sobre la duquesa De Berry, aunque había sufrido graves secuelas. Carrel se exilió de Francia en su juventud, combatió por los liberales contra los monárquicos y fue detenido durante la investigación por el intento de asesinato del rey Luis Felipe I.

No tuvo la misma suerte en aquel amanecer veraniego. En aquel charco de sangre no solo flotaban los últimos alientos de vida de Carrel, sino una manera de entender el negocio. El día después, fallecería en casa de un amigo. La era del periodismo de masas acababa de nacer. Pero no era una victoria absoluta: De Girardin también fue herido en el muslo y terminaría pagando, décadas después, las facturas de la censura del poder.

¿El vídeo mató a la radio?

Carrel y De Girardin son considerados dos de los grandes periodistas de la primera mitad del siglo XIX. George Sand, es decir, Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant, se pregunta en su autobiografía si de haber seguido vivo, habría seguido los pasos de De Girardin. “Sorprendentemente, el vencedor en aquel duelo, aún joven y a todas luces inferior al vencido en su talento, llegó a superarle en su evolución sobre sus ideas, que coincidían con las suyas”, valoraba la autora de ‘Indiana’. “En 1847, De Girardin era lo que Carrel había sido diez años antes”.

En otras palabras, si quisiéramos extender la metáfora a los modelos de negocio periodísticos, lo que no sabían los dos contendientes es que no estaban dirimiendo qué camino de la encrucijada debía elegir el periodismo. La suerte ya estaba echada y eran meros actores en un sainete trágico. La naciente era de masas necesitaba un periodismo de masas, y el genio de De Girardin fue encontrar una fórmula para conseguir financiar su publicación sin tener que recurrir a los sobornos o 'dinero de protección' (finánciame y hablaré bien de ti) con los que hasta ese momento se costeaban los ‘petit journals’ que se centraban en los cotilleos de la alta sociedad parisina.

De Girardin consiguió poder escribir de política, precisamente, publicando un montón de cosas que no tenían nada que ver con la política. Es decir, moda, cotilleos y las incipientes novelas por entregas como ‘El conde de Monte Cristo’, de Alejandro Dumas. El francés fue lo suficientemente visionario como para darse cuenta de que la única manera de desprenderse de las ataduras ideológicas de los partidos políticos o los intereses particulares era contar con un contingente lo suficientemente amplio de lectores fieles como para no depender de otras vías de financiación.

Si vendían periódicos gracias a los más jugosos cotilleos sobre el duque de turno, también podían permitirse oponerse al golpe de Estado de 1851 de Napoleon III, a quien habían apoyado con anterioridad, aunque eso significase el exilio. Datos: de 13.000 a 63.000 ejemplares en apenas unos años. Como se decía de ellos, podían mantener una cosa y la contraria. O tal vez, simplemente ser independientes.

Seguir publicando contenidos variados que atraigan a los lectores, pero garantizar la independencia a través de suscripciones

Este es el modelo que, con ciertas excepciones, hemos conocido hasta hoy. Vender todo lo posible para conseguir una gran cantidad de ingresos publicitarios que, en principio, deberían garantizar esa libertad frente a los poderes políticos. ¿Qué ocurre cuando la inversión publicitaria se contrae en un momento en que la masa se fragmenta y ya no es posible rentabilizar datos cada vez más altos? Si atendemos a la historia de Carrel y De Girardin, dos cosas: o volver a sacar el cepillo siendo serviles ante los poderes que pueden financiarnos, ya sea por gusto o por miedo a que aireen sus trapos sucios, o fijar la vista en Carrel y recordar que, en un pasado no tan lejano, los periódicos eran productos de élites para las élites.

O, mejor aún, coger lo mejor de ambos mundos en un modelo híbrido. Seguir publicando contenidos ligeros que atraigan a los lectores, pero garantizar la independencia económica a través de suscripciones. Ni Carrel ni De Girardin. Nada de duelos al amanecer, sino un pacto de caballeros para una convivencia enriquecedora. ¿Saben cuál fue el último diálogo entre los dos directores tras el duelo?

—¿Sufre mucho, señor De Girardin?

—Deseo, señor, que su herida no sea más grave que la mía.

La historia no se repite pero rima, como escribió Mark Twain, y a menudo el futuro se escribe con los mimbres rotos del pasado, tejidos de nuevo para configurar algo completamente nuevo, acorde a los tiempos que nos ha tocado vivir.

Apenas amanecía en la comuna de Saint-Mandé, un barrio al este de aquel convulso París decimonónico, cuando Émile de Girardin desenfundó su arma y acabó con la vida de Armand Carrel. Era un 25 de julio de 1836 y nadie podía imaginar que aquel trágico duelo marcaría la historia del periodismo de los dos siglos siguientes. Al menos, hasta hoy.

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