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Zapatero ‘difumina’ los límites que pretende introducir al documento para no ‘pillarse los dedos’
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Zapatero ‘difumina’ los límites que pretende introducir al documento para no ‘pillarse los dedos’

Encerrado en los despachos de Gobierno del Congreso de los Diputados, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, dedicó las horas previas a su intervención

Foto: Zapatero ‘difumina’ los límites que pretende introducir al documento para no ‘pillarse los dedos’
Zapatero ‘difumina’ los límites que pretende introducir al documento para no ‘pillarse los dedos’

Encerrado en los despachos de Gobierno del Congreso de los Diputados, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, dedicó las horas previas a su intervención en el pleno de ayer a dar los últimos retoques a su discurso. Estuvo sólo durante la frugal comida -un sándwich y un refresco-, y sólo cuando terminó ésta recibió, lejos de la mirada de los más de 400 periodistas acreditados (200 catalanes), a sus hombres de confianza para recibir los últimos consejos.

No obstante, la idea principal de su intervención -que duraría finalmente cuarenta minutos, bastante menos de lo esperado- estaba decidida desde hace días: marcar los límites, la línea roja, que desde las últimas semanas no se ha cansado de repetir que su partido y su Gobierno pretenden poner al proyecto de nuevo Estatuto de Cataluña. Unos límites que, sin embargo, ayer difuminó, en un intento de no pillarse los dedos en la negociación que pretende poner en marcha hoy mismo con los partidos catalanes para llegar a un pacto antes de Navidad.

La decisión la había tomado durante el fin de semana, cuando, encerrado en su despacho de Moncloa, elaboró a mano el grueso de su discurso -“el discurso de mi vida”, como dijo tras finalizar en los pasillos del Congreso- con la colaboración de sus más cercanos colaboradores, entre los que se encontraban la vicepresidente María Teresa Fernández de la Vega, el secretario de organización del PSOE, José Blanco, el jefe del grupo parlamentario, Alfredo Pérez Rubalcaba; el secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, Francisco Camaño; su jefe de Gabinete, Enrique Serrano; y el nuevo secretario de Estado de Comunicación, Francisco Moraleda.

Ezquerra estaba al tanto

Una decisión que, de hecho, fue transmitida ayer al principal socio de Gobierno, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), horas antes de que se iniciara el debate parlamentario según ha podido confirmar El Confidencial en fuentes de este grupo político. “No quiso pillarse los dedos cuando iniciemos las negociaciones hoy. Si hubiera fijado con demasiada concreción los retoques que quiere imponer, se podía haber encontrado sin margen de maniobra”, añaden estas fuentes.

Así, la enumeración de los puntos más conflictivos del polémico proyecto -la financiación, el diseño del Poder Judicial catalán, la bilateralidad de las relaciones o el blindaje de las competencias exclusivas- fue precisamente eso, una simple enumeración en la que evitó detallar hasta dónde está dispuesto a ceder y dónde se mantendrá inamovible. Tan sólo fue más concreto en la polémica definición de Cataluña como nación, donde redujo sus famosas ocho fórmulas a una: “Identidad nacional”. Una fórmula a la que no se oponen sus socios.

Éstos le agradecieron en sus intervenciones esa falta de concreción: Josep Lluis Carod-Rovira, que ya conocía las intenciones de Zapatero de difuminar las líneas rojas antes de tomar la palabra, dejó el discurso radical en casa y fue mucho más comedido de lo que es habitualmente en sus declaraciones públicas. “Aquí estamos para hablar del Estatut”, apostilló a los periodistas al término de su intervención cuando le preguntaron por la falta de referencias a la independencia.

Encerrado en los despachos de Gobierno del Congreso de los Diputados, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, dedicó las horas previas a su intervención en el pleno de ayer a dar los últimos retoques a su discurso. Estuvo sólo durante la frugal comida -un sándwich y un refresco-, y sólo cuando terminó ésta recibió, lejos de la mirada de los más de 400 periodistas acreditados (200 catalanes), a sus hombres de confianza para recibir los últimos consejos.