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Arnaldo no tiene ‘espejo’
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Arnaldo no tiene ‘espejo’

Cuentan que Martin McGuinness, el número 2 del Sinn Fein, tenía por costumbre ausentarse de las reuniones del Castillo de Stormont donde se negociaba la paz

Cuentan que Martin McGuinness, el número 2 del Sinn Fein, tenía por costumbre ausentarse de las reuniones del Castillo de Stormont donde se negociaba la paz en Irlanda del Norte en el preciso momento en el que se iba a tomar una decisión importante. Los representantes de los otros partidos, contrariados, siempre le preguntaban si era realmente necesario que abandonara la sala. Él contestaba con frialdad que sí, que tenía que consultar con el IRA antes de tomar una decisión.

También aseguran que lo que realmente hacía Martin McGuinness no era llamar por teléfono a ningún dirigente de la organización terrorista, sino que acudía al cuarto de baño más cercano y se plantaba frente al espejo. Después de unos minutos mirando su reflejo, volvía a la sala y afirmaba con rotundidad: “El IRA está de acuerdo”. Al fin y al cabo, siempre se tuvo la sospecha que, además de dirigente del partido político, era el auténtico número uno de la organización terrorista.

Ese espejo o, mejor dicho, ese poder de decisión es lo que parece faltarle al líder de la ilegalizada Batasuna, Arnaldo Otegi, en el actual proceso de paz. Lleva años de encuentros en la sombra con los socialistas vascos hablando de lo divino y lo humano, de la autodeterminación y de Navarra, y, sin embargo, cuando ha llegado el momento de decir sí o no a una propuesta no ha podido hacerlo. O, peor aún, cuando lo ha hecho, en más de una ocasión ha tenido que rectificar.

Dos han sido los ejemplos más claros de estas marchas atrás en los cerca de nueve meses de “alto el fuego permanente” que llevamos. El primero se produjo en verano. Para entonces, Otegi ya había dejado claro al resto de los partidos políticos vascos que la izquierda abertzale pasaría por la ventanilla del Ministerio del Interior para registrar las siglas de una nueva formación política con la que concurrir a las elecciones.

Todos lo daban por hecho, hasta la propia Batasuna, cuyos equipos jurídicos ya habían redactado los estatutos para superar el trámite. Y, sin embargo, sólo cuarenta y ocho horas después del primer encuentro público con los socialistas vascos, celebrado el pasado 6 de julio en San Sebastián, Batasuna cambiaba el paso y anunciaba que su prioridad ya no era la legalización. La supuesta opinión contraria de las bases de la formación a dar ese importante paso sin avances en otro temas fue la excusa que esgrimieron.

La segunda se ha producido más recientemente, en noviembre. La izquierda abertzale, el PSE y el PNV estaban en aquellos días a punto de culminar con un preacuerdo para la mesa de partidos las negociaciones que mantenían en el Santuario de Loyola. Se habían salvado escollos como el derecho a decidir y todos coincidían en que sólo quedaban flecos. Hasta que, de nuevo, Batasuna cambió el paso y elevó el listón de sus exigencias. Esta vez no hubo excusas. La coincidencia en el tiempo con la aparición del último Zutabe -boletín interno de la banda armada- en el que los dirigentes etarras denunciaban una “crisis del proceso” las hizo innecesarias.

Me contaba un político vasco con buenas relaciones con la izquierda abertzale que en varios encuentros que habían mantenido muy recientemente con veteranos ex dirigentes de la ahora ilegal formación, éstos siempre le habían manifestado su total convencimiento de que el abandono de la violencia debía ser irreversible. Una postura muy positiva que escondía, sin embargo, un pero. Cuando este político les interrogó si alguno de ellos le había dicho esto a la dirección de ETA, todos irremediablemente bajaban la cabeza y lanzaban un silbido excusador. ¿Cuándo tendrá la izquierda abertzale líderes con el valor suficiente para mirarse en el espejo?

Cuentan que Martin McGuinness, el número 2 del Sinn Fein, tenía por costumbre ausentarse de las reuniones del Castillo de Stormont donde se negociaba la paz en Irlanda del Norte en el preciso momento en el que se iba a tomar una decisión importante. Los representantes de los otros partidos, contrariados, siempre le preguntaban si era realmente necesario que abandonara la sala. Él contestaba con frialdad que sí, que tenía que consultar con el IRA antes de tomar una decisión.