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El silencio de ‘El Egipcio’, la disculpas de Zougam y la chulería del cuñado
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El silencio de ‘El Egipcio’, la disculpas de Zougam y la chulería del cuñado

Comenzó el juicio más esperado. Rabei Osman El Sayed, uno de los presuntos cerebros del atentado y más conocido como Mohamed el Egipcio -su “nombre

Comenzó el juicio más esperado. Rabei Osman El Sayed, uno de los presuntos cerebros del atentado y más conocido como Mohamed el Egipcio -su “nombre artístico”, según había reconocido él mismo en diciembre de 2004 en su declaración ante el juez Juan Del Olmo- se presentó poco después de las diez y media de la mañana en la sala con cascos en las orejas para oír la traducción simultánea y vestido con un jersey gris oscuro, camisa blanca, vaquero y un chaquetón de color claro. Pelo corto y barba cuidada, se mostró como una persona educada, que se levantó cuando entraron los miembros del Tribunal, que se dirigió a éstos “con todo respeto”, que pidió “perdón” para tomar la palabra y que habló en todo momento en árabe culto... aunque poco. Porque Rabei, para sorpresa de su propio abogado, se guareció en su rostro hierático y en el silencio. El letrado intervino inmediatamente para pedir un receso de unos minutos para intentar convencerle de que cambiara de actitud, al menos cuando iniciara él el interrogatorio. Lo consiguió. En la sesión de la tarde sí tomará la palabra.

Mientras tanto, el resto de los procesados que permanecen recluidos en la pecera mantenían actitudes dispares. Los acusados de origen árabe mostraban una actitud muy similar a la su compañero Mohamed el Egipcio. Respetuosos, escuchaban todo lo que se decía en la sala. Incluso uno de los acusados de haber colocado las mochilas bomba en los trenes, Jamal Zougam, hacía gestos hacia el público, hacia Pilar Manjón, el rostro más visible de las víctimas. Le pedía perdón, le insistía que él no había sido, pero ella le señalaba con un dedo e insistía que sí con la cabeza.

Otra cosa era la actitud que mantenía Antonio Toro, el cuñado del minero Emilio Suárez Trashorras. Riendo, sentado en posición chulesca, apoyado en el cristal de la jaula transparente, parecía que aquello no iba con él. Poco le pareció afectar que un número importante de las víctimas estuviera sentado muy cerca de él. No parecía importarle que cuando entró junto a los otros inculpados en la sala, Pilar Manjón, de negro riguroso, se pusiera de pie y le mirara a la cara. No le parecía preocupar que las víctimas que ocupaban una de las filas de asientos, se entrelazaran las manos para intentar darse fuerza. No, no le importó nada. Todavía no ha llegado su turno de hablar. A él, como a su cuñado y al resto de los componentes de la trama asturiana, aún les queda días para ocupar el lugar que en ese momento ocupaban un silencioso Rabei Osman, impasible ante la batería de preguntas que la fiscal y las acusaciones iban desgranando.

Un juez mediático

La jornada de la mañana también sirvió para ver que el juez Javier Gómez Bermúdez -que ha demostrado ser un perfecto director de escena para este juicio- cortó de raíz los tímidos intentos de los abogados de retrasar el inicio de la vista y dio muestras de que no está dispuesto a tolerar ningún tipo de marrullería judicial que altere innecesariamente el desarrollo de la vista. Desde primera hora de la mañana, el magistrado revisaba todos los detalles del juicio. Miraba que todo estuviera en su sitio, que todo funcionara. Bajaba a la sala de prensa a explicar a los informadores detalles procesales. Y, sobre todo, con voz firme, dirigía la sesión, pendiente de todo detalle, corrigiendo si era necesario a los agentes judiciales que tuvieron que leer la larga declaración de Mohamed El Egipcio que consta en el sumario.

Comenzó el juicio más esperado. Rabei Osman El Sayed, uno de los presuntos cerebros del atentado y más conocido como Mohamed el Egipcio -su “nombre artístico”, según había reconocido él mismo en diciembre de 2004 en su declaración ante el juez Juan Del Olmo- se presentó poco después de las diez y media de la mañana en la sala con cascos en las orejas para oír la traducción simultánea y vestido con un jersey gris oscuro, camisa blanca, vaquero y un chaquetón de color claro. Pelo corto y barba cuidada, se mostró como una persona educada, que se levantó cuando entraron los miembros del Tribunal, que se dirigió a éstos “con todo respeto”, que pidió “perdón” para tomar la palabra y que habló en todo momento en árabe culto... aunque poco. Porque Rabei, para sorpresa de su propio abogado, se guareció en su rostro hierático y en el silencio. El letrado intervino inmediatamente para pedir un receso de unos minutos para intentar convencerle de que cambiara de actitud, al menos cuando iniciara él el interrogatorio. Lo consiguió. En la sesión de la tarde sí tomará la palabra.