Es noticia
Los alardes de Basel Ghalyoun
  1. España

Los alardes de Basel Ghalyoun

Papeles en ristre, Basel Ghalyoun, el segundo de los acusados de colocar las mochilas bombas que comparece ante el Tribunal, ha demostrado esta mañana

Papeles en ristre, Basel Ghalyoun, el segundo de los acusados de colocar las mochilas bombas que comparece ante el Tribunal, ha demostrado esta mañana que los casi tres años que lleva en la cárcel los ha sabido aprovechar para empollarse todo lo que aparece en el sumario relativo a él. Un exhaustivo conocimiento que le ha permitido defenderse a si mismo, corregir a abogados y a la fiscal, e, incluso, desvelar supuestas contradicciones presentes en el sumario. Un alarde que ha completado con observaciones informáticas -ha llegado a asegurar que una foto suya utilizada en un reconocimiento había sufrido retoques- y lecciones magistrales de caligrafía -ha puesto en duda la validez de un informe de los peritos que aseguran que un texto manuscrito sobre cuestiones religiosas había salido de su puño-.

Ghalyoun ha completado su exhibición de conocimientos citando, con número de página y tomo, varios documentos y declaraciones presentes en el sumario, sobre todo cuando la fiscal o alguno de los abogados sacaba a relucir algunas de sus afirmaciones ante el juez instructor que podían echar abajo sus esfuerzos auto exculpatorios. De hecho, ha llegado a achacar estas supuestas contradicciones a errores del secretario judicial al plasmar en el papel sus palabras e, incluso, a la malintencionada labor de los agentes de la Policía que donde él hablaba de “atracos de joyerías y bancos” ellos ponían “atentados”. Todo ello acompañado de frases jurídicas -“pone de manifiesto”, “usted ha alegado” y “de eso se extrae”- más propias de un letrado que de alguien que, como él, ha demostrado en algunos momentos tener serios problemas para expresarse en castellano con fluidez.

El juez Javier Gómez Bermúdez le ha dejado utilizar sus manoseadas notas porque, como ha insistido el presidente del Tribunal en un par de ocasiones, a alguien al que se le pide una condena de más de 38.000 años de cárcel no se le puede prohibir usar todas las notas que considere oportuno para defenderse. Sobre todo porque contra él se acumulan los indicios. Conocía a la mayor parte de los integrantes del grupo islamista. Entre los escombros del piso de Leganés se encontró un gorro de oraciones en el que se hallaron restos genéticos suyos y un móvil que él había utilizado. Y participó en encuentros a orillas del río Alberche donde se adoctrinaba a los presentes en el islamismo más radical.

Claro que él se ha defendido de todo ello. Que sí, que conocía a muchos, pero que no compartía el extremismo que algunos, como El Tunecino, manifestaban. Que tal vez hubiera restos suyos en el gorro, pero eso es porque un compañero de piso, Rifaat Anouar, se lo llevó al piso de Leganés donde finalmente se suicidó. Que si el teléfono que encontró la Policía bajo los cascotes lo había utilizado en alguna ocasión fue porque se le estropeó el suyo y se lo cogió sin permiso al fallecido. Y que si estuvo en las célebres reuniones del río fue porque aquellas no eran citas para escuchar sermones religiosos y llamar a la yihad, sino porque allí se jugaba al fútbol en alegre compañía.

Lo que también ha dejado claro es que, desde luego, él no estuvo en los trenes de la muerte -aunque hay un testigo protegido que le reconoció en un primer momento como uno de los que dejaron las mochilas bomba en el convoy que estalló en la calle Tellez-. Como su compañero Jamal Zougam, aseguró que eso era imposible, ya que a la hora que explosionaron los artefactos, él estaba durmiendo. No se levantó de la cama hasta las diez de la mañana, salvo para hacer la primera oración sobre las siete de la mañana.

Papeles en ristre, Basel Ghalyoun, el segundo de los acusados de colocar las mochilas bombas que comparece ante el Tribunal, ha demostrado esta mañana que los casi tres años que lleva en la cárcel los ha sabido aprovechar para empollarse todo lo que aparece en el sumario relativo a él. Un exhaustivo conocimiento que le ha permitido defenderse a si mismo, corregir a abogados y a la fiscal, e, incluso, desvelar supuestas contradicciones presentes en el sumario. Un alarde que ha completado con observaciones informáticas -ha llegado a asegurar que una foto suya utilizada en un reconocimiento había sufrido retoques- y lecciones magistrales de caligrafía -ha puesto en duda la validez de un informe de los peritos que aseguran que un texto manuscrito sobre cuestiones religiosas había salido de su puño-.