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‘Pringaos’, tontos y listillos
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‘Pringaos’, tontos y listillos

La sesión de la mañana del miércoles dejó claro que no todos los que supuestamente participaron en la trama de los atentados están sobrados de luces.

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‘Pringaos’, tontos y listillos

La sesión de la mañana del miércoles dejó claro que no todos los que supuestamente participaron en la trama de los atentados están sobrados de luces. La de la tarde, que alguno que se quiere hacer pasar por tonto no lo es tanto. El juicio del 11-M ha tomado tal velocidad de crucero que a lo largo de la quinta jornada fueron cinco los inculpados que declararon ante el Tribunal. El primero fue Rachid Aglif, El Conejo, un carnicero -en el sentido literal de la palabra, ya que despachaba chuletas en la tienda de su familia- metido a juerguista con malas, muy malas compañías. El segundo, un vendedor de ropa llamado Abdelilah El Fadual El Akil con una incontinencia verbal que levantó dolor de cabeza a muchos de los presentes en la sala.

Ambos dejaron claro una cosa: si, como dice la Policía, el primero era el lugarteniente de Jamal Ahmidan, El Chino, y el segundo, un estrecho colaborador de éste, el suicidado terrorista no seleccionaba mucho el personal que trabajaba para él. Un ejemplo: Aglif, que asistió a la cumbre del McDonalds de Carabanchel, aseguró que se pasó todo el tiempo que duró esta reunión haciendo burlas a su amigo Rafa Zouheir desde una mesa cercana para que éste se riera mientras negociaba con los asturianos la compra de la Goma 2-ECO.

Aparte de ello y de que come hamburguesas de pescado porque, por su profesión, no se fía de la carne que se sirve estos establecimientos, poco más reconoció. Negó trapichear con droga. Negó haber estado en la finca de Morata de Tajuña. Negó tener armas en su casa. Negó participar en las reuniones integristas a orillas del río Alberche. Negó haber pedido dinamita para robar joyerías. Negó haber resultado herido tras la explosión de un detonador. Así hasta que se echó a llorar. Antes le dio tiempo a cargar contra su compañero de juergas, Zouhier, al que culpó de contar sobre él las “3.000 burradas” que le habían llevado al banquillo de los acusados.

Abdelilah El Fadual, un hombre pequeño, nervioso y muy aficionado a comprar coches estropeados para revenderlos tras arreglarlos, no lloró, pero poco le faltó en algunos momentos. En su verborrea sin fin llamó a El Chino varias veces “ladrón” y reconoció que en una ocasión había visto a éste “mirando esas tonterías” de vídeos donde se asesina a infieles. Por supuesto, condenó el atentado, que calificó de “salvaje”, e insistió que no sabía nada de sus preparativos, a pesar de que estuvo en la finca de Morata de Tajuña -donde mandó a un amigo a echar una mano en la obras de chamizo-, de que cruzó aquellos días más de cien llamadas de móvil con El Chino, de que dio supuestamente a éste un pasaporte falso para que se moviera a sus anchas y de que le compró el coche en el que su supuesto jefe había trasladado el explosivo desde Asturias.

El resto de su declaración fue un galimatías. Dedicó más de media hora a explicar cómo vaciar de gasolina el depósito de un coche diesel. Otro tanto a detallar cómo desmontar el turbo de un motor. “Mi tiempo es oro” dijo curiosamente en varias ocasiones para justificar su capacidad para ir y venir por la geografía española comprando y vendiendo de todo. De hecho, para no perder el tiempo, aseguró que “hace tiempo que no entro en las mezquitas”. ¿Y rezar, reza usted?, le interrogó un abogado. “Sólo cuando estoy en momentos difíciles”. Seguro que ahora no deja de hacerlo.

Recuperando la memoria

La sesión de la mañana del miércoles dejó claro que no todos los que supuestamente participaron en la trama de los atentados están sobrados de luces. La de la tarde, que alguno que se quiere hacer pasar por tonto no lo es tanto. El juicio del 11-M ha tomado tal velocidad de crucero que a lo largo de la quinta jornada fueron cinco los inculpados que declararon ante el Tribunal. El primero fue Rachid Aglif, El Conejo, un carnicero -en el sentido literal de la palabra, ya que despachaba chuletas en la tienda de su familia- metido a juerguista con malas, muy malas compañías. El segundo, un vendedor de ropa llamado Abdelilah El Fadual El Akil con una incontinencia verbal que levantó dolor de cabeza a muchos de los presentes en la sala.