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Las collejas no dejan marca
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Las collejas no dejan marca

Los acusados que se han sentado hasta ahora en el banquillo han coincidido en seguir un guión bastante parecido. Por supuesto, todos niegan tener nada que

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Las collejas no dejan marca

Los acusados que se han sentado hasta ahora en el banquillo han coincidido en seguir un guión bastante parecido. Por supuesto, todos niegan tener nada que ver con los atentados. Si conocen a alguno de los suicidas es sólo de vista, de ir a rezar a la mezquita o porque jugaban juntos al fútbol, pero que a ninguno se le pasó por la cabeza que aquellos con los que pasaban el rato dándole patadas al balón a orillas del río Alberche estuvieran planeando morir matando.

Tampoco se ha saltado ninguno el trámite obligado de calificar la masacre de Madrid de una “salvajada” que, por supuesto, condenan “rotundamente”. Y muchos han optado por desdecirse de sus confesiones ante la Policía y el juez Juan del Olmo. Para ello, ningún argumento más socorrido que el de achacar a una malvada actitud de los agentes del orden, siempre con una amenaza en la boca y un golpe en la mano, esas supuestas mentiras que ahora, por fin, quieren subsanar por el bien de la Justicia y, por supuesto, para exculparse.

Así, en la sesión de este lunes -y tras la declaración de Rabei Osman, Mohamed El Egipcio (ver crónica anterior), que completaba a la del inicio el juicio- le tocó el turno a Mohamed Bouharrat, un albañil acusado de ser el encargado de recabar la información sobre futuros objetivos terroristas de la célula integrista, con especial fijación con la comunidad judía en nuestro país. Nervioso, Bouharrat hizo una declaración confusa y difusa en la que no aclaró en ningún momento, por ejemplo, cómo pudieron llegar cuatro fotos de carnet suyas al piso de Leganés donde se suicidaron siete de los terroristas.

Eso sí, desde el principio, el acusado habló una y otra vez de unos supuestos malos tratos y, en concreto, de un sinfín de golpes en la cabeza que, aseguró, le propinaron los agentes para que dijera las cosas que querían oír. Bouharrat -que afirmó que desde entonces sufre cefaleas diarias- detalló al Tribunal que los policías que le interrogaron, además de pérfidos, son muy listos y que le golpeaban siempre allí donde tenía pelo para evitar dejarle marcas que pudiesen ver los médicos forenses.

Amputar las manos

Los siguientes en declarar fueron los hermanos Mohamed y Brahim Moussaten, sobrinos de uno de los presuntos cerebros de la trama del 11-M, Youssef Belhajd. El primero contó ante la Policía y el juez Del Olmo las andanzas de éste recabando dinero para hacer la yihad, enseñando a diestro y siniestro vídeos en los que aparecían muyahidines degollando a todo infiel que se ponía por delante y pavoneándose de ser de Al Qaeda. El segundo, que le vio ojeando páginas en Internet de carácter extremista.

Pero eso fue durante la instrucción del sumario, porque este lunes en la vista ambos se retractaron de todo lo dicho. Y, como era de esperar, acusaron a la Policía de forzarles a hacer sus anteriores declaraciones inculpatorias y, en concreto, a los malos tratos psíquicos a los que, aseguran, les sometieron en los interrogatorios. Ambos coincidieron en sus declaraciones casi como dos gotas de agua en detallar las supuestas amenazas que vertieron contra ellos: “La Policía me decía qué tenía que decir, y que si no lo hacía me iba a tirar 40 años en la cárcel”, aseguró Mohamed. “No me dejaban dormir ni me daban de comer”, corroboró su hermano Brahim.

Los acusados que se han sentado hasta ahora en el banquillo han coincidido en seguir un guión bastante parecido. Por supuesto, todos niegan tener nada que ver con los atentados. Si conocen a alguno de los suicidas es sólo de vista, de ir a rezar a la mezquita o porque jugaban juntos al fútbol, pero que a ninguno se le pasó por la cabeza que aquellos con los que pasaban el rato dándole patadas al balón a orillas del río Alberche estuvieran planeando morir matando.