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Hubo una vez una tregua
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Hubo una vez una tregua

Hace hoy un año, tres encapuchados con txapela convulsionaban la política española al hacer público el comunicado en el que ETA anunciaba su “alto el fuego

Hace hoy un año, tres encapuchados con txapela convulsionaban la política española al hacer público el comunicado en el que ETA anunciaba su “alto el fuego permanente”. Atrás quedaban años de contactos en la sombra entre dirigentes de la ilegalizada Batasuna y miembros del PSE, y al menos cuatro encuentros entre el número uno de la organización terrorista, José Antonio Urrutikoetxea, Josu Ternera, y el presidente de los socialistas vascos, Jesús Eguiguren. Aquel 22 de marzo comenzaba lo que José Luis Rodríguez Zapatero vaticinó como un proceso “largo, duro y difícil”. No se equivocó.

Los meses que siguieron fueron una sucesión de frenazos y marchas atrás. Sobre todo, de marchas atrás. Batasuna se comprometió a legalizar unas nuevas siglas, pero las bases le obligaron a desdecirse a las primeras de cambio. Y cuando estaba a punto de alcanzar en octubre un acuerdo con el PNV y el PSE para crear una mesa de partidos, se enrocó en posiciones de pasado por indicaciones del otro lado de la frontera y el trabajo de meses bajo la cúpula de Santuario de Loyola se vino abajo. El Gobierno tampoco anduvo fino. Se olvidó de buscar el apoyo del PP al proceso y por ello se encontró con los mil y un obstáculos que los sectores de la magistratura afines al partido de Mariano Rajoy le pusieron en los tribunales. Y cuando tuvo en su mano hacer gestos, como el acercamiento de presos que le reclamaban Batasuna y sus propios correligionarios vascos, no se atrevió por temor a la furibunda reacción de la oposición popular.

Sin embargo fue ETA la que minó definitivamente el llamado proceso de paz. Cuando se había comprometido a ceder el protagonismo político a Arnaldo Otegi y compañía, no pudo evitar la tentación recuperarlo a golpe de kale borroka, comunicados altisonantes, zulos repletos de explosivos y el robo de más de 300 pistolas. Tensó y tensó tanto la cuerda de la negociación, convencidos como estaban sus dirigentes de que lo que no consiguieran ellos sus chicos de Batasuna tampoco lo iban a lograr en una mesa de negociación, que el 30 de diciembre hizo estallar una furgoneta bomba en el aparcamiento de la T-4 de Barajas. Fueron varias toneladas de explosivos que pretendían, según aseguraron en un comunicado posterior, dar un puñetazo en la mesa para reactivar el diálogo, pero los dos muertos que ocasionó aquel atentado dieron el tijeretazo final a la ya fina cuerda que mantenía unidas a las dos partes de este proceso.

Desde entonces la situación no ha mejorado mucho. ETA rizo el rizo en el comunicado en el que explicó el bombazo de Barajas al insistir que mantenía su “alto el fuego permanente”. Desde entonces calla, y aún hoy se espera que haga público un comunicado. Por su parte, Otegi se ha prodigado en declaraciones que buscan salvar los puentes con los otros partidos políticos vascos y resucitar las negociaciones, mientras a la vez lucha dentro de su formación por mantener el control frente a los sectores más ortodoxos que insisten en volver al monte. Y, mientras tanto, los jóvenes de la violencia callejera han continuado con el cóctel molotov bajo la excusa de la huelga de hambre del etarra Iñaki de Juana, sumando una tercera víctima mortal.

Hace hoy un año, tres encapuchados con txapela convulsionaban la política española al hacer público el comunicado en el que ETA anunciaba su “alto el fuego permanente”. Atrás quedaban años de contactos en la sombra entre dirigentes de la ilegalizada Batasuna y miembros del PSE, y al menos cuatro encuentros entre el número uno de la organización terrorista, José Antonio Urrutikoetxea, Josu Ternera, y el presidente de los socialistas vascos, Jesús Eguiguren. Aquel 22 de marzo comenzaba lo que José Luis Rodríguez Zapatero vaticinó como un proceso “largo, duro y difícil”. No se equivocó.