Es noticia
La hora de las víctimas y los 'pilatos'
  1. España
JUICIO DEL 11-M

La hora de las víctimas y los 'pilatos'

Con un nudo en la garganta. Con un silencio sepulcral. Sin cuchicheos ni risas en la pecera blindada donde están gran parte de los acusados. La

Foto: La hora de las víctimas y los 'pilatos'
La hora de las víctimas y los 'pilatos'

Con un nudo en la garganta. Con un silencio sepulcral. Sin cuchicheos ni risas en la pecera blindada donde están gran parte de los acusados. La sesión del juicio del 11-M ha visto en una misma sesión las dos caras de la misma moneda. Por la mañana, una sucesión de testigos que se lavaban las manos, de pilatos que siempre miraron para otro lado cuando los imputados hacían y deshacían los trapicheos que posibilitaron los atentados del 11-M. Por la tarde, la cara más descarnadas de aquel día. Las víctimas y sus familiares. El relato de búsquedas condenadas de antemano al drama y de preguntas sin respuestas para explicarse tanto horror. Nadie habló de dinitrotulueno. Ni de informes relacionando a ETA con la masacre. Ni de agujeros negros. Se habló de dolor.

El primero ha sido Álvaro Vega, un joven que aquel día vio como su hermana Laura quedaba para siempre en estado vegetativo, sin esperanzas de nada. Relató ante el silencio absoluto de la Sala cómo el cuerpo de su hermana reposa inerte por culpa de una de aquellas bombas. Cómo desde aquel día ve que a ella, hasta el simple gesto de bostezar, le provoca dolor. Cómo sufrió cuando un diario publicó imágenes de su hermana convaleciente sin permiso. Cómo para él y su familia ya no hay fines de semana, ni vacaciones, sólo la atención costante a su hermana.

Le siguió Antonio Miguel Utrera. Él iba en el tren que estalló en la calle Téllez y sólo recuerda que, tras la explosión, a su alrededor se produjo un gran silencio en el que se desarrollaba un dramático “baile de sonámbulos” en el que los heridos caminaban y miraban a la nada. Desde entonces sufre una hemiplejia que le ha paralizado la parte izquierda del cuerpo, ha perdido la audición del odio derecho, sufre un estrabismo que le hace ver doble y depende de las pastillas para mantener a raya la depresión.

Francisco Javier García Castro relató la angustiosa búsqueda de su mujer entre los hierros retorcidos del tren de El Pozo, cómo los heridos le pedían ayuda, cómo los primeros cadáveres destrozados se amontonaban en el andén. Cuando finalmente encontró a su esposa, se abrazó a ella y le dijo: “¡Qué suerte hemos tenido, hemos sobrevivido!”. Alrededor de ellos, la muerte “en un barrio obrero”. Isabel Casanova no tuvo tanta fortuna. Aquel día perdió a su hijo y a su ex marido en el tren de Santa Eugenia, y se vio condenada a buscar el consuelo.

Jesús Ramírez resultó herido en El Pozo. Su cuerpo está repleto de metralla desde aquel día. A Eulogio Paz tardaron cinco días en entregarle el cuerpo de su hijo Daniel. Hubo que hacerle pruebas de ADN a él y a su mujer, Pilar Manjón, para identificarle. Durante el juicio relató su interminable peregrinar por los hospitales en busca de una esperanza que se iba esfumando según pasaban las horas y que acabó desembocando en la gran morgue que aquellos días fue el pabellón de IFEMA.

Casi todos reclamaron justicia, la “cadena perpetua para los asesinos”, pero también responsabilidades políticas para los miembros del anterior Ejecutivo, los que se hicieron “la foto de las Azores”, como recordó uno de ellos. La respuesta ha sido el silencio en la sala. Un nudo en la garganta de los que presentes. Ni una risa ni un cuchicheo entre los imputados de la pecera blindada. Hasta el cielo de Madrid, que en ese momento se tiño de luto con negros nubarrones, rompió a llorar. Había dolor, mucho dolor en la sala. Y contra eso de nada sirve ni el dinitrotolueno ni la teoría de la conspiración.

Lavarse las manos

Con un nudo en la garganta. Con un silencio sepulcral. Sin cuchicheos ni risas en la pecera blindada donde están gran parte de los acusados. La sesión del juicio del 11-M ha visto en una misma sesión las dos caras de la misma moneda. Por la mañana, una sucesión de testigos que se lavaban las manos, de pilatos que siempre miraron para otro lado cuando los imputados hacían y deshacían los trapicheos que posibilitaron los atentados del 11-M. Por la tarde, la cara más descarnadas de aquel día. Las víctimas y sus familiares. El relato de búsquedas condenadas de antemano al drama y de preguntas sin respuestas para explicarse tanto horror. Nadie habló de dinitrotulueno. Ni de informes relacionando a ETA con la masacre. Ni de agujeros negros. Se habló de dolor.