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El ‘agujero deglutido’
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El ‘agujero deglutido’

Su gozo en un pozo o, mejor dicho, en alguna fosa séptica de la prisión de Villabona. Abdelkrim Bensmail acudía a la sesión del juicio con

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El ‘agujero deglutido’

Su gozo en un pozo o, mejor dicho, en alguna fosa séptica de la prisión de Villabona. Abdelkrim Bensmail acudía a la sesión del juicio con un prometedor historial a sus espaldas. En 1997 fue detenido como integrante de una célula terrorista del argelino GIA que se había asentado en Valencia. Entre sus amistades se encontraba Allekema Lamari, uno de los suicidas de Leganés. Conocía a Fernando Huarte, el dirigente socialista asturiano que estaba pluriempleado en el CNI. Y en octubre de 2004 los funcionarios de la cárcel le encontraron cinco notas manuscritas con los nombres de varios etarras y la receta de la cloratita, uno de los explosivos habitualmente utilizado por ETA. Con estos antecedentes, los agujerólogos se frotaban las manos.

Sin embargo, su declaración fue frustrante para ellos. Bensmail, impecablemente vestido al más puro estilo talibán y con una barba de mulá un tanto rala, se limitó a reconocer una por una sus amistades y poco más. No negó en ningún momento que conociera a Lamari, que éste estuvo en su casa y que, además, le hacía giros a la cárcel de entre 100 y 200 euros para sus gastos. También admitió que conocía a Fernando Huarte, que además de socialista y espía, era presidente de una asociación de amigos del pueblo palestino. Este polifacético hombre le ayudó a buscar un odontólogo fuera de prisión para que solucionara sus problemas dentales y, además, pagó parte del coste de la consulta. Bensmail incluso admitió que acudía a la pollería de Sabagh Safwan, otro argelino asentado en Valencia que también era amigo de Lamari, pero de sus presuntas relaciones con los cuatro presos etarras, nada de nada.

-¿Tiene usted alguna relación con Jorge García Sertucha?

-Ninguna

-¿Y con Fernando Irakula Albizu?

-Tampoco

-¿Conoce a Henri Parot?

-No

-¿Y con Harriet Iragi?

-Ninguna

El abogado de la acusación podía haber seguido con la relación de todos y cada uno de los cerca de medio millar de etarras que hay encarcelados en España, que el argelino hubiera seguido igual de impasible, sin que se le moviera el gorro de oraciones que llevaba puesto, mientras negaba uno tras otro cualquier relación con ellos.

¿Y, entonces, por qué tenía aquellas notas? “No, no son mías. A mí no me cogieron nada”. Por mucho que le preguntaron por los dichosos papelillos, en las que además del nombre de los miembros de ETA estaban las direcciones de las cárceles en las que se encontraban recluidos y la fórmula del explosivo casero, él negó una y otra vez que hubieran estado en ningún momento en su poder. A su favor juega que los originales de las notas ya no existen. Desaparecieron. Dicen que cuando se los cogieron en un registro en la celda, el subdirector de la cárcel se limitó a hacer una fotocopia de los mismos y luego se los devolvió. Suponen que Bensmail, de vuelta a su celda, se sentó y las deglutió una tras otra tranquilamente, que para eso se había arreglado los dientes. Claro, que eso es lo que cuentan, porque este último extremo también lo negó: “¡Cómo me lo voy a comer!” Al menos, en el sumario queda la fotocopia de dicho ‘agujero’. Algo es algo.

Su gozo en un pozo o, mejor dicho, en alguna fosa séptica de la prisión de Villabona. Abdelkrim Bensmail acudía a la sesión del juicio con un prometedor historial a sus espaldas. En 1997 fue detenido como integrante de una célula terrorista del argelino GIA que se había asentado en Valencia. Entre sus amistades se encontraba Allekema Lamari, uno de los suicidas de Leganés. Conocía a Fernando Huarte, el dirigente socialista asturiano que estaba pluriempleado en el CNI. Y en octubre de 2004 los funcionarios de la cárcel le encontraron cinco notas manuscritas con los nombres de varios etarras y la receta de la cloratita, uno de los explosivos habitualmente utilizado por ETA. Con estos antecedentes, los agujerólogos se frotaban las manos.